Bautismo del Señor, Ciclo A

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Isaías 42, 1-4. 6-7
Salmo 28
Hechos de los apóstoles 10, 34-38
Mateo 3, 13-17
 

 

Apenas Jesús fue bautizado, se abrió el  cielo y el Espíritu de Dios se posó sobre El. Y vino una voz del cielo: Este es mi hijo, el predilecto. San Mateo, cap. 3.

 

Más de una vez hemos oído decir que, “después de la tempestad viene la calma”. Al principio esta homilía va a parecer un poco “tempestuosa”. Pero, un poquito de paciencia, y veréis cómo al final, viene la calma. Una calma llena de esperanza y de vida.

 

Ya hace algún tiempo oí esta frase, ciertamente, esperanzadora: “El Señor no ha venido a la tierra para pedirnos cuentas, para que le rindamos cuentas”. Cristo, indudablemente, ha venido al mundo  para otra cosa, nunca a meternos miedo.

 

A la verdad, en el Antiguo Testamento, como es natural, siglos antes de que Dios se hiciera  hombre, encontramos frases como estas:  que son como para estremecer y temblar: “¿Cómo te voy a perdonar? Por ello, no debe extrañarnos que Dios tome una última decisión: “He aquí a Jahavet, que sale de su lugar a castigar la culpa de los hombres”. Y entonces será prudente que cada uno busque un refugio. Al hombre, en estas circunstancias, no puede dársele más que este consejo: “Húndete en el polvo. Entra en las grietas de las peñas, y en las hendiduras de la tierra”.

 

Recojamos nuestros bártulos y huyamos. Es inútil buscar excusas, preparar defensas, componer justificaciones ridículas. El castigo será inevitable, se nos ha informado- nos lo acaban de decir los profetas- que Dios ha salido de su lugar con “intención de castigar al hombre”.

 

Nadie puede escapar. Lo mejor es reconocer nuestra culpa y con humildad presentarnos ante el que nos va a “juzgar”. Y encontramos un extraño tribunal. Un extraño juez:

 

         …porque un “niño” nos ha nacido, un hijo se nos ha dado…”

 

Esperábamos a un juez, y ha llegado un niño. “¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a Dios? Pues, bien, el Señor mismo  va a daros una señal. “He aquí que la doncella ha concebido, y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel”.

 

Es verdad, teníamos que saberlo: cuando Dios pierde la paciencia, nos manda a su hijo: un niño. Cuando Dios decide acabar con el hombre, sale de su lugar para convertirse en. “Dios con nosotros”.

 

Teníamos que habernos escondido , según el consejo del profeta: “en las grietas de las peñas”. Y  resulta que le encontramos….en una cueva.

 

Y encontramos un niño con una sonrisa en los labios, y la mano levantada, no en actitud amenazadora, como presagiara el profeta, sino en actitud de bendecirnos, de derramar sobre todos nosotros su ternura.

 

Es lo que acabamos de oír en la primera lectura: “No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada  -que somos todos y cada uno de nosotros- no la quebrará”. Cuando vemos una caña cascada, una caña que ya no sirve para nada, ya sabemos cuál es su destino, el fuego. Este niño coge la caña cascada, y con un amor infinito, la endereza con  suavidad  y la sana. Y termina la lectura  con algo que debiera llenarnos de esperanza: “ El pábilo vacilante no lo apagará”

 

Merece la pena reflexionar unos instantes sobre estas palabras, “el pábilo vacilante no lo apagará.”. A nosotros, un pábilo vacilante, una cerilla en el suelo, no sólo la apagamos, sino que la “pisamos”, para que su humo no nos moleste ¿Sí o no?

 

Por el contrario, este Dios hecho hombre, hecho niño, nos cogerá a nosotros en sus manos, que somos ese pábilo vacilante, e infundirá ese espíritu, dándole  nueva vida.

 

Celebramos hoy el Bautismo de Jesús. En el mismo, se rasgaron los cielos, y se oyó la voz del Padre que le decía: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.

 

Cristo ha tenido tres teofanías o manifestaciones: la primera teofanía fue en el Portal de Belén a los pastores. La segunda teofanía, fue a los Reyes Magos, asimismo en Belén. Y la tercera teofanía, en el Jordán en su Bautismo, a todos los hombres.

 

En nuestro bautismo también descendió sobre nosotros, el Espíritu Santo, bajo forma de paloma invisible (¿) , y el Padre proclamó con verdadero gozo: “Este es mi hijo a quien he engendrado hoy ”.

 

El Bautismo, ciertamente, nos quita el pecado original. Pero, ante todo y sobre todo, “nos hace Hijos de Dios. Como hijos de Dios procedamos en la vida.

 

Cuentan de Truman, Presidente que fuera de los Estados Unidos, que su hija Margaret Truman, realizó un viaje oficioso a España. Al despedirse, le dice: “No olvides que eres hija del Presidente de los Estados Unidos”.

 

Asimismo, nosotros jamás ,al caminar por la vida, olvidemos: “Tú  eres mi hijo, y yo te he engendrado hoy”.

 

El Bautismo de Jesús nos recuerda nuestro bautismo, y en él fuimos proclamados por el Padre, “hijos suyos”. En todo momento, procedamos, como “hijos de Dios”.