San Juan 1,6-8. 19-28:
Nos llenamos de alegría con María, por la proximidad del Señor que viene a salvarnosAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Lectura del Profeta
Isaías 61,1-2a. 10-11.
El Espíritu del Señor
está sobre mí porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena
noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar
la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el
año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un
traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la
corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el
Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.
Salmo: Lc 1,46-48.
49-50. 53-54.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
Proclama mi alma la grandeza del Señor / se alegra mi espíritu en Dios mi
salvador; / porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones / porque el Poderoso ha hecho
obras grandes por mí; / su nombre es santo, / y su misericordia llega a sus
fieles / de generación en generación.
A
los hambrientos los colma de bienes / y a los ricos los despide vacíos. /
Auxilia a Israel su siervo, / acordándose de la misericordia.
Lectura de la primera
carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24.
Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened
la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de
vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino
examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que
el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro ser, alma y
cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor
Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Lectura del santo
Evangelio según San Juan 1,6-8. 19-28.
Surgió un hombre
enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz,
sino testigo de la luz. Los judíos
enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
—¿Tú quién eres?
El
confesó sin reservas: —Yo no soy el
Mesías.
Le
preguntaron: —Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
El
dijo: —No lo soy.
—¿Eres tú el Profeta?
Respondió: —No.
Y
le dijeron: —¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado, ¿qué dices de ti mismo?
El
contestó: —Yo soy "la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor"
(como dijo el Profeta Isaías).
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: —Entonces, ¿por qué
bautizas, si tú no eres el Mesías ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió: —Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no
conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy
digno de desatar la correa de la sandalia. Esto pasaba en Betania, en la otra
orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Comentario: 1.
Is 61.
1-2a/10-11. La comunidad ha vuelto del destierro babilónico y se encuentra en
Jerusalén. La voz del profeta quiere ser un rayo de esperanza. El profeta
anuncia su vocación, que consiste en un don del Espíritu (cf 11,2; 42,1; 48,16)
y que designa como una "unción". Habla de "liberación" (deror) es una expresión
que justamente se refiere a la "liberación" en el sabbat o en el año jubilar (Lv
25,10; Ez 46,17), donde teóricamente todos volvían a tener libertad sobre
cualquier deuta o esclavitud. El tiempo del gran cambio va a llegar,
manifestándose de este modo la gloria del Señor (44,23). La llamada es a la
alegría, porque el que la hace tiene la firme confianza en que Yahvé apresura
ese tiempo de salvación; y esto es tan cierto como el crecimiento de la hierba
en el campo y de los retoños en el huerto. Por eso, anima al pueblo a un
regocijo semejante al novio que va a las nupcias; hay que cambiar el vestido de
duelo por el de fiesta (Jr 33,11; Ap 21,2). El tiempo de la angustia y del
llanto va a pasar; llegan los días del gozo y de la felicidad (“Eucaristía
1987”). Alegrémonos y démosle gracias al comprobar que este mensaje se está ya
realizando en este Domingo "Gaudete" que motiva a ir con más ánimos en el camino
de Belén.
Será la lectura cristológica la que dé sentido pleno a estas palabras: Jesús
cita este texto en la sinagoga de Nazaret como credencial y finalidad de su
misión profética (Lc 4; cf. A. Gil Modrego). Se venía anunciando la figura de un
gran "Ungido", que en griego se dice "Cristo" y en hebreo "Mesías". La esperanza
de este Ungido-Mesías es la que da lugar a lo que llamamos mesianismo y la que,
en el fondo, posibilita todos los advientos. Se puede aplicar al Ungido lo que
se dice de su Espíritu, que donde él está "allí hay libertad" (2 Co 3,13),
derramará la gracia generosamente, proclamará "el año de gracia del Señor", "de
su plenitud recibiremos gracia sobre gracia", se manifestará lleno "de gracia y
de verdad" (Jn 1,16-17), un tiempo en que todo será misericordia y benevolencia,
júbilo y generosidad. Dios se hace gracia por un año sin término, gracia para
siempre (“Caritas”). Este texto se sitúa en la línea de los cánticos del Siervo
doliente, con ciertos rasgos que hacen de su protagonista un profeta, movido por
la fuerza del «espíritu».
2.
Comentarios al Magnificat (Lc 1, 46-55), de "La Cadena de Oro" de Santo Tomás de
Aquino. San Basilio: “La Santísima Virgen, considerando la inmensidad del
misterio, con intención sublime, y con un fin muy alto y como avanzando en sus
profundidades, engrandece al Señor. Por esto prosigue: "Y dijo María: Mi alma
engrandece al Señor"”.
“Los primeros frutos del Espíritu Santo son la paz y la alegría. Y como la
Santísima Virgen había reunido en sí toda la gracia del Espíritu Santo, con
razón añade: "Y mi espíritu se regocijó". En el mismo sentido dice alma y
espíritu. La palabra exaltación -de tanto uso en las Sagradas Escrituras-
insinúa cierto hábito o estado del alma -alegre y feliz- en aquellos que son
dignos de él. Por eso la Virgen se regocija en el Señor con inefable latir del
corazón y transporte de gozo en la agitación de un afecto honesto. Sigue: "En
Dios mi Salvador"” (S. Basilio). “Porque el espíritu de la Virgen se alegra de
la divinidad eterna del mismo Jesús -esto es, del Salvador-, cuya carne es
engendrada por una concepción temporal” (S. Beda). “El alma de María en verdad
que engrandece al Señor, y su espíritu se regocija en Dios; porque consagrada en
alma, espíritu y cuerpo al Padre y al Hijo, venera con piadoso afecto a un solo
Dios, de quien son todas las cosas. Que el alma de María esté en todas las cosas
para engrandecer al Señor; que el espíritu de María esté en todas las cosas para
regocijarse en el Señor. Si según la carne una sola es la Madre de Cristo, según
la fe el fruto de todos es Cristo. Porque toda alma concibe el Verbo de Dios,
si, inmaculada y exenta de vicios, guarda su castidad con pudor inviolable” (S.
Ambrosio). “Engrandece al Señor aquel que sigue dignamente a Jesucristo, y
mientras se llama cristiano, no ofende la dignidad de Cristo, sino que practica
obras grandes y celestiales; entonces, se regocijará el espíritu -esto es, el
crisma espiritual-, o lo que es lo mismo, adelantará y no será mortificado”
(Teofilacto).
“¡Oh verdadera humildad, que parió a los hombres un Dios, dio a los mortales la
vida, renovó los cielos, purificó el mundo, abrió el paraíso y libró a las almas
de los hombres! La humildad de María se convirtió en escala para subir al cielo,
por la cual Dios baja hasta la tierra. ¿Qué quiere decir "miró", sino "aprobó"?
Muchos parecen humildes a los ojos de los hombres; pero la humildad de ellos no
la mira el Señor, porque si fuesen verdaderamente humildes, querrían que Dios
fuese alabado por los hombres, y no que los hombres los alabasen. Y su espíritu
se alegraría, no en este mundo, sino en Dios” (Pseudo-Agustín).
“Manifiesta la Virgen que no será proclamada bienaventurada por su virtud, sino
que explica la causa diciendo: "Porque hizo conmigo cosas grandes el que es
poderoso"” (Teofilacto). “¿Qué cosas grandes hizo en ti? Creo: que siendo
criatura dieras a luz al Creador y que siendo sierva engendraras al Señor, para
que Dios redimiese al mundo por ti, y por ti también le volviese la vida”
(Pseudo-Agustín). “Esto se refiere al principio del cántico, en donde dice: "Mi
alma engrandece al Señor". Sólo aquella alma, en quien Dios se ha dignado hacer
cosas grandes, es la que puede engrandecerle con dignas alabanzas” (Beda).
“Volviéndose desde los dones especiales que ha recibido del Señor hacia las
gracias generales, explica la situación de todo el género humano añadiendo: "Y
su misericordia de generación en generación a los que le temen". Como diciendo:
No sólo me ha dispensado gracias especiales el que es poderoso, sino a todos los
que temen a Dios y son aceptos en su presencia” (Beda).
“Como parece que la prosperidad humana consiste principalmente en los honores de
los poderosos y en la abundancia de las riquezas, después de la caída de los
poderosos y la exaltación de los humildes, hace mención del anonadamiento de los
ricos y la abundancia de los pobres… Los que desean las cosas eternas con todo
interés y como hambrientos, serán saciados cuando Jesucristo aparezca en su
gloria. Pero los que se gozan en las cosas de la tierra al final serán
abandonados, vacíos de toda felicidad”.
“Después que hace mención de la piedad y de la justicia divina, vuelve a
ocuparse de la gracia especial que dispensa por medio de la nueva encarnación,
diciendo: "Recibió a Israel su siervo", como médico que visita al enfermo. Así,
Dios se hizo visible entre los hombres, para hacer que Israel -esto es, el que
ve a Dios- fuese su siervo” (Glosa). “Dice, pues, Israel, no la material a quien
ennoblecía su nombre, sino la espiritual que retenía el nombre de la fe,
teniendo sus ojos dirigidos hacia Dios para verlo por medio de la fe. También
puede adaptarse a la Israel material, puesto que de ella creyeron muchos. Hizo
esto "acordándose de su misericordia", porque cumplió lo que había ofrecido a
Abraham, diciendo: "Porque serán bendecidas en tu descendencia todas las
naciones de la tierra" (Gén 22,18). La Madre de Dios, recordando esta promesa
decía: "Así como habló a nuestros padre Abraham". Porque se dijo a Abraham:
"Estableceré mi pacto entre nosotros, y entre tu descendencia que habrá de venir
después que tú, por medio de un pacto sempiterno que alcanzará a todas sus
generaciones, a fin de que yo sea tu Dios y el de tu descendencia después de ti"
(Gén 17,7)” (S. Basilio). “Llama descendencia, no tanto a los engendrados por la
carne, como a los que han de seguir las huellas de su fe, y a quienes se ha
prometido la venida del Salvador en los siglos” (Beda). En cualquier caso, aquí
junto al don de Dios la alegría va ligada a la correspondencia a este don:
Alegría, basada en el don de la
filiación divina y fruto de la entrega. “Dios se entusiasma ante la entrega
alegre del que se da por Amor con espontaneidad, y no como quien realiza un
favor costoso” (Amigos de Dios, 140). “Cada vez estoy más persuadido: la
felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra” (Forja
1005). Y motivos de alegría tenemos muchos: las maravillas del universo,
virtudes y cualidades de los demás, la amistad sincera, la satisfacción del
trabajo bien hecho, la alegría del deber cumplido. Hemos de fomentar la alegría
y cultivarla, porque sin alegría no se puede servir a Dios. No se puede servir
bien entre penas y llantos, mejor es que sea fruto de la alegría, de felicidad,
fidelidad amorosa al servicio de Dios y los demás. Y que es compatible con el
cansancio físico, con el dolor... La alegría es consecuencia de la filiación
divina, de sabernos queridos por nuestro Padre Dios, que nos acoge, nos ayuda, y
nos perdona siempre. La misma tristeza de ver nuestros errores no puede
degenerar en pereza que lleva a la melancolía e inactividad, la tristeza ante
los fallos que lleva al decaimiento puede nacer de la soberbia; pero con
humildad puede convertirse esta tristeza en santa y mueve a luchar. A veces el
Señor se sirve de ello para purificarnos y hacer profundizar en la vida
interior. No hay que confundir la tristeza con el cansancio y encima cargar con
la tristeza de que uno no está entregado…
La
tristeza mala es aliada del enemigo. La hemos de rechazar con prontitud, porque
hace que desaparezca el optimismo humano y sobrenatural y el alma se ve asaltada
por tentaciones de buscar compensaciones que suplan de algún modo el deseo de
alegría, de felicidad. Son las salidas ansiosas hacia escapatorias (deporte
exagerado, comida o bebida o sexualidad desmedidas). Además la tristeza hace ver
todo desde el punto de vista negativo y pesimista, tanto para nuestras cosas
como para la de los demás. Se pierde entonces la objetividad y la visión
sobrenatural como el palo que dentro del agua se ve torcido, la confianza en
Dios se atenúa pues se confía en las propias fuerzas y lógicamente no se llega a
todo y llegando al desaliento se afloja en la entrega a Dios y los demás, se
busca la satisfacción en otras cosas, se encuentra peros a todo, se desata el
juicio crítico... aparece el enemigo: “la tristeza es un vicio causado por el
desordenado amor de sí mismo, que no es un vicio especial, sino la raíz general
de todos ellos” (Santo Tomás de A.). La tristeza es causa de otros muchos males
para el alma. Origina faltas de caridad, despierta el afán de compensaciones y
permite, con frecuencia, que el alma no luche con prontitud ante las
tentaciones. Hay que ir a la auténtica base del edificio: “Si nos sentimos hijos
predilectos de nuestro Padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿cómo no vamos a
estar alegres siempre? —Piénsalo” (Forja 266). “"«¿Contento?» - Me dejó
pensativo la pregunta. - No se han inventado todavía las palabras, para expresar
todo lo que se siente -en el corazón y en la voluntad- al saberse hijo de Dios"
(Surco 61). “Los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es
la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la
alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se
mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a
cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados” (Amigos de Dios 92).
Va
unido el don de la filiación divina y la tarea de responder como buenos hijos:
“Si vivimos así, realizaremos en el mundo una tarea de paz; sabremos hacer
amable a los demás el servicio al Señor, porque Dios ama al que da con alegría.
El cristiano es uno más en la sociedad; pero de su corazón desbordará el gozo
del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la Voluntad del
Padre. Y no se siente víctima, ni capitidisminuido, ni coartado. Camina con la
cabeza alta, porque es hombre y es hijo de Dios” (Amigos de Dios 93). Es un
fruto del deseo eficaz de hacer la
voluntad de Dios, pues lo propio del hijo es obedecer. Alegría en la cruz,
en cumplir la voluntad de Dios, en decirle: “Señor, qué quieres de mí?” “Hemos
de ver las cosas con paciencia. No son como queremos, sino como vienen por
providencia de Dios: hemos de recibirlas con alegría, sean como sean. Si vemos a
Dios detrás de cada cosa, estaremos siempre contentos, siempre serenos. Y de ese
modo manifestaremos que nuestra vida es contemplativa, sin perder nunca los
nervios” (san Josemaría Escrivá). Recuerdo aquello de Manzini en su obra “Los
novios”: es importante saber que todas nuestros problemas y contrariedades,
tanto por nuestra culpa como sin ella, si las vemos con fe, las llevamos mejor.
La Cruz hace al cristiano “Ipse Christus”, para identificarse con la Voluntad
del Padre del Cielo, imitando a Cristo; porque ante lo agradable y ante lo
desagradable, ante lo que requiere poco esfuerzo y ante lo que quizás exige
mucho sacrificio, decide ponerse en la presencia de Dios y afirmar con clara
actitud: “¿lo quieres, Señor?… ¡Yo también lo quiero!”: “Nadie es feliz, en la
tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor, ¡en
cristiano!, Cruz; Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y, después,
eternamente” (Surco 52). “Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas
buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste siempre obra el mal” (Pastor de
Hermas). Muchos hoy día aparecen como ásperos, impacientes, a veces duros y no
nos extraña conocer a gente con amarguras y rostro disgustado. Esa especie de
penosa desesperación que se ve en la calle se ha convertido en algo habitual.
Tal vez hoy más que nunca apreciamos a la Alegría como una característica de las
personas santas, como la Madre Teresa de Calcuta con su sonrisa y alegría que
salía del alma mientras dedicaba sus cuidados a los menesterosos y enfermos que
todo el mundo rechazaba. Como nos dice el Santo Padre (Aloc. 24-11-1979) “La
alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es
espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que
Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de
experimentar en lo intimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz,
abandono, resignación, gozo... ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en
Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a
gozar de esta alegría!”
Efectivamente, la alegría cristiana no es fácil de describir y es misteriosa.
Como el amor, en la alegría hay misterio. Pero los cristianos tenemos un motivo
fundamental para estar alegres: “Somos hijos de Dios y nada nos debe turbar; ni
la misma muerte. Para la verdadera alegría nunca son definitivas ni
determinantes las circunstancias que nos rodeen, porque está fundamentada en la
fidelidad a Dios, en el cumplimiento del deber, en abrazar la Cruz. Sólo en
Cristo se encuentra el verdadero sentido de la vida personal y la clave de la
historia humana. La alegría es uno de los más poderosos aliados que tenemos para
alcanzar la victoria. Este gran bien sólo lo perdemos por el alejamiento de Dios
(el pecado, la tibieza, el egoísmo de pensar en nosotros mismos), o cuando no
aceptamos la Cruz, que nos llega de diversas formas: dolor, enfermedad,
contradicción, cambio de planes, humillaciones. La tristeza hace mucho daño en
nosotros y en los demás. Es una planta dañina que debemos arrancar en cuanto
aparece, con la Confesión, con el olvido de sí mismo y con la oración confiada”
(Hablar con Dios).
“Dios se entusiasma ante la entrega alegre del que da y se da por Amor con
espontaneidad, y no como quein realiza un favor costoso” (J. Escrivá, Amigos de
Dios 140). O como dice S. Agustín, “si das el pan entristeciéndote, pierdes el
pan y la recompensa” (ver también Forja, 308).
154.000 empleadas del hogar filipinas abarrotan las calles de Hong Kong. Están
alegres, sonríen, participan de conversaciones festivas, son una nota de paz en
un mar de calles llenas de gente estresada. Aprenden idiomas rápido (aparte de
inglés fuido y tagalo hablan enseguida cantonés, tienen facilidad por las
lenguas); muchas son universitarias, madres o hermanas mayores que trabajan con
alegría para mandar dinero a los hijos / hermanos que han de alimentarse e ir a
colegio. La pregunta que muchos se hacen es cómo pasar la vida contentas si
muchas veces tienen un trabajo que les esclaviza; cómo no sentir la soledad
lejos de su mundo, cómo en lugar de ser las personas más desgraciadas de Hong
Kong son las más felices: un servicio de Aceprensa recoge estas preguntas. Según
F. de León, profesor de la Universidad de Filipinas, “raíces malayas, mezcladas
con espíritu católico y festivo de los antiguos colonizadores españoles, a los
que se añade una pizca de sabor occidental, proveniente de los días en que era
colonia americana”. Esta misma opinión recoge lo que podríamos decir su “buen
carácter”: abiertos a todos y a todo, lo contrario de la cultura individualista
de Occidente, cerrada al éxito personal que es lo que le pierde. La cultura
filipina se basa en la noción de “kapwa”: compartir. “Todo, desde el dolor hasta
una broma o una comida, existe para ser compartido”. Esto también se ve en
culturas como la andaluza. “El filipino se siente urgido por conectar, por
hacerse uno de ellos... hay mucha menos soledad entre ellos”. Y eso se extiende
a la religión, la Misa es una gran reunión de familia... Dice el padre Lim,
sacerdote filipino dedicado a esa pastoral entre filipinos en Hong Kong, que
“esta íntima vivencia de la fe es una de las razones por las que no se dan entre
las “amahs” casi ningún caso de drogas, suicidio o depresión, problemas
crecientes entre los chinos”. En tagalo se las apoda “bayani”, heroínas, y así
lo dice una de ellas cuando al presentarse en un concurso de belleza le
preguntaron porqué se sentía dichosa: “somos heroinas porque nos sacrificamos
por aquellos a los que queremos. Echarles de menos es normal. Aguantamos porque
estamos unidas.” El amor produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto,
sólo disfruta de veras el que vive en caridad.
“Sonríe
a todos. Pondré gracia en tu sonrisa”, le decía el Señor a Gabrielle Bossis. Es
algo simple, pero no sencillo. Es simple apreciar si una persona es alegre o no,
y la forma en la que ilumina a los demás, sin embargo tratar de ser una persona
así no es sencillo. La alegría es un gozo del espíritu. Los seres humanos
conocemos muy bien el sufrimiento y el dolor, y quienes han perdido a un ser
querido lo han experimentado en toda su profundidad. Así como el dolor proviene
de una situación difícil, la alegría es exactamente al revés, proviene del
interior. Desde el centro de nuestra mente, de nuestra alma, hay un bienestar,
una paz que se reflejan en todo nuestro cuerpo: sonreímos, andamos por ahí
tarareando o silbando una tonadita, nos volvemos solícitos... El cambio es
realmente espectacular, tanto que suele contagiar a quienes están al rededor de
una persona así. La alegría es consecuencia de la paz que llega como recompensa
de la lucha interior por mejorar, incluso cuando las cosas no van como debieran,
tenemos la alegría del hijo pródigo, rectificar, volver a Dios, recomenzar.
La
alegría surge, en primer lugar, de una actitud, la de decidir cómo afronta
nuestro espíritu las cosas que nos rodean. Quien se deja afectar por las cosas
malas, elige sufrir. Quien decide que su paz es mayor que las cosas externas,
entonces se acerca más a una alegría. Una alegría que viene desde de adentro.
La
rutina sería fuente de tristeza, si no hubiera ese dulce sobresalto que produce
el amor. No está el gozo en eludir la realidad, sino no esclavizarse por ella,
sentirse libres en el trabajo (la satisfacción de la labor realizada), en la
vida en familia, en los amigos, en ayudar a todos… ("es hacer el bien, sin mirar
a quien"). Toda persona es capaz de irradiar desde su interior la alegría,
manifestándola exteriormente con una simple sonrisa o con la actitud serena de
su persona, propia de quien sabe apreciar y valorar todo lo que existe a su
alrededor
Y
"lo mismo que la tristeza, la alegría es contagiosa. Tengo un amigo que irradia
alegría, y no porque su vida sea fácil, sino porque está habituado a reconocer
la presencia de Dios en medio de todos los sufrimientos humanos, lo suyos y los
de los demás. Vaya donde vaya, esté con quien esté, siempre es capaz de ver y
oír algo hermoso, algo por lo que estar agradecido. No niega el sufrimiento que
le rodea, ni está ciego o sordo ante lo suspiros y los gemidos de los seres
humanos, sus prójimos, pero su espíritu gravita hacia la luz en medio de la
oscuridad y tiende a orar en medio de los gritos de desesperación. Su mirada es
amable, su voz suave. No es un sentimental. Es un realista; pero su profunda fe
le enseña que la esperanza es más real que la desesperación, que la fe es más
real que la desconfianza y el amor más real que el miedo. Este realismo
espiritual es el que hace que sea un hombre feliz,"
y ya puedes hablarle de una guerra que dice "he visto a dos niños que
compartían su pan entre sí, y he oído a una mujer decir 'gracias' y sonreír
cuando otro la cubría con una manta. Esa pobre gente sencilla me da ánimos para
seguir viviendo mi vida'.
La
alegría de mi amigo es contagiosa. Cuando más estoy con él, más llegan hasta mí
rayos del sol que pasa a través de las nubes. Sí, sé que hay un sol, incluso
cuando el cielo está cubierto de nubes. Cuando mi amigo hablaba del sol, yo
seguía hablando de las nubes, hasta que un día me di cuenta de que era el sol el
que me permitía ver las nubes.
Los que
siguen hablando del sol mientras andan bajo un cielo encapotado son mensajeros
de esperanza, son los verdaderos santos de nuestros días", están sorprendidos
por la alegría. Venga noticias tristes, violencia, "es terrible", y "el gran
desafío de la fe es dejarnos sorprender por la alegría", alegría que despierta
ante una puesta de sol cuando unos ojos inocentes dicen: “mira papá”...
La
alegría va de la mano con la risa: "el dinero y el éxito no nos hacen felices.
como se ve que están angustiados y atemorizados, gente sombría, y pobres se ríen
con gran facilidad y muestran alegría. "La alegría y la risa son los dones que
trae consigo vivir en presencia de Dios y creer que no merece la pena
preocuparse por el mañana. Siempre me sorprende que la gente rica tiene mucho
dinero pero los pobres tienen mucho tiempo. Y cuando se tiene mucho tiempo, se
puede celebrar la vida." "El problema no está en el dinero y el éxito; el
problema consiste en a falta de tiempo libre y disponible para poder encontrarse
con Dios en el presente y para que la vida pueda elevarse a su forma más bella y
buena." Los niños que juegan estando juntos nos enseñan: "he hecho un pastel de
arena, ven a verlo" "Dios busca los sitios donde hay sonrisas y risa. Las
sonrisas y la risa abren las puertas del Reino. Por eso Jesús nos llama a ser
como niños".
3.
1 Ts 5, 16-24. En tres palabras sintetiza Pablo la actitud del espíritu
cristiano tal como corresponde a la voluntad de Dios: alegría, oración y
agradecimiento. Van unidas, dan la clave para este día de "¡Alegraos
constantemente!", o sea, incluso en las horas bajas y de sufrimiento (1,6), pues
esos momentos no afectan al fundamento en el que descansa nuestra alegría; la
certeza de la salvación en Cristo. La alegría es algo intrínseco a la vocación
cristiana. Pedimos al Señor el “gaudium cum pace”, del que . Chesterton decía:
"La alegría, que constituyó la pequeña publicidad del hombre pagano, es el
gigantesco secreto del cristiano. Cristo nunca encubrió sus lágrimas. Él nunca
escondió su ira. Pero hubo algo que controló. Hubo algo que era demasiado grande
para que Dios pudiera mostrárnoslo, cuando anduvo por la tierra; y algunas veces
se me ha ocurrido que ese algo era su alegría" (Orthodoxy). Y va muy unida a la
oración: "Orad sin cesar". Naturalmente, no con palabras, sino con la conciencia
de la unión con Dios, porque en el descanso del alma en él se encuentra
precisamente la verdadera oración, sin palabras y de pleno valor, esto configura
al santo en alguien alegre. "El buen humor es manifestación externa clara de que
hay en el alma una juventud perenne", decía s. Josemaría, y lo ponía en práctica
según cuentan las Hermanas de los Hospitales: "Yo le recuerdo siempre alegre. Si
tuviera que destacar una cualidad de él, creo que me quedaría con ésta: la
jovialidad, el gozo que emanaba de su persona. Nos alegraba la vida con su modo
de ser". Sabía reír como un niño; hacía reír con su impresionante sentido del
humor. El historiador y médico P. Berglar observa su expresión juvenil, “aquella
sonrisa que muy a menudo surgía alrededor de los ojos y de la boca; una sonrisa
que, de modo inconfundible, reunía en sí calor, picardía y libertad de espíritu
(e imperturbabilidad) en sus diagnósticos”. Para poder ayudar a los demás hay
que ser experto en humanidad, dar paz.
"¡Dad gracias por todo!". Incluso en las pruebas y sufrimiento. Aquí es donde
tiene que mostrarse la fe fuerte, en que todo lo que viene de la mano de Dios es
para nuestra salvación. Esta actitud del alma es, pues, la que concuerda con la
voluntad de Dios, como nos lo reveló Jesús. "¡No apaguéis el espíritu!", dirá S.
Pablo evocando el fuego y luz, como siempre indica el carisma más alto el amor,
la fuerza del Espíritu. Y es que la alegría viene en primer lugar del amor,
motor de la vida.
Alegría y amor.
La fuente más común, más profunda y más grande de la alegría es el amor. Se
siente alegre cuando se conoce al amor de la vida, cuando se da cuenta de que
esa persona nos quiere con locura. El amor rejuvenece y es una fuente espontánea
y profunda de alegría. Ese amor es, efectivamente, el principal combustible para
estar alegres. Quien no ama, no ríe. Y es por eso que el egoísta sufre, y nunca
está alegre. La alegría es propia de los enamorados. Cuando alguien pasa por ahí
canturreando y con una sonrisa en los labios, con un semblante pacífico,
pensamos fácilmente “ah, son las cosas del amor”. Pues los católicos tenemos
muchas y muy buenas razones para tener esa alegría propia de los enamorados.
Copio de no sé donde: “La alegría es el amor disfrutado; es su primer fruto.
Cuanto más grande es el amor, mayor es la alegría, decía S. Tomás de Aquino.
Dios es amor (1, 4,8) enseña San Juan; un Amor sin medida, un Amor eterno que se
nos entrega. Y la santidad es amar, corresponder a esa entrega de Dios al alma.
Por eso, el discípulo de Cristo es un hombre, una mujer, alegre, aun en medio de
las mayores contrariedades: Y Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar
(Juan 16, 22). “Un santo triste es un triste santo” se ha escrito con verdad.
Porque la tristeza tiene una íntima relación con la tibieza, con el egoísmo y la
soledad. El Señor nos pide el esfuerzo para desechar un gesto adusto o una
palabra destemplada para atraer muchas almas hacia Él, con nuestra sonrisa y paz
interior, con garbo y buen humor. Si hemos perdido la alegría, la recuperamos
con la oración, con la Confesión y el servicio a los demás sin esperar
recompensa aquí en la tierra.”
Juan Pablo II nos pone delante de nuestra mirada a la Virgen Santa: “El canto
del magnificat continúa siendo durante los siglos la expresión más pura de la
alegría que brota en cada una de las almas fieles. Es la alegría que surge del
estupor ante la fuerza omnipotente de Dios que puede permitirse realizar “cosas
grandes” a pesar de la desproporción de los instrumentos humanos. Podemos cantar
el magnificat con espíritu exultante, si tratamos de tener en nosotros los
sentimientos de María su fe, su humildad, su candor”.
Sentirse amado es la fuente de la alegría. La posesión del Amor, y por tanto de
la alegría, comienza a ser un hecho ya en la tierra mediante la gracia, que nos
hace hijos de Dios, aunque será necesario esperar llegar al cielo para poseer la
felicidad plena, que sacia sin saciar. “Si nos sentimos hijos predilectos de
nuestro padre de los Cielos, ¡que eso somos!, ¿como no vamos a estar alegres
siempre?” (Forja 266). “¡Que estén tristes los que no quieren ser hijos de Dios!
Esa aspiración de conducirse como buen hijo de Dios da juventud, serenidad,
alegría y paz permanentes” (Forja 423). El gozo cristiano comienza en esta
tierra y será pleno en la vida eterna, pero no se puede disfrutar de el si sólo
se descubre motivos de desaliento. “¿Por qué nos entristecemos los hombres?
Porque la vida en la tierra no se desarrolla como nosotros personalmente
esperábamos, porque surgen obstáculos que impiden o dificultan seguir adelante
en la satisfacción de lo que pretendemos” (Amigos de Dios).
Decía Teresa de Calcuta: “Un corazón lleno de alegría es resultado de un corazón
que arde de amor. La alegría no es solo cuestión de temperamento, siempre
resulta difícil conservar la alegría - motivo mayor para tratar de adquirirla y
de hacerla crecer en nuestros corazones. La alegría es oración; la alegría es
fuerza; la alegría es amor. Da más quien da con alegría. A los niños y a los
pobres, a todos los que sufren y están solos, bríndales siempre una sonrisa
alegre; no solo les brindes tus cuidados sino también tu corazón. Tal vez no
podamos dar mucho, pero siempre podemos brindar la alegría que brota de un
corazón lleno de amor. Si tienes dificultades en tu trabajo y si las aceptas con
alegría, con una gran sonrisa, en este caso, como en muchas otras cosas, verás
que tu bien si funciona. Además, la mejor manera de mostrar tu gratitud está en
aceptar todo con alegría. Si tienes alegría, esta brillara en tus ojos y en tu
aspecto, en tu conversación y en tu contento. No podrás ocultarla por que la
alegría se desborda. La alegría es muy contagiosa. Trata, por tanto, de estar
siempre desbordando de alegría donde quiera que vayas. La alegría, ha sido dada
al hombre para que se regocije en Dios por la esperanza del bien eterno y de
todos los beneficios que recibe de Dios. Por tanto, sabrá como regocijarse ante
la prosperidad de su vecino, como sentirse descontento ante las cosas huecas. La
alegría debe ser uno de los pivotes de nuestra existencia. Es el distintivo de
una personalidad generosa. En ocasiones, también es el manto que cubre una vida
de sacrificio y entrega propia. La persona que tiene este don muchas veces
alcanza cimas elevadas. El o ella es como el sol en una comunidad. Deberíamos
preguntarnos: "¿En verdad he experimentado la alegría de amar?" el amor
verdadero es un amor que nos produce dolor, que lastima y, sin embargo, nos
produce alegría. Por ello debemos orar y pedir valor para amar. Quien Dios te
devuelva en amor todo el amor que hayas dado y toda la alegría y la paz que
hayas sembrado a tu alrededor, en todo el mundo”. Todo esto lo vemos en las
exhortaciones que concluyen la primera carta de Pablo, dirigida a los cristianos
de Tesalónica, escrita hacia el año 51: alegría, oración, acción de gracias. La
alegría va de la mano del dolor, y de la esperanza… pero ya tocaremos en otro
momento estos aspectos.
4.
Jn 1, 6-8. 19-28. Volvemos a Juan Bautista y su testimonio sobre su autoridad,
dependiente de Jesús, ante los judíos de Jerusalén, como fiscales celosos de un
sistema. En el Oficio de Lectura de hoy se leen unas palabras de s. Agustín:
"Juan era la voz, pero el Señor es la Palabra que en el principio ya existía.
Juan era una voz provisional; Cristo, desde el principio, es la Palabra eterna.
Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que ruido
vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón (...). Y
precisamente porque resulta difícil distinguir la palabra de la voz, tomaron a
Juan por el Mesías. La voz fue confundida con la palabra: pero la voz se
reconoció a sí misma, para no ofender a la palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni
Elías, ni el Profeta. Y cuando le preguntaron: ¿Quién eres?, respondió: Yo soy
la voz que grita en el desierto:`Allanad el camino del Señor'. La voz que grita
en el desierto, la voz que rompe el silencio; pero ésta no se dignará venir a
donde yo trato de introducirla, si no le allanáis el camino".
No
era la luz sino su testigo enamorado. ¿Puede haber vocación más bonita? Decir a
las gentes que no siempre es de noche ni todo es tinieblas. Llevar un rayo de
esperanza a los corazones entristecidos. Una sonrisa gratuita en una sociedad
violenta. Pronosticar que la verdad terminará imponiéndose. Descubrir valores
ocultos y carismas no apreciados. Apreciar el lado bueno de las cosas y
personas. Entender que no todo es relativo. Encontrar el sentido de la vida.
Testigo de todas las luces. Testigo del que es todo luz.
-Yo soy la voz que grita. ¿Puede haber una vocaciòn más humilde y más grande? No
es Mesías, ni profeta, ni quiere ser personaje. Es una voz, un mensaje, una
llamada. Está hecho para gritar, para proclamar, para anunciar y para denunciar.
Si deja de hablar, se muere. Si deja de gritar, deja de ser. Si deja de anunciar
su mensaje, se condena. Una voz, pero hija del viento, del Espíritu. Una voz
solamente, pero que no se puede acallar, y que empezará a renovar el mundo.
¡Cuánto vale su palabra! Cuando falten estas voces, el mundo habrá perdido su
conciencia.
-Tú, ¿quién eres? Una pregunta que todos tenemos que hacernos. ¿Cuál es nuestra
verdadera vocación? No el montaje que nos hemos preparado, o la rutina a la que
nos hemos acostumbrado, o la obligación a la que nos sentimos forzados. ¿Quién
eres?, sin caretas ni tapujos. No lo que piensan, o dicen, o esperan de ti. Ni
lo que tú mismo has llegado quizá a creerte. ¿Quién eres, de verdad? ¿Podrías
adivinar el nombre escrito en la piedra blanca que al fin te darán? Ojalá puedan
escribir también algo parecido a "testigo de la luz" y "voz que grita"
(“Caritas”).
Vivimos en una época de mucho griterío y muchos fuegos fatuos. Nos llegan
cantidad de voces vacías de palabra. Distraen, y no establecen una comunicación
a fondo entre nosotros ni nos ayudan a encontrarnos a nosotros mismos. Pero
también es cierto que hay palabras vivas, aunque nos cuesta descubrirlas,
distraídos como estamos. Jesús es el Verbo, es decir, la Palabra por excelencia,
aquella que ha sido concebida en el fondo del corazón (en el seno mismo de
Dios). Retengámosla, esta palabra, no la perdamos. Y para ello hagamos caso de
la recomendación de Juan: "Allanad el camino del Señor". San Agustín nos lo
explica así: "Es como si dijera: Yo grito para introducirlo en vuestro corazón,
pero el Señor no se dignará entrar si vosotros no le preparáis los caminos". El
Adviento es eso. ¿Y no podría ser una manera de prepararle el camino ponernos en
sintonía con el Espíritu que reposa sobre Él y que le envía "a anunciar la
salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el
consuelo?" (J. Totosaus).
En
el ciclo B, el evangelio de Marcos que leemos habitualmente es completado de vez
en cuando con fragmentos del de Juan, como hoy.