XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Amós 6, 1a. 4-7
Salmo 145
I Timoteo 6, 11-16
Lucas 16, 19-31



Tú recibiste bienes y Lázaro males; ahora él encuentra consuelo, mientras que tú padeces. Luc. 16, 19-31.

Una vez más, a vueltas con el dinero. La Palabra de Dios es terca con el dinero. Al decir terca, por el momento, sólo queremos decir, hablando un lenguaje familiar, que no se le cae a Dios de la boca. ¡Señor! ¡Señor! ¿Qué tendrá el dinero que nosotros los hombres hemos llegado a acuñar este frase? ¡Poderos caballero es don dinero! Y en ella o con ella, queremos casi decir, que el dinero tiene un poder omnímodo.

En cuanto a que la palabra de Dios es terca frente al dinero: vemos cómo el Evangelio de hoy nos habla del rico epulón y del pobre Lázaro. El uno personificaba la riqueza, y el otro, la pobreza. El domingo pasado Jesús nos decía estas desconcertantes palabras: "Haceos, ganaos amigos con el dinero injusto". Y en el anterior a éste, la Palabra de Dios, nos presentaba al pueblo de Israel adorando al becerro de oro. Su corazón se había metalizado

Puede ser que la Iglesia, sin ella pretenderlo, puede haber hecho algo de demagogia, al hablar de la pobreza, o insistiendo excesivamente, que la verdadera felicidad está en la otra vida: y despreciando, en consecuencia un tanto, el bienestar de ésta.

A este propósito, conviene recordar aquel fogoso y encendido apóstol de los barrios en la periferia de una gran ciudad, que animaba a los que vivían en pobres y miserables chabolas, a llevar con gran esperanza y paciencia, su pobreza, al mismo tiempo que les prometía una vida futura rica y feliz, mientras él vivía en un confortable apartamento. Alguien de los oyentes le replicó: Padre, si estas chabolas son un camino para el cielo, quédese a vivir en la mía y yo me voy a su confortable piso, y luego tendrá una vida eterna muy feliz.

El Evangelio de hoy, a primera vista, no pone ningún defecto, ningún pecado, ninguna injusticia en el rico epulón. Y asimismo, no resalta virtud especial ninguna en el pobre Lázaro. Eso, sí, nos pone de manifiesto la abismal diferencia entre la vida del uno y del otro.

Por una parte, la ostentosa riqueza del rico: Se vestía de lino y púrpura y banqueteaba espléndidamente cada día. Y luego la pobreza de Lázaro: Y un mendigo llamado Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, pero nadie se las daba. Y los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Como vemos, una diferencia abismal en este mundo. Pero la parábola no termina aquí. Continúa: Sucedió que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Murió también el rico, y lo enterraron. Y viene una frase estremecedora: Y estando en el infierno gritó: Padre, Abrahán, ten piedad de mí, manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan las llamas. Pero, Abrahán le contestó. Recuerda que tú recibiste bienes en vida y Lázaro a su vez males. Y, además entre nosotros y vosotros se abre un abismo tan inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.

Un interrogante: ¿Se fue al infierno el rico? Quede esto bien claro: al infierno nadie se va por ser rico. ¿Cómo, pues, se fue al infierno? Si en el Evangelio no aparece ninguna acción mala, ni pecado alguno, ni injusticia alguna, ¿cómo es que ahora se encuentra en el infierno? Os diría que manifiestamente aparece en él, el pecado más negro que el hombre puede cometer ante los ojos de Dios: la indiferencia, la insensibilidad, ante el dolor , ante el sufrimiento ,ante la pobreza, ante el hambre de los demás. Insensibilidad, indiferencia patentes en estas palabras: Mientas él banqueteaba y vestía de lino y púrpura, un mendigo llamado Lázaro estaba echado en el portal de su casa, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Pero nadie se lo daba. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

La conclusión sencilla de la parábola, es ésta: mientras Lázaro, el mendigo ha sido llevado al cielo por los ángeles, el rico epulón, inmisericorde , se encuentra en el infierno. Y repetimos, ¿se encuentra en el infierno por rico? No, sino porque cerró los ojos, porque no vio que un mendigo yacía en el portal de su casa todos los días, muerto de hambre.

Pidamos al Señor, sin miedo alguno, lo he dicho ya laguna vez, que nos dé muchas, muchas riquezas: Pero, ante todo y sobre todo, que no cerremos los ojos ante las necesidades del hermano. Porque, en verdad, no las riquezas, sino cerrar los ojos, nos aparta de la vista de Dios.

Por otra parte, se ha dicho, que el dinero abre todas las puertas..., menos las del cielo. Fíjate bien lo que yo digo: nadie se condenará por ser rico. Asimismo, nadie se salvará por ser pobre. Con ello no quiero decir, que las riquezas en muchas ocasiones, no sean un grave obstáculo para abrir las puertas del cielo. Pero, a la vez digo, que el dinero, y las riquezas , pueden y deben ser una llave que te abran las puertas del cielo. ¿Cómo? Sencillamente, reflexionando sobre las palabras de Jesús en la parábola del mal administrador: Y os digo: ganaos amigos del dinero "injusto" para que cuando os falte os reciban en las moradas eternas. Y te lo recuerdo, son palabras de Jesús. Y termino con unas palabras de Jesús: "Y vio Dios cuanto había hecho, y todo era bueno". Todo era bueno, incluidas las riquezas. De ti y de mí depende el que nos abran las puertas del cielo.