San Marcos 1,21-28:
Jesús es el profeta que nos trae la Palabra de Dios, para poderla hacer vida en nosotros y participar de esta nueva VidaAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Deuteronomio 18,15-20:
Habló Moisés al pueblo diciendo: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como
yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu
Dios, en el Horeb, el día de la asamblea: «No quiero volver a escuchar la voz
del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir.»
El Señor me respondió:
«Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis
palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las
palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que
tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable
en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte..»
Salmo 94,1-2.6-7.8-9:
R/. Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestros corazones.
Venid, aclamemos al Señor, /
demos vítores a la Roca que nos salva; / entremos en su presencia dándole
gracias, / vitoreándole al son de instrumentos.
Entrad, postrémonos por
tierra, / bendiciendo al Señor, creador nuestro. / Porque él es nuestro Dios / y
nosotros su pueblo, / el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
/ «No endurezcáis el corazón como en Meribá, / como el día de Masá en el
desierto: / cuando vuestros padres me pusieron a prueba / y me tentaron, aunque
habían visto mis obras.»
Primera carta del Apóstol
San Pablo a los Corintios 7,32-35.
Hermanos: Quiero que os ahorréis preocupaciones: el célibe se preocupa de los
asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa
de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo
mismo, la mujer sin marido y la soltera se preocupan de los asuntos del Señor,
consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los
asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para
vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y
al trato con el Señor sin preocupaciones.
Evangelio según San Marcos
1,21-28: Llegó Jesús a Cafarnaún y,
cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados
de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se
puso a gritar: «¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el
Santo de Dios». Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él». El espíritu inmundo se
retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:
«¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus
inmundo les manda y le obedecen». Su fama se extendió en seguida por todas
partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Comentario: 1.
Dt 18, 15-20: Después de haber hablado sobre el
rey y sobre el sacerdote, pasa a hablar sobre el profeta. Este tema está
introducido por una prescripción que prohíbe a Israel recurrir a la adivinación,
como lo hacen los paganos (Dt 18,9-14). En efecto, para los hebreos el único
medio de conocer la voluntad de Dios será recurriendo a los profetas (vv.
15-20). El pasaje termina enunciando los criterios que permiten reconocer al
verdadero profeta (Dt 18,21-22). El Dt difiere de otros documentos del
Pentateuco cuando presenta a Moisés como profeta (vv. 15.18; cf. Dt 34,10-12).
La mediación profética es subrayada, en una época en que la realeza y el
sacerdocio pasan por una grave crisis y en la que los profetas son los únicos
que proclaman la voluntad de Dios, el regreso a las fuentes de la Ley y la
constitución de un pueblo en torno a la Palabra. El profeta es más sensible a
las instancias nuevas, a los casos imprevistos. Su Dios es un Dios del cambio,
de la novedad, y tiene el poder de transformar sus palabras en actos: Moisés es
realmente un profeta, y el autor, que escribe probablemente en el tiempo de los
grandes profetas de Israel, sabe lo que dice cuando considera a Moisés como de
mayor importancia que ellos (cf. Dt 34,10). Habrá que esperar la llegada de
Jesús (Hch 3,33; 7,37) para encontrar un profeta más importante que Moisés, que
libre la palabra del sacerdocio y del político para hacerla presencia activa de
Dios en el seno de la realidad más cotidiana (Maertens-Frisque).
"Pediste al Señor tu Dios:
"No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios". A la hora de la
teofanía del Sinaí, ante los truenos, los relámpagos y el terrible incendio, el
pueblo se asustó y dijo a Moisés: "No quiero volver a escuchar la voz del Señor,
mi Dios; no quiero morir" (Ex 20,18-19). "En diversas ocasiones y de muchas
maneras Dios antiguamente había hablado a los padres por boca de los profetas;
pero ahora, en estos días que son los últimos, nos ha hablado a nosotros en la
persona del Hijo" (Hb 12,1-2) leíamos por Navidad. En él "se ha revelado el amor
de Dios que quiere salvar a todos los hombres (...); la bondad de Dios, nuestro
salvador, y el amor que tiene a los hombres" (Tt 2,11; 3,4). El pueblo esperaba
un Profeta como Moisés (cf Jn 1,21). Pero la realidad sobrepasa la profecía.
Nosotros vemos a Dios y le escuchamos en Jesús (J. Totosaus).
2.
Sal 94: Jesús quiso revivir el tiempo del
desierto, lugar de la prueba, lugar de la tentación y del desafío a Dios
("Meribá y Masá" Éx 17,1-7; Núm 20,1-13). Durante 40 días, evocando los 40 años
de la larga peregrinación en el desierto, Jesús fue tentado. Y las tres formas
concretas de esta tentación eran precisamente las mismas del pueblo de Israel:
la tentación del hambre, la tentación de los ídolos, la tentación de los signos
milagrosos. Un día u otro, son las tentaciones de cualquier hombre. "Durante 40
años esa generación me ha decepcionado". Esta palabra "generación", tomada en
sentido peyorativo (como si se dijera "ralea"), la utilizó Jesús con el mismo
sentido condenatorio de este salmo. "¿Por qué esta generación pide un signo? No
se dará ningún signo a esta generación" (Mc 8,12). "Generación mala y adúltera
que pide un signo" (Mt 12,39). "Generación incrédula, ¿hasta cuándo estaré con
vosotros?" (Mc 9,19). "El rebaño guiado por su mano". Este tema del "pastor",
Jesús lo utilizó también: "Yo soy el buen pastor"... (Jn 10). "Viendo las
muchedumbres, se llenó de compasión hacia ellas porque las veía como ovejas sin
pastor" (Mt 9,36). La imagen de la "roca" es la roca sólida que Jesús utilizó
varias veces. "El hombre que escucha la palabra de Dios se parece a quien
construye su casa sobre la roca" (Mt 7,24). Hoy renovamos con alegría la
invitación: “venid, entrad, cantemos con alegría, aclamemos”. "¡Nadie es una
isla!" Después de largos siglos de individualismo, el mundo actual redescubre
los valores comunitarios. El gran anonimato de las ciudades causa una soledad
que por contraste, hace desear "estar con" los demás. La liturgia actual se
esfuerza por valorizar la participación comunitaria. Nunca deberíamos olvidar
que si la Iglesia nos convoca a la misma hora, en el mismo lugar, no es para
hacer una oración individual (por indispensable que ella sea, pero en horas
distintas), sino para una oración "juntos": ¡venid, entrad, cantad con alegría,
aclamad, cantad! Esto explica, por qué los monjes de madrugada, se invitan unos
a otros a la alabanza común. Dejémonos llevar por la oración de los demás. No
seamos de aquellos que rechazan esta invitación y se encierran en su aislamiento
piadoso. Inclinaos, prosternaos. En oriente hay quizá más conciencia de lo
sagado, necesidad de prosternarse, de adorar. ¿Hemos acaso olvidado en
Occidente, este gesto casi universal de las religiones? Hay que hacerlo, para
experimentar toda la carga afectiva: "Dime ante quién te inclinas"... "Dime a
quién reconoces superior a ti"... Lo sabemos muy bien, un gesto es más verdadero
y comprometedor que una palabra. Pero por desgracia, nuestra cultura occidental
nos ha desencarnado... Pese a la célebre advertencia de Pascal: "Quien quiere
hacer el ángel, hace la bestia".
La Alianza:... "El es
nuestro Dios, nosotros somos su pueblo"... "¿Lo escucharemos?" "La Alianza",
anillo recíproco que llevan los esposos, símbolo corporal de pertenencia mutua.
Palabra clave de la Biblia. Audacia extraordinaria del hombre religioso que
imagina su relación con Dios en términos de desposorio. Aventura extraordinaria
de Dios, totalmente otro, que se une amorosamente a un pueblo, a pobres humanos.
Esto garantiza vivir la fe como una relación de amor. Pero ilumina también el
estado del matrimonio, haciendo de él un "sacramento" de fe. Los valores
esenciales del amor humano son también valores fundamentales de la fe. "No me
abandones, no me abandones" dice la canción, exigencia de fidelidad. "Escúchame,
escúchame pues", forma concreta que toma el amor. "Tú me has defraudado, has
cerrado tu corazón", el amor es también fuente de sufrimiento y decepciones . El
pecado como "infidelidad", negación a escuchar". El "tú" de reproche que aparece
al final del salmo: es el signo de un amor herido. Tal es, efectivamente, la
verdadera dimensión del pecado. Se reduce considerablemente el mal cuando se
limita a la simple transgresión de una ley, cuando se sitúa en relación a un
mandamiento. Cuando se queda al nivel de lo permitido y lo prohibido. Para el
hombre religioso, la moral no es solamente un sistema de normas de
funcionamiento de la sociedad humana, es uno de los elementos de la relación con
Dios. El mal "alcanza" a Dios,"frustra" a Dios. En lugar de acusar a Dios, de
lanzarle "un desafío", por el problema del mal existente en el mundo, debemos
comprender que el mal es contrario al plan de Dios, que El es el primero que
sufre, como un artesano que ve desbaratarse su obra, como un esposo
ridiculizado.
Hoy. La Iglesia nos propone
recitar este salmo cada mañana, esto no es mera casualidad. La invitación a la
alegre alabanza del comienzo, es una invitación diaria. La advertencia severa de
resistir a la tentación, es también una invitación positiva: Hoy... todo es
posible. El pasado es pasado... El mal de ayer se acabó. Una nueva jornada
comienza (Noel Quesson). "Ojalá escuchéis hoy su voz" (Sal 94,8). El salmo, del
cual se ha tomado la Palabra de vida, nos recuerda que nosotros somos el pueblo
de Dios y que él nos quiere guiar, como hace un pastor con su rebaño, para
introducirnos en la tierra prometida. El, que nos ha pensado desde siempre, sabe
cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para alcanzar nuestro verdadero
ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer y nos señala el camino a
seguir. Dios nos habla como a amigos porque quiere introducirnos en la comunión
con Él. Si uno escucha su voz -dice nuestro salmo en su conclusión-, entrará en
el "reposo" de Dios, es decir, en la tierra prometida, en la alegría del
Paraíso. Jesús es el buen pastor al que hemos de escuchar su voy… Dios le hace
sentir su voz a cada uno. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: "En lo más
profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no
se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre
que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario
le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En realidad
el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón…" ¿Qué tenemos que hacer
cuando Dios habla a nuestro corazón? Simplemente tenemos que ponernos a la
escucha de su Palabra sabiendo que, en el lenguaje bíblico, escuchar significa
adherir enteramente, obedecer, adecuarse a lo que se nos dice. Es como dejarse
tomar de la mano y hacerse guiar por Dios. Podemos confiarnos a Él como un niño
que se abandona en los brazos de la madre y se deja llevar por ella. El
cristiano es una persona guiada por el Espíritu Santo. "Ojalá escuchéis hoy su
voz"… Enseguida después de estas palabras el salmo continua: "No endurezcáis el
corazón". También Jesús ha hablado muchas veces de la dureza del corazón. Se
puede oponer resistencia a Dios, uno puede cerrarse a Él y negarse a escuchar su
voz. El corazón duro no se deja plasmar. A veces no se trata ni siquiera de mala
voluntad. Es que cuesta reconocer "esa voz" en medio de muchas otras voces que
resuenan dentro. Muchas veces el corazón está contaminado de demasiados ruidos
ensordecedores: son inclinaciones desordenadas que conducen al pecado, la
mentalidad de este mundo que se opone al proyecto de Dios, las modas, los
"slogan" publicitarios. Sabemos lo fácil que resulta confundir las propias
opiniones, los propios deseos con la voz del Espíritu en nosotros y lo fácil que
es, por consiguiente, caer en caprichos y en lo subjetivo. Nunca tengo que
olvidar que la Realidad está dentro de mí. Tengo que hacer callar todo en mí
para descubrir la voz de Dios. Y tengo que extraer esa voz como se rescata un
diamante del barro: limpiarla, sacarla a relucir y dejarse guiar por ella.
Entonces también podré ser guía para otros, porque esa voz sutil de Dios que
empuja e ilumina, esa linfa que sube del fondo del alma, es sabiduría, es amor y
el amor se debe dar.
“Ojalá
escuchéis hoy su voz"… ¿Cómo afinar la sensibilidad sobrenatural y la intuición
evangélica para estar en condiciones de percibir las sugerencias de esa voz?
Antes que nada, es necesario reevangelizarse constantemente acudiendo a la
Palabra de Dios, leyendo, meditando, viviendo el Evangelio, para ir adquiriendo,
cada vez más, una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios
dentro de nosotros en la medida en que aprendamos a conocerla de los labios de
Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. Y esto se lo puede pedir con la oración.
Luego deberemos dejar vivir al Resucitado en nosotros, renegando a nosotros
mismos, haciéndole la guerra al egoísmo, al "hombre viejo" que está siempre al
acecho. Esto requiere una gran inmediatez a decir que no a todo lo que va contra
la voluntad de Dios y a decirle sí a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos
en el momento de la tentación, cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí
a las tareas que Él nos ha confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a
las pruebas y a las dificultades que encontramos. Podemos, finalmente,
identificar más fácilmente la voz de Dios si tenemos al Resucitado en medio de
nosotros, es decir, si amamos hasta la reciprocidad, creando en todas partes
oasis de comunión, de fraternidad. Jesús en medio de nosotros es como el altavoz
que amplifica la voz de Dios dentro de cada uno, haciéndola escuchar más
claramente. También el apóstol Pablo enseña que el amor cristiano, vivido en la
comunidad, se enriquece siempre más en conciencia y en todo tipo de
discernimiento, ayudándonos a reconocer siempre lo mejor. Entonces nuestra vida
estará como entre dos fuegos: Dios en nosotros y Dios en medio de nosotros. En
este horno divino nos formamos y nos entrenamos a escuchar y seguir a Jesús. Una
vida guiada en todo lo posible por el Espíritu Santo resulta hermosa: tiene
sabor, tiene vigor, tiene mordiente, es auténtica y luminosa (Chiara Lubich).
Hablando con niños sobre los
Evangelios de la Misa de estos días, veíamos que Dios pone pistas en nuestro
corazón, como en la búsqueda de un tesoro o –salvando las distancias- las
películtas tipo “Piratas del Caribe”, las pistas que ofrece Dios son para
seguirlas y luchar en estos puntos, y vencer en una pelea en algún punto
(sonreír ante las dificultades, evitar discusiones con sentido del humor, acabar
un trabajo hasta los últimos detalles…) y así, después de una batalla se nos
muestra otra pista, para seguir adelante esta aventura del amor, en la medida
que hacemos oración facilitamos la labor del Señor para intuir esta pista, y al
cumplirla se nos ofrece la siguiente pista, cada vez más interesante pues nos
aproxima más a la meta que es participar de los sentimiento del corazón de
Jesús.
También nos ayuda la oración
para ver esa voz divina en las circunstancias de nuestro hoy. Por ejemplo, en un
mundo en crisis económica, el que nos falten algunas cosas puede suponer un
revulsivo para no caer en la esclavitud del tener. Es una oportunidad de oro
para que todos nos eduquemos sin la idea de que las cosas se pueden conseguir de
forma inmediata y sin esfuerzo, que cuando se rompe algo se repone enseguida
comprándolo nuevo, sin ni siquiera considerar arreglarlo, que con dinero se
compra todo o casi todo... a veces se comenta lo deprimida que está la gente en
estos países del primer mundo y cómo cuesta renunciar a lo más superfluo de lo
superfluo (ir a esquiar, estudiar fuera, blanquearse los dientes, cambiar de
coche o de ordenador, la segunda residencia, la empleada doméstica fija, las
extraescolares de los niños...). Mientras, en sitios más pobres de América,
África o Asia se nota la providencia divina más cercana, y se valora más lo poco
que se tiene, hay una alegría de vivir…, que ya sabemos que no está en el tener
sino en el amar.
3.
1 Cor 7,32-35: el
celibato por
el Reino. A ejemplo de
Jesús, san Pablo también quiso poder entregarse totalmente a Dios y anunciar su
mensaje; e invita a otros a hacer lo mismo. El hombre ha sido creado en cuerpo y
espíritu con vistas al matrimonio (Gén 1,27.31). Y sin embargo, hay hombres y
mujeres cristianos que con pleno conocimiento y libertad, y con gran alegría,
renuncian de por vida al matrimonio. Lo hacen «por amor al Reino de los Cielos»
(Mt 19,12). El «celibato» es siempre por motivos divinos, la «virginidad
cristiana» es por causa de una vocación apostólica y por tanto fecunda, en la
que se vive la paternidad y maternidad de otro modo, no biológico sino
espiritual pero no por eso menos profundo. Así habló Jesús: «Hay hombres que se
quedan sin casar por causa del Reino de los Cielos. El que puede aceptar esto,
que lo acepte» (Mt 19,12). El Apóstol Pablo hace entender que en su tiempo ya
había algunos creyentes que vivieron como vírgenes por un tiempo para dedicarse
a la oración (1Cor. 7, 5). También dice el Apóstol que el cuerpo no está sólo
destinado para la unión sexual, sino también para dar testimonio de Dios: «El
cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y así como Dios resucitó al
Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder... ¿No sabéis que vuestros
cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Cor 6,13-15). Y en el texto de hoy Pablo
habla de la virginidad como un estado mejor que el matrimonio, porque este
estado de vida expresa más claramente la entrega total al Señor. Esto no es un
mandato del Señor, dice Pablo (1 Cor 7, 25), sino una llamada personal de Dios,
un carisma o un don del Espíritu Santo (1 Cor 7,7) y, como dice Jesús, esto no
todos lo pueden entender. La virginidad es un signo del mundo que vendrá. Los
que permanecen vírgenes en este mundo están despegando de este mundo (1 Cor
7,27) y esperan al Esposo y al Reino que ya vienen, según la parábola de las
diez vírgenes (Mt 25,10). Su vida, su virginidad, es un «signo permanente» del
mundo que vendrá, es signo visible del estado de resurrección, de la nueva
creación, del mundo futuro donde no habrá matrimonio, y donde seremos semejantes
a los ángeles y a los hijos de Dios (Lc 20,35-36).
El ejemplo de Jesús es
iluminante para nuestra vida: no se casó, no tuvo hijos, no hizo una fortuna.
El, que nada poseía, trajo al mundo tesoros que no destruyen ni el moho ni la
polilla. El, que no tuvo mujer, ni hijos, era hermano de todos y entregó su vida
por todos. Además, Jesús invitó a sus discípulos a seguirlo hasta lo último. Al
joven rico, no le pidió solamente que cumpliera los mandamientos de la ley; le
pidió un despojo total para seguirlo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo
que tienes y dalo a los pobres, y entonces tendrás riquezas en el cielo; luego
ven y sígueme» (Mt 19,21). «Todos los que han dejado sus casas, o sus hermanos o
hermanas, o padre, o madre, o esposa, o hijos, o bienes terrenos, por causa mía,
recibirán la vida eterna» (Mt 19,29). María, la Madre de Jesús, es la única
mujer del Nuevo Testamento a quien se aplica, casi como un título de honor, el
nombre de «virgen» (Lc 1,27; Mt 1,23). Por su deseo de guardar su virginidad (Lc
1,34), María asumía la suerte de las mujeres sin hijos, pero lo que en otro
tiempo era humillación iba a convertirse para ella en una bendición (Lc 1, 48).
Desde antes de su concepción virginal, María tenía la intención de reservarse
para Dios. En María apareció en plenitud la virginidad cristiana.
El Apóstol Pablo, un hombre
apasionado por predicar el mensaje de la salvación, no quiso, como los
predicadores de su tiempo, ir acompañado de una esposa (1 Cor 9,4-12). Además
Pablo invitó a otros a seguir este estado de vida y dice: «Yo personalmente
quisiera que todos fueran como yo» (1 Cor 7,7). El Apóstol vio que su vida como
célibe le daba mayor disponibilidad de tiempo y una mayor libertad para la
predicación. Vio que el celibato le daba más tiempo para el servicio de Dios y
de sus hermanos (1 Cor 7,35). Seguramente los apóstoles y muchos discípulos
siguieron esta forma de vida; recordamos las palabras de Pedro: «Señor, nosotros
hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido» (Mt 19,27). ¿Cuál es el
motivo fundamental para optar por una vida sin casarse? Después de todo, podemos
decir que el celibato religioso brota de una experiencia muy especial de Dios.
El no casarse en sentido evangélico es fruto de una profunda fe y de una
experiencia de que Dios entra en la vida del hombre o de la mujer. Es el Dios
vivo, que deja huellas en una persona. Es el Dios, Padre de Jesucristo, que ha
seducido a algunas personas de tal manera, que ellos dejan todo atrás y van como
enamorados detrás de Jesús. El hombre célibe religioso es una persona «seducida
por Dios»: «Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir» (Jer 20,7). Desde el
momento que llega Dios a la vida del religioso todo cambia. El hombre religioso
deja todo atrás, aun el amor humano, porque simplemente ha llegado el Amor. Dios
vuelve a ser el «único amor», es como si de improviso aparece el sol y se apagan
las estrellas... Dice la Escritura: «Tú eres mi bien, la parte de mi herencia,
mi copa. Me ha tocado en suerte la mejor parte, que Dios mismo me escogió»
(Salmo 16, 5-6)… Dios como «amor». Con su oración y su silencio, esas almas
quieren llegar a la fuente de todo amor que Dios ha manifestado en su Hijo
Jesucristo. Quieren permanecer en celibato a fin de estar más disponibles para
servir a sus hermanos y para entregarse totalmente al amor de Cristo. No hay
nada más bello, nada más profundo, nada más perfecto que Cristo. He aquí el
último núcleo de una vida célibe por el Reino de los Cielos.
No optan por un camino de
egoísmo, ni tampoco desprecian la sexualidad o el matrimonio. No hacen un
compromiso de «desamor», sino radicalismo en el amor: en su experiencia de amor
descubren por in-tuición una dimensión más abierta y reclama un amor absoluto en
toda su vida. Sin estos «especialistas de Dios», el mundo sería más pobre. Pero
esto no todos lo pueden entender. Por algo dijo Jesús: «El que pueda entender
que entienda» (Mt 19,12: Miguel Jordá. Sobre la virginidad y realización persona
ver mi artículo
http://www.churchforum.com/virginidad-realizacion-personal.htm; he escrito
también sobre el celibato sacerdotal en
http://es.catholic.net/sacerdotes/222/1091/articulo.php?id=2392 y también
sus bases teológicas en
http://es.catholic.net/escritoresactuales/542/1263/articulo.php?id=14285).
4.
Mc 1, 21-28 (par.: Lc 4, 31-37): Siempre me ha
interrogado la vida y el amor de Jesús en todo. Se acercaban a Él porque
transmitía vida y acogía a todos. Nadie se marchaba de su lado sin haber
experimentado de una u otra manera que era amado de Dios, de una forma única e
irrepetible. Pero lo que más me ha impresionado siempre ha sido que Jesús no
enseñaba como los demás, enseñaba con autoridad. ¿Qué significa esta autoridad?
Jesús siempre era sugerente y no imponía nada que uno no pudiese aceptar
libremente. «Si quieres...», le dijo al joven rico. He llegado a la conclusión
de que la autoridad de Jesús se fundamentaba en que estaba detrás de ella la
coherencia de su vida. Jesús enseñaba con autoridad porque todo lo que decía lo
vivía. Su autoridad era su amor incondicional, la entrega total y absoluta de su
vida. Nada le desautorizaba, porque lo que decía lo vivía, y en lo que mandaba
estaba detrás la explicación con su ejemplo. Era coherente y veraz en todo, ésta
era la autoridad que causa asombro. Enseñar con autoridad al estilo de Jesús es
no un autoritarismo que no sabe de comprensión con las personas y que tiene
mucho de amor propio. Enseñar con autoridad es la coherencia de que quienes le
conocían decían de Él: «He ahí un hombre que lo que enseña lo vive y, sobre
todo, que, antes de nada, enseña con su ejemplo de vida». ¡Qué distinto nuestro
mundo de tanta palabrería y de tan poco hacer. De acciones sin contenido. De
charlatanes sin cumplir casi con nada! Me quedo con Jesús, con su autoridad, la
única que sigue siendo creíble, que brota de una vida auténtica, que se moja el
primero. Autoridad, porque no decía, ni enseñaba nada que no estuviera explicado
con su vida. Precisamente porque en la situación que hoy vivimos hay tanta
inflación de palabras, por eso, hay tanto autoritarismo y tan poca autoridad, al
estilo de Jesús. Nos falta vida y nos sobran palabras. Sólo con asomarse un
poquito a nuestro querido, maltrecho y pequeño mundo, nos damos cuenta de ello
(Francisco Cerro Chaves).
Jesús habla como quien tiene
autoridad, porque es consciente de que en él y en su mensaje la Ley y los
Profetas adquieren plenitud de sentido. Él es el Hijo a quien el Padre le ha
entregado todas las cosas (Mt 11, 27). Por eso su palabra es poderosa para
ordenar a los demonios y someterlos a su voluntad (v. 27), para perdonar los
pecados que sólo Dios puede perdonar (2, 10), para curar enfermos y resucitar a
los muertos. Por eso habla con autoridad y dispone de la Ley: "Habéis oído que
se dijo... pero yo os digo" (Mt 5, 21ss; cf. Mt 7, 29). Jesús no rechaza el
título de "Santo de Dios"; pero impone silencio al espíritu inmundo porque no ha
llegado el momento de manifestarse públicamente como Mesías y, sobre todo,
porque no admite sobre él ninguna influencia. El nombre de Jesús, lo que él es,
sólo deben pronunciarlo aquellos que reconocen su autoridad y la confiesan en la
obediencia de la fe. Según la concepción religiosa popular, el conocimiento del
nombre y su pronunciación ejercía un dominio mágico sobre la persona que lo
llevaba. Esta concepción subyace en nuestro texto, en el que la autoridad de
Jesús se opone abiertamente al poder de los demonios y los vence (“Eucaristía
1982”; escribí sobre la autoridad de Jesús en
http://www.es.catholic.net/educadorescatolicos/693/2138/articulo.php?id=26843).
Aquello es nuevo. "Nuevo" de la novedad de Dios, algo que te regenera, te renueva y rejuvenece. Lo viejo se purifica. Novedad, "ruptura", discontinuidad con lo que precede, con lo que dicen los demás, con lo que eres. Llamada de Dios nueva, sorprendente, inesperada; pero después de haberla oído, la encuentras dentro de ti; era lo que estabas esperando, quizás sin saberlo siquiera... La enseñanza de los escribas (los teólogos, los biblistas y los juristas de la época) sacaban su propia autoridad de las Escrituras y de la tradición de los antiguos, o bien se hacía aceptar remitiendo a la autoridad de algún maestro célebre; su autoridad no residía en la enseñanza misma. Pero no era así la palabra de Jesús: era un anuncio que llevaba consigo su propia fuerza, clara y transparente; un anuncio que te pone frente a tus contradicciones, con una evidencia que te penetra y te desconcierta. No remite a otra cosa. Frente a ella no hay que pensar en pruebas o falta de pruebas. Si te pones a buscar pruebas, es que no te rindes ante la luz. Si se te ofrece alguna prueba, ¿de qué serviría? La pondrías en discusión. Más aún, la enseñanza de Jesús es autoritaria, porque no es solamente palabra, sino gesto. Es una palabra poderosa que libera y que cura (Bruno Maggioni).