San Mateo 11,16-19:
“Si hubieras atendido a mis mandatos... No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre… os hemos tocado la flauta…” aprender a oír la música divina de la vidaAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Isaías 48,17-19.
Así dice el Señor, tu redentor, el
Santo de Israel: «yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el
camino que sigues. Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un
río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería corno arena, como sus
granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido
ante mí.»
Salmo 1,1-2.3.4 y 6.
R. El que te sigue, Señor, tendrá
la luz de la vida.
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda
de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es
la ley del Señor, y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se
marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor
protege el camino de los justos pero el camino de los impíos acaba mal.
Evangelio según san
Mateo 11,16-19. En aquel tiempo,
dijo Jesús a la gente: - «¿A quién se parece esta generación? Se parece a los
niños sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no
habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado.7 Porque vino
Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio. " Vino el Hijo del
hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de
publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la sabiduría de Dios.»
Comentario:
1.- Is 48,17-19. -El destierro es para el pueblo una prueba de Dios, para que
conozca sus caminos, para que vea a dónde le lleva su infidelidad. Todo pecado
priva de la bendición divina. Por eso toda infidelidad exige el destierro,
símbolo de la lejanía de Dios. El mayor pecado del pueblo no fue quebrantar los
mandamientos de Dios sino considerarlos inútiles en su vida. Prescindir de Dios
y de su voluntad para convertirse en seres autónomos sin otra ley que su propio
arbitrio. Por eso Dios se presenta, dolorido, ante ellos para hacerles
comprender el verdadero sentido de los mandamientos que les dio. No fue para
imponerles un yugo, para oprimirlos con carga pesada. Se los dio como señales de
tráfico para que no se equivocaran en el camino que habían de seguir, para
enseñarles y marcarles el verdadero camino, el camino de la paz, la justicia y
la felicidad. Preciosa concepción de la ley antigua, tan olvidada no sólo por
los israelitas sino incluso por muchos cristianos de nuestros días. El hombre,
ciego por su autosuficiencia egoísta, sigue caminando al azar, haciendo su
camino, despreciando las indicaciones de tráfico, sin percatar del gran peligro
que corre de no llegar a la única meta a la que está destinado.
-Así habla el
Señor, tu Redentor. En nuestro lenguaje corriente, ese término «redención» evoca
la idea de «rescate»: pagar en lugar de otro para rescatarlo. Ciertamente, Jesús
se puso en nuestro lugar y pagó duramente, nuestra justificación. Pero de hecho,
el término, de origen hebreo, tiene otro matiz: «Yo, el Señor, soy tu
redentor, tu 'goel'». En el
derecho tribal primitivo había un «goel»: era el hombre encargado de «vengar la
sangre», el responsable del honor de la tribu. De hecho la idea es pues la de
«un amor de Dios que se ha comprometido en el destino de los hombres». La idea
principal no es la de un Dios que requiere sangre para aplacarse. Es la idea de
un Dios que ama «apasionadamente la humanidad y se compromete totalmente para
salvarla». «¡Yo, el Señor, vengo a auxiliarte!» «Yo, el Señor, soy tu «goel», tu
redentor!» ¡Qué misterio! Contemplo en Belén a Jesús encarnado, compartiendo
totalmente nuestra condición humana, y muriendo en la cruz.
-Yo, el Señor tu Dios,
te instruyo en lo que es provechoso y te marco el camino por donde debes ir.
Dios se ha comprometido en nuestra salvación. Pero no nos reemplaza. Nos invita
a "caminar", a aceptar la instrucción "provechosa", la que salva. La enseñanza
de Jesús, el Evangelio. "Te doy una instrucción, una enseñanza" dice Jesús
también. ¿Cómo es mi fidelidad en recibir y meditar esa enseñanza? ¿Cómo me
esfuerzo en aumentar mi cultura religiosa? ¿Y en ser fiel a la oración?
-Si hubieras estado
atento a mis mandatos... «Atento»... Es una cualidad esencial a la oración... y
a toda la vida del hombre. Haznos atentos, Señor. Jesús hablaba a menudo de
vigilancia: «velad y orad» ¡Tan a menudo vivo como adormilado, dejándome llevar!
«Os doy un mandamiento nuevo: ¡que os améis los unos a los otros!» ¡Estar
atentos a amar! ¡No dejar pasar las ocasiones de amar!
-...Tu paz sería como
un río. El que se deja "guiar" por Dios, el que escucha la «enseñanza
provechosa», el que está «atento a amar», ¡está lleno de paz! ¡Un río! Evoco esa
imagen...
-...Tu dicha y tu
justicia serían como las olas del mar. ...Tu posteridad sería como la arena del
mar, y tus hijos tantos como los granos de arena. Repetición de la promesa hecha
a Abraham. A pesar de todos nuestros rechazos, de todas nuestras faltas de amor,
Dios quiere nuestra felicidad, nuestra «justicia» nuestra «rectitud», nuestra
«santidad»... ¡vasta y potente como las olas del mar! Y Dios quiere que nuestra
vida sea fecunda, que «nuestros talentos rindan el céntuplo»... ¡como los granos
de arena de las riberas! Una sola condición: estar atento a tus mandatos, Señor
(Noel Quesson).
El Señor, antes que
nada, nos quiere comprometidos con Él; nos quiere como trabajadores a favor de
la justicia y de la paz. Por eso nos invita diciendo: "Busquen primero el Reino
de Dios y su justicia, y todo lo demás llegará a ustedes por añadidura."
¿Cuando, después de haber estado en la presencia de Dios, volvemos a nuestras
actividades diarias, llevamos sólo el deseo de que el Señor nos conceda bienes
pasajeros; o nos lo llevamos a Él, para ponernos a trabajar en la construcción
de un mundo renovado en Cristo?
2. Sal. 1. No se puede
construir la conciencia humana sin un fundamento divino. –Cristo es el Camino,
la Verdad y la Vida, quien lo sigue no caminará en las tinieblas. Por eso, para
el justo la ley del Señor es su gozo. Bien lo dice el Salmo1: «Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos… sino que su gozo es la ley del Señor, y
medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia:
da fruto… y cuanto emprende tiene un buen fin. No así los impíos, no así; serán
paja que arrebata el viento, porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal».
Éste es un salmo de instrucción con respecto al
bien y al mal, poniendo ante nosotros vida y muerte, bendición y maldición, a
fin de que tomemos el camino recto que lleva a la felicidad, y evitemos el que
de cierto conduce a la miseria y a la ruina. Nos muestra: I. La santidad y la
dicha de una persona piadosa (vv. 1-3). II. La pecaminosidad y la miseria del
malvado (vv. 4, 5). III. El fundamento y la razón de ambos casos (v. 6).
Versículos 1-3. El salmista
comienza por el carácter y la condición del piadoso. El Señor conoce por su
nombre a los que son suyos (Nm 16:5; 2 Ti 2:19), pero nosotros hemos de
conocerlos por su carácter, el cual se nos presenta aquí mediante las normas que
escoge para su conducta: A) El hombre piadoso (v 1) no anda en consejo de malos,
etc. Se pone primero esta parte de su carácter, porque apartarse del mal es el
primer paso por el que comienza la sabiduría. (a) Ve en torno suyo malhechores,
de los que el mundo está lleno. Se describen aquí por medio de tres epítetos:
malos, pecadores, escarnecedores. Primero son malvados, carentes de temor de
Dios. Cuando falta este temor de Dios, el hombre muestra ser pecador, en abierta
rebelión contra Dios. Las omisiones abren el camino a las comisiones y así se
endurece, a la larga, el corazón de tal manera que los pecadores se hacen
escarnecedores, despreciando todo lo sagrado, burlándose de la piedad y tomando
a broma el pecado. El vocablo hebreo para malos (mejor, malhechores) indica una
persona que no se somete a ninguna norma, sino que se deja llevar de todo mal
deseo. La persona piadosa no puede menos de ver con tristeza a los tales, cuyos
criterios son tan insensatos y tan opuestos a los suyos. (b) Por consiguiente,
no anda según los consejos, los criterios, de ellos. No sigue sus principios, ni
toma el camino de ellos, ni se sienta para participar en el corro de los
burladores, lo cual equivaldría a asociarse con quienes promueven el reino del
diablo.
B) En cambio, el piadoso,
para hacer el bien, se somete a la dirección de la palabra de Dios,
familiarizándose con ella (v. 2). Todos los que se deleitan en que haya un Dios,
han de deleitarse también en que haya una Biblia, la revelación de Dios y de su
voluntad, y del único camino hacia la dicha en él: En su ley medita de día y de
noche (comp. Jos 1:8). El estudio y la práctica de la Ley de Dios es la delicia
del hombre piadoso, como el autor del Sal 119. El verbo hebreo para meditar
significa literalmente musitar: leer y dialogar consigo mismo sobre las grandes
cosas que la Biblia contiene, fijarlas en la mente y en el corazón y
experimentar en la vida el sabor y el poder de ellas.
Seguridad que se da
al piadoso de que ha de disfrutar de las bendiciones de Dios. El salmo comienza
literalmente: «¡Oh, las bendiciones del varón!, etc.» (el hebreo
ashrey es plural). La
bondad y la santidad no sólo son el camino hacia la felicidad (Ap 22:14), sino
que se identifican con la felicidad misma; aun cuando no hubiese otra vida
después de ésta, el hombre que va por el camino del deber es ya un hombre
dichoso. Será como árbol, fructífero y floreciente, pues las bendiciones divinas
producen efectos reales. El justo es plantado por la gracia de Dios; por
naturaleza, todos somos olivos silvestres y continuamos siéndolo hasta que somos
injertados por un poder de arriba, celestial. Nunca crece por sí mismo un buen
árbol; es plantío de Yahweh para ser árbol de justicia y en ello ha de ser
glorificado Dios (Is 61:3). Es plantado junto a los medios de gracia, llamados
aquí corrientes de aguas; de aquí saca el justo provisión abundante de fuerza y
vigor, pero de forma secreta, oculta a las miradas de la gente. De quienes
participan de los medios de gracia ha de esperarse que, tanto en sus criterios
como en su conducta, respondan a las intenciones de la gracia y lleven fruto. Y
su hoja no cae. Su follaje no se marchita, sino que son de hoja perenne. En
cuanto a los que muestran solamente las hojas de profesión cristiana, sin fruto
alguno, las hojas mismas, al fin, se marchitarán y caerán; pero si la palabra de
Dios gobierna el corazón, la profesión se conservará siempre verde y fresca;
tales laureles no se marchitan.
Versículos 4-6. Se describe
ahora el carácter de los malvados (v 4): (A) En general, son el reverso de los
justos, tanto en carácter como en condición: no llevan fruto, sino agraces de
Sodoma que inutilizan la tierra. (B) En particular, mientras los justos son como
árboles útiles, valiosos y fructíferos, los malvados son como el tamo que
arrebata el viento; son como la parte más liviana de la paja, el polvo que el
amo de la era quiere ver lejos de allí, puesto que para nada sirve…
La razón que se da de este
final tan distinto de los buenos y los malos (v 6). Yahweh conoce, es decir,
aprueba complacido y remunera la conducta de los justos, por lo que les hace
dichosos y prósperos (al menos, espiritualmente), pero está airado contra la
senda de los malos, la cual, ya de suyo, lleva a los hombres a la ruina y a la
perdición (Rm 6:23). Al cantar estos versículos, y orar sobre ellos, dejémonos
poseer de un santo temor de la porción del malvado y de una santa diligencia en
presentamos a Dios aprobados en todo, buscando su favor de todo corazón (com. de
edit. Clie).
Dios no nos creó para
la muerte, sino para la vida. Tampoco se recrea en la muerte de los suyos. Él
quiere que todos alcancen la plenitud de la vida que nos ofrece por medio de su
Hijo Jesús. Nadie puede, por tanto, sentirse excluido de esa vida y de esa
gracia. Dios, por todos los medios posibles, saldrá al encuentro del hombre
pecador para llamarlo a la conversión, dándole la oportunidad de rectificar sus
caminos. Pero si alguien se obstina en su pecado, y a causa de él muere, no
puede culparse a Dios de la condenación de los malvados. Jesús mismo, llorando
sobre Jerusalén le indicará: ¡Si hoy conocieras la oportunidad que Dios te da!
Pero eso está oculto a tus ojos; oculto porque las cosas pasajeras y
pecaminosas, porque tu terquedad a cerrarte al amor de Dios te enceguecieron
para que no vieras aquello que te conduce a la salvación. Ojalá y no vaya a
sucedernos a nosotros lo mismo.
El Señor protege el
camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo. Dios es quien
justifica al hombre. Pero no basta con haber recibido su vida por medio del
Bautismo, que nos une, en comunión de vida, con el Hijo de Dios. Es necesario no
quedarnos como ramas parásitas; es necesario que demos fruto, y fruto abundante
de buenas obras si no queremos que el Padre nos arranque y nos sequemos y nos
quedemos sin esperanza de vida. Por eso hemos de estar atentos a la Palabra que
Dios pronuncia sobre nosotros para que la dejemos dar fruto en nosotros, de tal
forma que, tomando cuerpo en nuestra vida, seamos convertidos en la Palabra que
toma carne en la Iglesia, esposa de Cristo, y continúa su obra salvadora a favor
de todos los hombres. Quien, aún perteneciendo a la Iglesia, y tal vez
participando de la mesa del Señor y anunciando el Evangelio a los demás, lleva
una vida de maldad no puede decir que es sincero en su fe, ni puede estar seguro
de encaminarse hacia la posesión de los bienes definitivos.
3.- Mt 11,16-19.
*Cosas de 2007: La Iglesia
celebra durante el Adviento todo el Misterio de Jesús, desde Navidad hasta
Pentecostés. En este Tiempo de Adviento, las cuatro semanas que nos sirven de
tiempo de preparación para
No podemos hacer como
esos inconscientes que no se enteran, que no se preparan para la gran fiesta.
Jesús nos enseña a saber escuchar la música del amor, hacer el bien, pedir a
Dios saber “entonar” bien el cántico de la generosidad, del amor que es lo más
grande y se vive en lo más pequeño de cada día. Para ello, hemos de luchar,
entrenarnos en el oído, y quitar la vanidad, orgullo, egoísmo…
En medio del bullicio
del mundo, hemos de hacer como los niños que reconocen al Maestro, se acercan a
Él, y Él los bendice y abraza, y proclama con éxtasis entusiasmado: "Yo te
alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los
sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños." Suele la gente ofrecer su
mejor imagen, para causar buena impresión. Así, los profesores principiantes
suelen hacer ver en sus clases que saben mucho de lo que enseñan. Pero más
enriquecedor es acercarse a un sabio, y contemplar su sencillez, y ver cómo
escucha, y a veces responde: “no sé” ante una pregunta. Aparentar puede ser
necesario para el que quiere “ser más”, pero no para el que quiere ser
"pequeño", el que le basta con lo que tiene, el que está contento con lo que ya
es, hijo de Dios. Nicodemo quería hacerse pequeño, y no sabía cómo: "¿Cómo puede
un hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez en el seno de su
madre y nacer?" (Jn. 3, 4). San Josemaría comentaba así este “proceso”:
"hacernos niños: renunciar a la soberbia, a la autosuficiencia; reconocer que
nosotros solos nada podemos, porque necesitamos de la gracia, del poder de
nuestro Padre Dios para aprender a caminar y para perseverar en el camino. Ser
pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, pedir como piden los
niños" (Es Cristo que pasa, n.143). Es un camino de sencillez, y puesto que nos
hemos montado una careta, camino de volver atrás, descomplicación, quitar los
laberintos del corazón, máscaras en los sentimientos, gafas de sol. Mostrarnos a
los demás tal como somos no es fácil, se requiere estar contentos con lo que
somos, sin ansiar otras cosas. También requiere que si hay algo que mejorar, lo
procuremos: "Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano -y si algo hay
ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los
dos, lo arranquemos.
”¡Oh clementísima, oh
piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la
amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de
Nuestro Señor Jesús." (Forja n. 161).
Hay un famoso cuadro
en la iglesia de Sant Paul, en Londres, que muestra Jesús, abriendo la puerta
del corazón de una persona. Alguien le dijo al pintor, en la presentación de la
pintura: “falta el picaporte de esa puerta”, y el pintor contestó: “no se me
olvidó pintarla, es que esta puerta, la del corazón de cada persona, sólo puede
abrirse desde dentro”. Vamos a procurar abrir esa puerta para que entre Jesús, y
con él el Cielo, en nuestro corazón. Vamos a procurar que todos los hombres le
abran la puerta a Jesús. Vamos a hacer muchas copias de esta llave, para mostrar
a los demás cual el secreto de la felicidad, del cielo: "El que hace la voluntad
de mi Padre que está en los Cielos, ése entrará”. Vamos a “entender” la música
del corazón, para decir con toda el alma, cada día, con mucha fe, las palabras
del Padre Nuestro: "Hágase tu voluntad." Oír la música: "por tanto, todo el que
oye estas palabra mías y las pone en práctica es como un hombre prudente que
edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas, soplaron los
vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba
cimentada sobre roca."
Jesús es el que llama
a la puerta del corazón del hombre, toca la música para consolar al triste,
acompañar al enfermo, ayudar al necesitado, visitar al que esté solo. Llama y
toca la música ahí donde nos encontramos: en la familia, con los amigos,
vecinos…
“En vísperas de
—Madre Teresa, usted
es amiga mía. Quiero hablar a solas con usted.
¿Qué creéis que me
dijo aquel hombre que veinticinco años atrás se había confesado y comulgado por
última vez y que desde entonces había interrumpido sus contactos con Jesús?
Me dijo esto:
—¿Sabe, Madre Teresa?
Cuando siento un tremendo mal de cabeza, lo comparto con el dolor de Jesús al
ser coronado de espinas. Cuando experimento un dolor insoportable (y es que el
dolor que produce esa enfermedad es insoportable de verdad), cuando el dolor
resulta insoportable en mi espalda, lo comparto con el dolor de Jesús al ser
azotado. Cuando el dolor se hace insoportable en mis manos y mis pies, lo
comparto con el dolor experimentado por Jesús al ser crucificado. Le pido que me
lleve de nuevo al hogar. Quiero morir cerca de ustedes.
Conseguí permiso del
médico para llevármelo a casa. Lo acompañé a la capilla. Jamás he visto a nadie
hablar con Dios como lo hizo aquel hombre, con un amor de comprensión tan grande
entre él y Jesús. Después de tres días murió. Difícil de comprender el cambio
experimentado por aquel hombre."
La vida es como una
canción de amor, que como toda canción tiene una letra y una música: la letra es
lo que toca en cada momento hacer, pero la entonación musical es importante, si
no sería muy aburrida la vida: es la música del corazón, el amor, lo que da
sentido a la letra, como decían aquellos del primer concurso de “Operación
triunfo”: “Nos une una obsesión. Cantar es nuestra vida y mi música es tu voz.
Cuenta con mi vida que hoy la doy por ti. Mi pasión la quiero compartir. A tu
lado me siento seguro... a tu lado yo puedo volar... a tu lado mis sueños se
harán por fin realidad. A tu lado... Estamos hoy unidos cantando esta canción...
A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo a tu lado yo puedo volar. A tu
lado hoy brilla mi estrella a tu lado mis sueños se harán por fin realidad”. Al
lado de Dios estamos seguros, su música es camino seguro de felicidad. Es una
música sutil y encantadora, nos hace –como decía aquel grupo- “soñar despierto,
vivir lo nuestro, volar” en este universo sobrenatural, dondequiera que vayamos.
Con el corazón llevando esta música, podemos disfrutar profundamente de la
compañía de las personas que nos rodean (familiares, amigos, conocidos o
extraños), entre ellas aquellos cuyos caracteres no son perfectos, del mismo
modo que nuestro propio carácter no es perfecto. Estamos entonces abiertos a la
belleza, al misterio y a la grandeza de la vida corriente, "comprendemos" que
siempre ha sido bella, misteriosa y grandiosa, y que siempre lo será... como
cantaba también ese grupo: “Juntas nuestras manos la estrella brillará / música
es la fuerza que nos empujará... / juntos corazones en una sola voz, / tantas
ilusiones en un corazón... / Cógela y aprieta fuerte, / lucha cueste lo que
cueste, / contra el viento contra el fuego llegarás al mismo cielo... / Mi
estrella será tu luz..., / coge mi mano yo estoy contigo / esto es un sueño
sueña conmigo... / Mi estrella será tu luz... / y conseguirlo no es tan difícil
si la voz te sale del corazón”.
La estrella es María,
nuestra esperanza, Adviento vivo de la presencia del Señor. Ella nos hace sentir
a Jesús que nos busca, oír su música, aprender a bailar con esa música divina…
rezar, desperezarse de esperar en la plaza y caminar con Jesús y trabajar con
él… ésta es la vida: "Cristo se ha hecho para nosotros camino, y ¿podremos así
perder la esperanza de llegar? Este camino no puede tener fin, no se puede
cortar, no lo pueden corroer la lluvia ni los diluvios, ni puede ser asaltado
por los ladrones. Camina seguro en Cristo, camina; no tropieces, no caigas, no
mires atrás, no te detengas en el camino, no te apartes de Él. Con tal que
cuides esto habrás llegado." (San Agustín, Sermón 170, 11). No pensemos que no
tenemos méritos, pues es Él quien toca su música, con nosotros como
instrumentos… “a veces el más insignificante violín puede elevarse por encima
del conjunto de la orquesta, pidiendo atención para su quejumbrosa súplica.
Escucha las pequeñas voces de tu vida y advierte que también ellas tienen algo
que expresar con su canto” (Alaric Lewis OSB). Para oír la música divina hay que
escuchar en nuestro corazón, y en el silencio oírle… “En toda composición
musical hay silencios, pequeños descansos que detienen el sonido para hacernos
gustar con mayor plenitud el conjunto. Descubre la absoluta belleza del silencio
aún en medio del paso acelerado de la vida, y disfruta los momentos de reposo”
(sigue diciendo Lewis). Así iremos entonando este cántico de amor:
“Dicen
que el universo vibra en ‘fa’. Si es cierto..., lo que conocemos como Dios
seguramente vibrara en ‘fa’ y será música” (Rafael Pascual). Descubriremos otra
visión de Dios, autor de este misterio: “La música es tan alta, que ninguna
inteligencia puede superarla y de ella emana un poder que todo lo domina y del
que nadie es capaz de dar razón” (Goethe).
**Cosas que pongo de
mercaba.org, en 2009: La parábola
tiene su punto de apoyo en el mundo infantil. Entre los niños ocurre con
frecuencia no ponerse de acuerdo en sus juegos. Unos quieren jugar a una cosa,
otros a otra. El capricho y la terquedad de los niños en sus juegos es el punto
esencial de referencia en la parábola. Inmediatamente se pasa a la aplicación de
la misma: así es esta generación. Y cuando Jesús utiliza la palabra "generación"
lo hace ordinariamente en sentido peyorativo de censura descorazonada, de
reprensión infructuosa e inútil (12, 39-42; 23, 36; Mc 8, 12-38). Si fuésemos a
precisar todavía más el sentido de la parábola tendríamos que recurrir a otros
lugares del evangelio donde la generación lleva el calificativo de "mala y
adúltera" (infiel a la palabra de Dios y sus exigencias). Jesús retrata en la
parábola al pueblo judío que le ha negado la fe. Y de modo especial a los
dirigentes cualificados del pueblo, a los especia- listas cualificados de la
ley. Ellos son los más directamente responsables. De la parábola pudiera
deducirse la conclusión siguiente: unos que quieren y otros que no quieren
jugar. ¿Tiene cada uno de estos grupos un significado especial en la aplicación
doctrinal de la parábola? No lo creemos. Se trata, más bien, de rasgos
parabólicos que se hallan en función de la enseñanza. "Os hemos tocado la flauta
y no habéis bailado, hemos tocado cantos fúnebres y no os habéis entristecido".
¿Tenemos en estas palabras el retrato del Bautista, que incitaba a la
penitencia, y el de Jesús, que invitaba a la alegría? El Maestro alude al
Precursor y al Hijo del hombre para poner de relieve el capricho de aquel
pueblo. El sentido de la parábola es claro: los judíos siempre rechazan la
palabra de Dios, en cualquier forma que les haya sido propuesta. Su
comportamiento no es el de héroes sino el de niños tercos y caprichosos.
Sentados (v. 11) en el comodín de una religión desfigurada por ellos, y por lo
mismo inauténtica, se sentían felices diezmando el anís, la menta y el comino y
descuidaban, cobijados bajo el manto de su religiosidad oficial, lo fundamental
de la ley: la justicia, la misericordia, la fe. Sentados en la plaza criticaban
la actitud de todos los enviados de Dios: todos aquéllos que no entren por sus
caminos y se ajusten a sus planes están lejos del camino de la salvación,
incluso el mismo Jesús.
Son ellos, los
dirigentes del pueblo, los que viven sentados como señores en la plaza y se
arrogan el derecho de elegir las piezas que deben tocarse. Por encima de todos
debe prevalecer su criterio, su plusvalía, su capricho. Y al no querer obedecer
nunca, quedan excluidos del camino de la salud. Porque nuestra vida
fundamentalmente es obediencia. La obediencia de la fe.
Al final de la
parábola añade Jesús esta sentencia: "la Sabiduría se acredita por sus obras".
Cuando se habla de la sabiduría en el mundo griego, y también en nuestro mundo,
se piensa sencillamente en la ciencia. El mundo de la Biblia piensa de manera
distinta. La sabiduría, sin calificativo alguno, es la sabiduría de Dios. Con
ella se hace referencia al plan de Dios sobre el mundo y su ejecución a través
de los hombres elegidos por él para lograrlo. Este proverbio afirma, por
consiguiente, que tanto el Bautista como Jesús son agentes eminentes en la
realización del plan de Dios. Su conducta puede parecer equivocada y ser juzgada
como tal por los dirigentes del pueblo judío, pero sus obras demuestran que
están en la línea de la verdad y que, por tanto, los equivocados son ellos. Por
otra parte sabemos -y lo repite frecuentemente el Nuevo Testamento- que Jesús es
la sabiduría de Dios. La obra salvadora que llevó a cabo en el mundo demuestra
que aquéllos que le rechazaron no tenían razón (com de edit. Marova).
Después del juicio
sobre el Bautista (su excepcional grandeza hace resaltar aún más la grandeza de
ser discípulo de Jesús), un juicio "sobre esta generación" (11,16-19). Como de
costumbre, Jesús recurre a una comparación. Dos grupos de niños, dispuestos en
fila en la plaza uno enfrente de otro, deciden jugar a los funerales. Pero
cuando el primer grupo comienza las lamentaciones, el otro ni se mueve; ha
perdido todo el interés por el juego. Es demasiado triste, dicen. Entonces se
cambia y comienza de nuevo; se juega a bodas. Pero tampoco esta vez se mueve el
segundo grupo: el juego es demasiado alegre. Jesús reprocha a los hombres de
esta generación ser como niños caprichosos; no saben lo que quieren; o mejor, lo
saben muy bien; quieren que se les deje en paz. Se podría titular así la
parábola: las excusas de quien no quiere decidirse. Para el que no quiere
decidirse siempre hay excusas al alcance de la mano. Se rechaza una actitud, lo
mismo que la contraria; se critica una propuesta, y luego otra; es la prueba de
la falta de sinceridad. Hoy diríamos "falta de voluntad política" (Bruno
Maggioni).
"¿A quién se parece...
y no habéis llorado?" Así ve Jesús a la gente de su tiempo y a nosotros. NIños
que no saben lo que quieren. Que nos dejamos llevar solamente de nuestro
capricho, de nuestra voluntad propia, sin dar importancia a lo que en realidad
vale para la vida eterna. Cristo es el "camino, la verdad y la vida". Quien le
sigue no andará en tinieblas. Que sea su ley, su voluntad, nuestro gozo y nos
asemejaremos al "árbol plantado al borde de la acequia", "nuestra paz será como
un río y nuestro fruto, abundante como la arena del mar". El profeta echa en
cara al pueblo su infidelidad y le dice bien claro lo que se ha perdido por no
ser fiel al amor de Dios. En este texto de Mateo, es Cristo mismo quien como el
profeta en la anterior lectura de Isaías, echa en cara a los de su generación
que no tienen la suficiente madurez para creer y ser de verdad fieles: sois como
críos, les dice. Viene el Bautista con su austeridad y le acusan de extraño
endemoniado; viene Cristo con su sencillez, se sienta a compartir la vida y la
comida de los hombres, y le dicen que es un pinta y un comilón cualquiera. Venga
quien venga, haga lo que haga, diga lo que diga, donde no hay sensibilidad, ni
honradez, ni capacidad de creer y amar, habrá siempre salidas infantiles y
excusas para no creer. Sufrimos hoy en el mundo y en la Iglesia una de esas
crisis de inmadurez que nos hace hablar y obrar en todo como críos; la
ingenuidad infantil en unos, la pataleta en otros... y en todo y para todos la
crítica, la acusación y el insulto.
¿De quién hablamos
bien hoy? ¿Quién nos merece respeto y admiración? ¿Quién nos mueve a creer y a
obrar, a echar una mano, a colaborar? El papa mal, los obispos mal, los curas
mal, los seglares mal... ¿y el mal que está dentro de nosotros? La madurez se
manifiesta en la sencillez, en el respeto a los demás, a quienes se les toma en
serio. Ser capaces de admirar más que de despreciar. Ser más adultos y menos
críos. Y sentirse plenamente responsable.
-"Madrecita mía ¿es
verdad que todos ante todos, por todos, somos culpables? -No saben las criaturas
eso, que si lo supieran, desde ahora empezaría el Paraíso". (Dostoievski). ¿De
qué sirve acusar a los individuos?
-Jesús declara a las
gentes: "¿a quién compararé esta raza de hombres? es semejante a los muchachos
sentados en la plaza que interpelando a otros..." Escena llena de vivacidad,
observada por Jesús y hoy también observable por nosotros. Seguramente Jesús
alguna vez debió pararse a mirar. Grupos de muchachos jugando en la calle. -Os
hemos entonado cantares alegres y no habéis bailado; cantares lúgubres y no
habéis llorado. Sí, he ahí cómo ve Jesús a las gentes de su tiempo. Esta
"generación caprichosa e inestable que no sabe lo que quiere: son niños que
juegan a "la boda"... y luego al "entierro". Una de las bandas debuta con un
canto alegre, pero a los otros no les hace gracia. Entonces comienza un canto
triste, ¡pero la cosa tampoco marcha! Entre los niños, esto suele ser sólo un
capricho pasajero, que no tiene consecuencias. Pero para los adultos del tiempo
de Jesús -¿y del nuestro?-, no se trata ya de un juego... sino de su vida
eterna! "Esto no es serio" parece decir Jesús ¿No somos quizá también nosotros
gente caprichosa? ¿Tenemos el sentido de nuestras responsabilidades? ¿Somos
adultos? ¿capaces de perseverar? En este tiempo de Adviento ¿"mantenemos" las
resoluciones tomadas? o bien ¿nos dejamos llevar por deseos caprichosos del
momento? ¿Hemos conseguido una cierta firmeza en nuestras decisiones? o bien
¿capitulamos dando paso a posturas infantiles, pasajeras?
-Porque vino Juan que
casi no come, ni bebe, y dicen: Es un loco. Ha venido el Hijo del hombre, que
come y bebe, y dicen " ¡Es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y de
pecadores! Sí, los contemporáneos de Jesús no han sabido leer los signos de los
tiempos. Juan Bautista vivía como un asceta, llevando una vida rigurosa y
penitente, con ayuno y abstención de alcohol: predicaba así la conversión:
"haced penitencia"... En general, no se le escuchó. Su actitud no gustaba. Jesús
en cambio, vive como un hombre corriente; come normalmente, bebe vino: predica
el "festín mesiánico"... la era nueva del gozo con Dios. . . ¡y se le acusa de
ser "un glotón y un bebedor"! ¡Se le acusa de ser "un amigo de los pecadores"!
Gracias, Señor Jesús, por permitir que te hicieran esta acusación. Gracias de
haber venido a inaugurar el tiempo de la alegría, de habernos venido a ofrecer
tu amistad a nosotros, que somos pecadores. Amigo de los pecadores... Amigo de
los pecadores... Gracias.
Juan Bautista es un
hombre de penitencia y se lo reprochan. Jesús es hombre de apertura, se lo
reprochan también. ¡Cuán hábil es la humanidad para rehusar las llamadas de
Dios! Encontramos siempre buenas razones para quedarnos con nuestra testarudez
infantil. Sánanos, Señor, de nuestras ligerezas. Haz que tomemos en serio lo que
Tú nos propones.
-Pero, la sabiduría de
Dios se revela "justa" a través de lo que hace. Señor, enséñanos a juzgar
"justo", juzgando "según tu sabiduría divina". Finalmente, Juan Bautista y Jesús
eran ambos igualmente necesarios a la humanidad: a uno encargó Dios el invitar a
la austeridad y a la penitencia... al otro encargó Dios el aportarnos la alegría
da Reino... El tiempo de Adviento y de Navidad comporta esos dos aspectos (Noel
Quesson).
Jesús echará en cara a
su generación que no reciben a los enviados de Dios, ni al Bautista ni a Jesús
mismo. Ya en la primera lectura el profeta se lamenta con tristeza de que el
pueblo era rebelde y no había querido obedecer a Dios. No eligió el camino del
bien, sino el del propio capricho. Y así le fue. Si hubiera sido fiel a Dios,
hubiera gozado de bienes abundantes, que el profeta describe con un lenguaje
cósmico lleno de poesía: la paz sería como un río, la justicia rebosante como
las olas del mar, los hijos abundantes como la arena. Si Israel hubiera seguido
los caminos de Dios, no habría tenido que experimentar las calamidades del
destierro. El tono de lamento se convierte en el salmo en una reflexión
sapiencial: «el que te sigue, Señor, tendrá la vida de la vida». «Dichoso el
hombre para el que su gozo es la ley del Señor. Será como árbol plantado al
borde de la acequia», lleno de frutos. «Porque el camino de los impíos acaba
mal».
Tampoco hicieron caso
al Bautista muchos de sus contemporáneos, ni al mismo Jesús, que acreditaba
sobradamente que era el Enviado de Dios. «Vino al mundo y los suyos no le
recibieron». Esta vez la queja está en labios de Jesús, con la gráfica
comparación de los juegos y la música en la plaza. Un grupo de niños invita a
otro a bailar con música alegre, y los otros no quieren. Les cambian entonces la
música, y ponen una triste, pero tampoco. En el fondo, es que no aceptan al otro
grupo, por el motivo que fuera. Tal vez por mero capricho o tozudez. La
aplicación de Jesús es clara. El Bautista, con su estilo austero de vida, es
rechazado por muchos: tiene un demonio, es demasiado exigente, debe ser un
fanático. Viene Jesús, que es mucho más humano, que come y bebe, que es capaz de
amistad, pero también le rechazan: «es un comilón y un borracho». En el fondo,
no quieren cambiar. Se encuentran bien como están, y hay que desprestigiar como
sea al profeta de turno, para no tener que hacer caso a su mensaje. De Jesús, lo
que sabe mal a los fariseos es que es «amigo de publicanos y pecadores», que ha
hecho una clara opción preferencial por los pobres y los débiles, los llamados
pecadores, que han sido marginados por la sociedad. La queja la repetirá Jesús
más tarde: Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la
gallina a sus polluelos, y no quisiste.
a) ¿Cuál será la
excusa de nuestra negativa. si no nos decidimos a entrar en el Adviento Y a
vivir la Navidad? El retrato de muchos cristianos que no se toman en serio a
Cristo Jesús en sus vidas puede ser en parte el mismo que el de las clases
dirigentes de Israel, al no aceptar a Juan ni a Jesús: terquedad, obstinación y
seguramente también infantilismo e inmadurez. Hay personas insatisfechas
crónicas, que se refugian en su crítica, o ven sólo lo malo en la historia y en
las personas, y siempre se están quejando. Esta actitud les resulta, tal vez sin
pensarlo explícitamente, la mejor excusa para su voluntad de no cambiar. Este
papa no les convence porque es alemán, el otro polaco. El anterior, porque era
italiano. A aquél porque dudaba, a ese porque no duda, a este porque no tiene
tanta buena imagen. Y así con muchas otras personas o campañas o tareas. Nos
cuesta comprometernos. Y es que si tomamos en serio a Cristo, y a su Iglesia, y
los dones de su gracia, eso cambia nuestra vida, y se ponen en juicio nuestros
criterios, y se nos coloca ante la alternativa del seguimiento del Evangelio de
Cristo o del de este mundo.
¿Cuántos Advientos
hemos vivido ya en nuestra historia? ¿De veras acogemos al Señor que viene? Cada
año se nos invita a una opción: dejar entrar a Dios en nuestra vida, con todas
las consecuencias. Pero nos resulta más cómodo disimular y dejar pasar el
tiempo. En vez de decir o cantar tantas veces el «ven, Señor Jesús», podríamos
decir con sinceridad este año: «voy, Señor Jesús» (J. Aldazábal).
Como que se nos vienen
a la mente aquellas palabras de Esteban a los sanedritas: Ustedes, hombres
testarudos, tercos y sordos, siempre se han resistido al Espíritu Santo. Eso
hicieron sus antepasados, y lo mismo hacen ustedes. Cuando uno tapona sus oídos
para no escuchar a Dios ni dejarse convertir por Él, por más que quiera Dios
hacer algo por él será imposible pues esa cerrazón podría considerarse tanto
como haber cometido un pecado contra el Espíritu Santo donde ya no hay remedio.
¿Qué más pudo hacer Dios por nosotros que no haya hecho, si lo único que
faltaba, que era enviarnos a su propio Hijo, ya lo hizo? Ojalá y tengamos la
debida apertura al Señor para recibirlo y dejarnos salvar o perdonar por Él, y
dejar que su Espíritu guíe en adelante nuestra vida.
En esta Eucaristía el
Señor nos manifiesta su amor incondicional y hasta el extremo. A Él ya no le
importa nuestra vida pasada, por muy malvados que hayamos sido. Él sólo nos
contempla con amor de Padre, lleno de compasión y de misericordia hacia
nosotros. Él contempla a su propio Hijo, en el momento supremo, en que entrega
su vida por nosotros y es glorificado por su filial obediencia, en este Memorial
de nuestra fe. Ante esta manifestación del amor de Dios hacia nosotros, Él
espera nuestra respuesta de fidelidad y no sólo las alabanzas de nuestros
labios. Él quiere que lo honremos también con el corazón que se abra para
recibirlo como salvación nuestra. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no
endurezcamos ante Él nuestro corazón.
Dejados instruir por
Dios; llenos de su Vida y de su Espíritu, no podemos quedarnos sentados ante el
reclamo que Dios nos hace por medio de la voz de los que sufren injusticias o
guerras, persecuciones o vejaciones, para manifestarles nuestra fe en Cristo,
que nos impulse a actuar al estilo de Jesús, que pasó haciendo el bien, aún a
costa de la entrega de su propia vida por amor nuestro. El Adviento, que nos
prepara para la venida del Salvador, debe hacernos abrir los ojos ante el Señor
que se acerca a nosotros, día a día, en la presencia del hombre azotado por la
injusticia, por la enfermedad, por el hambre, por la desilusión, por la pobreza,
por el pecado, por el vicio. Si en verdad creemos en Cristo hemos de esforzarnos
día a día para que las ilusiones y esperanzas que muchos tienen en lograr un
mundo más justo y más fraterno, no queden sin alcanzarse. Hay muchos, que
incluso sin creer en Cristo, se esfuerzan por crear un mundo más humano. ¿Nos
quedaremos al margen de esas luchas auténticas que han surgido en muchos hombres
de buena voluntad? ¿Podremos hacerlas llegar a su plenitud por actuar, ya no
sólo desde el punto de vista humano, sino desde nuestra fe en Cristo?
Que Dios nos
conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia
de ser fieles a la Palabra de Dios en nosotros, para poder ser no sólo
portadores de la misma con las palabras, sino con el testimonio de una vida que
realmente se encuentra comprometida con Cristo y con su Reino. Amén (www.homiliacatolica.com).
El derecho a
equivocarse. Con tanto desconcierto
–ya no estamos en una “sociedad cristiana” hoy es fácil equivocarse. Incluso
diría que muchos tienen cierto “derecho” a equivocarse. Con tanto desconcierto
preguntas a unos y te dicen “¿ni come ni bebe?…tiene un demonio. ¿Come y bebe? …
Es un comilón y borracho”. Y, ¡venga a dar vueltas a la misma calle!. Sería muy
triste si nos quedáramos dando vueltas eternamente, pero nos dice Isaías: “Así
dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: Yo, el Señor, tu Dios, te enseño
para tu bien, te guío por el camino que sigues”. No podríamos tener mejor
copiloto. Fíate de Él. Te ha dejado a la Iglesia para que te diga cuáles son las
señales auténticas, para indicarte cuál es el buen camino. A la Iglesia y a los
que están en comunión con ella. No a esos “copilotos”- incapaces de dedicar un
momento a hablar con su Señor- que ponen su magisterio por encima del
Magisterio; ni a esos “teóricos” que en vez de buscar nuevos caminos y allanar
los existentes se empeñan en conducir campo a través hasta despeñarse. El
copiloto es el Señor, tu redentor, y le escuchas por medio de la Iglesia
(Archimadrid).
Una de las
experiencias más amargas que podemos experimentar al desvivirnos por alguna
persona, sea familiar o amigo, es cuando no somos correspondidos. Si en “pago”,
por los servicios prestados se nos ignora o se nos critica, nos sentimos
traicionados y heridos. A Jesús en este pasaje le sucede algo parecido. Se
siente triste y decepcionado de la respuesta del hombre. Él como Dios, nos ha
amado y querido hasta el límite –inigualable- de la encarnación y de su muerte
en cruz. En su vida no hizo otra cosa que pasar “haciendo el bien”... y todo
este despliegue de compasión, de amor y misericordia ¿dio fruto? ¿cuál fue la
respuesta recibida a cambio? Sabemos que la semilla dio fruto después de su
muerte. En nuestro caso, tenemos que reconocer que “todo” podría estar a nuestro
favor. Tenemos su presencia en la eucaristía, su gracia sacramental, su acción a
través de su Espíritu Santo... tenemos a María, Madre nuestra.
Ojalá el Señor vea
cómo vamos poco a poco progresando en su conocimiento, aprendiendo a apreciar, a
gustar todos estos medios que nos hacen sus amigos y nos impulsan a compartir
con Él las penas y las alegrías. Nuestra felicidad y realización personales
dependen de saber escuchar y responder al Señor y con más razón durante este
Adviento, preparándonos a su venida.
Me pregunto hoy: ¿Por
qué estaremos siempre insatisfechos? Si hay por que hay y si no porque no… total
¿quién nos dará gusto? Ya vemos hoy que esto mismo pasaba en tiempos de Jesús,
en los cuales no importaba que se hiciera para atraer a la gente a Dios de
ninguna manera participaban. Antes nos quejábamos de que no entendíamos nada de
la misa pues era en Latín y por eso no íbamos; luego se puso en español y ahora
resulta que es demasiado larga, que el sonido no jala, que el padre es muy
aburrido… en fin, que excusas no faltan. El resultado: tampoco vamos a misa. De
manera que si la Iglesia presenta más apertura, es una descocida que ya no tiene
moral; si se cierra, es una retrograda oscurantista que solo quiere dominar a la
gente... Total… ¿Cómo le daremos gusto a la gente? Y es que como dice san
Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta
que no descanse en ti.” Mientras que el hombre no centra su vida en Cristo, toda
su vida es insatisfacción… no importa de que se trate siempre estaremos
inconformes e incómodos. Cosa muy distinta ocurre en los que aceptan a Cristo,
sabiduría de Dios, en su vida. Par ellos la satisfacción no proviene de las
cosas exteriores, incluso ni de la personas, todo viene del amor de Dios que se
desarrolla en el corazón de los que creen. Abre tu corazón a Cristo para que él
nazca y viva en ti: Verás qué distinta es la vida desde su amor y amistad
(Ernesto María Caro).
Nuestra vida no tiene
sentido si no es junto al Señor. ¿Adónde iremos, Señor? Sólo Tú tienes palabras
de vida eterna (Juan 6, 68). Él viene a traernos un amor que lo penetra todo
como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin sentido. Amor exigente es el
del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer en finura del alma con Dios
y a dar muchos frutos. Pero si el cristiano deja que el amor se enfríe, vendrá
esa terrible enfermedad interior que es la tibieza: Cristo queda como
oscurecido, por descuido culpable, en la mente y en el corazón; no se le ve ni
se le oye. Queda en el alma un vacío de Dios que se intentará llenar de otras
cosas, que no son de Dios y no llenan. Esta enfermedad tiene curación si ponemos
los medios. Siempre se puede descubrir de nuevo aquel tesoro escondido, Cristo,
que un día dio sentido a la vida. En la oración y en los sacramentos nos espera
siempre el Señor.
Por faltas aisladas no
se cae necesariamente en la tibieza. La tibieza nace de una dejadez prolongada
en la vida interior que se expresa en el descuido habitual de las cosas
pequeñas, en la falta de contrición ante los errores personales, en la falta de
metas concretas en el trato con el Señor. Se ha dejado de luchar por ser mejores
y se abandona la mortificación. La tibieza es como una pendiente inclinada; casi
insensiblemente nace una preocupación por no excederse, por quedarse en el
límite, en lo suficiente para no caer en pecado mortal, aunque se descuida y se
acepta sin dificultad el venial. Las Comuniones son frías, la Santa Misa
distraída, la oración difusa, y el examen se abandona. Estemos alerta para
percibir los primeros síntomas de esta enfermedad del alma, y acudamos con
prontitud a la Virgen. Ella aumenta nuestra esperanza, y nos trae la alegría del
nacimiento de Jesús.
Fomentar el espíritu
de lucha, nos llevará a cuidar el examen de conciencia. De ahí sacaremos un
punto en el que mejorar al día siguiente y un acto de contrición por las cosas
en que aquel día no fuimos del todo fieles al Señor. Este amor vigilante es el
polo opuesto a la tibieza. Y de nuevo, cerca de Cristo. Con una alegría nueva,
con una humildad nueva. Humildad, sinceridad, arrepentimiento... y volver a
empezar con una alegría profunda e incomparable. Nuestra Madre nos ayudará a
recomenzar (Francisco Fernández Carvajal).
Un problema de
sintonía. Dios se queja de su
pueblo. No hay sintonía. Llamó a penitencia por medio de Juan, y la respuesta
fue de rechazo; llamó a amistad por medio de Cristo, y de nuevo el rechazo. La
dureza del hombre desconcierta al mismo hombre si reflexiona un poco sobre ella.
Nos conmueve la
palabra de Isaías. He aquí a un Dios que casi tiene que darle explicaciones a su
pueblo. "Te instruyo por tu bien", dice el Señor, por si alguien no lo había
entendido. El problema de nuevo es de sintonía: el bien que Dios quiere no es
bien que el pueblo quiera. O tal vez estos bienes coinciden en el fondo, pero la
obediencia a los mandatos, camino para el bien, no encuentra espacio en el
corazón endurecido del pueblo.
Ahora bien, nosotros
no podemos quedarnos contemplando el espectáculo de la desobediencia pasada. Es
preciso que hoy y aquí creamos en la palabra del profeta: lo que Dios nos ordena
nos lo ordena por nuestro bien. La gran mentira del demonio es: "Dios no te ama,
no se ocupa de ti"; la gran verdad revelada por Cristo es: "Dios te quiere a ti;
eres importante para él". Y desde ese amor y desde esa importancia que tienes
ante él, te ordena sus mandamientos.
El amigo de sus
enemigos… La crítica contra Jesús, recogida por él mismo en el evangelio de hoy,
es en el fondo un elogio en su parte final: "ahí tienen a un amigo de
pecadores". Frase que nació el desprecio y de la envidia, y que sin embargo
describe bien el misterio y el ministerio de Jesucristo: es el amigo de los
pecadores, el amigo de sus enemigos.
La ley de Moisés
prohibía juntarse con el enfermo de lepra, por temor al contagio de la lepra.
Con una lógica semejante estos hombres quieren que se prohíba el contacto con
los pecadores, por miedo a contagiarse de pecado. No han descubierto que Jesús
no quedará sucio, sino que los limpiará. Jesús es el lugar del "bien fuerte", el
bien que no se ensucia en contacto con el mal, sino que lo vence y lo limpia. Él
es la luz que vence a las tinieblas.
Si Jesús fuera enemigo
de sus enemigos, podría tal vez ganarles a ellos pero a precio de dar una
victoria a la enemistad y un nuevo cubil al odio. El amigo de los enemigos es
aquel que pierde, a primera vista, pero gana la batalla, porque vence no a un
humano débil sino a un pecado fuerte (Pere Grau i Andreu).
Jesús: ¿qué más puedes
hacer por mí? Has probado todas las combinaciones: me has mostrado la alegría de
servirte; me has advertido del castigo que merecen los que mueren en pecado
mortal; me has dado el ejemplo de profetas y santos muy diversos; y finalmente
has muerto en la cruz por mí. Tienes razón, Jesús, a veces parezco un niño que
no se conforma con nada, aunque en el fondo de mis excusas hay bastante de
egoísmo y comodidad. Hoy, mirando al sagrario donde te encuentras encerrado por
amor a mí, me pregunto: ¿Qué más puedes hacer para que te ame, para que te
entregue un poco de mi tiempo, de ese tiempo que Tú mismo me has regalado? Está
claro que siempre puedo encontrar excusas: ¿por qué he de hacer más, si tal
persona tampoco lo hace? ¿Por qué siempre yo? ¿Por qué he de hacer esta norma de
piedad? ¿Por qué he de obedecer a alguien que tampoco será perfecto? Ese
sacerdote es poco simpático; ese sacerdote es poco serio... Jesús: a todo le
encuentro pegas. A todo... menos a mi criterio. Jesús, Tú ya has hecho mucho:
has venido al mundo, te has hecho hombre; has trabajado, reído y sufrido como
nosotros; has muerto en la cruz y te has quedado en la Eucaristía. ¿Qué más
puedes hacer? Que no ponga más excusas para venir a verte, para recibirte en la
comunión, para tenerte presente en mi trabajo... y en mi descanso.
Es más fácil decir que
hacer - Tú.... que tienes esa lengua tajante -de hacha-, ¿has probado alguna
vez, por casualidad siquiera, a hacer «bien» lo que, según tu «autorizada»
opinión, hacen los otros menos bien? [Camino 441].
Ha venido Juan que no
come ni bebe y dicen... Ha venido el Hijo del Hombre que come y bebe y dicen...
Decir es muy fácil. Criticar lo sabe hacer cualquiera.
Pero la sabiduría se
acredita por sus propias obras. Son las obras lo que cuenta. En vez de criticar
tantas cosas que me parece que se hacen mal, yo ¿qué hago? Jesús, en mi vida
diaria tengo miles de ocasiones para mejorar mi actitud de crítica negativa.
Desde un plato que se ha quemado un poco, o un recado que alguien entendió mal,
hasta un jefe o un profesor que se ha equivocado, o un conocido que da mal
ejemplo. ¿Cómo lo habría hecho yo en esas circunstancias? ¿No podría haber hecho
algo para mejorar aquella situación? Jesús, que no permita ninguna crítica a tu
Iglesia, ni a tus ministros. El que tenga una queja, debería preguntarse primero
qué ha hecho él por la Iglesia. Siempre hay gente dispuesta a criticar a la
Iglesia. No importa lo que hagan sus miembros, porque siempre se puede criticar
algo. Ocurre como te ocurría con los fariseos: si estás con unos, porque estás
con unos; si estás con todos, porque quieres abarcarlos a todos; si haces algo,
porque no haces lo otro; y así sucesivamente. Así como los buitres, que pasan
volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de
su belleza, son arrastrados por el olor de cosas hediondas; así como las moscas,
que no haciendo caso de las partes sanas van a buscar las úlceras, así también
los envidiosos no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la
grandeza de las obras buenas, sino en lo podrido y corrompido [San Basilio, Hom.
sobre la envidia]. Que no caiga yo en el vicio de la crítica negativa, de la
murmuración, del descrédito. Que busque siempre el lado positivo, el esfuerzo
realizado, la buena intención. Que intente comprender, perdonar, enseñar con
paciencia, aguantar los defectos de los demás que no sean ofensa de Dios -como
ellos también soportan los míos-, alabar o callarme antes de criticar (Pablo
Cardona).
¡Qué difícil es
anunciar el Evangelio a quienes han hecho de su corazón de carne un corazón de
piedra! Difícilmente aceptarán el mensaje de salvación, pues han tapado sus
oídos para no escuchar, y cerrado su corazón para no convertirse a Dios y
dejarse salvar por Él. Sin embargo, lo que para los hombres es imposible, es
posible para Dios. Él puede hacer que de esas piedras nazcan hijos de Dios. El
Padre Dios, en su gran amor por nosotros, nos envió a su propio Hijo para
ofrecernos el perdón, de tal forma que, una vez reconciliados con Él mediante la
Sangre del Cordero Inmaculado, no sólo lo llamemos Padre, sino que lo tengamos
por Padre en verdad. La Iglesia de Cristo jamás puede desanimarse cuando se vea
rechazada, perseguida e incluso puesta en una cruz. A nosotros corresponde el
anuncio del Mensaje de Salvación, hecho con las palabras, pero sobre todo con el
testimonio personal de una vida que se realice conforme a aquello que anuncia.
Hagámonos cercanos a todos; incluso a los más grandes pecadores. El Señor nos
enseñó a convivir con toda clase de personas, no tanto para dejarnos dominar por
el mal que ha encadenado a muchos, sino para conducir a todos a la salvación y a
la vida eterna. Ojalá y después, tal vez, de ser criticados por nuestra cercanía
a los pecadores, podamos decir junto con Cristo: ¿Quién podrá echarme en cara un
pecado? Si nos hemos hecho pobres con los pobres y pecadores con los pecadores,
no ha sido para condenarnos con ellos, sino para salvarlos. Entonces también
podremos decir que la sabiduría de Dios, que actúa en la Iglesia, se justifica a
sí misma por sus obras.
Dios nos ha cumplido
sus promesas de salvación por medio de su Hijo, hecho uno de nosotros, por obra
del Espíritu Santo, en el seno Virginal de María de Nazaret. Hoy Él nos ha
reunido para celebrar la salvación que ha logrado para nosotros mediante la
entrega de su propia vida, manifestándonos, así, su amor hasta el extremo. Él
quiere que su Iglesia se convierta en un signo creíble de su amor en el mundo,
para conducir a todos a la salvación. Para que esto se haga realidad en nosotros
nos hemos de dejar transformar por el Espíritu de Dios como criaturas nuevas,
renovadas en Cristo Jesús y revestidas de Él. Para eso es necesario que no sólo
nos arrodillemos ante el Señor, sino que no cerremos nuestro corazón a la Vida y
al Espíritu que Dios nos ofrece. Al entrar en comunión de Vida con el Señor en
la Eucaristía, que estamos celebrando, estamos aceptando en nosotros los Dones
de Dios, iniciando, así, un nuevo camino en la presencia de nuestro Dios y
Padre. Hechos uno con Cristo, Él nos envía para que demos testimonio de la vida
nueva que aquí hemos recibido.
Los que creemos en
Cristo continuamente nos hemos de poner en camino para anunciar el Evangelio en
todos los ambientes y lugares. Nuestro anuncio será muchas veces con nuestras
palabras; pero las más de las veces será mediante el testimonio de una vida
recta, amoldada al espíritu del Evangelio. Si queremos un mundo más justo, más
en paz, más fraterno y libre de todo aquello que destruye la vida social o
familiar, hemos de ser los primeros en ponernos a trabajar a favor del Reino de
Cristo. No podemos llamarnos personas de fe en Él mientras nos quedamos sentados
en las plazas criticando a quienes luchan a brazo partido por construir un mundo
nuevo. El Señor nos ha enviado como testigos de su amor y de su verdad. Aun
cuando al contemplar el mal que se ha adueñado de muchos ambientes, tuviésemos
la tentación de desanimarnos y trabajar sólo por salvarnos a nosotros mismos,
olvidándonos de hacer el bien a los demás para que también ellos vayan por
caminos que les conduzcan a la paz y a la salvación, levantemos la cabeza y
seamos fieles a la Misión salvadora que el Señor nos ha confiado como una luz
que no podemos ocultar sólo para nosotros mismos, sino con la que hemos de
iluminar al mundo entero.
Roguémosle al Señor
que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la
gracia de saber ser fieles en la escucha de su Palabra y de la puesta en
práctica de la misma, para ser dignos de que el Señor habite en nuestros
corazones, haciéndonos renacer, día a día, como hijos de Dios cada vez más
perfectos. Amén (homiliacatolica.com).
No hacen caso ni de
Juan ni de Jesús. Hay personas incapaces de ver al Señor. Son los eternos
insatisfechos, los intransigentes con los demás, los que solo ven lo negativo de
los hombres, los que siempre interpretan mal sus actos, los que se consideran
superiores a los demás. El Señor tuvo que enfrentarse con personas semejantes.
Por eso contra el Señor y contra su mensaje de salvación se han dirigido en
todos los tiempos las acusaciones más diversas y contradictorias. También les
sucede lo mismo a aquellos que le siguen con amor verdadero. Comenta San
Agustín: «Aquí no se baila; pero no obstante que no se baile, se leen las
palabras del Evangelio: “Os hemos cantado y no habéis bailado”. Se les reprocha,
se les recrimina y se les acusa por no haber bailado. ¡Lejos de nosotros el
retornar aquella insolencia! Escuchad cómo quiere la Sabiduría que lo
entendamos. Canta quien manda; baila quien cumple lo mandado. ¿Qué es bailar
sino ajustar el movimiento de los miembros a la música? ¿Cuál es nuestro
cántico? No voy a decirlo yo, para que no sea algo mío. Me va mejor ser
administrador que actor. Recito nuestro cántico: “No améis al mundo, ni a las
cosas del mundo”…(1 Jn 2,15). «¡Qué cántico, hermanos míos! Escuchasteis al
cantor, oigamos a los bailarines: haced vosotros con la buena ordenación de las
costumbres lo que hacen los bailarines con el movimiento de sus cuerpos. Hacedlo
así en vuestro interior: que las costumbres se ajusten a la música. Arrancad los
malos deseos y plantad la caridad» (Sermón 311, 4-8, en Cartago, año 405).