San Juan 16, 5b-11:
El Espíritu Santo sigue la obra de Jesús en el mundo: nos lleva a la alegría de la salvación, y a difundirla en los demásAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Hch 16, 22-34:
22La multitud se alborotó contra ellos y los
pretores les hicieron quitar sus vestidos y mandaron azotarles.
23Después de haberles dado numerosos azotes, los
arrojaron en la cárcel y ordenaron al carcelero custodiarlos con todo cuidado.
24Este, recibida la orden, los metió en el calabozo
interior y aseguró sus pies al cepo.
25Hacia la medianoche Pablo y Silas oraban y
cantaban alabanzas a Dios, y los presos les escuchaban.
26De repente se produjo un terremoto tan fuerte que
se conmovieron los cimientos de la cárcel e inmediatamente se abrieron todas las
puertas y se soltaron las cadenas de todos.
27Despertado el jefe de la prisión, al ver abiertas
las puertas de la cárcel, sacó la espada y quería matarse pensando que los
presos se habían fugado.
28Pero Pablo le gritó con fuerte voz: No te hagas
ningún daño, que todos estamos aquí.
29El jefe de la prisión pidió una luz, entró
precipitadamente y se arrojó temblorosamente ante Pablo y Silas.
30Los sacó fuera y les dijo: Señores, ¿qué debo
hacer para salvarme?
31Ellos le contestaron: Cree en el Señor Jesús y te
salvarás tú y tu casa.
32Le predicaron entonces la palabra del Señor a él
y a todos los de su casa.
33En aquella hora de la noche los tomó consigo, les
lavó las heridas y acto seguido se bautizó él y todos los suyos.
34Les hizo subir a su casa, les preparó la mesa y
se regocijó con toda su familia por haber creído en Dios.
Salmo
responsorial: 137, 1-2a.2bc-3.7c-8:
Señor, tu derecha me salva.
«Te doy
gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para Ti. Me
postraré hacia tu santuario. Daré gracias a tu nombre: Por tu misericordia y
lealtad, porque tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me escuchaste;
acreciste el valor en mi alma. El Señor completará sus favores conmigo: Señor,
tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos».
Evangelio de Jn 16, 5b-11:
Ahora voy a quien me envió y ninguno de vosotros me
pregunta: ¿Adónde vas? Pero porque os he dicho esto, vuestro corazón se ha
llenado de tristeza; mas yo os digo la verdad: os conviene que me vaya, pues si
no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo
enviaré. Y cuando venga El, argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio:
de pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me
veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado.
Comentario:
1.
Comienzan los conflictos de Pablo y los no judíos: era de
esperar… toma forma de denuncia legal ante los magistrados locales, y alegan
alborotos y falta de religiosidad –sin mostrar la envidia que les mueve y el
afán de dinero-. También hoy vemos ataques a la libertad religiosa, con excusas
de legalidad sin mostrar los auténticos motivos ideológicos… La gente se amotinó
contra Pablo y Silas... Les arrancaron los vestidos, les azotaron con varas...
Molidos a palos, los echaron a la cárcel. ¿Por qué todo esto? Sencillamente,
porque Pablo había exorcizado a una pobre muchacha, endemoniada, que daba mucha
ganancia a sus amos por sus dotes adivinatorias. Así, los azotes recibidos en
Asia procedían de los judíos, descontentos de ver la creciente expansión de la
nueva Fe... Pero los primeros azotes, recibidos por san Pablo en Europa,
¡proceden de una historia de brujería! Señor, ¿qué es lo que quieres decirme,
por medio de estos detalles? La violencia es de todos los tiempos. En todo
tiempo se ha tratado de impedir a
-“Hacia
la medianoche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios, y los otros
prisioneros los escuchaban”. Viven esa bienaventuranza. Son felices. ¡Cantan! Su
actitud misma es una predicación del Evangelio: los otros prisioneros parecen
sorprendidos: ¡Gente "molida a palos" y cantando! Esto ha de tener una
explicación... Dios es el todo de su vida. En las dificultades de la vida puede
suceder que uno se rebele, y así es a veces. O bien, de modo un tanto
misterioso, uno puede aceptar la extraña "bienaventuranza": ¡Felices los que
lloran! Repítenos, Señor, cómo ha de ser asumido el sufrimiento para que se
convierta en un valor. No es porqué sí -por nada- que se está contigo en la
cruz, porque no es porque sí -por nada- que Tú estuviste primero en la cruz. De
hecho, ¿por qué, Señor, padeciste en la cruz? Muéstranos esa verdad…
-“De
repente, un terremoto... la puertas de la cárcel quedan abiertas... El carcelero
se despierta y quiere suicidarse creyendo que los presos habían huido”. El pobre
hombre, al cuidado y servicio de la cárcel está perturbado. Se cree en falta.
-“Pablo
le grita al carcelero: «No te hagas ningún mal, estamos todos aquí. Cree en el
Señor Jesús y te salvarás tú y toda tu familia.»” ¡Divertida situación! Es el
prisionero quien reconforta a su guardián y quien le comunica la "buena
noticia": ¡no te hagas ningún mal! ¡Dios no quiere el mal de los hombres! ¡Dios
quiere que la humanidad sea feliz!
-“En
seguida el carcelero los llevó consigo a su habitación, lavó sus heridas,
preparó la mesa y exultó de gozo con toda su familia”. La no-violencia desarma.
Extraña escena final, en la que se ve al verdugo curando a la víctima y
recibiéndola en su mesa familiar. Escena simbólica. ¿Es quizá el anuncio del
mundo de mañana? ¿Cómo puedo comprometerme en esta vía ya desde HOY? ¿Con quién
puedo reconciliarme?
-“Exaltó
de gozo, por haber creído en Dios”. Después de una comerciante, ahora un policía
del Imperio. La fe progresa... como la alegría que la acompaña. Alegría y fe.
¡Aumenta nuestra fe, Señor! ¡Aumenta nuestra alegría, Señor! Y que la cruz no
sea fuente de tristeza (Noel Quesson).
El
relato es una buena muestra del entramado de hechos y narraciones maravillosas…:
todo esto, que constituyó las delicias de los primeros lectores y de tantas
generaciones de creyentes hasta hoy, puede convertirse en piedra de escándalo
para los lectores de nuestro mundo secular, puede hoy sonar a raro... y sin
embargo es la presencia del Espíritu anunciada por Jesús, que continúa en la
historia. Podemos también apreciar la tendencia redaccional de Lucas a
establecer paralelos en el curso de la narración: compárese el caso de la
pitonisa (16-18) con el del poseso de Cafarnaún (Lc 4,33-36), la liberación
milagrosa de Pablo y Silas (25-34) con la de los apóstoles y Pedro (Hch 5,17-20;
12,1-11). También debemos resaltar en este relato la valiente actitud de Pablo,
que no duda en invocar sus derechos de ciudadano romano (cf. también 22,25-28 Y
25,10-12) y fuerza a los magistrados a presentar excusas. Eso nos lleva a no
hacer dejación de derechos que son deberes, y defenderlos sin dejar que nos
aplasten en nuestras libertades civiles (cf. F. Casal).
Ayer
tocaba éxito. Hoy, la persecución, la paliza y la cárcel. Instruye en la fe al
carcelero y a toda su familia, y les bautiza (es una de las primeras
experiencias de bautismo de niños), y todo termina en una fiestecita en casa del
carcelero. Lo que podía haber sido un fracaso, termina bien. Y Pablo y los suyos
pueden seguir predicando a Cristo, aunque deciden salir de Filipos, por la
tensión creada. Pablo podía cantar con toda razón el salmo que hoy cantamos
nosotros: «Señor, tu derecha me salva... te doy gracias de todo corazón...
cuando te invoqué, me escuchaste». ¿Cuántas “palizas” hemos recibido nosotros
por causa de Cristo?, ¿cuántas veces hemos sido “detenidos”? Quizá ante
dificultades mucho menores que las de Pablo, hemos perdido los ánimos. ¿Seríamos
capaces de estar a medianoche, molidos de una paliza, cantando salmos con
nuestros compañeros de cárcel? Pablo nos interpela en nuestra actuación como
cristianos en este mundo. La comunidad cristiana está empeñada también hoy,
después de dos mil años, en la evangelización: en guiar a la fe a los niños, a
los jóvenes, a los ambientes profesionales, a los medios de comunicación, a las
comunidades parroquiales, a los ancianos, a los enfermos... Cada uno de
nosotros, no sólo nos hemos de conformar con creer nosotros, sino que debemos
intentar dar testimonio de Cristo a los demás, de la mejor manera posible y con
toda la pedagogía que las circunstancias nos aconsejen. Pero con la valentía y
la decisión de Pablo. ¿Sabemos aprovechar toda circunstancia en nuestra vida
para seguir anunciando a Jesús, como hizo Pablo en el episodio del carcelero?
(J. Aldazábal).
Me impresiona en esta escena, desde siempre, ver el ímpetu
del carcelero, esclavo de la obligación, que pasa de querer quitarse la vida por
no cumplir la ley (escena digna de “Los miserables” de Victor Hugo) a ser un
hombre libre, que libera Pablo sin importarle ya su vida (pues tiene la Vida).
El efecto de la fe es la salvación. Quien cree vive ya como un salvado, como
alguien que sabe por qué y para qué existe, que se siente amado, libre, con
razones para esperar. ¿Puede ser creíble lo que llamamos fe cuando no produce en
nosotros frutos de salvación? Se trata, además, de una salvación de largo
alcance: afecta también a quienes comparten nuestra vida. Hoy somos tan
absolutamente sensibles al individuo que nos cuesta entender eso de que se pueda
bautizar una familia entera (caso de Lidia) o de que se prometa la salvación a
otra familia (caso del carcelero; cf.
gonzalo@claret.org).
Comenta San Juan Crisóstomo: «Ved al carcelero venerar a los Apóstoles. Les
abrió su corazón, al ver las puertas de la prisión abiertas. Les alumbra con su
antorcha, pero es otra la luz que ilumina su alma... Después les lavó las
heridas y su alma fue purificada de las inmundicias del pecado. Al ofrecerles un
alimento, recibe a cambio el alimento celeste... Su docilidad prueba que creyó
sinceramente que todas las faltas le habían sido perdonadas» (cf. los
comentarios de la Biblia de Navarra, con citas de Padres de la Iglesia, sobre
estos pasajes): «Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos
misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención,
sean también fuente de gozo incesante» (Ofertorio).
2.
Comienza el salmo con la alabanza a Dios por
los bienes recibidos, pues «Cristo tenía que padecer y resucitar de entre los
muertos, para entrar en su gloria. Aleluya. (cf. Lc 24,46.26; ant. comunión):
«con alegría
y regocijo demos gloria a Dios, porque el Señor ha
establecido su reinado. Aleluya» (Ap 19, 7.6). Es la petición de la colecta de
hoy: «Que tu pueblo, Señor,
exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en
el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su
esperanza de resucitar gloriosamente».
Es
un canto de acción de gracias, que a su vez dispone el corazón del orante para
terminar en súplica confiada. Este salmo proclama la "trascendencia" de Dios:
"¡qué grande es tu gloria!" Jesús lo hizo suyo al proclamar ¡La gloria del
Padre! "Santificado sea tu nombre, venga tu reino". "Padre, glorifica tu
nombre". (Juan 12,28). "Que vuestra luz brille ante los hombres, para que viendo
vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt
5,16). Dar gloria al Padre, que se manifiesta también en el amor a los humildes,
a los pequeños... Esta "mirada" divina que transforma las situaciones,
desinflando a los orgullosos, y exaltando a los pequeños. Escuchamos,
anticipadamente el canto de acción de gracias del Magníficat. Para Jesús, la
"grandeza del Altísimo", lejos de ser un poder aterrador, era la seguridad llena
de dulzura de que un amor todopoderoso se ocupa de esta creación hecha por El.
"Ni un pajarillo cae a tierra sin que vuestro Padre celestial lo vea". Y
continúa el salmo: "por excelso que sea el Señor, atiende al más humilde".
Fórmulas como éstas, nos muestran hasta qué punto Jesús estaba familiarizado con
el pensamiento de los salmos.
El
redescubrimiento de la "adoración". Mientras más se manifiesta el mundo moderno
como un mundo vacío de Dios y de sentido, hombres y mujeres experimentan por
contraste el deseo de una gran "respiración" en "aquello que los supera": la
opinión cada vez más frecuente de que el hombre es pequeño, de que la naturaleza
y el cosmos son más grandes que nosotros. Esto ha sido siempre verdad. No es
nada nuevo. Pero puede llevar al hombre contemporáneo hacia "el más allá de
todo", Dios. Hay días en que estamos forzados a reconocer que "¡Dios es el más
fuerte!" Y lo que llama la atención, como dice el salmo, es que nuestra derrota
aparente, nuestra confesión, se convierten maravillosamente en acción de
gracias. Porque el poder, la trascendencia de Dios es de amarnos con amor de
"Hessed", de ternura hacia los más pequeños. Entonces, alegre, me rindo, me doy
por vencido, y estoy feliz. ¡Adoro la prodigiosa grandeza de tu amor que supera
todo!
El
redescubrimiento del "amor"... Del amor de Dios para nosotros. Pensamos
demasiado en los esfuerzos que tenemos que hacer para amar a Dios. ¡Dejémonos
amar por El! ¡No sé si te amo, Señor, pero si de algo estoy seguro, es que Tú me
amas! Y este amor, el tuyo, es eterno... Aun si el mío es voluble, pasajero,
infiel. Para Ti, lo "dado" es dado. Lo "prometido, es prometido". "Te doy
gracias por tu palabra". La fidelidad conyugal, los esfuerzos que muchas parejas
tienen que hacer para mantenerla y acrecentarla, son gracia de Dios. ¡La fuente
del amor es Dios! "Todo hombre que ama verdaderamente, conoce a Dios", nos dice
San Juan (Juan 4,7-8). Hagamos la experiencia: somos amados de Dios, y "el
otro-difícil-de-amar" ¡es también amado por Dios! Eso cambia todo. Nos
preguntamos a veces cómo Jesús pudo decir: "amad a vuestros enemigos". Pues
bien, meted en la cabeza y en el corazón que Dios, El, ama a vuestros enemigos.
Entonces, si decís que amáis a Dios... sacad la conclusión.
El
universalismo del proyecto de Dios. Que Israel, pueblo "escogido", haya podido,
hace más de 20 siglos, pensar en una religión universal, en una inmensa "acción
de gracias" que sube de todos los pueblos, da una idea de la verdad de su
experiencia religiosa. Nosotros, creyentes de hoy, no pensamos a veces que
nuestras "eucaristías" no son un pequeño culto de privilegiados, sino la inmensa
proa de este navío que lleva hacia Dios la humanidad, ¡lo sepa ella o no! Las
pobres eucaristías de nuestras grandes ciudades paganas... son la punta de lanza
de la caravana humana. ¡Un día, "todos los reyes, todos los pueblos, celebrarán
la acción de gracias" que es ya la nuestra por el amor y la verdad de Dios que
se han revelado en Jesucristo muerto y resucitado por nosotros!
"¡No
abandones Señor, la obra de tus manos!" Oración que debemos repetir,
constantemente, en el mundo de hoy. Dios en acción, hoy. Y si mi oración no es
perezosa... Yo también, Señor, en acción contigo. En "acción"... ¿para hacer
qué? Para amar, porque "Dios es amor" (Noel Quesson). Así lo comentaba Juan
Pablo II: “El himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que
constituye el salmo 137, atribuido por la tradición judía al rey David, aunque
probablemente fue compuesto en una época posterior, comienza con un canto
personal del orante. Alza su voz en el marco de la asamblea del templo o, por lo
menos, teniendo como referencia el santuario de Sión, sede de la presencia del
Señor y de su encuentro con el pueblo de los fieles.
En
efecto, el salmista afirma que «se postrará hacia el santuario» de Jerusalén
(cf. v. 2): en él canta ante Dios, que está en los cielos con su corte de
ángeles, pero que también está a la escucha en el espacio terreno del templo
(cf. v. 1). El orante tiene la certeza de que el «nombre» del Señor, es decir,
su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y
misericordia, signos de la alianza con su pueblo, son el fundamento de toda
confianza y de toda esperanza (cf. v. 2).
Aquí la
mirada se dirige por un instante al pasado, al día del sufrimiento: la voz
divina había respondido entonces al clamor del fiel angustiado. Dios había
infundido valor al alma turbada (cf. v. 3). El original hebreo habla
literalmente del Señor que «agita la fuerza en el alma» del justo oprimido: es
como si se produjera la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y
los temores, infunde una energía vital nueva y aumenta la fortaleza y la
confianza…
Como
proclama Isaías, «así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo
nombre es Santo: "En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el
humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para
avivar el ánimo de los humillados"» (Is 57,15). Por consiguiente, Dios opta por
defender a los débiles, a las víctimas, a los humildes (...) el orante vuelve a
la alabanza personal (cf. Sal 137,7-8). Con una mirada que se dirige hacia el
futuro de su vida, implora una ayuda de Dios también para las pruebas que aún le
depare la existencia. Y todos nosotros oramos así juntamente con el orante de
aquel tiempo… Las palabras conclusivas del Salmo son, por tanto, una última y
apasionada profesión de confianza en Dios porque su misericordia es eterna. «No
abandonará la obra de sus manos», es decir, su criatura (cf. v. 8). Y también
nosotros debemos vivir siempre con esta confianza, con esta certeza en la bondad
de Dios.
Debemos
tener la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas
que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca
caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora
nos siguen en el itinerario de la vida. Como confesará san Pablo, «Aquel que
inició en vosotros la obra buena, él mismo la llevará a su cumplimiento» (Flp
1,6).
Así
hemos orado también nosotros con un salmo de alabanza, de acción de gracias y de
confianza. Ahora queremos seguir entonando este himno de alabanza con el
testimonio de un cantor cristiano, el gran san Efrén el Sirio (siglo IV), autor
de textos de extraordinaria elevación poética y espiritual.
«Por más
grande que sea nuestra admiración por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestra
lengua puede expresar», canta san Efrén en un himno, y en otro: «Alabanza a ti,
para quien todas las cosas son fáciles, porque eres todopoderoso»; y éste es un
motivo ulterior de nuestra confianza: que Dios tiene el poder de la misericordia
y usa su poder para la misericordia. Una última cita de san Efrén: «Que te
alaben todos los que comprenden tu verdad»”. En la Postcomunión pedimos:
«Escucha, Señor, nuestras oraciones, para que este santo intercambio, en el que
has querido realizar nuestra redención, nos sostenga durante la vida presente y
nos dé las alegrías eternas».
3. En su primer discurso después de
Quisiera proponer tres aspectos de reflexión, de oración.
Primero: no estamos solos, tenemos en nosotros, en cada uno de nosotros, en la
realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu.
Es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello. Segundo:
este don del Espíritu nos ha sido dado para ser testigos de Jesucristo. Es
decir, pide de nosotros una coherencia de vida según el evangelio de Jesús. Cada
vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento de Jesucristo.
Tercero: nuestra oración debe ser PEDIR con toda confianza esta venida a
nosotros del Espíritu de Jesús, del Espíritu de Dios. Para que fecunde nuestra
vida de cada día. Pidámoslo hoy y durante toda la semana. -Voy al que me ha
enviado... Voy al Padre... Jesús está a pocas horas de su muerte. El lo sabe. Lo
ha dicho. Lo comenta así. Es para El algo muy simple, como un "retorno a casa".
Sé a dónde voy... Alguien me espera... Soy amado... Voy a encontrar a Aquel a
quien amo... Dejo resonar en mí estas palabras. Pensando en mi propia muerte,
son también estas palabras las que he de repetir después de Jesús y con El. Paz.
Certidumbre. Gozo íntimo. -Ninguno de vosotros me pregunta "¿A dónde vas?"
Atmósfera de partida. Como cuando en el andén del tren o en el aeropuerto, se
abraza a un ser querido que se va por mucho tiempo. -Antes, porque os hablé de
estas cosas, vuestro corazón se llenó de tristeza. Mientras Jesús estaba con
ellos, era una "Presencia" reconfortante. El anuncio de su partida ahoga
cualquier otra reflexión. Más tarde, quizá, llegarán a dominar su tristeza
porque comprenderán la "significación" de esta partida: el retorno de Jesús al
Padre, el paso a
‘La
conversión exige el reconocimiento del pecado, y éste, siendo una verificación
de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser
al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: "Recibid
el Espíritu Santo". Así, pues, en este "convencer en lo referente al pecado"
descubrimos una 'doble dádiva': el don de la verdad de la conciencia y el don de
la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito’ (DeV 31)”.
Juan
Pablo II lo explicó con más detalle: “Cuando ya era inminente para Jesús el
momento de dejar este mundo, anunció a los apóstoles "otro Paráclito". Durante
la cena pascual precisamente lo llama Paráclito, Consolador y también Intercesor
o Abogado. "El Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que yo he dicho". No sólo seguirá inspirando la
predicación del Evangelio de salvación, sino que también ayudará a comprender
mejor el justo significado del contenido del mensaje de Cristo, asegurando su
continuidad e identidad de comprensión en medio de las condiciones y
circunstancias mudables. El Espíritu de la verdad, dice luego, "os guiará hasta
la verdad completa"... el misterio de Cristo en su globalidad. En el Espíritu
Santo la Iglesia continúa incesantemente la presencia histórica del Redentor
sobre la tierra y su obra salvífica.
El
Espíritu Santo vendrá cuando Cristo se haya ido por medio de la Cruz; vendrá no
sólo después, sino como causa de la Redención realizada por Cristo por voluntad
del Padre. Así, en el discurso pascual de despedida, se llega al cúlmen de la
revelación trinitaria. Dios, en su vida íntima, "es amor", amor esencial, común
a las tres Personas divinas. El Espíritu Santo es Amor personal, es
Persona-Amor. Es Amor-Don increado del que deriva como de una fuente toda dádiva
a las criaturas: la donación de la existencia a todas las cosas mediante la
creación y donación de la gracia a los hombres mediante la economía de la
salvación.
Cristo,
describiendo su partida como condición a la venida del Paráclito une un nuevo
inicio porque entre el primer inicio y toda la historia del hombre -empezando
por el pecado original- se ha interpuesto el pecado que es contrario a la
presencia del Espíritu de Dios, contrario a la comunicación salvífica de Dios al
hombre. A costa de la Cruz redentora, y por la fuerza de todo el misterio
pascual de Jesucristo, el Espíritu Santo viene para quedarse desde el día de
Pentecostés, para estar con la Iglesia y en la Iglesia y, por medio de ella, en
el mundo. De este modo se realiza definitivamente el nuevo inicio de la
comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo por obra de Jesucristo,
Redentor del hombre y del mundo.
Jesús,
en el discurso del Cenáculo, añade: "Y cuando él venga, convencerá al mundo en
lo referente al pecado, a la justicia y al juicio. En lo referente al pecado,
porque no creen en mí; en lo referente a la justicia, porque me voy al Padre y
ya no me veréis; en lo referente al juicio porque el príncipe de este mundo está
juzgado". En el pensamiento de Jesús, el pecado, la justicia y el juicio tienen
un sentido muy preciso, distinto al que quizá alguno sería propenso a
atribuir... Esta misión del Espíritu Santo es convencer al hombre de la
salvación definitiva en Dios, del juicio o condenación con la que ha sido
castigado el pecado de Satanás, "príncipe de este mundo". El Espíritu Santo al
mostrar en el marco de la Cruz de Cristo el pecado, hace comprender que su
misión es la de "convencer" también en lo referente al pecado que ya ha sido
juzgado definitivamente. El Concilio explica cómo entiende el mundo: "la entera
familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que éste
vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y
victorias; el mundo que los cristianos creen fundado y conservado por el amor
del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por
Cristo crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se
transforme según el propósito divino y llegue a su consumación" (GS, 2)...
En la
raíz del pecado humano está la mentira como radical rechazo de la verdad. Por
consiguiente, el Espíritu que "todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios",
conoce desde el principio lo íntimo del hombre. El Espíritu de la verdad conoce
la realidad originaria del pecado, causado en la voluntad del hombre por obra
del "padre de la mentira", de aquel que ya está juzgado. Al hombre, creado a
imagen y semejanza de Dios, el Espíritu Santo da como don la conciencia... es
para el hombre la luz de la conciencia y la fuente del orden moral. A pesar de
todo el testimonio de la creación y de la economía salvífica, el espíritu de las
tinieblas es capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante
todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza. Esto lo
vemos confirmado en nuestros días en los que las ideologías ateas intentan
desarraigar la religión en base al presupuesto de la "alineación del hombre",
como si el hombre fuera expropiado de su humanidad cuando, al aceptar la idea de
Dios, le atribuye lo que pertenece al hombre y exclusivamente al hombre. El
rechazo de Dios ha llegado hasta la declaración de su "muerte". Esto es un
absurdo conceptual pero la ideología de la "muerte de Dios" amenaza al hombre,
como indica el Vaticano II cuando sometiendo a análisis la cuestión de la
"autonomía de la realidad terrena", afirma: "La criatura sin el Creador se
esfuma... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida".
Convencer al mundo del pecado quiere decir demostrar el mal contenido en él. La
Iglesia cree y profesa que el pecado es una ofensa a Dios. Si el pecado ha
engendrado el sufrimiento del hombre, en Jesús redentor, en su humanidad se
verifica el sufrimiento de Dios. En el sacrificio del Hijo del hombre el
Espíritu Santo está presente y actúa del mismo modo con que actuaba en su
concepción, en su vida oculta y en su ministerio público. El Espíritu Santo
actuó de manera especial en el sacrificio de la Cruz para transformar el
sufrimiento en amor redentor. En el Antiguo Testamento se habla varias veces del
"fuego del cielo" que quemaba los sacrificios. El Espíritu Santo desciende al
centro mismo del sacrificio que se ofrece en la Cruz: él consuma este sacrificio
con el fuego del amor que une al Hijo con el Padre.
¿Por qué
la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable? Por que la blasfemia
consiste en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece por medio del
Espíritu Santo que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz y encuentra una
resistencia interior, como una impermeabilidad de la conciencia, una "dureza de
corazón". En nuestro tiempo a esta actitud de mente y corazón corresponde quizá
la pérdida del sentido del pecado, el rechazo de los Mandamientos de Dios "hasta
el desprecio de Dios". La conversión es purificación de la conciencia por medio
de la sangre del Cordero.
Bajo el
influjo del Paráclito se realiza la conversión del corazón humano que es
condición indispensable para el perdón de los pecados. Sin una verdadera
conversión que implica una contrición interior, y sin un propósito sincero y
firme de enmienda, los pecados quedan "retenidos", como afirma Jesús. La
Redención es realizada por la sangre del Hijo del hombre, "sangre que purifica
nuestra conciencia". Esta sangre pues, abre al Espíritu Santo el camino hacia la
intimidad del hombre, es decir, hacia el santuario de las conciencias.
Si la
conciencia es recta, ayuda entonces a resolver con acierto los numerosos
problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Fruto de la
recta conciencia es llamar por su nombre al bien y al mal como hace la
Constitución conciliar Gaudium et spes: "Cuanto atenta contra la vida
-homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo
suicidio deliberado-; cuanto viola la integridad de la persona, como por ejemplo
la mutilación, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para
dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana como las condiciones
infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la
esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones
laborales degradantes que reducen al operario al rango de mero instrumento de
lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana". Y
después de haber llamado por su nombre a los numerosos pecados tan frecuentes y
difundidos en nuestros días, el mismo documento conciliar añade: "Todas estas
prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, que degradan la
civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son
totalmente contrarias al honor debido al Creador" (GS,16).
El
Espíritu Santo convence en lo referente al pecado y así el hombre, lejos de
dejarse enredar en su condición de pecado, apoyándose sobre todo en la voz de su
conciencia, "ha de luchar continuamente para acatar el bien y sólo a costa de
grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la
unidad de sí mismo" (GS,37).
La
Iglesia no cesa de implorar a Dios la gracia de que no disminuya la rectitud en
las conciencias humanas, que no se atenúe su sana sensibilidad ante el bien y el
mal... tan unida a la acción íntima del Espíritu de la verdad.
Por
desgracia, la cercanía y presencia de Dios en el hombre y en el mundo, encuentra
resistencia y oposición. En el hombre, ser compuesto espiritual y corporal,
existe una cierta tensión, una cierta lucha entre el "espíritu" y la "carne",
herencia del pecado. No se trata de discriminar o condenar el cuerpo... La obra
del Espíritu "que da vida" alcanza su cúlmen en el misterio de la Encarnación
con el que se abre la fuente de la vida divina en la historia de la humanidad:
el Espíritu Santo. El Verbo, "primogénito de toda la creación", se convierte en
"el primogénito entre muchos hermanos" y así llega a ser también la cabeza del
cuerpo que es la Iglesia... y es en la Iglesia la cabeza de la humanidad: de los
hombres de toda nación, raza y cultura, lengua y continente, que han sido
llamados a la salvación.
"La
Palabra se hizo carne... a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse
hijos de Dios". Hijos de Dios son, en efecto, los que son guiados por el
Espíritu de Dios. La filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre
la base del misterio de la Encarnación. Por tanto, aquella filiación divina,
insertada en el alma humana con la gracia santificante, es obra del Espíritu
Santo.
Es
necesario ir más allá de la dimensión histórica del hecho; es necesario
insertar, abarcando con la mirada de fe, los dos milenios de la acción del
Espíritu de la verdad... Pero hay que mirar atrás, aun antes de Cristo: desde el
principio, en todo el mundo y, especialmente en la economía de la antigua
alianza. El Concilio Vaticano II nos recuerda la acción del Espíritu Santo
incluso fuera del cuerpo visible de la Iglesia. Nos habla justamente de "todos
los hombres de buena voluntad en cuyo corazón obra la gracia de modo visible.
Dios es espíritu y los que adoran deben adorar «en espíritu y verdad»". Estas
palabras las pronunció Jesús en su diálogo con la samaritana.
Orando,
la Iglesia profesa incesantemente su fe: existe en nuestro mundo creado un
Espíritu que es un don increado. Es el Espíritu del Padre y del Hijo; como el
Padre y el Hijo es increado, inmenso, eterno, omnipotente, Dios y Señor. A Él se
dirige la Iglesia a lo largo de los intrincados caminos de la peregrinación del
hombre sobre la tierra; y pide de modo incesante la rectitud de los actos
humanos como obra suya; pide el gozo y el consuelo; pide la gracia y las
virtudes; pide la salvación eterna, la felicidad, la alegría; pide "justicia,
paz y gozo en el Espíritu Santo", en el que, según san Pablo, consiste el reino
de Dios”.
Nos duele no ver a Jesús, pero en la Eucaristía y las
demás manifestaciones del Espíritu de la Verdad (entre paréntesis, los pecados
imperdonables pienso que son los que cierran el corazón al perdón: presunción y
desesperación, por eso es tan importante promover hoy la Divina misericordia),
Él continúa entre nosotros, como explica San Agustín: «Veía la tormenta que
aquellas palabras suyas iban a levantar en sus corazones, porque, careciendo aún
del espiritual consuelo del Espíritu Santo, tenían miedo a perder la presencia
corporal de Cristo y, como sabían que Cristo decía la verdad, no podían dudar de
que le perderían, y por eso se entristecían sus afectos humanos al verse
privados de su presencia carnal. Bien conocía Él lo que les era más conveniente,
porque era mucho mejor la visión interior con la que les había de consolar el
Espíritu Santo, no trayendo un cuerpo visible a los ojos humanos, sino
infundiéndose Él mismo en el pecho de los creyentes... Os conviene que esta
forma de sierpe se separe de vosotros: como Verbo hecho carne, vivo entre
vosotros, pero no quiero que continuéis amándome con un amor carnal... Si no os
quitare los tiernos manjares con que os he alimentado no apeteceréis los
sólidos... No podéis tener el Espíritu de Cristo mientras persistáis en conocer
a Cristo según la carne... Después de la partida de Cristo, no solamente el
Espíritu Santo, sino también el Padre y el Hijo estuvieron
en ellos espiritualmente...».
“Promesa hecha realidad de forma impetuosa en el día de
Pentecostés, diez días después de