San Juan 20,19-23:
La efusión del Espíritu Santo nos lleva a acoger el Amor divino y con nuestra vida darlo a los demásAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2,1-11:
Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés.
De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa
donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se
repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu
le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de
todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron
desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente
sorprendidos preguntaban:
-¿No son galileos todos esos que están
hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua
nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas,
otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia
o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos
somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y
árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia
lengua.
Salmo responsorial 103,1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34:
R/. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la
tierra.
[o, Aleluya]
Bendice,
alma mía, al Señor. / ¡Dios mío, qué grande eres! / Cuántas son tus obras,
Señor; / la tierra está llena de tus criaturas. / Les retiras el aliento, y
expiran, / y vuelven a ser polvo; / envías tu aliento y los creas, / y repueblas
la faz de la tierra. / Gloria a Dios para siempre, / goce el Señor con sus
obras. / Que le sea agradable mi poema, / y yo me alegraré con el Señor.
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 12,3b-7. 12-13:
Hermanos:
Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es
bajo la acción del Espíritu Santo.
Hay diversidad de dones, pero un mismo
Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de
funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta
el Espíritu para el bien común.
Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene
muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un
solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y
libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,19-23:
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana,
estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los
judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y
el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús
repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también
os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y
les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos.
Comentario:
La fiesta judía de Pentecostés, que conmemoraba la
promulgación de
1.
El simbolismo del viento
impetuoso y del fuego indica cómo el Espíritu Santo
transforma a los primeros cristianos en testigos valientes, predicadores
enardecidos de la Buena Noticia. Se da a
Durante su narración, Lucas hace alusión varias veces a la
alianza y a la asamblea del desierto. Ya es significativa la conexión entre
Ascensión y Pentecostés: es necesario que Cristo "suba" para que el Espíritu sea
"dado". Esta idea está tomada del Sal 67/68, 19 (Act 2, 33) que se cantaba en la
liturgia judía de Pentecostés, y los targum del judaísmo aplicaban estos
versículos a Moisés que "sube" al Sinaí para que "desciendan" la alianza y la
ley (Dt 30, 12-13; cf. Jn 16,7). Además, el ruido, el viento y la violencia
mencionados en el v. 2 son los rasgos característicos de la alianza del Sinaí
(Heb 12, 18-19; Ex 19,16). Estas manifestaciones "llenan la casa" del mismo modo
que el Sinaí quedó totalmente invadido (Ex 19, 18). El ruido viene del cielo
como el que retumba sobre la montaña (Ex 19, 3; Dt 4, 36). Las lenguas de fuego
se explican igualmente en el contexto del Sinaí (v. 3). Muchos targum imaginaban
que la voz que se manifestó en el Sinaí se dividía en siete o setenta lenguas
para manifestar el universalismo de su mensaje:
San
Lucas pasa a describir los efectos del carisma de la glosolalia (vv. 5-11),
"hablar en lenguas": ¿se trataba de sonidos sin sentido para el oído humano, o
de varias lenguas que se hablaban simultáneamente? Este carisma se produjo
repetidas veces en las comunidades primitivas: en Corinto (1 Cor 12, 30; 13, 1;
14, 2-29), en Cesarea (Act 10, 45-46) y en Efeso (Act 19, 6). Ahora bien: todos
estos testimonios hacen de este fenómeno, por oposición a la profecía, un
carisma que sirve más para alabar a Dios que para instruir a la asamblea (v. 11;
cf. 1 Cor 14, 2, 14-15; Act 10, 46). Se trata, pues, de un "hablar a Dios" que
puede sonar de modo extraño a los no iniciados (vv. 12-13; cf. 1 Cor 14, 23) y
que sería una lengua extática ininteligible (cf. 1 Sam 10, 5-6; 10, 13),
manifestación más o menos psicológica que es interpretada como prenda de la
futura espiritualización del hombre. Pero aquí no se trata de un "hablar a Dios"
sino en un "hablar a los hombres" en varias lenguas, y tiene un carácter
universal (cf. también Lc 3, 6; Act 28, 28; Lc 24, 47; Act 1, 8; 13, 47, etc.),
aquí las naciones sólo se presentan de un modo simbólico en una lista de pueblos
(vv. 9-10). La Iglesia es católica: su misión es universal. Ya hemos visto
durante las lecturas pascuales la predicación de San Pablo a los paganos. El
Espíritu actúa en cada Eucaristía como en un nuevo Pentecostés. Reunidos en
torno a Cristo resucitado, los hijos adoptivos dan gracias por El, con El y en
El. Y los ausentes están, en cierto modo, presentes, pues la convocación que
reúne a los "presentes" mira a todos los hombres y está orientada a que los
"reunidos" se hagan "congregadores" de los ausentes (Maertens-Frisque).
San
Agustín comenta: “Hoy celebramos la llegada del Espíritu Santo. En efecto, el
Señor envió desde el cielo el Espíritu Santo prometido ya en la tierra. De esta
manera había prometido ya enviarlo desde el cielo: Él no puede venir en tanto no
me vaya yo; mas, una vez que yo me haya ido, os lo enviaré (Jn 16,7). Por eso
padeció, murió, resucitó y ascendió; sólo le quedaba cumplir la promesa. Era lo
que esperaban sus discípulos, ciento veinte personas, según está escrito; es
decir, diez veces el número de los apóstoles. Eligió, en efecto, a doce y envió
el Espíritu sobre ciento veinte. A la espera de esta promesa, estaban reunidos
en oración en una casa, puesto que deseaban ya con la fe lo mismo que con la
oración y anhelo espiritual. Eran odres nuevos a la espera del vino nuevo del
cielo, que llegó. Aquel gran racimo había sido ya pisado y glorificado. Leemos,
en efecto, en el evangelio: Aún no se había dado el Espíritu, porque Jesús aún
no había sido glorificado (Jn 7,39).
Ya
habéis escuchado cuál fue su respuesta: un gran milagro. Ninguno de los
presentes había aprendido más de una lengua. Vino el Espíritu Santo, los llenó a
todos, y comenzaron a hablar en las distintas lenguas de todos los pueblos, que
ni conocían ni habían aprendido. Se las enseñaba, el que había venido; entró a
ellos y los llenó hasta rebosar. Y ésta era entonces la señal: todo el que
recibía el Espíritu, nada más sentirse lleno de él, hablaba en las lenguas de
todos. Y esto no sólo los ciento veinte. Las mismas Escrituras nos informan de
que luego creyeron otros hombres, que fueron bautizados, recibieron el Espíritu
Santo y hablaron en las lenguas de todos los pueblos. Los presentes se
asustaron, unos admirándose, otros burlándose, hasta el punto de decir: “Esos
están borrachos y llenos de vino” (Hch 2,1-13). Lo decían en plan de burla, pero
algo cierto decían: eran odres llenos de vino nuevo. Cuando se leyó el evangelio
oísteis: “Nadie echa el vino nuevo en odres viejos” (Mt 9,17). El hombre carnal
no comprende las cosas del Espíritu. La carne es vetustez, la gracia novedad.
Cuanto más se renueve el hombre para mejor, tanto más comprenderá, porque
gustará de lo verdadero. Borbotaba el mosto, y de este borboteo fluían las
lenguas de los pueblos.
¿Acaso, hermanos, no se otorga ahora el Espíritu Santo?
Quien así piense, no es digno de recibirlo. También ahora se da. «¿Por qué,
entonces, nadie habla en las lenguas de todos los pueblos, cómo las hablaban los
que entonces estaban llenos del Espíritu Santo? ¿Por qué? Porque se ha cumplido
lo significado mediante aquel hecho. ¿Qué cosa? Recordad que cuando celebramos
el día cuarenta después de Pascua, os indiqué que nuestro Señor Jesucristo nos
confió
En
efecto, el que aquella minúscula Iglesia hablase las lenguas de todos los
hombres, ¿qué significaba sino que esta gran Iglesia habla las lenguas de todos
los hombres desde la salida del sol hasta su ocaso? Ahora se cumple lo que
entonces era una promesa. Escuchamos la promesa y vemos su cumplimiento… A la
reina misma se dijo: “Escucha, hija; mira” (Sal 44,11). Escucha la promesa,
mírala realizada. No te ha engañado Dios, no te ha engañado tu esposo, no te ha
engañado quien dio como dote su propia sangre, no te ha engañado quien de fea te
hizo hermosa, y de ramera, virgen. Tú has recibido una promesa que eres tú
misma; promesa recibida cuando constabas de pocos y cumplida ahora que posees a
tantos.
Que nadie diga, pues: «He recibido el Espíritu Santo, ¿por
qué no hablo las lenguas de todos los pueblos?». Si queréis poseer el Espíritu
Santo, prestad atención, hermanos míos. Nuestro espíritu, gracias al cual vive
todo hombre, se llama alma. Y ya veis cuál es la función del alma respecto al
cuerpo. Da vigor a todos los miembros; ella ve por los ojos, oye por los oídos,
huele por las narices, habla por la lengua, obra mediante las manos y camina
sirviéndose de los pies; está presente en todos los miembros al mismo tiempo
para mantenerlos en vida; da vida a todos y a cada uno su función. No oye el
ojo, ni ve el oído ni la lengua, ni habla el oído o el ojo; pero, en todo caso,
viven: vive el oído, vive la lengua: son diversas las funciones, pero una misma
la vida. Así es
Lo que es el alma respecto al cuerpo del hombre, eso mismo
es el Espíritu Santo respecto al cuerpo de Cristo que es
2. El
salmo 103 (104 de la numeración hebrea) es, quizá, uno de los salmos más
antiguos que contiene el libro de los salmos y uno de los más estudiados por los
comentaristas del siglo XX. El salmo canta la grandeza de Dios en las obras
maravillosas de la creación. Es un himno celebrativo que brota de un corazón
ardiente de fe que sabe reconocer la presencia del creador en la naturaleza y su
providencia en la asistencia que presta a las diferentes criaturas. Hay otros
salmos que comparten con éste la labor de alabar al creador a partir de sus
obras: 8, 18 (v.2-7), 28 y 148. Pero este salmo, a diferencia de los demás, hace
una presentación amplia y sistemática de las maravillas de la creación, lo que
motiva que algún comentarista lo haya situado al lado de Gn 1 y Gn 2, como una
tercera relación de la obra creadora de Dios. Es una alabanza a Dios por
establecer el orden de la creación y la fecundidad de la tierra; la grandeza
divina es contemplada en la creación, y en el orden que tiene, por el acto
creador y su providencia, refleja su gloria; dicen que el autor de este salmo ha
"copiado", purificando de toda idolatría un himno egipcio en honor de Aton-Ra,
el dios sol, compuesto por Amenofis IV (hallado en la pared de la tumba de un
funcionario real de Tell El-Amarna, en Egipto): no parece que haya habido una
dependencia literaria directa, como si el autor del Salmo 103 haya tenido el
texto ante sus ojos y haya hecho una simple adaptación yahvista; más bien se
acepta un cierto influjo indirecto de este faraón que cambió su nombre por
Ankenatón (XIV a.C.), e hizo otras muchas cosas como signo de la nueva religión:
quería que se abandonara el politeísmo y creer en un único Dios, creador del
universo, que tenía su representación visible en el disco solar (atón en
egipcio). El faraón, casado con la famosa Nefertiti, compuso un largo himno de
alabanza al papel creador y benéfico de Atón. Hallamos parecidos entre el himno
de Atón y el salmo 103: la mención de los leones y las fieras, el ritmo diario
del trabajo humano, el río y las lluvias de los montes, la acción providente de
Dios que alimenta a sus criaturas... por la relación diplomática que se
conserva, hubo influencias literarias y el fiel yahvista que más tarde quiso
componer un himno de alabanza a Dios por la creación, pudo tomar frases
literarias de otras composiciones anteriores, herederas lejanas del himno
egipcio. Así, vació, grosso modo, su lenguaje en el molde de los seis días del
Génesis, introduciendo un gran optimismo ante la naturaleza... Poniendo en
guardia finalmente ante el "mal" que la libertad humana puede hacer, y que
finalmente debe desaparecer.
San Juan presentó a Jesús como el Verbo Encarnado: "El
Verbo, todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada". (Juan
1,3). "En El estaba la vida"... Imaginemos a Jesús, "el hombre-Dios, que vino a
vivir en medio de los seres que había creado, paseándose en sus dominios, en su
obra maestra, mirando el mar, el sol, los animales, los seres vivientes… ¡las
parábolas nos hablan de muchos de ellos! La alusión al "pan" y al "vino", en la
obra del hombre, nos recuerda
Debemos
descubrir constantemente la belleza, la fecundidad, el poder de la creación: a
fuerza de vivir entre estas maravillas, nos habituamos a los paisajes, a los
bosques, a las flores... No somos sensibles a su mensaje. Aquí se ve el valor
del fenómeno de la "vida" en relación con el "agua". La ciencia que nos permite
conocer más profundamente los procesos biológicos, lejos de destruir nuestra
admiración debería ampliarla. Finalmente, no olvidemos que la "creación" es un
acto siempre actual "de Dios": Dios mantiene permanentemente el ser a cuanto
existe... ¡Crea sin cesar, en este instante! Y el Génesis afirma que Dios no
hace nada sin nosotros, claro está, bajo su dependencia: "¡dominad la tierra y
sometedla!" Todas estas maravillas evocadas por el salmo, pueden ser destruidas
por el hombre; de allí la petición final: "que desaparezcan de la tierra los
malvados". El pensamiento cristiano es fundamentalmente optimista (la creación
es buena: "ella alegra a Dios", ¡dice el salmo!... No se trata de un optimismo
beato e ingenuo: el perfeccionamiento de la creación es un combate: "contra el
mal" (Paulinas).
Nada tan
tenue como el aliento. Pero la fragilidad es inseparable de la condición de los
vivientes. Es su manera —extrema— de hacerse presentes. Lo extremadamente tenue
es lo extremadamente presente. Sin duda, lo sólido e inmóvil posee también la
calidad de presente, como las grandes masas del cosmos. Pero lo solidísimo no
está únicamente presente. Es además otra cosa, por lo que tiene de pasado y de
futuro: estuvo y estará en la misma medida en que está. Presente, pasado y
futuro, estas tres esencias se reparten, en lo solidísimo y en lo más macizo, el
lugar que la esencia del presente ocupa por sí sola en lo frágil, en la rosa o
en el insecto. Tal es la calidad del ser vivo: estar suspendido en la esencia
más pura del presente, que es el instante, en la dependencia del alimento y del
aliento. Quien dice «vida», dice «precariedad sostenida y mantenida», el «ahora»
que es la «persistencia de un instante»: escondes tu rostro, y se espantan; /
les retiras el aliento, y expiran, / y vuelven a ser polvo (v. 29).
Estar
cerca de la esencia del presente, por tanto, es estar cerca de la esencia de
Dios. Esta proximidad con respecto a la esencia es la condición de la imagen,
que no es la esencia, pero que tampoco puede estar muy lejos de ella. En todo el
mundo, sólo el ser vivo es imagen del «Dios vivo». Pero, ¿cómo explicar que lo
más cercano a Dios de toda la creación sea a la vez lo más precario? En efecto,
la creación no quedó acabada cuando Dios creó el sentido. Pero en nosotros y
este mundo descubrimos la fragilidad: el mal, el presente que pasa y evidencía
nuestra fugacidad, nuestra misma mortalidad queda exactamente vinculada de este
modo a lo íntimo de nuestra condición de imagen de Dios, que es su contrario.
Ayer veíamos cómo en Babel la imagen de Dios es mentira si Dios no le está
presente, si no se siente amada y dependiente de Dios. Vivir como precariedad
mantenida es la única condición posible de la imagen. Porque eso es vivir del
amor de Dios, pues no puede haber imagen de Dios sin el amor ni imagen de Dios
aparte de Dios. Este nexo entre la precariedad y la esencia de la imagen se
expresa en el hecho de que el aliento, que es la precariedad misma, es también
lo divino esencial, si es verdad que la vida es aliento de Dios: “Envías tu
aliento, y los creas, / y repueblas la faz de la tierra” (v. 30). Ha sido visto
por algunos comentaristas como una referencia implícita a la resurrección: hay
un primer sentido de que existen incesantemente seres vivos, la vida tiene el
poder de renovarse. Pero se ve un sentido más profundo. El salmo 104 debió de
comunicar a Israel mucho antes de los tiempos del Evangelio (como el salmo del
buen pastor) una esperanza muy cercana a la nuestra, que sólo habla de vivos
pues Dios es un Dios de vivos y podemos ofrecer a Dios toda nuestra precariedad
y en el momento de entregar el último aliento ser llevados hacia la esencia pura
del presente tal como es en Dios. Tal sería la creación verdaderamente «nueva»,
la que escapa a la repetición de la cadena de los vivientes (Paul Beauchand).
La
invitación introductoria, "Bendice, alma mía, al Señor", la hallamos también en
el salmo 102 que nos habla de Dios como un padre misericordioso para con sus
hijos. La bendición que el hombre dirige a Dios es un humilde reconocimiento de
su bondad y un vivo agradecimiento por la acción de esta bondad hacia el
salmista y el mundo que le rodea. La bendición hebrea abarca un contenido más
amplio que la bendición cristiana, hasta el punto que una buena parte de las
plegarias litúrgicas judías son bendiciones, que van rimando la jornada del
creyente.
3.
Donde está el Espíritu, está la fe, el amor, el servicio; y donde hay libertad,
amor, unidad, allí se encuentra el Espíritu de Dios, pues van juntas las dos
vertientes de la salvación de Dios y de la vida humana: la fe personal y la vida
comunitaria. La fe, la libertad y el amor. La 1a. Corintios habla de la fe en el
Señor como don del Espíritu Santo; fe supone luz interior, confesión, entrega
personal a Jesucristo, remodelación de la vida entera a la luz de su propia
comunión viva con el Padre. Hay un pluralismo de dones al servicio del único
cuerpo que es
Un solo Espíritu..., un solo Señor..., un solo Dios. Dios
es la fuente de los diversos dones que tienen los creyentes, y es además el
modelo de cómo la diversidad se compagina con la unidad. Una larga comparación
con el cuerpo viviente permite entender lo que es
La esencia de todo está en la caridad. Quien ama tiene el
Espíritu Santo, como comenta S. Agustín: “Cuando se leyó el evangelio, oímos
estas palabras del Señor: ‘Si me amáis, guardad mis mandamientos, y yo rogaré al
Padre y os dará otro consolador para que esté con vosotros eternamente: el
Espíritu de Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le
conoce. Pero vosotros le conoceréis porque morará con vosotros y estará dentro
de vosotros’ (Jn 14,15-17)… Cristo prometió el Espíritu Santo a los apóstoles,
pero debemos advertir de qué modo se lo prometió. Dice: ‘Si me amáis, guardad
mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y os dará otro consolador, que es el
Espíritu de verdad, para que permanezca con vosotros eternamente’. Éste es, sin
duda, el Espíritu Santo de
De este
modo decían ya los apóstoles: ‘Señor Jesús’. Y si lo decían sin fingimiento,
confesándolo con su voz, con su corazón y con sus hechos, es decir, si lo decían
con verdad, era porque amaban ciertamente. Y ¿cómo podían amar, sino por el
Espiritu Santo? Con todo, a ellos se les mandaba amarle y guardar sus
mandamientos para recibir al Espíritu Santo, sin cuya presencia en sus almas no
podrían amar ni guardar sus mandamientos. No queda más que decir que quien ama
tiene consigo al Espíritu Santo y que teniéndole, merece tenerle más
abundantemente, y que teniéndole con mayor abundancia es más intenso su amor.
Los discípulos tenían ya consigo el Espíritu Santo prometido por el Señor, sin
el cual no podían llamarle «Señor»; pero no lo tenían aún con la plenitud que el
Señor prometía. Lo tenían y no lo tenían, porque aún no lo tenían con la
plenitud con que debían tenerlo. Lo tenían en pequeña cantidad, y había de
serles dado con mayor abundancia. Lo tenían ocultamente, y debían recibirlo
manifiestamente, porque es un don mayor del Espíritu Santo hacer que ellos se
diesen cuenta de que lo tenían. De este don dice el Apóstol: ‘Nosotros no hemos
recibido el Espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para
conocer los dones que Dios nos ha dado’ (1 Cor 2,12). Y el Señor les infundió el
Espíritu manifiestamente no una, sino dos veces. Poco después de haber
resucitado, dijo soplando sobre ellos: ‘Recibid el Espíritu Santo’ (Jn 20,22).
¿Acaso por habérselo dado entonces no les envió después también al que les había
prometido? ¿O no es el mismo Espíritu Santo el que entonces les insufló y el que
después les envió desde el cielo? De aquí nace otra cuestión: ¿Por qué esa
donación manifiesta fue doble? Quizá en atención a los dos preceptos del amor:
el amor de Dios y el amor del prójimo. Y para que entendamos que el amor
pertenece al Espíritu hizo esa doble manifestación de su don… sin el Espíritu
Santo, nosotros no podemos amar a Cristo ni guardar sus mandamientos, y que
tanto menos podremos hacerlo cuanto menor participación tengamos de él, y que lo
haremos con tanta mayor plenitud cuanto más participemos de él. No sin motivo,
por consiguiente, se promete, no sólo al que no lo tiene, sino también al que ya
lo tiene: al que no lo tiene, para que lo tenga, y al que ya lo tiene, para lo
tenga con mayor abundancia. Porque si no pudiera uno tenerle más abundantemente
que otro, no hubiera dicho Eliseo al santo profeta Elías: ‘Duplíquese en mí el
Espíritu que mora en ti’ (2 Re 2,9)”.
4.
Cuando Jesús repetidamente y en especial el jueves antes de padecer les había
dicho que convenía que El se fuera para enviarles el Abogado, el Consolador, el
Espíritu de su Padre, los apóstoles, igual que nosotros no entendieron lo que
les decía. En este momento se hace realidad esa promesa. El Espíritu Santo se
manifiesta en aquellos elementos que solían acompañar la presencia de Dios en el
Antiguo Testamento: el viento y el fuego. El fuego aparece en
Jesús
"exhaló su aliento sobre ellos". En este "exhalar" de JC resucitado sobre sus
discípulos, contemplamos que son creados de nuevo. En la primera creación se nos
dice que "Dios insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un
ser viviente" (Gn 2,7). Como nosotros por el bautismo y la confirmación hemos
recibido el Espíritu para una vida nueva. No la del hombre egoísta y pecador,
sino la que valora y vive aquello que no pasará nunca. Nosotros, por el bautismo
y la confirmación, nos hacemos portadores del Espíritu a los hombres hermanos, y
trabajamos para que de hombres pecadores y dispersos vayamos construyendo el
pueblo de Dios que es templo del Espíritu.
"Se llenaron todos de Espíritu Santo". El Espíritu Santo,
que es el Espíritu de Jesús resucitado, viene como un viento irresistible, que
sopla donde quiere. Y la comunidad está reunida, y está reunida "en compañía de
algunas mujeres, de María, la madre de Jesús". La comunidad reunida en oración,
y "con María la madre de Jesús". Estos son aspectos fundamentales de todo grupo
cristiano si quiere ser una comunidad que experimente y viva del Espíritu:
comunidad que reza, y en la que "María la madre de Jesús" está muy presente.
Siempre es Pentecostés. Pentecostés en griego significa 50, que en el simbolismo
de los números bíblicos significa la perfección, plenitud, cumplimiento. San
Lucas nos describe cinco "pentecostés", venidas del Espíritu Santo en diferentes
momentos de la vida de la comunidad cristiana, para mostrarnos que siempre que
viene el Espíritu es Pentecostés. No fue un solo y aislado Pentecostés. Nuestro
bautismo fue Pentecostés, en la confirmación recibimos como "Don" el mismo de
Pentecostés;