IV Domingo de Pascua. Ciclo A

Juan 10, 1-10: Dijo Jesús: yo soy la puerta. Quien .entra por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos. San Juan , cap. 10.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

  Juan 10, 1-10: Dijo Jesús: yo soy la puerta. Quien .entra por mí se salvará y podrá entrar y salir y encontrará pastos. San Juan , cap. 10.

Todos los días, pero el Domingo en especial, es el día del Señor. Eso quiere decir “Domingo”: Día del Señor. Ahora, podríamos decir, que cada Domingo tiene su especialidad, su característica particular. Este Domingo, cuarto de Pascua, es el Domingo del “Buen Pastor”.

La imagen del rebaño y del pastor, tenía una gran fuerza en el pueblo judío. Eran imágenes muy metidas en su entraña. La figura cariñosa del Rey David como Rey-Pastor, ganó la adhesión de su pueblo por su dulzura, servicio y entrega a las gentes.

Este símbolo o imagen del buen Pastor, vivida por el pueblo judío, quedó fuertemente gravada en el corazón del pueblo cristiano, y en el del mismo Jesús, que muestra una predilección especial por la misma, para decirnos en más de una ocasión con la mayor naturalidad: “Yo soy el Buen Pastor”.

Por eso, ya en las catacumbas, en los primeros años del cristianismo, una de las imágenes más entrañables, que encontramos en las mismas, es la imagen del Buen Pastor, con la oveja descarriada a sus hombros, que se había alejado del rebaño, y había quedado enredada en unas zarzas. Al hallarla, ni una increpación, ni un golpe, ni un mal trato. Antes al contrario, con cariño, con ternura, hasta con cariño, la coge en sus bazos, y la lleva al redil con sus compañeras.

¿Cuantas veces nosotros no hemos quedado enredados, en las zarzas del pecado, y. Jesús, con riesgo de su vida, ha descendido hasta allí, y nos ha sacado de allí, llevándonos sobre sus hombros?

Jesús nos dice que, al amanecer, el pastor llega a la puerta del redil, y va llamando, una por una, a sus ovejas, y las saca fuera, y las ovejas le siguen.

Para penetrar en el verdadero sentido de estas palabras de Jesús, se hace necesario rememorar las costumbres y los tiempos del mismo.

En el aprisco se alojaban durante la noche varios rebaños que pertenecían a distintos amos, y., aunque, mezcladas unas con otras, al amanecer, cuando llegaba el pastor, las ovejas al ser llamadas, recocían, cada una, la voz de su amo, y saltando de alegría le seguían contentas y seguras.

El pastor las llamaba por su nombre. Jesús nos conoce a todos y. a cada uno de nosotros, y nos llama por nuestro nombre.

Si de repente se presentara Jesús visiblemente, y nos llamara por nuestro nombre, quedaríamos aturdidos por la emoción.

Y, atención, Jesús no es un pastor de un rebaño, de una masa, sino de cada una de sus ovejas.

Aunque te aparezca mentira, tú no eres uno entre muchos. Eres único. No eres una ficha, un número, que puedes ser sustituido por otro. Tú eres único. Cuando naciste, -permíteme la frase- Dios rompió el molde. No volverá haber otro como tú. Como acabo de decirte, eres único. Y yo también, soy único.

Lo que tú no hagas por Dios, nadie lo podrá hacer por ti. El te ha dado, seas quien seas, un estado, una vocación, en los que nadie podrá sustituirte.

Para cualquier “capitán de barco” se puede encontrar un sustituto. Pero nadie puede sustituir a la más pequeña criatura que rechazara el propio puesto en la vida.

Hay un hecho popular que dice: “Nadie es necesario “. Nada hay más engañoso. Todos somos necesarios. Lo que el Señor te pide, nadie se lo podrá dar sino se lo das tú.

“Yo conozco a mis ovejas”. No nos quedemos ahí. Jesús sigue y dice: “Y mis ovejas me conocen a mí”.

Pongámonos la mano en el pecho, y preguntémonos con sinceridad: ¿conozco yo a Jesucristo?. Antes de responder, ten presente, que el verbo “conocer” en las Sdas. Escrituras, es sinónimo de “amar”, de “seguir”. Así tendríamos esta pregunta: ¿amas, sigues a Jesucristo? Jesús es el pastor que nos marca el camino, el compañero que siempre nos acompaña, y ha ido desbrozando por delante el camino, en ocasiones llenos de obstáculos para que nosotros lo podamos recorrer con mayor facilidad. Y después de habérnoslo allanado, es cuando nos dice:”seguidme, que yo voy a vuestro lado”. Agiganta los ojos de la fe, y verás cómo él camina delante de ti. Si los agigantas podrás decir con el salmista: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”.