San Marcos 2,1-12:
El encuentro con Jesús nos cambia la vida, nos da una Vida libre de pecado, de toda forma de parálisis

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

 

DLectura del Profeta Isaías 43,18-19. 21-22. 24b-25. Esto dice el Señor: No recordéis lo de antaño, / no penséis en lo antiguo; / mirad que realizo algo nuevo; / ya está brotando, ¿no lo notáis?

Abriré un camino por el desierto, / ríos en el yermo, / para apagar la sed / del pueblo que yo formé, / para que proclamara mi alianza.

Pero tú no me invocabas, Jacob; / ni ti esforzabas por mí, Israel; / no me saciabas con la grasa de tus sacrificios; / pero me avasallabas con tus pecados, / y me cansabas con tus culpas.

Yo, yo era quien por mi cuenta / borraba tus crímenes / y no me acordaba de tus pecados. 

Sal 40,2-3.4-5.13-14: R/. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti.

Dichoso el que cuida del pobre y desvalido, / en el día aciago lo pondrá a salvo el Señor. / El Señor lo guarda y lo conserva en vida / para que sea dichoso en la tierra, / y no lo entrega a la saña de sus enemigos.

El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor, / calmará los dolores de su enfermedad. / Yo dije: «Señor, ten misericordia, / sáname, porque he pecado contra ti.»

A mí, en cambio, me conservas la salud, / me mantienes siempre en tu presencia. / Bendito el Señor, Dios de Israel, / ahora y por siempre. Amén. Amén. 

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 1,18-22. Hermanos: ¡Dios me es testigo! La palabra que os dirigimos no fue primero «sí» y luego «no». Cristo Jesús, el Hijo de Dios el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue primero «sí» y luego «no»; en él todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí». Y por él podemos responder «Amén» a Dios, para gloria suya. Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, Él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu. 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 2,1-12. Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. El les proponía la Palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y  como  no podían  meterlo  por  el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: -Hijo, tus pecados quedan perdonados. Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios? Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: -¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico «tus pecados quedan perdonados» o decirle «levántate, coge la camilla y echa a andar»? Pues, para que veáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados... entonces le dijo al paralítico: -Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: -Nunca hemos visto una cosa igual.

Comentario: 1. Is 43,18-19.21-22.24b-25. No se dice que deban abandonarse las viejas tradiciones por inservibles y carentes de cualquier valor, sino que se vuelva la mirada a lo que está viniendo como algo nuevo y sorprendente; pues un pueblo que sólo tiene ojos para ver el pasado y llorar sobre el presente convierte la salvación en salvación perdida, porque el pasado no es recuperable, por muy glorioso que haya sido. Por eso hay que dejarse de nostalgias, que nada remedian, y mirar hacia adelante; hay que avivar la esperanza en un segundo éxodo, que ya está en marcha y que pronto irrumpirá con fuerza en el ámbito de la experiencia de Israel… este segundo éxodo será distinto, pues Yahvé, que hace la historia de la liberación de Israel, no se repite nunca y sorprende siempre con una nueva salvación a los creyentes. La cautividad de Babilonia y la repatriación de los cautivos supuso para Israel una experiencia nueva y un progreso: Israel daría entonces una paso decisivo en la interiorización de la piedad y en la estima de la palabra de Dios; y se abriría hacia una salvación universal y escatológica; aprendería a ver su verdadera patria en la Ley y en las tradiciones de los mayores y no simplemente en la tierra de Canán; proclamaría entre los gentiles la alianza de Yavé… La salvación que ahora se anuncia es lo que Israel no merece; es gracia y, por lo tanto, algo nuevo y sorprendente. En el principio de la liberación y la renovación del pueblo está siempre el perdón de Dios y no los méritos acumulados. Así ha ocurrido otras veces en su historia y así va a ser ahora. Esto es lo que no debe olvidar Israel (“Eucaristía 1982”).

Se describe la vuelta en la novedad de una nueva creación: las bestias volverán a su antiguo ser pacífico (v. 20ab), los desiertos se convertirán en un vergel (v. 20c), el pueblo ya no pasará más sed como en el antiguo éxodo (v. 20d). Palabras de consuelo que reflejan el deseo de reconciliación con Dios. Solamente el que se ilusiona con el hecho de que Dios perdona puede llegar a sentir la necesidad de ese perdón. Estas palabras abren un proceso entre el Señor y los israelitas (cf. 50,1-2; 42,18-25). Los israelitas se habían acostumbrado a considerar a Dios como uno que tenía la obligación de ayudarles, puesto que para eso era "su" Dios: ¿no le habían atiborrado de sacrificios y anegado en incienso? Por eso el Señor tenía que ocuparse de ellos y no dejarles en el exilio. Pero el Señor, por boca del oráculo profético, se va a encargar de deshacer este montaje fatal. Por eso comienza recordando los pecados desde el principio (43,22-28), de ahí que si alguna salvación viene sobre el pueblo, se sepa bien claro que es obra de Dios. Cuando uno comienza a reconocer que ha pecado, comienza ya la salud. La aceptación de nuestra limitación de ser hombres es el primer requisito necesario.

v. 24b: Hay aquí una composición literaria construida sobre los verbos "avasallar" y "cansar'. La idea base es que Israel no se ha cansado en absoluto en el culto suave y misericorde que Dios le había prescrito. Sino que, por el contrario, Israel ha sido el que ha avasallado a Dios con sus pecados, le ha manipulado, le ha cansado. No hay pecado que más repugne al Dios perdonador que el que, en virtud de intereses turbios, pretende manipular a Dios. Es un camino absolutamente cerrado a la fe. El momento presente constituye para Israel un motivo de esperanza. Si la misericordia de Dios se ha derramado en un éxodo más glorioso que el antiguo, es signo claro de que Dios perdona. Rastrear los signos de perdón de Dios en nuestro mundo supone también una postura de fe. Sólo el que cree sabe que es perdonado por Dios (“Eucaristía 1979”).

2. Salmo 40: Por desgracia, en la tradición judía (que pasa a la protestante) se atribuye el origen de alguna enfermedad a un pecado grave cometido (cf. v.5), pero la persistencia de la misma es consecuencia de los deseos de los enemigos del salmista (vv.6 ss.), quienes pudieron razonar así: «Este hombre ha pecado, por eso Dios le juzga; precipitemos su muerte con palabras que acaben con él.» No creen en el perdón, que no tiene cabida en la magia. La grandeza del salmista consiste en creer en el perdón, en rechazar el veredicto de la gente y en huir del ámbito de la hechicería. Ya es un primer paso… hacia la liberación de Jesús. Se trata aquí de amigos que no ayudan, por oposición a los que se citan en el Evangelio, que llevan su amigo a Jesús -el rostro del «Padre de las misericordias»- para que lo cure. La enfermedad del abandono es la más dura, y es la curación principal, pues el pecado es la curación de la soledad absoluta (sin Dios). El salmista acaricia este sentimiento: «El Señor me mantiene siempre en su presencia» (Jesús hará suya esa soledad, haciéndose el abandonado en la cruz y allí se realiza la absoluta supresión de la maldición, por eso el cristiano se siente impulsado a bendecir a quienes le maldicen, porque ya no está enfermo de abandono). Tú quisiste, Dios nuestro, que tu Hijo Jesucristo experimentara el abandono y la maldición, para que nosotros entráramos en la bendición; ten misericordia de nosotros, sánanos porque hemos pecado contra Ti, y enséñanos a bendecir a quienes nos maldicen, ya que Tú, Señor, nos mantienes en tu presencia, por los siglos de los siglos (Aparicio Rey).

Hay un paralelismo entre el "enfermo" en el último grado de "debilidad", que se siente rodeado de malevolencia (los malvados cuchichean a media voz junto a él, deseando su muerte, multiplicando las palabras mágicas, los sortilegios dotados de cierta eficacia según las civilizaciones primitivas y precientíficas...) e "Israel", esta pequeña nación "débil y pobre", "enferma por sus pecados", constantemente amenazada por los maleficios de sus poderosos vecinos paganos que la cercan y quieren su muerte. Esta oración final de confianza y acción de gracias alcanza un valor universal: "Señor, ten piedad de mí, porque he pecado contra ti...

Jesús citó un versículo de este salmo para explicar a sus amigos la traición de Judas: "Así se cumplió la Escritura que dice: el que come mi pan, levantó contra mí su calcañar" (Jn 13,18). Segundos más tarde, Jesús formuló una "Bienaventuranza" muy semejante a aquella con que comienza el salmo. Quien se había puesto a los pies de sus hermanos para servirlos, declaraba: "Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis" (Jn 13,17). "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". Finalmente, esa misma tarde del Jueves Santo, víspera de su muerte, como en la estrofa final del salmo "dio gracias" en su "Eucaristía": Jesús no se quedó en la dolorosa queja del hombre que teme la muerte, fuertemente expresada en este salmo (y por Jesús en su agonía), sino que cantó también su agradecimiento por la certeza de la resurrección. Las palabras del salmo toman una tonalidad nueva, si las ponemos en labios de Jesús: "... Tú Señor, levántame... en esto conoceré que te complaces en mí, en que no triunfe mi enemigo sobre mí... Y tú me mantendrás incólume y me guardarás por siempre en tu presencia... Bendito sea el Señor, por los siglos de los siglos".

Nos acercamos a la Cuaresma, cuando la Iglesia nos sugiere como antífona uno de los versículos: "Sáname. Señor, porque pequé contra Ti". Muchos otros pueden sentirse aludidos por este salmo: Quien se siente "de sobra", quien se siente rodeado de gentes malévolas, quien ha sido traicionado, quien es agredido por un ateísmo o un paganismo triunfantes, quien se siente ridiculizado por su rectitud, etc... se nos habla de conservar la esperanza por todo y contra todo. Si estamos enfermos, o agredidos no importa por qué desgracia, la única seguridad está "en Dios": "¡Sí, sabré que Tú me amas!". Es normal que pidamos ser liberados, como lo hace el salmista. Pero Jesús no fue la excepción, fue "traicionado por su amigo", y sus enemigos vieron sus deseos aparentemente realizados: "¿Cuándo morirá y se borrará su nombre?". Sin embargo la Resurrección de Jesús nos da una esperanza paradójica: seremos "restablecidos en presencia de Dios".

El drama de la comunicación interrumpida es muy grande en nuestra sociedad. "Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, que compartía mi pan, es el primero en traicionarme". ¡Cuántos hombres y mujeres viven hoy día esta situación devastadora! Se prometen fidelidad, juntos comienzan una obra, se prometen confianza... y luego todo cae. ¿Por qué, Señor, los amigos se convierten en enemigos? ¿Por qué, Señor, después de ser íntimos amigos llegan a odiarse? ¿Por qué hermanos y hermanas llegan a no hablarse más? ¿Por qué ciudadanos de un mismo país no tienen comunicación ni diálogo? ¿Por qué los hijos se rebelan y se oponen contra sus padres? No juzguemos a nadie. Pero el mandamiento de Jesús sigue siendo de gran actualidad: "Amaos... Amad a vuestros enemigos...". Bienaventurado el que se preocupa por el necesitado y el desvalido. En el contexto de una pobre humanidad "quebrantada", "herida", "enferma", cobra valor la maravillosa bienaventuranza del hombre que comprende el misterio del sufrimiento, lo soporta, y se compromete en el servicio de aquellos que sufren: "Bienaventurado el que piensa en el pobre y el desvalido". Nuestro mundo moderno, marcado por nuevas y dolorosas llagas tiene también la preocupación global de ayudar a los más pobres, de cuidar a los enfermos, de promover la dignidad de los más desfavorecidos. Recitar este salmo, es reconocer este inmenso esfuerzo "social" emprendido hoy por tantas personas y servicios públicos... Es sobre todo, tomar parte en este esfuerzo, mediante nuestra participación financiera, nuestros servicios, nuestra profesión, las visitas a aquellos que pasan la dura prueba. Tal es, en definitiva, el proyecto de Dios (Noel Quesson).

Juan Pablo II comentaba cómo el sufrimiento es camino de «liberación interior»: “Uno de los motivos que nos lleva a comprender y a amar el Salmo 40, que acabamos de escuchar, es el hecho de que el mismo Jesús lo citó: «No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: El que come mi pan ha alzado contra mí su talón» (Jn 13, 18). Es la última noche de su vida terrena y Jesús, en el Cenáculo, está a punto de ofrecer el bocado del huésped a Judas, el traidor. Su pensamiento se dirige a esta frase del Salmo, que en realidad es la súplica de un hombre enfermo abandonado por sus amigos. En aquella antigua oración, Cristo encuentra sentimientos y palabras para expresar su profunda tristeza. Trataremos de seguir e iluminar ahora toda la trabazón este Salmo, puesto en los labios de una persona que ciertamente sufre por su enfermedad, pero que sobre todo sufre por la cruel ironía de sus «enemigos» (cf.6-9) e incluso por la traición de un «amigo» (cf. 10).

El Salmo 40 comienza con una bienaventuranza. Tiene por destinatario al auténtico amigo, «el que cuida del pobre y desvalido»: será recompensado por el Señor en el día del sufrimiento, cuando sea él quien se encuentre «en el lecho del dolor» (cf.2-4). Sin embargo, el corazón de la súplica se encuentra en el pasaje sucesivo, donde toma la palabra el enfermo (cf. 5-10). Comienza su discurso pidiendo perdón a Dios, según la tradicional concepción del Antiguo Testamento que a todo dolor hacía corresponder una culpa: «Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti» (5; cf. Sl 37). Para el antiguo judío la enfermedad era una llamada a la conciencia para emprender una conversión. Si bien se trata de una visión superada por Cristo, Revelador definitivo (cf. Jn 9,1-3), el sufrimiento en sí mismo puede esconder un valor secreto y convertirse en un camino de purificación, de liberación interior, de enriquecimiento del alma. Invita a vencer la superficialidad, la vanidad, el egoísmo y el pecado, y a ponerse más intensamente en manos de Dios y de su voluntad salvadora… El orante está convencido de que Dios se asomará a su horizonte, revelando una vez más su amor. Le ofrecerá el apoyo y tomará entre sus brazos al enfermo, quien volverá a estar en la «presencia» de su Señor (13), es decir, siguiendo el lenguaje bíblico, volverá a revivir la experiencia de la liturgia en el templo. El Salmo, marcado por el dolor, concluye, por tanto, con un rayo de luz y de esperanza. En esta perspectiva, se comprende el comentario de san Ambrosio a la bienaventuranza inicial (cf. 2), en el que percibe proféticamente una invitación a meditar en la pasión salvadora de Cristo, que lleva a la resurrección…: «Bienaventurado quien piensa en la miseria y en la pobreza de Cristo que, siendo rico, si hizo pobre por nosotros. Rico en su Reino, pobre en la carne, pues cargó sobre sí esta carne de pobres... No padeció, por tanto, en su riqueza, sino en nuestra pobreza. Y por ello, no padeció la plenitud de la divinidad..., sino la carne... ¡Trata de profundizar, por tanto, en el sentido de la pobreza de Cristo, si quieres ser rico! ¡Trata de profundizar en el sentido de su debilidad, si quieres alcanzar la salvación! ¡Trata de penetrar en el sentido de su cruz, si no quieres avergonzarte de ella; en el sentido de su herida, si quieres sanar las tuyas; en el sentido de su muerte, si quieres alcanzar la vida eterna; en el sentido de su sepultura, si quieres encontrar resurrección»”.

3. 2 Co 1,18-22: Los corintios esperaban a Pablo, que les iba a visitar de paso hacia Macedonia… pero hay cambios de planes... el sí del hombre tiene sus condiciones… Jesucristo no es una palabra ambigua, no significa indistintamente un "sí" o "no" de parte de Dios para los creyentes. Jesucristo es el "sí" de Dios, la Palabra que mantiene y lleva a plenitud para que en ella todo se cumpla, todas las promesas (Rm 15, 8). Si creen a Dios en Jesucristo también pueden confiar en el que se predica a Jesucristo. Del "Sí" de Dios, que es Cristo proclamado, vive el "sí" de la iglesia; esto es, la respuesta de la comunidad de los fieles al Evangelio es el "amén" (el "sí") que suscita la Palabra de Dios. Y como la Palabra, así la respuesta de fe: nada de ambigüedades. Unos y otros, los que predican y los que escuchan el evangelio, son confortados por Dios en Jesucristo para dar unánimemente y sin ambigüedades una misma respuesta. La fidelidad de Dios manifestada en Jesucristo es el fundamento de la fidelidad de la iglesia. Pablo se siente unido a los corintios en Cristo y en el Espíritu; pues también él, como todos los fieles, ha sido "ungido" (en el bautismo) y ha recibido la "prenda del Espíritu", que es la señal y el fundamento de toda esperanza. Pablo apela a esta comunión de todos los convocados por Dios en Jesucristo y señalados con el Espíritu. Esta comunión deberá ser para los corintios garantía suficiente de la sinceridad de Pablo (“Eucaristía 1982”). Amén es una de las cuatro palabras arameas conservadas en griego en las fórmulas litúrgicas del NT. Afirma la fidelidad de Dios y la fe del hombre. Esta palabra condensadora de la respuesta del hombre a Dios sirve de conclusión litúrgica sobre todo en la liturgia de la eucaristía (cf. Rom 16,27; 1 Cor 14,16). El Apocalipsis dará a Jesús mismo el título de Amén (Ap 3,14). La aceptación de Jesús por el "amén" de la fe, obliga al cristiano a mantenerse en la fidelidad de la opción hecha por el mismo Jesús. Este es el camino de la fe. Separarse de él es estar abocado al sinsentido de una fe vacía. La "unción" es símbolo, ya desde el AT, de la acción del Espíritu. Anunciada por Joel 3, 1-2, se realiza ahora por medio de Jesús. Desde el bautismo, el creyente se esfuerza por mantener esa fidelidad fundamental que da el tono al creer sincero.

"Las arras del Espíritu" (v.12): El don del Espíritu anima al creyente a hacerse consciente de que el camino emprendido en la sinceridad de Jesús tiene un éxito asegurado. La seguridad de la fe no coincide con las seguridades humanas (“Eucaristía 1979”). “Es mejor decir arras que prenda –comenta S. Agustín-. Por ejemplo: en un determinado momento te dispones a pagar un precio por una cosa que posees por un justo contrato y anticipas una parte del importe. Serán arras, no prenda, porque ha de completarse la cantidad pagada y no será restituida. Comprende, pues; si encuentro a un amante, tiene las arras y al mismo tiempo desea la plenitud a que le dan derecho las mismas. Medite en las mismas arras. Aquello de que se dan las arras será completado. Piense en ello, discuta sobre ello consigo mismo, examínelo, pregúntese por aquella plenitud que aún no ve, no sea que desee recibir en plenitud otra cosa distinta de aquello de que recibió las arras. Tal vez Dios va a dar oro: él mismo habrá de completar la totalidad del oro, y dio oro como arras. Sería de temer que tú, en lugar de oro, deseases plomo. Mira, pues, las arras que posees. Si yo pudiera persuadirte hacia dónde has de mirar, te diría: Dios es amor.

Mc 2, 1-12 (par: Mt 9,2-8; Lc 5,17-26). Después de recorrer durante algunas semanas las tierras de Galilea, Jesús regresa a Cafarnaún y se hospeda en la casa de Pedro (1,29). Todos acuden a ver lo que pasa y a escuchar lo que dice. Pero la situación de Jesús ha cambiado sensiblemente: En la concurrencia se han mezclado unos emisarios de Jerusalén, que vienen a inspeccionar lo que ocurre. Son escribas, pertenecientes al grupo más activo del partido de los fariseos. Con su aparición en escena comenzará un conflicto, que habrá de terminar en Jerusalén con la muerte del Maestro. Pero la fe del pueblo y la confianza en el poder taumatúrgico de Jesús sigue creciendo. Buena prueba de ella es la pintoresca narración que nos ofrece Marcos en este evangelio. Unos hombres llevando consigo en andas a un pobre paralítico, tratan de acercarse a Jesús. Al encontrar la puerta cerrada por la multitud que se agolpa ante ella, estos hombres suben a la terraza, por la escalera exterior, y abren un boquete para descender la camilla y posarla ante los pies de Jesús. El Maestro valora la fe de estos hombres y del enfermo, a quien le dice que le son perdonados sus pecados. Seguramente, el enfermo tiene un cierto sentido de culpabilidad, al pensar que Dios le ha castigado por sus pecados. Jesús le tranquiliza. Aunque las palabras de Jesús podían entenderse como la declaración de que Dios mismo perdona los pecados, los escribas, que no pierden palabra ni detalle, entienden que Jesús se arroga una competencia que, según las Escrituras, pertenece exclusivamente a Dios. Sólo Dios puede perdonar los pecados, piensan estos escribas, y acusan en su interior de blasfemo a Jesús. Jesús se da cuenta de lo que murmuran y piensan en sus adentros. Y se dispone a dar una señal no sólo para mostrar que Dios perdona los pecados, sino también que él, el Hijo del Hombre, tiene poder para perdonar pecados sobre la tierra. El perdón de los pecados no es un hecho constatable por la experiencia objetiva, y así es más fácil decir "tus pecados te son perdonados", pues eso no se puede comprobar, que decir "levántate y anda". Pero ambas palabras son igualmente difíciles de pronunciar con verdad y autoridad. Los escribas debían haber admitido que el que es capaz de decir a un paralítico que se levante y conseguirlo efectivamente, es capaz también de perdonar los pecados, aunque este hecho no pudieran comprobarlo en sí mismo. Jesús no se contenta con perdonar los pecados, sino que, para que veamos que el perdón es real, cura también las enfermedades del cuerpo. Por otra parte, Jesús muestra que ha venido a salvar integralmente al hombre, en alma y cuerpo (“Eucaristía 1982”).

Para Jesús el mal físico (enfermedad, muerte) no pertenece al proyecto inicial del Creador, sino que es una adición debida a la maldad de las criaturas. En la Biblia el "pecado" no es solamente la culpa de un individuo consciente, sino es principalmente un estado de cosas, una estructura. Esta estructura no es, sin embargo, tiránica con respecto a los hombres. Estos pueden vencerla, pero para lograrlo no deben olvidar la casi identidad entre mal y pecado. En una palabra: no se puede combatir el pecado humano sin, al mismo tiempo, luchar eficazmente contra el mal que asedia al hombre. Dispuesto a demostrar la fuerza salvadora del "evangelio del reino de Dios", Jesús empieza por comunicar al paralítico la buena noticia de la reconciliación con Dios. Los escribas no están de acuerdo: solamente Dios podría comunicar este gozoso anuncio del perdón de los pecados. El evangelista no disiente de ellos, ni mucho menos: según los hebreos perdonar los pecados no era una tarea propia del mesías. Jesús, por el contrario, se comporta de hecho como si estuviera en el lugar de Dios. En este caso se llama a sí mismo "hijo del hombre", para evitar el concepto tradicionalmente vinculado a la expresión "mesías". La curación del paralítico es una válida síntesis de la palabra predicada por Jesús. El reino de Dios se aproxima porque Dios ha decidido ofrecer a los hombres su perdón. Los hombres podrán ser "salvados"; pero deben estar atentos a no confiar el término "salvación" a la zona de lo corporal o de lo espiritual exclusivamente. Un evangelizador que pretendiera limitar el anuncio del evangelio de Jesucristo al perdón de los pecados, sin implicar en ello el problema de la liberación humana -corporal, social, política-, sería un traidor a la palabra anunciada por Jesús. Al revés: toda tentativa de liberar a la humanidad de sus alienaciones, que no tenga en cuenta la estructura de pecado que envuelve la existencia y la historia de cada uno y de la sociedad, tiene el peligro de desembocar en un fracaso completo. Ni "temporalismo" absoluto ni "espiritualismo" absoluto. El evangelio es la buena noticia de la liberación total del hombre (“Edic. Marova).

Con la discusión de hoy Marcos da comienzo a una serie de cinco discusiones entre Jesús y los letrados. Todas ellas tienen un denominador común: Jesús cuestiona los presupuestos religiosos de unos hombres profunda y honestamente religiosos. La de hoy cuestiona una imagen sentida y familiar de Dios. La novedad de Jesús toca ahora el fondo último de la conciencia, Jesús confiere el perdón liberando al hombre del complejo de culpa y posibilitando su relación con Dios. Los letrados están en lo cierto: esto es algo que sólo Dios puede realizar. Jesús actúa como si estuviera en lugar de Dios. La multitud también lo entiende así: todos empiezan a intuir sobrecogidos que Jesús es Dios. Como signo de que el perdón de los pecados es una realidad, Jesús cura al paralítico devolviéndole su capacidad de movimiento y autonomía (Dabar).

Contemplo a Jesús empujado, apretado, en una casa de Cafarnaúm… -Jesús les predicaba la palabra de Dios. Esto era lo esencial para El. Incluso si las gentes iban a El para ver "el milagro", "lo sensacional", "lo sorprendente"... Jesús permanece imperturbable en su papel, que es ante todo religioso: proclamar ¡la Palabra de Dios!

-Vinieron y le trajeron a un paralítico que llevaban entre cuatro. No pudiendo presentárselo a causa de la muchedumbre, descubrieron el terrado por donde El estaba, y hecha una abertura, descolgaron la camilla en que yacía el paralítico. Los tres evangelistas, Marco, Mateo, Lucas relatan esta escena. Es de las que no se olvidan. Esto, por lo menos pone de manifiesto, ¡que las gentes se empeñaban en acercarse a Jesús por cualquier medio! ¿Tengo yo este empeño y tenacidad? o bien, ¿lo abandono todo ante el primer obstáculo?

-Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: "Hijo, tus pecados te son perdonados". De nuevo, lo que es esencial para Jesús. En lugar de dejarse llevar por el papel del Mesías taumaturgo, del "Mesías-milagrero", Jesús valora la Fe y realiza una obra mesiánica completamente interna: perdona. ¿Qué pido yo, en primer lugar a Cristo? ¿A la Iglesia? Quiero contemplar lo que pasa en el corazón de Jesús:

-Ve la Fe... admira a esos hombres que se han afanado tanto. Jesús, un hombre que sabe maravillarse, un hombre que descubre lo esencial en un alma, más allá de las apariencias ambiguas. Iban a El en busca de una curación material y Jesús, en el corazón de esos hombres contempla su Fe.

-Perdona... es bueno. Jesús es este Dios que ve el pecado, pero que no condena, podría decirse que no juzga... pero que perdona. Nos encontramos tan sólo en el segundo capítulo de la "Buena nueva", según san Marcos, pero todo lo esencial ha sido dicho ya.

-Estaban allí algunos escribas que pensaban entre sí: ¿Cómo habla así; este blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Es la Pasión que se está perfilando desde el comienzo del evangelio: Jesús será condenado por esos mismos escribas, especialistas de la religión, y por la misma razón de "blasfemo" (Mc 14, 64). A Jesús le rodean los adversarios desde el principio: el contexto de su vida cotidiana será dramática, cada día. Una razón de más para mostrarse lo más discreto posible.

-Para que sepáis que el "Hijo del hombre" tiene poder en la tierra para perdonar los pecados, Yo te lo ordeno: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa Es la primera vez que Marcos utiliza ese título de "Hijo del hombre". Jesús usará a menudo esta expresión, sacada de Daniel (7, 13-14; Noel Quesson).

San Agustín comenta este sentido –que no es real, sino alegórico- de enfermedad como imaen de pecado, diciendo que pongamos ante el Señor nuestra alma paralítica: “No fortalecisteis a la oveja débil (Ez 34,4). Lo dice a los pastores malos, a los pastores falsos, a los que buscan sus intereses, no los de Jesucristo; a quienes se gozan de la comodidad que les da la leche y la lana, descuidando por completo las ovejas y no robusteciendo a la que se encontraba débil. Hay diferencia entre el débil y el enfermo, aunque decimos que los enfermos están débiles. Opino que debemos poner una diferencia entre el débil y el enfermo, esto es, el que no se encuentra bien. Nosotros, hermanos, establecemos una diferencia… En el débil ha de temerse que venga la tentación y le quebrante. El enfermo, en cambio, sufre ya a causa de algún deseo, y este mismo deseo le impide entrar por el camino de Dios y someterse al yugo de Cristo. Fijaos en aquellos hombres que quieren vivir rectamente, que se han determinado a vivir de esta forma y que, sin embargo, no están dispuestos a soportar los males como preparados para realizar el bien. Pertenece a la fortaleza cristiana no sólo obrar el bien, sino también tolerar el mal. Quienes parecen enfervorizarse en obrar el bien, pero no quieren o no pueden tolerar los sufrimientos inminentes, son los débiles. Quienes por un mal deseo, siendo amantes del mundo, se retraen de las buenas obras, yacen enfermos y lánguidos; éstos, por su misma enfermedad, como hallándose sin fuerza alguna, no pueden obrar bien alguno. Tal fue en el alma aquel paralítico: los que le llevaban no pudiendo presentarlo al Señor, abrieron el techo y por él lo dejaron caer (Mc 2,3-4). Es como si quisieras hacer esto con con el alma: abrir el techo y poner ante el Señor el alma paralítica, descoyuntada en todos sus miembros y sin obra buena alguna, cargada con sus pecados y sufriendo con el mal de su deseo. Quizá están descoyuntados todos los miembros y padeces una parálisis interior y no puedes llegar al médico; tal vez se oculta el médico y está dentro, es decir, quizá está oculto el auténtico sentido de la Escritura; abre el techo y baja al paralítico, descubriendo lo que está oculto. Escuchasteis ya lo que oirán quienes no hacen esto o lo realizan negligentemente: no fortalecisteis a la que estaba débil y a la que estaba fracturada no la vendasteis. Acerca de esto ya hemos hablado. Se halla alguien quebrado por el terror de las tentaciones. Llegue a él aquella consolación con la que se venda lo que está fracturado: Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de lo que podéis soportar, sino que con la tentación dispondrá también la salida para que podáis resistirla” (textos tomados de mercaba.org).

En estos domingos, junto a los milagros hemos visto el núcleo de la cuestión cristina: la salvación llega por el encuentro con Jesús. “Conocer a Jesús te cambia la vida. Es una persona viva. Es verdad lo que dice Benedicto XVI: sólo se comienza a ser cristiano cuando uno tiene un encuentro personal con Jesús, como Pablo, Francisco de Asís, Carlos de Foucauld, Edith Stein. Con Jesús, nunca se ha visto una cosa igual. Lo que nos ofrece la sociedad, el mundo actual, es tan poco original que se sigue repitiendo, como la cebolla, a lo largo de los tiempos. El dinero, el poder, el placer, no hace más que ser lo de siempre, un poco adaptado a nuestra vida y descubrirnos todo esto hoy, corregido y aumentado. Jesús cree en el amor de su Padre. Cree y ama a cada persona; podemos decir que Jesús cree más en nosotros que nosotros en Él. Lo que escandalizaba a aquellos hombres y mujeres de su tiempo es que les perdonase los pecados, y con tanta facilidad. Es demasiado bueno. Si, además, sólo Dios puede perdonar, ¿cómo perdona Jesús de Nazaret? Es una confesión también de su divinidad y de su profunda humanidad misericordiosa. Si sólo Dios puede perdonar y Jesús perdona, la conclusión no puede ser más sencilla. Expresa, en su profunda humanidad, la Misericordia divina que siempre perdona. Me impresiona, sobre todo, la fe de aquellos que llevan al paralítico. No se rinden ante ninguna dificultad. Levantan el techo, con tal de verle y alcanzarle. ¡Cuántas gracias tenemos que dar a Jesús por las personas que nos han ayudado a escucharle! Por los que han hecho el ridículo, con tal de que nos presentemos delante de Jesús con nuestras parálisis. Sólo el Amor, sólo la fuerza del perdón, sólo el gozo y la alegría de sentirnos bien amados nos puede hacer felices. En el fondo, el gozo de sentirnos amados es la alegría de su perdón que nos sana. Tenemos que acercarnos a Él con la fe de los que llevaron a Jesús, con su esperanza, capaz de mover montañas. sobre todo de hacer realidad el milagro de su Amor” (Francisco Cerro Chaves).