I Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Isaías 2, 1-5
Salmo 121
Romanos 13, 11-14a
San Mateo 24, 37-44
 

 

Dijo Jesús: Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre. San Mateo, cap, 24.

 

Iniciamos hoy uno de los tiempos denominados en la liturgia, tempos fuertes: el  tiempo de Adviento.

 

Adviento, es, originariamente una palabra latina, que quiere decir: llegada, esperanza. ¿Quién viene? La respuesta es sencilla, viene Jesús. ¿A quién o a quiénes viene?  La respuesta, asimismo, es sencilla: viene a nosotros. Esperamos su llegada

 

Cuando esperamos a alguien importante, es un decir, en la casa lo arreglamos, la aseamos, lo preparamos todo. Incluso el horario de la comida lo acomodamos al personaje. No esperar  nada. No esperar a nadie, hace que todo sea rutina. Y cuado la rutina se apodera de uno, casi podríamos decir, que esa persona ha muerto.

 

Una pregunta: ¿tú esperas a alguien? Padre, espero a Jesús. ¿De verdad que esperas a Jesús? ¿Y cómo te estás preparando? Porque, en verdad, si esperamos a alguien, y no preparamos, no arreglamos algo la casa, ninguna, o casi ninguna importancia, damos al personaje, que viene a la misma.

 

San Mateo nos dice en el Evangelio de hoy: “Estad en vela, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. ¿Por qué nos dirá estas palabras? Los humanos tenemos la tendencia a sestear, a dejar todo para el final, a que nos pille el toro, dejamos pasar el tiempo, medio adormilados. Y lo mismo, cuando queremos despertar, ya es tarde. No nos pase lo que a los judíos, años y años esperando al Mesías, y. cuando éste llega, no sólo no le reconocen, sino que lo rechazan.

 

Todo el año litúrgico, todos los domingos, la Iglesia, en nombre de Jesús, de una o de otra manera, nos dice, que ”estemos en vela”.

 

Con un significado profundo, las catequistas ,en nombre de la Iglesia , han colocado sobre esa mesita, cuatro velas. Tres de ellas apagadas y una encendida. El domingo que viene, tendremos ya dos encendidas. Las cuatro velas, no haría falta decirlo, son los cuatro domingos de Adviento. El significado de la vela encendida, es claro: Cristo es la luz que debe iluminar el camino que nos lleva hacia él. Quien se aleja de Cristo, se aleja de la luz, y camina en tinieblas. Y caminar en tinieblas es una de las tragedias más negras que pueden ocurrir al ser humano.

 

Y, ahora una cosa, y no os escandalicéis: Cristo no va a venir. En consecuencia, no le esperéis. Cristo  ha venido ya , y se quedó para siempre con nosotros. No le esperéis. Es Cristo quien nos espera a nosotros. Nos lo ha dicho él miso: “He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno me abre, entraré y cenaremos juntos”.  San Agustín decía estremecido: “Tengo miedo de que pase el Señor, llame a mi puerta y no le abra”.

 

¡Cuántas veces pasa el Señor junto a nosotros y no le vemos o hacemos que no le vemos! Pasa y nos espera  en ese pobre que yace en la acera, pidiendo una limosna. Nos espera en ese enfermo  que no recibe visita alguna en el hospital. Nos espera en esa anciana de la residencia de quien nadie se acuerda.

El mismo San agustín nos cuenta, que en cierta ocasión, coge el Evangelio y se pone a leerlo a la sombra de un árbol. De repente, da un salto. Unos amigos que se hallaban junto a él, extrañados de aquella actitud, se dirigen a él, y no acabando de entender su procedimiento, le preguntan, ¿qué le pasa? Y San Agustín, todo emocionado les dice: “He abierto el Nuevo Testamento, al azar, y Dios me ha sorprendido con estas palabras: “Ya es hora de despertar y empezar vida nueva”.

 

Eso es lo que nos está diciendo esa vela encendida, que no volvamos a casa como hemos venido a la Iglesia. La cosa es clara: si volviéramos a casa como hemos venido, se impone esta pregunta: ¿ A qué hemos venido?  Piénsalo, y después me lo dices.

 

Yo de momento, te digo  que el tiempo de Adviento debiera iluminarnos, porque nos dice que alguien nos espera.

 

La esperanza es el motor de la vida. El alma sin esperanza, es como un ser muerto, sin vida. Sinceramente, ¿habéis pensado, qué sería de nosotros, si terminada la misa, no nos esperara nadie, ni nada? Y, a la vez, nosotros no esperáramos a nadie? ¿A los padres, a los hijos, a los hermanos, a los amigos? No lo dudes, sería la muerte. ¿No os habéis detenido a pensar, cuando os llega la triste noticia de que alguien se ha suicidado, cuál ha sido la causa, el motivo? No lo dudes, había  perdido toda esperanza.

 

Por eso, este tiempo de Adviento debiera ilusionarnos, porque nos anuncia, mejor, nos confirma, que alguien viene, que alguien nos llama. Más claro, que alguien nos espera, y con cariño nos tiende la mano, al mismo tiempo que nos dice: “No temas. Sé fuerte No tengas miedo, yo voy contigo.

 

Siempre, pero de modo especial, si cabe, en este tiempo de Adviento, si  alguien llama a la puerta de tu corazón, no temas, abre de inmediato. Y verás a Jesús, a la puerta del mismo, que estaba esperando que le abrieras, porque es tu amigo y quiere estar contigo.

 

No lo dudes, abriéndole la puerta, es el mejor modo para celebrar este  tiempo de Adviento, y prepararte para celebrar la Navidad. Inténtalo.