Santo Nombre de María
Lc 6, 39-42:
Viviendo con María

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org 

 

 

Evangelio:  Lc 6, 39-42

 


Les dijo también una parábola:
—¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
"No está el discípulo por encima del maestro; todo aquel que esté bien instruido podrá ser como su maestro.
"¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, deja que saque la mota que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita: saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad cómo sacar la mota del ojo de tu hermano.


Viviendo con María

Celebramos el Santo nombre de María. Y es como si nos pareciera poco ese continuo celebrar a la madre de Dios con cualquier pretexto. Pero ¿acaso nos podemos quedar ya satisfechos al proclamar su grandeza, su maravilla, en las fiestas que dedicamos a la Virgen? ¿Acaso le hacemos justicia? ¿Somos capaces de manifestarle la alabanza que le es debida? Y los hay que se dicen cristianos y que piensan y dicen que el culto a Santa María está de más; que vendría a ser como una usurpación a la reverencia y adoración debidas a Dios. Como si a la Santísima Trinidad –Padre, Hijo y Escrito Santo– le pudiera parecer mal que que reconozcamos la maravilla de su criatura más excelsa. Porque, como con precisión y fina sensibilidad aseguraba san Buenaventura, Dios podría haber creado un mundo más perfecto que el que conocemos, pero no una madre mejor que la Madre de Dios. Pues esa Madre quiso Cristo que fuera también madre de los hombres. El nombre de María. El nombre que tendría que estar de continuo en nuestro corazón y –por qué no– en nuestros labios. Como están las madres en el corazón y en los labios de los hijos pequeños, que son un permanente el punto de referencia para ellos, hacia donde dirigen sus afectos, de donde reciben todo para su desarrollo, para su seguridad, su paz y su alegría. ¿Es así María para nosotros? Nos puede ayudar a que lo sea más y mejor cada día, en nuestro camino en la santidad, hacia Dios, la meditación pausada de algunas reflexiones de san Josemaría: Acude en confidencia segura, todos los días, a la Virgen Santísima. Tu alma y tu vida saldrán reconfortadas. —Ella te hará participar de los tesoros que guarda en su corazón, pues "jamás se oyó decir que ninguno de cuantos han acudido a su protección ha sido desoído". Y pensamos sólo que es madre, que nos desea lo mejor, y que nada la hace más feliz que compartir con sus hijos los tesoros de su corazón: ese amor a Dios que excede a todo entendimiento, que colma su vida y la hace la más feliz entre las criaturas. ¿Y acaso, queriéndonos como nos quiere, puede negarnos la santidad, un amor a Dios a la manera del suyo, si se lo suplicamos? María está suspirando por hacernos felices y santos, y lo consigue a poco que nos dejamos querer por Ella. ¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría —"Magnificat anima mea Dominum!" —y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva dentro de sí y a su lado.
¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con El y de tenerlo. ¿Hasta qué punto desea María la felicidad de sus hijos? En modo alguno es exageración pensar que quiere para nosotros una felicidad que sea alegría notoria, contagiosa y habitual, para los momentos más ordinarios de nuestra vida. Una felicidad nos desea llena de optimismo, de esa paz única e incomparable de saberse hijos de Dios, que se trasluce en buen humor y en una sonrisa casi permanente. Y esto sin ingenuidades, sabiéndonos responsables de la más noble y prioritaria de las tareas para el hombre: la implantación y desarrollo del Reino de Dios en la tierra, a la que María consagró su existencia, asintiendo al querer divino. Y la Virgen es el prototipo del cristiano, responsablemente empeñado en que se cumpla el querer amoroso y salvador de Dios en la humanidad. En ella hemos de fijarnos si deseamos comprender nuestra labor de apóstol. Cuando se ha producido la desbandada apostólica y el pueblo embravecido rompe sus gargantas en odio hacia Jesucristo, Santa María sigue de cerca a su Hijo por las calles de Jerusalén. No le arredra el clamor de la muchedumbre, ni deja de acompañar al Redentor mientras todos los del cortejo, en el anonimato, se hacen cobardemente valientes para maltratar a Cristo.
Invócala con fuerza: "Virgo fidelis!" —¡Virgen fiel!, y ruégale que los que nos decimos amigos de Dios, lo seamos de veras y a todas las horas. Pero no somos de acero y, como niños, débiles y necesitados de permanente ayuda. ¿A quién acuden los niños? "Auxilium christianorum!" —Auxilio de los cristianos, reza con seguridad la letanía lauretana. ¿Has probado a repetir esa jaculatoria en tus trances difíciles? Si lo haces con fe, con ternura de hija o de hijo, comprobarás la eficacia de la intercesión de tu Madre Santa María, que te llevará a la victoria. En verdad Jesús nos lo ha hecho fácil dejándonos a su madre, ese tesoro de valor incalculable, para que nos acompañe maternalmente durante toda nuestra vida. Ella nos hace contemplar la vida desde su punto de vista: como realmente es, para lo que realmente es. Te falta la madurez y el recogimiento propios de quien camina por la vida con la certeza de un ideal, de una meta. —Reza a la Virgen Santa, para que aprendas a ensalzar a Dios con toda tu alma, sin dispersiones de ningún género. Que con nuestro empeño tozudo de niños queramos asegurar el santo nombre de María en nuestra mente y en nuestro corazón. Así aconseja san Josemaría: Pon en tu mesa de trabajo, en la habitación, en tu cartera..., una imagen de Nuestra Señora, y dirígele la mirada al comenzar tu tarea, mientras la realizas y al terminarla. Ella te alcanzará —¡te lo aseguro!— la fuerza para hacer, de tu ocupación, un diálogo amoroso con Dios.