VI Domingo de Pascua. Ciclo A

Juan 14, 15-21: Dijo Jesús a sus discípulos: si me amáis, guardaréis mis mandamientos.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Hechos de los apóstoles 8, 5-8. 14-17
Salmo 65
I san Pedro 3, 15-18
san Juan 14, 15-21
 

 

Dijo Jesús a sus discípulos: si me amáis, guardaréis mis mandamientos. San Juan 14,  15-21. 

Vais a perdonarme que comience con una frase un tanto extraña. Pero, como sé que la vais a entender, terminaréis, seguro, aceptándola. Si pudiéramos coger el Evangelio, y exprimirle, al  igual que exprimimos un limón, toda la esencia del mismo –del evangelio- quedaría maravillosamente condensada, en las palabras , que hace un momento hemos venido a proclamar todos: “este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. 

Ahora mismo, no sé los  artículos que tiene la Constitución. No recuerdo los artículos del, Derecho Canónico. Lo que sí  es que en un momento dado, algunos exclamaron:: “obruimos légibus”. (las leyes nos aplastan). 

Viene Jesús, y en el mejor de los sentidos, nos lo simplifica todo, y nos da un solo mandamiento: “Que os améis los unos  a los otros”. Y no hay más. Todo lo que hagamos,  fuere  lo que fuere, si no es amar, podemos darlo por perdido: rezar, comulgar, darse golpes de pecho, etc, etc, si no está cimentado en el amor, delante del Señor carece de sentido. Y nadie vaya a deducir de esto, que yo he dicho, que no recemos, que no nos confesemos, que no vengamos a misa, etc. etc., sino que el amor es la razón y el fundamento de todo. 

Cuentan de San Juan evangelista, el discípulo amado, que siendo ya mayor, anciano, no hacía más que repetir a los discípulos: “amaos los unos a los otros”. Cansados ya ellos de oír el mismo sonsonete, un día le preguntan: ¿Por qué nos dice, nos repite siempre lo mismo? Y Juan evangelista contestó: “Porque es el mandato del Señor, y él no nos pide otra cosa”.. 

Tened por seguro, que en la otra vida, cuando nos veamos cara a cara con Jesús, no nos va preguntar esto o lo otro, aquello o lo demás allá. Sólo nos va a hacer una pregunta: ¿has amado? Si respondo que  sí, todo lo demás, huelga, sobra. 

Antiguamente, cuando se quería saber, si una persona seguía viva, nuestros padres, sobre todo, nuestro abuelos, acercaban una vela encendida a la boca del moribundo. Si  la llama de la vela se movía, exclamaban esperanzados: aún respira, aún tiene vida. Asimismo, cuando hay un accidente, se observa si el accidentado tiene el más mínimo movimiento, y si se advierte alguno en él, la gente exclama: ¿Se mueve? aún sigue vivo! 

Hoy tenemos aparatos sofisticados que nos detectan si un hombre tiene vida o no. En alguna clínica o en algún hospital, o en las mismas películas, todos podemos haber visto, más de una vez, el “electrocardiograma y sus oscilaciones, que nos ponen nerviosos. Cuando esas oscilaciones desaparecen, y el electrocardiograma queda plano, el doctor dice con voz grave: “ Se  acabó. Ya no hay nada que hacer. Acaba de fallecer”.

En el orden espiritual , también tenemos una señal inequívoca, si tenemos vida o no: el amor. Si amamos, estamos, seguimos vivos. Si no amamos, no clínicamente, pero sí espiritualmente, somos un cadáver. 

Por eso, Jesús, de sus discípulos sólo quiere, sólo nos pide, eso, que nos amemos unos a otros. Y eso es todo. 

Cuentan de un general romano que al morir, entre sus papeles, en su diario, parecía alguna que otra vez, esta  frase: “Diem pérdidi”. (he perdido el día).Nadie acertaba a descifrar aquella frase enigmática, hasta que llegó su “lugarteniente”, y dijo: “El General solía escribir  en su diario esta frase “Diem pérdidi”, el día que no había hecho algo por Roma”. Amaba tanto a Roma, que el día que no hacía algo por ella, lo daba por perdido. 

Los cristianos, asimismo, podíamos escribir en nuestro diario: “He perdido el día”. El día aquel , en el que no hayamos amado. Por muchas cosas que hayamos hecho, si no hemos amado, hemos perdido el día. 

El amor verdadero, tiene una propiedad, la gratuidad. Es decir, se ama, sin esperar algo a cambio. Por el contrario, si el amor no es verdadero, caemos en el egoísmo, no buscamos el bien de la persona amada, sino, el nuestro propio. El egoísmo es la antítesis del amor, y ante la menor dificultad, el egoísta se echa atrás. Por el contrario, cuando el amor es verdadero , no hay dificultad que pueda detener a la persona. ¿Quién puede detener a una madre ante el hijo? 

Muchas de las que estáis aquí sois madres. Y la madre es el reflejo más vivo de lo que es Dios. Hay muchas cosas en este mundo que nos recuerdan a Dios. Pero nada, como una madre. La madre, sí que ama gratuitamente, y se da toda entera a todos, y a cada uno de los hijos. 

Yo soy el mayor de los hermanos. Y a mi madre le gustaba contarme, cuando yo era pequeño, se decía a si misma -lo mismo os lo habéis dicho vosotras- ¿Cuándo será este hijo mayor? ¿Para qué? ¿Para que predique? ¿Para que gane dinero? No, para que sepa que soy su madre y que le quiero mucho. Sólo por oír esto a una madre, la vida merece vivirse. Esta es la gratuidad en el amor. 

Y termino. Si un profesor dijera de antemano la lección que va a preguntar al alumno, seguro, que éste aprobaría y la llevaría bien preparada: Jesús nos ha dicho lo que va a preguntarnos, de lo que nos va a examinar en el último día.: nos va a examinar en el amor. 

Juan de la Cruz nos ha dicho con las palabras que sólo puede decirnos un místico de su talla: “ “A la tarde de la vida te examinarán en el amor”. 

Hermanos, sabiendo que nos van a examinar  “a la tarde de la vida  en el amor”, preparemos,  pues, bien la “lección del amor”.