San Marcos, 1,29-39:
Cristo viene a curarnos de toda dolencia, y darnos el sentido de la vida como servicio a los demásAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Libro de Job, 7,1-4.
6-7. Habló
Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son
los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero,
aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga;
al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar
vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin
esperanza. Recuerdo que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la
dicha.
Salmo 146,1-2. 3-4.
5-6: R/.
Alabad al Señor, que sana los corazones quebrantados.
Alabad al Señor, que la música es buena; / nuestro Dios merece una alabanza
armoniosa. / El Señor reconstruye Jerusalén, / reúne a los deportados de Israel.
El
sana los corazones destrozados, / venda sus heridas. / Cuenta el número de las
estrellas, / a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso, / su sabiduría no tiene medida. / El Señor
sostiene a los humildes, / humilla hasta el polvo a los malvados.
Primera carta del
Apóstol San Pablo a los Corintios 9,16-19. 22-23.
Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más
remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio
gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han
encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el
Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación
de esta Buena Noticia. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los
débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago
todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
Evangelio según San
Marcos, 1,29-39.
En aquel tiempo, al
salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La
suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la
cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al
anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La
población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos
males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía
hablar.
Se
levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus
compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: -Todo el mundo te busca.
El
les respondió: -Vámonos a otra parte, a, las aldeas cercanas, para predicar
también allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los
demonios.
Comentarios: 1. Jb 7, 1-4. 6-7: la existencia que presenta el libro sapiencial (como el de Jonás, describe una leyenda hecha
probablemente
a partir de un personaje real, muy anterior) es una vida de desencanto y una
triste suerte. A lo único que puede aspirar el hombre es a que pase pronto. La
última parte parece cambiar de acento; como si Job sintiera nostalgia por la
vida. Posiblemente se trata de una nostalgia desesperanzada que viene a añadir
más amargura a la existencia. Es tremendamente actual (basta ver el cine,
literatura… donde se ve la influencia de los existencialistas agnósticos: Bayle,
Iván Karamazov, Sartre, Camus...). También Job se halla rodeado de oscuridades y
no acierta a explicarse el problema de Dios y de su justicia, pero en medio de
la crisis mantiene firme la fe. Aquí radica precisamente toda la tensión del
libro: cómo armonizar la fe en un Dios justo con el problema del mal.
Resignado a terminar sus días, Job se dirige al final a Dios para pedirle un
respiro de paz antes de morir. Hacia el s. V a. J.C., cuando se escribe, todavía
se tenían ideas muy vagas e imprecisas sobre la vida de ultratumba. Y realmente,
sin la esperanza de la resurrección, la vida humana no es mucho más halagüeña de
lo que la pinta Job. El libro de Job
es un buen testimonio de esa búsqueda del hombre en la lucha por llegar a la
claridad total, a la verdad. Job se siente abandonado no solamente de los
hombres sino también de Dios, como en el salmo: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué
me has abandonado?" El dolor de Job es de orden metafísico y existencial (cf.
Comentarios de Edic. Marova).
"... sus días son los de un jornalero" El libro de Job busca solución al gran
problema de la justicia de Dios. Israel se lo plantea de forma muy aguda desde
el destierro. Es el interrogante de una generación que ha perdido el sentido de
su existencia histórica. En este libro, Israel, reflexiona sobre el dolor en la
vida del hombre desde el plano de la fe en Yavhé. De ahí la pregunta ¿por qué
Yahvé me hace sufrir? Las preguntas y las acusaciones se hacen a Yahvé. Los vv.
1-11 forman una unidad literaria que contiene los elementos típicos de toda
lamentación. La experiencia ha enseñado a Job que el destino del hombre en este
mundo no es la felicidad y el éxito. Compara la vida a un servicio. En general
se entiende "un servicio de guerra", pero la imagen del esclavo hace referencia
al servicio-esclavitud de los israelitas en Egipto. Job desea que acabe el
trabajo, llegue la noche y con ella el descanso pero las noches son nuevas
formas de sufrimiento. El no tiene ningún poder sobre el dolor. Es otro quien se
lo manda. A él sólo le cabe aceptarlo. Es "mi herencia". Ante esta situación se
vuelve a Dios y no a los amigos. Los lamentos de Job no son una novedad para
nadie. Basta mirar alrededor: enfermedad, guerra, muerte, represión... Job es
realista. No acepta la fácil consolación de los amigos, ni la invitación a la
resignación. No tolera que se pueda justificar la injusticia. El tema del
sufrimiento está presente en la vida del hombre y ha de estar presente en el
anuncio del mensaje cristiano. Un anuncio que debe dejar en toda su oscuridad el
problema del dolor. No podemos repetir la teología de los amigos de Job que
quería explicarlo todo. Nuestra fe es difícil porque nuestra experiencia
cotidiana parece contradecirla. No es fácil creer en Dios creador, providente y
padre, y sentir la miseria y el dolor (P. Franquesa).
Job es un hombre acosado por todos los males: ha perdido sus bienes, ha perdido
sus hijos, ha perdido la salud. Y no ha hallado otra cosa que la incomprensión
de su mujer que le incita a renegar de Dios y a desear la muerte. Job, llagado
de la planta de los pies a la coronilla, se encuentra postrado y solo en medio
de un estercolero. Tres amigos acuden de lejos a verle. Durante siete días
permanecen con él en silencio, pues no se atreven a hablar ante tanto dolor y no
saben cómo pueden consolarle. Job rompe este silencio para maldecir el día que
nació. Entonces comienza la discusión... Job tiene que aguantar ahora largos
discursos doctrinarios de aquellos amigos, que no pueden curarlo ni explicar tan
siquiera su inmenso sufrimiento. Y lo único que sale de tanta discusión es la
evidencia de que Job, con su dolor, se encuentra muy lejos de sus amigos y de
sus teorías sobre el dolor. Job se aparta con sus preguntas y sus quejas de
estos tres "sabios" y lleva su conflicto delante de Dios (v. 7). Job se
convierte en portavoz de todos los hombres que sufren y recoge en sus palabras
la experiencia de toda la humanidad. La vida es para él muy distinta de lo que
propaga un optimismo superficial. La vida es dura como el destino de un guerrero
que ha de comprar el pan y la sal con su propia sangre, como el destino de un
jornalero esclavo del trabajo. Al tratar de comprender su caso en el contexto
del sufrimiento humano en general, Job nos ofrece también en su paciencia
proverbial y en la lucha de su fe un ejemplo válido para todos. -Este hombre que
sufre suspira por la recompensa y el descanso, pero no halla más que noches de
insomnio y su herencia no es otra que el tiempo perdido. -La descomposición
progresiva de su propia carne le advierte a Job de la fugacidad de la vida, que
se precipita hacia el fin sin esperanza y se desliza entre los dedos sin que el
hombre sea capaz de retener su sentido. -¿Qué puede esperar un hombre que
desespera así? ¿Por qué acude Job ahora con sus quejas ante Dios? Hay una
esperanza que sostiene a Job en la desesperación. Por eso, este hombre
desesperado, acude a Dios y mantiene abierta su pregunta hasta que Dios quiera
dar la respuesta. En esto consiste la paciencia de Job (“Eucaristía 1988”).
¿Por qué el dolor? El tema es complejo, sobre todo cuando desconcertados no
hacemos pie... quizá recordamos cuando no sabíamos nadar y no hacíamos pie, en
aguas profundas: los pulmones se disparan, perdemos el aliento ante la sorpresa…
así nos sentimos a veces, desconcertados por situaciones que no nos esperábamos,
que nos parecen injustas, y ese desconcierto impiden pensar, nos hace sumir en
un pozo en el que se hace de pronto la luz. En aquella dificultad hay concertado
un encuentro con Dios, que al mismo tiempo prepara para otras pruebas
posteriores: un desgarramiento interior –sacrificio- suele ser un preludio del
éxtasis, en la sinfonía de la vida, y al mismo tiempo es eso un camino para
reforzarse para lo que vendrá… Desnudez del alma que se une a Dios, fortaleza
que ya nada tiene de humano, santuario donde se da el Encuentro... (escribí esto
con motivo de la noche de Teresa de Calculta y la crisis de S. Unsted, noruega
conversa que en "la zarza ardiente" presenta un converso casado con una muñeca
anti-católica:
http://www.churchforum.org/zarza-ardiente.htm). A veces la vida nos deja
tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay
presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... "Tengo pena
de la vida, siento lastima de mis lagrimas, mis ojos están secos de tanto
llorar, mi alma está resentida de tantos golpes, mi corazón lleno de cicatrices
de tantas puñaladas, mi vida es un libro con palabras cubiertas de pena, escucho
mi voz y solo son lamentos, tengo pena de esta vida resignada, tengo pena de mi
cuerpo cansado, de este corazón marchito, tengo pena de la sequedad de sueños,
tengo pena de mi falta de amor…, tengo pena por no poder soñar, tengo pena de lo
que soy"… El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las
personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio
dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes
que están cercanas, y no desear lo que esta lejano…
El
silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de
la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la
Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor
dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la
historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay
unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de
dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y
corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante
nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio
(la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no
está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido. Y sobre todo es Jesús en la
Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar
aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la
conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado
incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el
milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo
está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no
es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se
convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su
Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se
convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un
camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin
que es el cielo.
Escribir cosas de estas es fácil, y sale de la vida -de los estudios y lecturas
que tenemos, del trato con la gente-, pero cuando toca de cerca cuesta más
vivirlo: es como la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su
madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa
no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice:
"-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le
ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella
contesta asombrada: "-¡si es impotable!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a
decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!"
Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas
muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por
el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le
dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos
gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué
Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja
estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho
ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no
malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en
el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo
mejor siempre está por llegar."
Este sentido de cruz está relacionado con el amor. Si quiero más amor en el
mundo, he de sembrarlo a mi alrededor. Si deseo la felicidad, la he de dar pues
la felicidad no la adquiero con los goces sino sacrificándome por los demás,
dándome por amor; por eso es algo que viene “de rebote”: cuando la busco en sí
misma no la encuentro, pero cuando busco la de los demás (haciendo el bien) la
encuentro como el eco, “de rebote”, recojo lo que siembro, viviendo aquello de
que “hay más alegría en dar que en recibir”. Estaré alegre cuando busco la
alegría de los que me rodean. Si quiero una sonrisa en mi alma, he de sonreír a
quienes tengo a mi lado, cada día. La vida me devolverá lo que he dado, como el
eco. Esto se aplica a todo en la vida: a la belleza, la verdad y la bondad. Por
mucho que vayamos por el mundo buscando la belleza, no la encontraremos nunca si
no la llevamos con nosotros.
Hay quien no cree que hay más alegría en el dar, porque está distraido, la
percepción de las cosas no coincide con la verdad, el palo en el agua se ve
torcido, pero al sacarlo se ve recto, así, cuando experimentamos el amor y lo
vivimos es cuando lo sentimos realmente como premio... al igual que los demás
valores: Sólo cuando llevamos la belleza, la vemos también en todo y en todos. Y
entonces descubrimos el esplendor de la verdad. Ser auténticos, coherentes,
porque sabemos lo que vale la pena. Sólo cuando llevamos la verdad, la vemos en
los demás. Entonces vemos que la verdad se construye haciendo el bien. A través
del amor sembramos de bien el mundo; entonces vemos el bien en los demás, y sólo
entonces nos hacemos buenos; si, al hacer el bien nos hacemos buenos; y también
al mejorar nos hacemos capaces de conocer mejor lo que está bien, es como si el
paladar hacia las cosas buenas mejorara con la virtud, tuviéramos más
discernimiento. Sólo entonces estamos contentos de vivir. A veces nos ponemos
gafas de sol para evitar la luz en verano; y al entrar en un túnel nos parece
todo oscuro, como si las luces no alumbraran; entonces nos damos cuenta de que
lo vemos todo negro porque llevamos puestas las gafas negras. Si algún día lo
vemos todo negro (los demás nos molestan, están insoportables, etc.), es que
tenemos la mirada turbia, la niebla está dentro de nosotros a menudo y por eso
proyectamos aquella visión hacia fuera. La vida es como el eco; no exijas a la
vida lo que tú no estés dispuesto a dar…
En
ocasiones nos encontramos desencantados, pues no han tenido con nosotros las
atenciones que esperábamos, y esa falta de cariño nos hace sentirnos solos,
desconsolados, desconcertados y a veces con la sensación de quien sin saber
nadar se encuentra con que no hace pie, y viene el desconcierto. Es hora de
encontrar el sentido de la cruz, y de hacer un acto de generosidad, de actuar de
tal modo que procuremos que a nuestro alrededor nadie pruebe esto tan amargo que
hemos padecido en esa ocasión; con la experiencia de aquella experiencia
procuraremos que dar a los demás eso que no hemos encontrado... (he escrito
algún artículo sobre el tema, pues el dolor tiene que ver con el sentido de la
vida y la felicidad:
http://www.cancionnueva.com.es/index.php/la-felicidad-y-el-sacrificio/;
http://www.autorescatolicos.org/lluciapousabate33.htm, también intento
tratar cómo tiene que ver con el crecimiento personal:
http://www.churchforum.org.mx/dolor-crecimiento-personal.htm, amor y dolor
también van unidos:
http://www.churchforum.com/ternura-dolor-educacion-amor.htm, especialmente
cuando muere un ser querido:
http://www.almas.com.mx/almas/artman/publish/printer_2034.php, o está
sufriendo:
http://www.yoinfluyo.com/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=9241, y
sólo Cristo explica su sentido, a través del amor:
http://www.es.catholic.net/temacontrovertido/174/1550/articulo.php?id=12820;
también nos preocupa cuando el dolor es causado por la muerte de los inocentes:
http://buenasideas.blogspot.com/2005/01/dnde-estaba-dios-el-da-del-tsunami.html).
Ningún problema existencial del hombre, como es el dolor, puede resolverse
teóricamente, sino sólo desde la vida, como no se puede explicar el sabor de las
cerezas o fresas o cualquier otra cosa sino desde la experiencia de probarlas.
En este sentido, sólo quien sufre puede hablar, es creativo este sufrimiento,
por eso Jesús es quien habla, desde la Cruz, allí hace suyos todos los
sufrimientos humanos (cf. tb. A. Gil Modrego).
2.
Salmo 146: Con este cántico, el Salterio se hace eco del sentimiento lírico y
musical de toda la humanidad. Que
la música es buena quiere decir que resulta idónea para la alabanza
divina; el medio, quizá, expresivo y comunitario. Cristo mismo -en cuyo
Nacimiento cantaron los Ángeles (Lc
2: 13)- habló de la música en varias parábolas: la de los muchachos que
tocan la flauta en la plaza (Mt ll: 17), la del hijo pródigo, en cuya
fiesta hay música y danza para
manifestar la alegría (Lc 15: 20). Este salmo -uno de los más hermosos y líricos
del Salterio- supone un regalo para nuestra
oración de esta mañana que nos presenta el camino escogido por Jesús de
continua alabanza por las obras de
su Padre y de fidelidad a su amor. No es de extrañar que el
Señor, evocando quizá este himno, dijera: 'Yo hago siempre lo que es
grato a mi Padre' (Jn 8,29), es la
música que toda la creación puede cantar a su creador (Félix Arocena).
Parece que desde las épocas más remotas el hombre ha conocido y apreciado la
música, a veces producida por
instrumentos muy rudimentarios (así se pueden ver escenas de música
y danza en pinturas rupestres primitivas), y la tradición de muchísimas
tribus y pueblos antiguos (aun en
nuestros días) ha sido intensamente musical, con danzas, melodías y
ritmos que expresan su cultura y su sentido de la religión y del arte. Ya
en el capitulo 4° del Génesis se nos habla (como remontándolo a los orígenes) de
Yubal, el inventor de los instrumentos musicales: instrumentos de cuerda
(lira) e instrumentos de viento
(flauta) (Gn 4,21). El rey David ha pasado a la mente de todos y a las artes
plásticas con su arpa en las manos
alabando al Señor delante del arca santa.
En
esta primera parte del salmo (cf. vv. 2-6) –señala Juan Pablo II- “se introduce
ante todo la acción histórica de Dios, con la imagen de un constructor que está
reconstruyendo Jerusalén, la cual ha recuperado la vida tras el destierro de
Babilonia (cf. v. 2). Pero este gran artífice, que es el Señor, se muestra
también como un padre que desea sanar las heridas interiores y físicas presentes
en su pueblo humillado y oprimido (cf. v. 3). Demos la palabra a san Agustín, el
cual, en la Exposición sobre el salmo 146, que pronunció en Cartago en el año
412, comentando la frase: "El Señor
sana los corazones destrozados", explicaba:
"El que no destroza el corazón no es sanado... ¿Quiénes son los que
destrozan el corazón? Los humildes. ¿Y los que no lo destrozan? Los soberbios.
En cualquier caso, el corazón destrozado es sanado, y el corazón hinchado de
orgullo es humillado. Más aún, probablemente, si es humillado es precisamente
para que, una vez destrozado, pueda ser enderezado y así pueda ser curado. (...)
"Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas". (...) En otras palabras,
sana a los humildes de corazón, a los que confiesan sus culpas, a los que hacen
penitencia, a los que se juzgan con severidad para poder experimentar su
misericordia. Es a esos a quienes sana. Con todo, la salud perfecta sólo se
logrará al final del actual estado mortal, cuando nuestro ser corruptible se
haya revestido de incorruptibilidad y nuestro ser mortal se haya revestido de
inmortalidad".
Ahora bien, la obra de Dios no se manifiesta solamente sanando a su pueblo de
sus sufrimientos. Él, que rodea de ternura y solicitud a los pobres, se presenta
como juez severo con respecto a los malvados (cf. v. 6). El Señor de la historia
no es indiferente ante el atropello de los prepotentes, que se creen los únicos
árbitros de las vicisitudes humanas:
Dios humilla hasta el polvo a los que desafían al cielo con su soberbia
(cf. 1 S 2,7-8; Lc 1,51-53). Con todo, la acción de Dios no se agota en su
señorío sobre la historia; él es igualmente el rey de la creación; el universo
entero responde a su llamada de Creador. Él no sólo puede contar el inmenso
número de las estrellas; también es capaz de dar a cada una de ellas un nombre,
definiendo así su naturaleza y sus características (cf. Sal 146, 4). Ya el
profeta Isaías cantaba: "Alzad a lo
alto los ojos y ved: ¿quién ha
creado los astros? El que hace salir por orden al ejército celeste, y a cada
estrella la llama por su nombre" (Is 40, 26). Así pues, los "ejércitos" del
Señor son las estrellas. El profeta Baruc proseguía así:
"Brillan los astros en su puesto de guardia llenos de alegría; los llama
él y dicen: "¡Aquí estamos!", y
brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3, 34-35).
3.
1 Co 9,16-19.22-23: San Pablo vive tan profundamente el misterio de Cristo que
no puede callarlo. El dedicarse a predicarlo es el propio premio por el
convencimiento y persuasión de que esa actividad es la mejor a que puede
dedicarse el hombre, a imitación del propio Señor. Es el servicio a la
continuación de lo que Jesús hizo en su vida. Para ello es condición
imprescindible estar traspasado del Señor y de su escala de valores. Así pues,
es algo que viene de dentro a fuera y no al revés. No se trata tanto de ganar
méritos por medio de la dedicación a un noble ejercicio, ni tampoco que los
paganos necesiten imprescindiblemente que algunos vayan a predicarles, sino que
el cristiano, convencido del valor del don recibido, siente el impulso de
comunicarlo a los otros. Es no guardar el tesoro sólo para uno, sino darlo a
conocer a otros, hacerlos participantes de él, dentro de nuestras posibilidades.
No se siente atado por nada en particular, sino a Cristo. Puede comportarse de
la forma más conveniente para ejercitar el apostolado. No se dan prejuicios,
comodidades, respetos humanos, etc. (el contexto de hoy es la consulta de si se
puede comer carne sacrificada, y el escándalo de los pusilánimes). Puede
renunciar al ejercicio de su misma libertad. ¡Buen ejemplo hoy día! (Dabar
1982).
Un
ejemplo nos lo da S. Agustín: “No recogisteis a la oveja descarriada (Ez 34,5).
He aquí cómo nos encontramos en peligro entre los herejes. A la que estaba
descarriada no la recogisteis; a la que estaba pérdida no la buscasteis. A causa
de ellos nos hallamos siempre en manos de ladrones y dientes de lobos
enfurecidos; os rogamos que oréis por estos peligros nuestros. Hay también
ovejas contumaces. Cuando se las busca, estando descarriadas, dicen en su error
y para su perdición que nada tienen que ver con nosotros. «¿Para qué nos
queréis? ¿Para qué nos buscáis?». Como si la causa por la que nos preocupamos de
ellas y por la que las buscamos no fuera que se hallan en el error y se pierden.
«Si me hallo -dices- en el error, si estoy perdida, ¿para qué me quieres? ¿Por
qué me. buscas?». -«Porque estás en el error te quiero llamar de nuevo; porque
te has perdido, y quiero hallarte». -«Así -me dices- quiero errar; de este modo
quiero perderme». ¿Quieres errar así y así perderte? ¡Con cuánto mayor motivo
quiero evitarlo yo!
Me
atrevo a decir aún que soy importuno. Escucho al Apóstol que dice: Predica la
palabra, insiste a tiempo y a destiempo. ¿A quiénes a tiempo? ¿A quiénes a
destiempo? (2 Tim 4,2). A tiempo a los que quieren; a destiempo a los que no
quieren. Es cierto que soy importuno y me atrevo a decir: « Tú quieres errar, tú
quieres perderte; yo no quiero». En última instancia, no quiere aquel que me
atemoriza. Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: No
recogisteis a la oveja descarriada ni buscasteis a la perdida. ¿Tengo que
temerte a ti más que a él? Conviene que todos comparezcamos ante el tribunal de
Cristo (2 Cor 5,10). No te tengo miedo a ti. No puedes derribar el tribunal de
Cristo y constituir el tribunal de Donato. Llamaré a la oveja extraviada,
buscaré a la perdida. Quieras o no, yo lo haré. Y aunque, al buscarla, me
desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos
que sean; derribaré todas las vallas; en la medida en que el Señor, que me
atemoriza, me dé fuerzas, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la
que se pierde. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te
pierdas”.
4.
Mc 1, 29-39 (par: Mt 8,14-17; Lc 4,38-44): En la doctrina de Jesús el concepto
de servicio se desarrolla partiendo del progreso antiguotestamentario del amor
al prójimo. Jesús lo cogió de allí, y, vinculándolo al precepto del amor a Dios,
lo propuso como elemento central de la actitud moral exigida por Dios al hombre.
Con esto Jesús revisa el concepto de servicio, liberándolo de las alteraciones
de las que había sido objeto en el judaísmo tardío. El primer capítulo de Marcos
describe la evolución espiritual y apostólica de Jesús a lo largo de las
primeras semanas de su ministerio. En primer lugar se fue a Judea y al desierto
para hacerse discípulo del Bautista (Mc 1,9-13). El relato de la curación de la
suegra de Pedro es muy vivo dentro de su sencillez; parece como si se oyera la
voz de los testigos oculares. Pero si queremos leer estas curaciones de Jesús
con los ojos de los primeros cristianos, no hemos de ver en ellos simples
prodigios, sino captar en ellos las "palabras" que anuncian el Reino y el
mensaje de vida. A este propósito bastará con dos detalles muy elocuentes. El
relato está dominado por la expresión "la levantó", que en el lenguaje del Nuevo
Testamento evoca la resurrección de Jesús y la resurrección bautismal. La
narración -segundo detalle- termina con la mención del "servicio" (en la forma
griega que se utiliza para la acción continua), para expresar el seguimiento y
la actitud del discípulo. A la luz de estas dos expresiones, el gesto de Jesús
se convierte en un símbolo perenne: la intervención de Jesús es la que nos hace
levantarnos para que emprendamos el camino del servicio (Bruno Maggioni).
Después de su misión, al día siguiente, mucho antes de amanecer, Jesús se
levantó, salió, se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Fueron después Simón y
sus amigos a buscarle, y habiéndole hallado le dijeron: "Todos andan
buscándote". -Mas Jesús les contestó: "Vamos a otra parte, a las aldeas próximas
para predicar allí, pues para esto he salido". Ideal misionero. Parte al
encuentro de los otros (Noel Quesson).
Asi decía S. Agustín: “El género humano yace enfermo; no por enfermedad
corporal, sino por sus pecados. Yace como un gran enfermo en todo el orbe de la
tierra de Oriente a Occidente. Para sanar a este gran enfermo descendió el
médico omnipotente. Se humilló hasta tomar carne mortal, es decir, hasta
acercarse al lecho del enfermo. Da los preceptos que procuran la salud, y es
despreciado; quienes le escuchan son liberados. Es despreciado, pues dicen los
amigos poderosos: «Nada sabe». Si no supiera nada, no llenaría los pueblos con
su poder; si no supiera nada, no existiría antes de nosotros; si no supiera
nada, no hubiera enviado a los profetas antes de él. ¿No se cumple ahora lo que
antes fue predicho? ¿No demuestra este médico el poder de su arte cumpliendo sus
promesas? ¿No caen por tierra en todo el orbe los errores perniciosos y se doman
las codicias en la trilla del mundo? Nadie diga: «Antes el mundo estaba mejor
que ahora; desde que llegó este médico a ejercer su arte, vemos en él muchas
cosas espantosas». No te extrañes. Antes de ponerse a curar a un enfermo, la
sala del médico parecía limpia de sangre; ahora que tú ves lo que pasa, sacúdete
las vanas delicias, acércate al médico; es el tiempo de buscar la salud, no el
placer. Curémonos, pues, hermanos. Si aún no hemos reconocido al médico, no nos
enfurezcamos contra él como locos, ni nos apartemos de él como aletargados.
Muchos perecieron enfureciéndose y muchos también durmiendo. Son locos los que
pierden sus cabales fuera del sueño. Están aletargados los oprimidos por el
mucho sueño. Los tales son ciertamente hombres. Unos quieren ser crueles con
este médico y, como él ya está sentado en el cielo, persiguen a los fieles, sus
miembros, en la tierra. También a éstos los cura. Muchos de ellos se tornaron
por la conversión, de enemigos en amigos; de perseguidores se convirtieron en
predicadores. Incluso a los judíos, que se habían ensañado contra él cuando
estaba aquí en la tierra, los curó como a locos. Por ellos oró cuando pendía de
la cruz con estas palabras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc
23,34). Muchos de ellos, calmado su furor, como reprimida la locura, conocieron
a Dios, conocieron a Cristo. Después de la ascensión, enviado el Espíritu Santo,
se convirtieron al que crucificaron y, creyendo en el Sacramento, bebieron la
sangre que derramaron con crueldad”.
La
inseguridad, la frustración, la soledad..., todos los constituyentes del
cansancio tan típico de nuestros
días -"stress"- pueden encontrar, incluso a nivel psico-somático, una
fuente de recuperación en el avanzar sereno y fiel por los caminos del
Evangelio. Incluso la angustia de
la muerte, tan radical, encuentra respuesta. No es porque sí que tantos
maestros de meditación y de técnicas de concentración tienen hoy un éxito
notable. ¿Y no podemos encontrar en
la comunión con Jesús, el Hijo de Dios, la serenidad de toda la
persona? Si uno de los males que afectan al hombre es la incomunicación
en un mundo de multitudes, ¿no será
salvadora la comunicación del diálogo de la fe? Un segundo nivel,
bastante concreto, puede ser una referencia a la pastoral de los
enfermos, y más directamente una
catequesis sobre el sentido del sacramento de la Unción de los enfermos.
Las escenas de Cafarnaún y la de los otros pueblos del vecindario son
vivas en la Iglesia, cuando Jesús
entra en la casa de los enfermos por el ministerio de los presbíteros que
imponen las manos, ungen y promueven la plegaria de la fe (véase la
liturgia de la Unción de los
enfermos). Un tercer nivel puede derivar hacia el tema del hambre en el mundo.
¿No es algo que supera la culpa de
cada hombre concreto, el pecado de la mala distribución y despilfarro de
los recursos naturales, y, a la vez, el pecado de buscar soluciones al
problema del hambre que son también
atentatorias a la dignidad de la persona: esterilizaciones, abortos,
campañas de descrédito de la natalidad, etc? ¿No se puede denominar
"demoníaco" a todo esto? Por eso
los cristianos tenemos algo más que nuestras buenas voluntades para luchar
contra el hambre del mundo: tenemos la fuerza de Jesucristo, la urgencia
de su Evangelio y de su misma
acción salvadora. En este contexto, es particularmente iluminadora la lectura
de algunos fragmentos de la Instrucción sobre "Algunos aspectos de la
teología de la liberación"
(Ecclesia, n. 2188, p. 7 (1079), especialmente los apartados I. Una aspiración,
y XI. Orientaciones: Pere Tena.