III Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Jn 4, 5-42: "Si conocieras el don de Dios..."

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org 

 

 

Evangelio: Jn 4, 5-42

 

Llegó entonces a una ciudad de Samaría, llamada Sicar, junto al campo que le dio Jacob a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del viaje, se había sentado en el pozo. Era más o menos la hora sexta.
Vino una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo:
--Dame de beber -sus discípulos se habían marchado a la ciudad a comprar alimentos
Entonces yle dijo la mujer samaritana:
--¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? -porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le respondió:
--Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: < >, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva.
La mujer le dijo:
--Señor, no tienes nada con qué sacar agua, y el pozo es hondo, ¿de dónde vas a sacar el agua viva? ¿O es que eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?
--Todo el que bebe de esta agua tendrá sed de nuevo -respondió Jesús-, pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna.
--Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla -le dijo la mujer.
Él le contestó:
--Anda, llama a tu marido y vuelve aquí.
--No tengo marido -le respondió la mujer.
Jesús le contestó:
--Bien has dicho: < >, porque has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho la verdad.
--Señor, veo que tú eres un profeta -le dijo la mujer-. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte, y vosotros decís que el lugar donde se debe adorar está en Jerusalén.
Le respondió Jesús:
--Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación procede de los judíos. Pero llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad.
--Sé que el Mesías, el llamado Cristo, va a venir -le dijo la mujer-. Cuando él venga nos anunciará todas las cosas.
Le respondió Jesús:
--Yo soy, el que habla contigo.
A continuación llegaron sus discípulos, y se sorprendieron de que estuviera hablando con una mujer. Pero ninguno le preguntó: <<¿Qué buscas?>>, o <<¿de qué hablas con ella?>> La mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y le dijo a la gente:
--Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será él el Cristo?
Salieron de la ciudad y fueron adsonde él estaba.
Entretanto los discípulos le rogaban diciendo:
--Rabbí, come.
Pero él les dijo:
--Para comer yo tengo un alimento que vosotros no conocéis.
Decían los discípulos entre sí:
--¿Pero es que le ha traído alguien de comer?
Jesús les dijo:
--Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros que faltan cuatro meses para la siega? Pues yo os digo: levantad los ojos y mirad los campos que están dorados para la siega; el segador recibe ya su jornal y recoge el fruto para la vida eterna, para que se gocen juntos el que siembra y el que siega. Pues en esto es verdadero el refrán de que uno es el que siembra y otro el que siega. Yo os envié a segar lo que vosotros no habéis trabajado; otros trabajaron y vosotros os habéis aprovechado de su esfuerzo.
Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer que atestiguaba: < >. Así que, cuando los samaritanos llegaron adonde él estaba, le pidieron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Entonces creyeron en él muchos más por su predicación. Y le decían a la mujer:
--Ya no creemos por tu palabra; nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo.


"Si conocieras el don de Dios..."

Ante este episodio que nos presenta hoy la Liturgia de la Palabra, debemos encomendarnos al Espíritu Santo con la esperanza de captar, por su luz, la enseñanza que se nos ofrece. Son muchos los rasgos aleccionadores de la escena. Fijémonos sólo en uno y de carácter general: que en realidad no suceden las cosas sólo humanamente, en un sentido exclusivamente terreno y, por así decir, recortado del término humano. Como entre Jesús y esa mujer, para nosotros todo sucede sobrenaturalmente. En los negocios estrictamente humanos el que pide espera recibir; pero aquí Jesús pide para dar. Cuando en lo humano damos algo favorecemos a otro, sin embargo, a Dios no le podemos favorecer. Siempre resulta favorecido el que decide ser generoso con Él. Siendo Dios puro don, enriquece siempre; hasta cuando pide y le damos.

Así ha sucedido desde el principio con la Creación, con la revelación de Dios a los patriarcas..., a los profetas...: en cada momento los hombres han tenido la oportunidad de secundar la voluntad divina. Así con Jesucristo, como aquel día junto al pozo de Sicar, y así continúa otorgándonos sus dones cada vez que tenemos la impresión de cumplir con lo que Dios nos pide o de llevar a cabo lo que más le agrada. Es preciso reconocer que, por voluntad de Dios, somos mucho más de lo que imaginamos; pues tenemos -solamente los hombres- la capacidad de conocer a Dios y de conformar nuestra voluntad con la suya. En esto consiste la libertad y por esto es, en lo humano, el mayor don que de Dios hemos recibido. La grandeza de libertad consiste en que es una permanente oportunidad, concedida a los hombres de modo exclusivo -vale la pena insistir en ello- de recibir dones de Dios: que en cada momento nos podemos identificar, de algún modo, con Él dando, dándonos, amando.

¿Libertad para ser independiente, para realizar mi antojo, para sentirme dueño y señor de mí mismo, para imponer mi voluntad con autonomía en mis cosas? Sí, desde luego. Pero es claro que no consiste en eso la grandeza de la libertad. ¿Qué importancia tiene que se lleve a cabo lo mío, mi "gran" decisión? No pasa de ser eso -por genial que me parezca- la ocurrencia de una criatura, una gran criatura si queremos por ser hombres, pero una criatura al fin y al cabo. ¡Qué diferente si lo que se lleva a cabo es una voluntad divina, siendo también la mía! He aquí la grandeza de la libertad: la oportunidad permanente que tiene el hombre de actuar a lo divino. Que sólo se entiende cuando esa libertad va de la mano con la unidad; que es tanto como decir que se asienta en la genuina verdad del hodos calormbre.

Es lógico, por consiguiente, que Jesús muestre su extrañeza a la mujer, que se resiste en un primer momento a acceder a su petición por considerarse superior. Pero hacer lo que Dios desea supone identificarse de algún modo con Él; por eso, siempre es favorecido el que cumple su voluntad. Aunque parezca que se hace algo por Dios, más bien se recibe lo que Dios concede: actuar a lo divino y, de algún modo, ser como Él. Esto es ser "a su imagen y semejanza"; precisamente lo que marca la diferencia entre el hombre y el resto de la Creación que contemplamos, lo que nos eleva de tal modo, incluso sobre nosotros mismos, que -como ya se ha dicho-, por nuestra grandeza, nunca acabamos de comprendernos.

Jesús, por su parte, habiéndose hecho hombre, hijo de María, se pone a nuestra altura siendo Dios; para que siendo hombres y con su misma Madre, le podamos amar de verdad.