III Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 4, 5-42: Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar. Cansado del camino estaba sentado junto al pozo de Jacob. Llega una mujer a sacar agua y Jesús le dice: Dame de beber.
San Juan , cap, 4..

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Éxodo 17, 3-7
Salmo 94
Romanos 5, 1-2. 5-8
san Juan 4, 5-42

 

Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar. Cansado del camino estaba sentado junto al pozo de Jacob. Llega una mujer a sacar agua y Jesús le dice: Dame de beber.  San Juan , cap, 4.

 

 

El sacerdote se encuentra todos los domingos con un agradable compromiso, se ve en la necesidad de comenzar la homilía diciendo: El Evangelio de hoy es uno de los fragmentos más maravillosos de la Buena-Nueva. Sin duda alguna, podemos aplicar estas palabras, al pasaje de la Samaritana. Vamos a entrar de inmediato en su exposición.

 

Jesús, Dios y Hombre, después de haber recorrido varios kilómetros, llega con sus discípulos a Sicar. Un pueblo de Samaría. Los discípulos entran en la villa a comprar comida. Jesús, después de dos horas de camino, fatigado, se retira descansar junto al brocal del pozo de Jacob.

 

Apenas lleva unos minutos descansando, se acerca una mujer, un tanto, “desenvuelta”, con un cántaro, a buscar agua. Alguien la ha definido como una mujer de “arrastre”, una mujer “de la vida”.

 

Y es Jesús quien inicia el diálogo, diciéndole: “Dame de beber”.

 

La primera luz que descubrimos en el diálogo de Jesús con la mujer de “la vida”, es que en todo él, no descubrimos ni una palabra de “tono”, ni una recriminación a su turbulenta vida, ni una frase que pueda herirla. Nosotros, al momento, voces, gritos, vituperios, eres…

 

Y es Jesús quien se humilla diciendo: “Dame de beber”. Ella, no podía ser de otra manera, entre extrañada y gozosa, a la vez, le dice ¿“Cómo siendo tú judío, me pides a mi, que soy mujer y samaritana”?. Ella se  ha dado cuenta de que no es samaritano. Para ello, no ha hehco más que fijarse en las franjas del manto. Y estos detalles a una mujer no se le  van.

 

Y estoy casi seguro que pensó para sus adentros, y se quedó con ganas de decirle: “Si supieras además, que tipo de mujer es la que está hablando contigo….

 

Jesús debió sonreir, Y con un tacto exquisito, decidido a desbordarla con su respuesta, le dice: “Si conocieras el don de  Dios y quién  es el que te pide agua, tú le pedirías a él, Y él te daría a ti agua viva. Quien beba de este agua no tendrá más sed”.

 

Ella que había bebido de todos los charcos de la vida, y apenas había apartado los labios, sentía un reseco, que la quemaba la entraña, con voz suplicante , dice a Jesús: “Señor, dame de ese agua”.

 

¿Qué pasaría en aquellos momentos por la cabeza de la Samaritana? Fácilmente soñó con la maravilla de no tener que ir al pozo, y  dejaría de oír el cuchicheo de las gentes, que sonriendo maliciosamente , decían al verla pasar: “Mirad, por ahí va la de cinco maridos”.

 

Entonces Jesús, como un experto cirujano, poniendo el dedo en la llaga, y  queriéndole curar le dice con tono suplicante y  cariñoso: “Vete a llamar a tu marido”

 

La mujer se ve sorprendida, y un tanto avergonzada, quizás con la cabeza baja, contesta: “No tengo marido”.

 

Aquella mujer, se ha encontrado por primera vez en su vida con un hombre que sólo le ha pedido un  poco de agua. Probablemente se ha sentido feliz, se ha sentido mujer., ya que hasta el presente, siempre había sido tratada como un “objeto”. Ella ha visto, ha intuido, ha palpado, que aquel hombre no la ha mirado como los demás. Por eso, confiadamente, le ha dicho, “no tengo marido”.

 

Tiene la plena seguridad, que no la señalará con el dedo, como habrían hecho muchos del pueblo.

 

Cristo, por el contrario, la dirige una mirada compasiva hacia su vida turbulenta, y hasta el presente nada feliz. Y como indicándola que la acoge con cariño, le dice: “Ya sé que no tienes marido, porque has tenido cinco, y el que ahora tienes, no es tu marido”. Y la mujer, de hecho viene a caer de rodillas delante de Jesús, .y haciendo un acto de fe, dice: “Señor, veo que eres un profeta”

 

La vida desgarrada que la mujer había llevado hasta el presente, no ha logrado corromper su corazón. Y le abre de par en par, sus sentimientos religiosos: “Ya sé, le dice, que el Mesías está pronto de venir”.

 

¿No estará provocando a Cristo  para que confiese lo que él es? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que por primera vez Jesús, confiesa a la mujer lo que aún no ha dicho a las gentes: “El Mesías soy yo, el que habla contigo”.

 

La revelación tiene lugar junto al brocal de un pozo. Por una parte, él, peregrino, quemado por el sol, sucio de polvo, pide como limosna un poco de agua. Por otra parte, una mujer repudiada por cinco maridos, y que ahora vive amancebada con un hombre.

 

Jesús  no ha venido a la tierra a pedir cuentas al hombre, ha venido a buscar al que estaba perdido. Esta mujer estaba perdida y despreciada de todos, ha visto, con asombro, que  la ha pedido un sorbo de agua. Se ha sentido más grande que nunca. Se  ha sentido, mujer, mujer. Y ha sentido en su interior, eso, la dignidad de ser mujer. Y ahora marcha a su casa, rebosando de alegría con el ánfora de su alma llena de agua limpia. Nada   menos, que bendecida por Jesús.