San
Juan 15, 1-8:
Permanecer como sarmientos unidos a la
Vid que es Cristo, y a la Iglesia en la unidad de Pedro
Autor:
Padre
Llucià
Pou Sabaté
Hechos de los
apóstoles 15, 1-6:
“En aquellos días, unos [judeocristianos] que vinieron de
Judea a Antioquía enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban, según la
ley de Moisés, no podían salvarse. Este hecho provocó un altercado y fuerte
discusión entre Pablo y Bernabé y ellos, y, a causa de esto, decidieron en
la Comunidad
que Pablo, Bernabé y algunos otros se fueran a Jerusalén para tratar la cuestión
con los apóstoles y demás responsables. Decidieron que Pablo y Bernabé, con
algunos otros, acudieran a los Apóstoles y presbíteros en Jerusalén, para tratar
de esta cuestión.
Así pues, ellos, enviados por la Iglesia,
atravesaron Fenicia y Samaría, narrando con detalle la conversión de los
gentiles y causando gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén,
la Iglesia
y los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien, y ellos contaron lo
que habían hecho con la ayuda de Dios. Tras oírles, algunos fariseos que habían
abrazado la fe intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los
convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés. Entonces los apóstoles y
demás responsables se reunieron para estudiar el asunto”.
Salmo
responsorial: 122/121, 1-2.3-4a.4b-5:
«Qué alegría
cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus
umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá
suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar
el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de
David».
Evangelio según
san Juan 15, 1-8 (se lee también el 5º domingo de Pascua B):
“Jesús dijo a sus
discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento
mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé
más fruto... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo
en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada...
Si permanecéis en
mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se
realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así
seréis mis discípulos”.
Comentario:
1. -El primer «Concilio»: en Jerusalén.
Es necesario meditar atentamente esas palabras,
que dan el contexto histórico y la "cuestión debatida" en el Concilio de
Jerusalén. Desde el principio se presentaron cuestiones difíciles a
la Iglesia. La
primera y la más grave fue ésta: para bautizar a los «paganos» deben éstos
hacerse primero «judíos» y ser circuncidados. Una cierta categoría de
cristianos, muy apegados a la tradición, a quienes se designa con el término de
«judaizante», tenían mucho empeño en permanecer fieles a la Ley
de Moisés, que practicaban antes de su conversión a Jesucristo... pero que
también hubieran querido imponer "la costumbre mosaica" a todos los convertidos
venidos del paganismo. La cuestión era de una extrema gravedad Mantener las
obligaciones de
la Ley
de Moisés, sobre todo la circuncisión, -era desanimar a los paganos -el
cristianismo habría quedado como una secta del judaísmo, a la vez que se habría
traicionado el mandato de Jesús de convertir al mundo entero... -era sobre todo
pensar que la fe en Jesucristo no era suficiente -sino que la práctica de la Ley
era también necesaria-... Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén para tratar esta
cuestión. «Cuestión», «litigio», agitación y discusiones vivas... entre dos
grupos y dos mentalidades en la Iglesia
(Noel Quesson). “La situación de Antioquía nos hace pensar que a lo largo de la
historia, y también seguramente ahora, hay en una comunidad cristiana momentos
de tensión. Porque nacen de por sí, o por la necesidad de adaptarse a
circunstancias nuevas, o porque hay personas interesadas en sembrar confusión.
La lección que nos dan aquellos primeros cristianos es que saben dialogar. Hay
discusiones, y seguramente fuertes, pero la decisión la van a tomar sentándose a
dialogar, escuchando los unos a los otros los argumentos que tienen que aportar,
y discerniendo en común lo que es más fiel a la voluntad de Dios. También ahora
unos están más apegados a ciertas formas de ley, según la formación que han
recibido. Otros son más liberales. Unos y otros pueden estar convencidos de lo
suyo y creen que son fieles a Cristo. Pero unos y otros deben saber escuchar, no
pretender que prevalezca su opinión. Los apóstoles escucharon lo que Pablo y
Bernabé tenían que contar. También escucharon a otros -fariseos convertidos- que
eran partidarios de que «hay que exigirles que guarden la ley de Moisés». Y a su
tiempo tomaron decisiones desde la fe y desde la inspiración del Espíritu. Mejor
nos irían las cosas en una familia o en cualquier clase de comunidad si fuéramos
menos intransigentes, más capaces de dialogar y de escuchar, y de hacerlo desde
la fe. Buscando el bien común, la fidelidad a Cristo, y no la victoria personal”
(J. Aldazábal). San Efrén glosa así las palabras que Cristo dirigió a Pedro:
“Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia.
Yo te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los
edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia
sobre la tierra...Tú eres el manantial de la fuente, de la que emana mi
doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles...Yo te he dado las llaves de mi
reino”».
2. Sal. 122/121.
El salmo canta la peregrinación a Jerusalén, la ciudad santa, donde Jesús
peregrinó, y hoy van los apóstoles a hacer el primer Concilio, para proclamar el
Evangelio como un mensaje de paz (descrita en lenguaje simbólico en Ap 21,9-27).
Es la casa del Señor, al fortaleza en la fe.
3. -Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador.
Pedimos en
la Colecta
estar en la luz de
la Verdad:
«¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae
hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad
los que han sido librados de las tinieblas del error». La imagen de la viña era
tradicional en
la Biblia,
para traducir el amor de Dios para con su pueblo (Is 5,1; Jr 2,21; Ez 15,2; Os
10,1; Sal 80,9). La "viña" era el pueblo de Dios". Cuando Jesús dice: "Yo soy la
verdadera viña", afirma: "Yo soy el verdadero pueblo de Dios, el nuevo Israel".
“Mi Padre es el viñador”. En el "pueblo de Dios de hoy", es decir, en la Iglesia,
Dios está manos a la obra. El viñador cuida su viña. ¿Qué hace este viñador?
-Todo sarmiento
que no lleve fruto, mi Padre lo cortará... Todo el que dé fruto, lo podará para
que dé más fruto... La comparación del viñador es muy realista: en invierno
corta toda la madera seca y la echa al fuego... y poda una parte de la madera
buena a fin de que la savia se concentre y dé mayor número de racimos... Si una
viña no es podada, ¡acaba por no dar más que hojas! Cuando se la poda, la viña
"llora', dicen los viñadores... algunas gotas de savia fluyen antes de que se
cierre la cicatriz de la madera. Y los haces de sarmientos recogidos son
testigos de todo lo que un buen viñador ha tenido que sacrificar ¡para que la
vid dé "mas" fruto! Imagen muy penetrante del trabajo de Dios en su Iglesia.
Poda, limpia, purifica. Esto hace sufrir alguna vez. Pero es para que la cosecha
sea más abundante y mejor.
-Permaneced en mí,
y Yo en vosotros El verbo "permanecer" se pronunciará ocho veces en esta página.
La imagen: estamos unidos a Jesús como los sarmientos "a" la vid. La idea:
"permanecemos en El", estamos vitalmente unidos a El. De Cristo a nosotros
circula una sola savia, discurre una misma vida. Orar largamente a partir de
esta revelación...
-Como el sarmiento
no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si
no permanecieseis en mí. Sin mí no podéis hacer nada. Los sarmientos secos son
amontonados y se los arroja al fuego para que ardan. El sarmiento no puede
"vivir" sino en la vid. Sin este enlace muere. Tampoco yo no "vivo" sino en la
medida de mi unión vital a Cristo.
-Yo soy la vid, y vosotros, los sarmientos. El que
permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto. La mayoría de los comentaristas
atribuyen una tonalidad eucarística a esta alegoría de la "vid": la "vid" de
vida" es paralela al "pan de vida"... en los dos pasajes Jesús insiste sobre el
tema "permanecer en El" (Jn 6, 56)... el "vino eucarístico" recuerda la Vid
de donde procede. Dios nos comunica su vida Pero esto va mucho más allá de lo
que podríamos imaginar: Por extensión podría traducirse "Yo soy la viña, y
vosotros, mis sarmientos. Jesús se ve como la "viña" entera (el todo)... de la
cual nosotros formamos parte. San Pablo, reflexionando sobre esta imagen de la
viña, y pensando en la eucaristía dirá que "somos los miembros del Cuerpo de
Cristo".
-En esto será
glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto. Mucho... más todavía... Son
palabras adecuadas a Dios. El Padre "nos poda" para esto, ha dicho Jesús. ¿Me
dejo yo podar? ¿Qué fruto doy? ¿Es abundante? ¿Es suficiente? Dios es infinito.
Sin fin. En el amar, nunca se llega al fin (Noel Quesson).
“El verbo
«permanecer», en griego «menein», aparece 68 veces en los escritos de Juan: once
de ellas en este capítulo 15. Dios Padre es el viñador, el que quiere que los
sarmientos no pierdan esta unión con Cristo. Ésa es la mayor alegría del Padre:
«que deis fruto abundante». Incluso, para conseguirlo, a veces recurrirá a la
«poda», «para que dé más fruto». De entre las varias comparaciones que tienen
como clave la vid y la viña el pueblo de Israel como una viña plantada por Dios,
que se queja amargamente de que la viña en la que había puesto su ilusión no le
da frutos; los viñadores malos castigados porque no pagan al dueño-, ésta de la
cepa y los sarmientos es la que más íntimamente describe la unión vital de
Cristo con sus seguidores.
La metáfora de la vid y los sarmientos nos recuerda, por
una parte, una gozosa realidad: la unión íntima y vital que Cristo ha querido
que exista entre nosotros y él. Una unión más profunda que la que se expresaba
en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los
discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en
una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a
Pablo. El Catecismo de la Iglesia
Católica nos recuerda que esta
comunión la realiza el Espíritu: «La finalidad de la misión del Espíritu Santo
es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu es como la
savia de la vid del Padre que da su fruto en los sarmientos» (1108). Esta unión
tiene consecuencias importantes para nuestra vida de fe: «el que permanece en mí
y yo en él, ése da fruto abundante». Pero, por otra parte, también existe la
posibilidad contraria: que no nos interese vivir esa unión con Cristo. Entonces
no hay comunión de vida, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no
podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como
el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no
doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿qué grado de unión
mantengo con la cepa principal, Cristo? En un capítulo anterior, el evangelista
Juan pone en labios de Jesús otra frase muy parecida a la de hoy, pero referida
a la Eucaristía:
«el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo
vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí» (Jn 6, 56-57). La Eucaristía
es el momento más intenso de esta comunión de vida entre Cristo y los suyos, que
ya comenzó con el Bautismo, pero que tiene que ir cuidándose y creciendo día
tras día. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero luego
se prolonga -se debe prolongar- a lo largo de la jornada, en una comunión de
vida y de obras” (J. Aldazábal). Este gozo lo pedimos en el Ofertorio:
«Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios
pascuales; y, ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también
fuente de gozo incesante».
“Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos
dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su
acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes
materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque
nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque
queremos dar más fruto de santidad y de apostolado. El Señor nos limpia y
purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades,
difamaciones... “¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los
sarmientos? -Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te
poda, "ut fructum plus afferas" -para que des más fruto. / “¡Claro!: duele ese
cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en
las obras!” (san Josemaría Escrivá). También ha querido el Señor que tengamos
muy a mano el sacramento de la Penitencia,
para que purifiquemos nuestras frecuentes faltas y pecados. La recepción
frecuente de este sacramento, con verdadero dolor de los pecados, está muy
relacionada con esa limpieza de alma necesaria para todo apostolado” (F.
Fernández Carvajal).
“Por
tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza,
somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...).
Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos
sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De
aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor!
Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo;
nosotros sin Él nada”. Sarmientos, unidos a la vid: “Mirad esos sarmientos
repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido
convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón
de la gente (Cfr. Sal 103, 15), aquellos minúsculos brotes de unos meses antes.
En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran
sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la
esterilidad” (san Josermaría). Cristo es “la fuente y origen de todo apostolado
de la Iglesia,
es evidente que la fecundidad del apostolado de los laicos depende de la unión
vital que tengan con Cristo. Lo afirma el Señor: El que permanece en mí y yo en
él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Esta vida de unión
íntima con Cristo en
la Iglesia
se nutre con los auxilios espirituales comunes a todos los fieles... Los laicos
deben servirse de estos auxilios de tal forma que, al cumplir debidamente sus
obligaciones en medio del mundo, en las circunstancias ordinarias de la vida, no
separen la unión con Cristo de su vida privada, sino que crezcan intensamente en
esa unión, realizando sus tareas en conformidad con la Voluntad
de Dios” (Apostolicam
actuositatem, 4).
Comenta San Agustín: «Y si el sarmiento da poco fruto, el
agricultor lo podará para que lo dé más abundante. Pero, si no permanece unido a
la vid, no podrá producir de suyo fruto alguno. Y puesto que Cristo no podría
ser
la Vid si no fuese hombre, no
podría comunicar también esa virtud a los sarmientos si no fuera también Dios.
Pero, como
nadie puede tener vida sin la gracia, y sólo la muerte cae
bajo el poder del libre albedrío, sigue diciendo: “El que no permaneciere en Mí
será echado fuera, como el sarmiento y se secará, lo cogerán y lo arrojarán al
fuego para que arda” (Jn 15,6). «Los sarmientos de la vid son tanto más
despreciables fuera de la vid, cuanto son más gloriosos unidos a ella, y como
dice el Señor por el profeta Ezequiel (15,5), cortados de la vid, son
enteramente inútiles al agricultor y no sirven para hacer con ellos ninguna obra
de arte. El sarmiento ha de estar en uno de estos dos lugares: en la vid o en el
fuego; si no está en la vid, estará en el fuego. Permanece, pues, en la vid para
librarte del fuego».
“Nuestro peligro no viene de fuera: la peor amenaza puede
surgir de nosotros mismos al faltar al amor fraterno entre los miembros del
Cuerpo Místico de Cristo y al faltar a la unidad con la Cabeza
de este Cuerpo. La recomendación es clara: «Yo soy la vid; vosotros los
sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque
separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Las primeras generaciones de
cristianos conservaron una conciencia muy viva de la necesidad de permanecer
unidos por la caridad: He aquí el testimonio de un Padre de la Iglesia,
san Ignacio de Antioquía: «Corred todos a una como a un solo templo de Dios,
como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». He
aquí también la indicación de Santa María, Madre de los cristianos: «Haced lo
que Él os diga» (Jn 2,5)” (Antoni Carol).
“Permanecer en
Jesús. Si permanecemos en Él y Él permanece en nosotros, entonces podremos dar
frutos abundantes, pues su Palabra será fecunda en nosotros. Dios no nos quiere
en su Iglesia como parásitos, sino como aquellos que dan frutos de santidad, de
amor, de vida, de justicia, de misericordia, etcétera. Quienes vivimos en plena
comunión con Cristo y con los hermanos debemos estar en una continua conversión,
pues día a día el Padre Dios nos irá purificando de todo aquello que nos impida
dar frutos abundantes, maduros y substanciosos para alimentar al mundo con el
verdadero Pan de Vida, Cristo Jesús, que viene a darle la paz y la alegría a
nuestro corazón. Por tanto nuestra permanencia en Cristo conlleva una gran
responsabilidad de no sólo disfrutar la salvación de un modo personalista, sino
de trabajar a favor de su Evangelio para que, tanto con nuestras palabras como
con nuestro ejemplo, colaboremos para que la salvación llegue a todos.
El Señor nos ha reunido como una Comunidad unida por la
misma fe y por el mismo bautismo, para que, juntos, alabemos a nuestro Dios y
Padre. En la celebración de la Eucaristía
se lleva a cabo la verdadera unión fraterna. El Señor nos alimenta con su Cuerpo
y con su Sangre, de tal forma que en verdad nosotros permanecemos en Él y Él en
nosotros. Nosotros disfrutamos del fruto nacido del mismo Cristo para nosotros:
su Vida y su Espíritu, mediante los cuales somos elevados a la dignidad de hijos
de Dios. La Vida
de Dios circula dentro de nosotros mismos para que toda nuestra vida brote de
esa fuente, de tal forma que, desde
la Iglesia,
el mundo continúe disfrutando del amor de Dios y de la salvación que Él ofrece a
todos.
El Padre Dios comunica su misma Vida al Hijo; y el Hijo la
transmite a todo aquel que permanezca en Él para que, quien crea en Él no muera,
sino que tenga vida eterna. Y nosotros, que hemos recibido esa vida, estamos
llamados a convertirnos en un fruto maduro de vida, para alimentar a nuestros
hermanos mediante la fe, el amor, la paz, la alegría, la justicia, la
solidaridad y la preocupación constante en procurar el bien y una vida más digna
a los más desprotegidos. Por eso, la vida que hemos recibido de Dios no es para
que la encerremos para nosotros mismos, sino para que la transmitamos a los
demás, de tal forma que todos puedan tener consigo, y disfrutar, la Vida
nueva que Dios, nuestro Padre, nos ha ofrecido por medio de su Hijo, y que
quiere que llegue hasta el último rincón de la tierra por medio de su Iglesia.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, que
nos conceda la gracia de vivir nuestra unidad fraterna, nacida de la misma fe y
del mismo bautismo, que nos une a Cristo. Que conforme a esa unidad podamos
trabajar para que el Evangelio y la Salvación
llegue a la humanidad entera, hasta que todos, unidos a Cristo, podamos ser
presentados al Padre Dios para gozar, juntos, de Él eternamente. Amén”
(www.homiliacatolica.com).