Festividad de la Sagrada Familia, Ciclo A

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14
Salmo 127
Colosenses 3, 12-21
Mateo 2, 13-15. 19-23

 

 

Hace unos días celebrábamos el Nacimiento de Jesús en Belén: es decir, la Navidad. Y hoy, sin más, la Iglesia, como si tuviera prisa, nos presenta la festividad de la Sda. Familia. Es decir, pone ante nuestros ojos a Jesús Niño, viviendo con sus padres: José y María..

 

Celebrar la Sda. Familia, después de todo, es normal. Ahora, lo que llama la atención, es que la Iglesia dé preferencia a esta Festividad sobre todas las demás. Daos cuenta, la cantidad de misterios y hechos religiosos que recordamos a través del año litúrgico. Pues, en ese abanico de posibilidades, inmediatamente al Nacimiento del Hijo de Dios, nos propone la festividad de la Sda. Familia. Sin duda alguna, ello quiere decirnos la importancia que la Iglesia concede a la Familia. Ciertamente, ella, la familia es como el eje, la raíz de la sociedad. Por ello, nos propone al hogar de Nazaret  como modelo, no sólo de las familias cristianas, sino de todas las familias, sean estas cuales fueren sus creencias.

Quiere que recordemos a Jesús, que inicia su vida humana, junto a sus padre, José y María. Al igual que un día la iniciamos nosotros junto a los nuestros.  Merece la pena que reflexionemos un poco sobre ello.

 

Antes de seguir adelante, no nos engañemos y tengamos presente, que así como sea la familia, así será la sociedad, y el mundo entero. Si la familia es honrada, si la familia vive unida y en paz; así también la sociedad y el mundo entero vivirán en paz. Si por el contrario, la familia está desunida y rota, queramos o no, se reflejará en la sociedad, en la vida de todos y de cada uno de nosotros. ¿Qué vemos hoy en nuestras familias? ¿Qué vemos hoy en nuestra sociedad?

 

Un poeta latino, ya en su tiempo, pudo escribir: “Roma no tiene salvación, porque la familia romana está corrompida”. ¿No podríamos decir nosotros lo mismo, España no tiene salvación  porque la familia española está corrompida?

 

Nadie ha ensalzado tanto el amor del hombre a la mujer –a la familia-, y viceversa, como la Sda. Escritura . “Las delicias, la alegría, el contento, que encuentra el esposo en la esposa; esa alegría y ese contento, dice el Señor, son el contento y la alegría que encuentro yo cuando estoy con los hijos de los hombres”.

 

Después de todo esto, digo, sin ambages, yo creo que la familia es la imagen más hermosa de Dios. Creo que la familia, es el lugar de los encuentros, es el paraíso de la felicidad. Yo creo en la familia.

 

Y mucho cuidado con lo que a continuación voy a decir: en el orden humano, repito, en el orden humano, no hay grandeza alguna, no hay dignidad alguna, como la paternidad, y, un poquito más si cabe, la maternidad. Por eso se ha dicho, y con toda razón, que en la frente de la mujer está escrito que la maternidad es un sacerdocio.

 

Vosotras, madres, ¿sois conscientes de esta dignidad, de este don? Un profundo pensador, muy acertadamente, nos ha podido decir: “Ser madre va mucho más allá del acto concepcional, es mucho más complejo, que engendrar hijos en su seno, y darles a luz, después de nueve meses. Ser madre, antes que nada, implica y lleva consigo, un cúmulo tal de cualidades que predisponen a la mujer a la entrega y al sacrificio.

 

Por eso, continúa el autor, tenemos mujeres a quienes el Señor les concedió el don inapreciable de la maternidad, pero por no sentir estas cualidades, no merecen el nombre de madre. Y, por el contrario, hay mujeres que por sentirlas y vivirlas, merecen el nombre de madres mucho mejor, que otras que materialmente dieron a luz”.

 

El Concilio Vaticano II se ha estremecido ante la grandeza de la maternidad, y, por eso, ha podido decir: “Esposas, madres de familia, transmitid a vuestros hijos e hijas las tradiciones de vuestros padres, al mismo tiempo que les preparáis para el porvenir insondable del futuro. Vosotras tenéis siempre como misión el amor a las fuentes de la vida. El sentido de la cuna”.

 

Estas, las madres, son las verdaderas heroínas, las que merecen todo encomio y estima, mucho más que tanta vedette de las que a diario nos habla la radio y la televisión.

 

Se ha escrito un libro que lleva por título: ”Si Cristo volviera al mundo”. En él se describe esta escena. Una madre con seis de familia. El mayor de 11 años, y el pequeño con la tos ferina. Uno acaba de derramar el desayuno por el suelo. Otro se ha caído de una silla, y grita como si lo estuvieran matando. Otro pide el pantalón. Otro no quiere ponerse los zapatos porque los ha confundido con los de su hermano.

 

La madre, desesperada no sabe a quién atender. En esto llaman a la puerta. Es Cristo. La madre lo reconoce, e instintivamente corre al cuarto de aseo para arreglarse. Jesús le dice: “Estás así muy bien”. Ella insiste: “Pudiste venir a otra hora, en otro momento, y no ahora que estoy medio desesperada”. Jesús sonríe y le dice:” Mujer, yo estoy aquí siempre contigo. Estoy en el que tiene la tosferina;  estoy en el que se ha caído de la silla; estoy en el que no quiere ponerse os zapatos. Estoy siempre contigo y con tu esposo; cuado estáis tristes y cuando estáis alegres. Si no, corre a la cuna, fíjate en los ojos del pequeño y verás cómo me descubres en ellos. No quiero robarte más tiempo. Sigue atendiendo a tu esposo y a tus hijos como hasta ahora, y no olvides que estoy siempre en esta casa; estoy contigo”.

 

Ciertamente, para esto se necesita mucha fe. Fe en el amor, y fe en el sacramento del matrimonio Fe que también necesitó la famita de Nazaret. José tuvo que tener fe en María.  Y,   ¡qué fe! ¿no? Tuvo que amarla mucho para confiar tanto en ella. María tuvo que tener fe en José, en su amor, en su respeto y en la estima que él la tenía. Y José Y María tuvieron que tener fe en su hijo, aunque al principio era como los demás niños, creyeron siempre en el Misterio que en él se escondía.¿A cuántas madres españolas Cristo no puede decir lo mismo que a la madre de la leyenda: Mujer , yo estoy siempre contigo? Precisamente pensando en estas madres, yo me atrevo a decir sin temor a equivocarme: “España no está perdida porque la familia española no está corrompida”.