El Martirio de San Juan Bautista

Mc 6, 17-29: Santa Pureza

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org 

 

 

Evangelio: Mc 6, 17-29

Herodes había mandado apresar a Juan y le había encadenado en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo; porque se había casado con ella y Juan le decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías le odiaba y quería matarlo, pero no podía: porque Herodes tenía miedo de Juan, ya que se daba cuenta de que era un hombre justo y santo. Y le protegía y al oírlo le entraban muchas dudas; y le escuchaba con gusto.
Cuando llegó un día propicio, en el que Herodes por su cumpleaños dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea, entró la hija de la propia Herodías, bailó y gustó a Herodes y a los que con él estaban a la mesa. Le dijo el rey a la muchacha:
—Pídeme lo que quieras y te lo daré.
Y le juró varias veces:
—Cualquier cosa que me pidas te daré, aunque sea la mitad de mi reino.
Y, saliendo, le dijo a su madre:
—¿Qué le pido?
—La cabeza de Juan el Bautista —contestó ella.
Y al instante, entrando deprisa donde estaba el rey, le pidió:
—Quiero que enseguida me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista.
El rey se entristeció, pero por el juramento y por los comensales no quiso contrariarla. Y enseguida el rey envió a un verdugo con la orden de traer su cabeza. Éste se marchó, lo decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha y la muchacha la entregó a su madre. Cuando se enteraron sus discípulos, vinieron, tomaron su cuerpo muerto y lo pusieron en un sepulcro.


Santa Pureza

Parece, y es verdad, que en todo momento debemos ser puros. "¿Qué tal la virtud de la Pureza?", he preguntado en ocasiones en la dirección espiritual. "Bien..., normal...", suelen responder. Y, a continuación, prosiguen con algo así como que, en ese aspecto, no tienen problemas, pues, son personas sencillas, ocupadas en sus cosas, que procuran no herir a sus semejantes y cumplir las propias obligaciones con justicia. Está claro, que no han comprendido la pregunta; que posiblemente existe en este caso, como en otros, una indeseable alianza entre la ignorancia y la falta de exigencia en el sujeto, que conduce a que muchos ni siquiera lleguen a plantearse vivir la sexualidad con los criterios de Jesucristo. Porque la Pureza –la Santa Pureza– es la virtud cristiana gracias a la cual se regula la capacidad generativa de acuerdo con la recta razón iluminada por la fe. Por lo tanto, no viven esta virtud humana y cristiana, los que incurren, consigo mismos o con otros, en acciones deshonestas, contrarias a la castidad, o se ponen en peligro de cometerlas.

El pasaje de san Mateo que hoy consideramos, presenta una situación de clamorosa deshonestidad. No podemos detenernos en analizar con detalle el caso. Tomamos ocasión, en cambio, de aquel triste suceso para suplicar para todos la limpieza de corazón y de cuerpo, que, como anunció Jesucristo en las bienaventuranzas, es imprescindible para contemplar a Dios: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios. La virtud de la castidad, sin ser la primera en el orden de las virtudes, es, sin embargo, imprescindible para vivir otras muchas, entre ellas, la caridad: el amor a Dios y al prójimo en que consiste la esencia de la perfección cristiana.

Nos serviremos de algunos textos de san Josemaría, tomados todos ellos de Camino, para continuar nuestra meditación sobre esta virtud:

¿Pureza? —preguntan. Y se sonríen. —Son los mismos que van al matrimonio con el cuerpo marchito y el alma desencantada... ¡Cuántas veces nos encontramos por desgracia con esta paradoja! Es una pretendida alegría por haber "superado" lo que algunos llaman "perjuicios" únicamente religiosos. Esa falsa risa, tantas veces inducida por la moda, por el qué dirán..., por no ser menos..., viene a ser como el "canto del cisne": el preludio de una amargura y un desengaño, de los que algunos luego no saben o no quieren retornar. Porque parece claro –de modo especial en ciertos ambientes culturales– que la vida pública, la calle..., no colabora positivamente con el ejercicio de esta virtud. El cristiano comprometido con su fe lo sabe, y no le resulta extraño, por consiguiente, vivir contracorriente en este aspecto de su vida. Como tampoco se deja amedrentar por sentirse solo y hasta raro entre una sociedad que parece haber cambiado sus fines naturales. Los hijos de Dios, responsables y orgullosos de su condición, no se arredran:

Hace falta una cruzada de virilidad y de pureza que contrarreste y anule la labor salvaje de quienes creen que el hombre es una bestia.
—Y esa cruzada es obra vuestra, asegura también san Josemaría. La verdad no la consigue ni garantiza la mayoría. La Historia de la Salvación cuenta con abundante experiencia en este sentido. Recordemos, sin ir más lejos, a aquellos pocos discípulos de Jesús que lograron cambiar la cultura de todo un imperio; eso sí, a costa de sí mismos. Hoy como ayer los cristianos estamos convencidos del triunfo de Dios con nosotros, o también, el triunfo de los hombres en la causa de Dios: las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella, nos tiene asegurado Cristo. La Iglesia y su tan controvertida doctrina no pueden dejar de triunfar. ¡Ojalá queramos estar del lado de los que van a ganar!

Además, vivir esta virtud no es para tanto. Sólo parece imposible a los que han claudicado sin apenas lucha: sin el empeño por la Santa Pureza que si ponen, en cambio, en otros ideales, quizá no tan nobles.

Cuando te decidas con firmeza a llevar vida limpia, para ti la castidad no será carga: será corona triunfal. En efecto, asegura el Santo de lo ordinario, la pureza cuesta menos –aunque siempre habrá que esforzarse– si hay una decisión firme de vivir limpiamente, evitando las ocasiones de pecado, como evita el contagio infeccioso quien quiere permanecer sano. Porque el que vive esta virtud, notando humana y espiritualmente sus efectos, está en condiciones de valorar su excelencia, sin recurrir al autoengaño de los que dicen sentirse bien, cuando se dejan arrastrar por sus pasiones y debilidades. Así lo recuerda también san Josemaría:

Me escribías, médico apóstol: "Todos sabemos por experiencia que podemos ser castos, viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad". Recordemos la personalidad y conducta de Herodes.

La fortaleza necesaria para vivir esta virtud no será, casi nunca, un alarde de resistencia en los momentos de tentación, sino la energía humilde de quien es consciente de su debilidad y no consiente con la ocasión: No tengas la cobardía de ser "valiente": ¡huye! Así lo aconsejaba el Fundador de la Obra y así se lo pedimos a Santa María, Madre nuestra.