Fiesta: Nuestra Señora del Pilar.(12 de octubre)
San Lucas 11,27-28: Descubrir la Voluntad de Dios y vivirla

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org  

 

Evangelio

Evangelio: Lc 11, 27-28

Mientras él estaba diciendo todo esto, una mujer de en medio de la multitud, alzando la voz, le dijo:
Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.
Pero él replicó:
Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan.


Descubrir la Voluntad de Dios y vivirla


Celebramos la fiesta de la Virgen del Pilar, y tomamos ocasión de los versículos de san Lucas que nos ofrece la Liturgia de la Iglesia en la Misa de esta fiesta, para meditar en la singular alabanza que Jesús hace de su Madre. Pues, aunque pareciera que Nuestro Señor rectifica a la mujer que desea proclamar de modo expreso y públicamente la excelencia de María, el Señor más bien declara –del mejor modo posible, por cierto– la razón profunda por la que Ella, su Madre, merece, antes que ninguna otra persona, esa alabanza.

No es su maternidad, en el sentido biológico de la expresión –el vientre que te llevó y los pechos que te criaron–, tal como expresa la mujer del pueblo, la razón profunda de la excelencia de la Madre de Dios. Sin duda, el cuerpo de María ha sido el más perfecto de los cuerpos humanos, después del de su divino Hijo; pero la maravilla de María está ante todo en su espíritu. Que no es lo corporal lo que caracteriza de modo específico al ser humano. Y siendo María toda la hermosura y plenitud física que puede ser pensada en una mujer, sin embargo, si es en verdad la bendita entre todas mujeres, según proclamó de ella Isabel, su prima, lo es, sobre todo, porque es la llena de Gracia, en palabras de Gabriel.

La Gracia de Dios, que Santa María tiene en plenitud, supone una sintonía con el Creador máxima en Nuestra Madre: la mayor identificación y unión con Dios que es posible en una criatura. Santa María debe su excelencia, no tanto a lo que –podríamos decir– tiene como propio en Ella misma. Pues cualquier cualidad personal de María, siendo humana, y corporal en este caso, posee un valor necesariamente relativo por ser criatura. La Madre de Dios es ciertamente maravillosa sobre todo en su espíritu: que está en todo momento en máxima sintonía con Dios. Su entendimiento, su imaginación, su memoria, sus afectos, sus ilusiones...; en suma, toda su capacidad de pensar y de amar, se dirige de continuo a Él. Lo demás –lo que no es Dios–, siendo efecto de la creación, María lo contempla como realidades que manifiestan la gloria divina y, a las personas, como criaturas con capacidad de darle gloria en el ejercicio de su libertad. Las cosas, en sentido estricto, no pueden ser buenas o malas, ya que no tienen capacidad moral al no ser libres; las personas, en cambio, nos definimos respecto a Dios en cada momento por nuestras acciones libres. Según sea nuestra actitud para con Dios, somos buenos o malos.

La alabanza de Jesús corresponde, por tanto, antes que nada a su Madre. Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan, dice el Señor. María "escucha" de continuo la voz de su Creador. A cada paso se le manifiesta su querer nítidamente, porque no tiene más interés que descubrir la voluntad de Dios para sí misma, para el mundo, para los hombres ... Su exquisita sensibilidad sobrenatural, siendo la llena de Gracia, le hace comprender a la perfección lo que Dios espera en cada instante del mundo y de la vida de los hombres. María es la que escucha a Dios por antonomasia. La que descubre el querer divino –siempre amoroso por lo demás– para cada momento de su vida. Nada la distrae de Dios, y así puede agradarle en todo. Su amor es un amor auténtico, con obras. Y a los hombres y mujeres del mundo, los contempla asimismo como portadores de capacidades para amar a Dios, destinados a lo divino y de una felicidad eterna, por la correspondencia libre de sus obras.

Haber descubierto la Voluntad de Dios, de nuestro Creador y Señor, reclama del hombre un empeño por identificarse con esa Voluntad con todas las fuerzas. Nada de lo que reconocemos como querer divino nos debe resultar indiferente. El buen cristiano vibra en deseos de ver establecida la voluntad divina por todas partes: hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo, rezamos muy frecuentemente. Nos consume esa impaciencia, mientras vemos que no son las cosas a nuestro alrededor como las quiere Dios. Y pedimos perdón por los que no saben valorar ese Señorío y Amor divinos que debe establecerse de modo universal.

Sabemos por la fe que el destino del mundo es inseparable de un triunfo clamoroso y glorioso de Dios ante toda la creación. Diríamos, entonces, que la Voluntad de Dios está llamada a triunfar indudablemente: es omnipotente, como Dios mismo. Por otra parte y en otro sentido, la Voluntad de Dios ha quedado encomendada, en algunos aspectos, como una tarea para el hombre. Decimos, por esto, que debemos cumplir la Voluntad de Dios. Ya que gozamos de capacidad de opción en tantas manifestaciones del comportamiento humano, debemos configurar nuestra vida –entendida como tarea que vamos actualizando segundo a segundo– con ese querer divino que podemos descubrir. También a cada paso, levantando los ojos del espíritu hacia Dios, descubrimos lo que espera Nuestro Señor de nosotros hoy y ahora, lo que más le agrada entre las varias opciones que se nos presentan. Amarle consiste, desde luego, en escoger aquello que nos "pide", aunque tal vez nos pueda costar, no sea lo más fácil o lo que más apetece.

Si en María nada distrae de Dios su entendimiento; si, persuadida de su pequeñez y de la grandeza de su Creador, únicamente piensa en Él, y en el mundo que debe manifestar su gloria, de modo particular en la vida de los hombres; de modo semejante sucede con su voluntad. La Madre de Dios es, asimismo, la que guarda por antonomasia la divina palabra, la Voluntad de Dios. He aquí la esclava del Señor, declaró ante el arcángel, manifestando así lo que sería el programa de su completa existencia. La vida de María se consuma, pues, plenamente en la condición que su divino Hijo exige a los Bienaventurados: que escuchan la palabra de Dios y la guardan.

Sigamos el consejo de san Josemaría: Invoca a la Santísima Virgen; no dejes de pedirle que se muestre siempre madre tuya: "monstra te esse Matrem!", y que te alcance, con la gracia de su Hijo, claridad de buena doctrina en la inteligencia, y amor y pureza en el corazón, con el fin de que sepas ir a Dios y llevarle muchas almas.