XIX Domingo ddel Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lc 12, 32-48: Con la cabeza en el Cielo
Autor: Padre Luis de Moya
Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org
Evangelio: Lc 12, 32-48
Tened ceñidas vuestras cinturas y encendidas las lámparas, y
estad como quienes aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle
al instante en cuanto venga y llame. Dichosos aquellos siervos a los que al
volver su amo los encuentre vigilando. En verdad os digo que se ceñirá la
cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. Y si viniese en la
segunda vigilia o en la tercera, y los encontrase así, dichosos ellos. Sabed
esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no
permitiría que se horadase su casa. Vosotros estad también preparados, porque a
la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.
Y le preguntó Pedro:
—Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?
El Señor respondió:
—¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el amo pondrá al
frente de la casa para dar la ración adecuada a la hora debida? Dichoso aquel
siervo a quien su amo cuando vuelva encuentre obrando así. En verdad os digo que
le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si ese siervo dijera en sus
adentros: «Mi amo tarda en venir», y comenzase a golpear a los criados y
criadas, a comer, a beber y a emborracharse, llegará el amo de aquel siervo el
día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le dará el
pago de los que no son fieles. El siervo que, conociendo la voluntad de su amo,
no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, recibirá muchos
azotes; en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, recibirá pocos
azotes. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le
encomendaron mucho, mucho le pedirán.
Con la cabeza en el Cielo
La primera afirmación de Nuestro Señor que nos ofrece hoy la Iglesia con este
pasaje de san Lucas, plantea –en su admirable sencillez, que no admite discusión
ni interpretaciones ajenas a su sentido literal– todo un enfoque de la vida
humana: Vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino, dice el Señor a los
suyos. Y todo el resto del pasaje que leemos a continuación, son una serie de
consejos prácticos razonables, teniendo en cuenta que ese Reino es el deseo de
Dios, nuestro Creador, Señor y Padre para sus hijos los hombres.
Quiere Jesucristo salir al paso de algunas corruptelas que se nos pueden
introducir y serían obstáculos, no poco importantes, para alcanzar ese Reino que
tenemos como singular destino, y es la razón de la gran dignidad y grandeza
humanas. Comienza su discurso el Señor refiriéndose a los medios materiales –en
los que erroneamente podríamos poner el objeto último de nuestras inquietudes–
por más que nos demos cuenta de que son necesariamente sólo medios perecederos.
Sin embargo, la falta de fe y el consentimiento en el apego a las riquezas, nos
inducen más y más al engaño. En el fondo, de sobra sabemos que los medios
materiales deben ser sólo "medios", meros instrumentos que, en definitiva, nos
sirven para alcanzar nuestro único verdadero fin: la Vida Eterna. Ponerlos en la
práctica en lugar de la Eterna Bienaventuranza, amándolos en sí mismos, equivale
a errar en el sentido y destino de la vida: el fracaso existencial del hombre.
Pidamos, pues, la luz del Espíritu Santo, para no dejarnos engañar por un
desmedido atractivo –falso– de los bienes de este mundo. Que veamos la realidad
tal como es: los medios, no como fines, pues no pasan de ser instrumentos y, en
cambio, la Eterna Bienaventuranza, con su inapreciable y único valor: esa
inapreciable perla escondida, que da sentido a la vida del hombre, con todo el
trabajo que reclama su posesión.
Anima Jesús a la vigilancia: cualquier día, en cualquier circunstancia, tal vez
cuando no esperamos, nos puede sobrevenir la muerte, el definitivo ingreso en la
eternidad. Sabemos, por experiencia, que se nos puede hacer justicia de lo
vivido sin previo aviso: "¡Quién nos lo iba a decir..., si ayer mismo habíamos
comentado..., y hoy, un accidente de verdadera mala suerte..., ese proceso
incurable y fulminante...: no somos nadie!". Así solemos comemntar. Vosotros
estad también preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del
Hombre. El consejo del Señor es de sensata amistad, de verdadero amor a quienes
se quiere, a quienes se desea lo mejor aún a costa de exigirles. Más fácil sería
–mucho más fácil también de aconsejar– consentir en una conducta despreocupada y
cómoda, aunque irresponsable. Pero no sería manifestación de amor, sino
posiblemente de secreta complicidad en el fracaso que se avecina.
Alaba finalmente Jesús la conducta del siervo que se comporta de acuerdo con lo
que se le indicó: Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los
encuentre vigilando. Porque actuar como Dios espera no es cosa del último
momento. No podemos pensar astutamente: "cuando prevea próximo mi final,
entonces..., que aún soy muy joven..., y no debo preocuparme por el momento". El
amor de Dios por los hombres se manifiesta de continuo: cada día de nuestra vida
y durante generaciones con la humanidad. La vigilancia, pues, que nos pide Dios,
es una actitud permanente –las veinticuatro horas del día– de atención a ese
amor de Padre que nos dispensa. ¿No debemos acaso devolver amor por amor? ¿No es
lógico, y propio de personas agradecidas que valoran los dones recibidos,
intentar comportarnos como los mejores hijos con semejante Padre?
Nuestra Madre Inmaculada, la mejor de las hijas de Dios, nos dará, si se lo
pedimos, un corazón para amar a Dios a la medida del corazón de Jesucristo, su
Hijo.