XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 13:24-43: El Reino de los cielos se parece aun hombre que sembró buena semilla en un campo. Pero mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo. San Mateo, cap. 13. 

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

El Reino de los cielos se parece aun hombre que sembró buena semilla en un campo. Pero mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo. San Mateo, cap. 13. 

Para la más fácil interpretación de este Evangelio, hemos de tener presente la idea  marcada  que el pueblo judío tenía sobre la próxima; mejor, el inmediato fin de los tiempos. Ello hace que los criados tengan cierta prisa en quitar lo antes posible la cizaña. 

Indudablemente, y hoy, nadie piensa, a pesar de todo el mal que decimos hay en mundo, en el fin del mismo. Pero, al mismo tiempo, estamos convencidos, que Jesús, no sólo habló para los hombres de ayer, sino que su palabra tiene vigencia hoy, como la tuvo ayer, como la tendrá mañana. 

¿Qué consecuencias claras, sin equívocos, podemos sacar para nosotros? 

La primera, la existencia del mal en el mundo. El mal físico, en primer término, la falta de salud, el dolor, la enfermedad. Y después, el mal moral: asesinatos, robos, abortos, injusticias …, todo ello , en un común denominador para el cristiano: el pecado. Aunque lo sabes muy bien, si te oyen hoy hablar del pecado, se ríen de ti, y te tienen por anticuado. 

Y frente al mal, dos cosas inevitables: su existencia,  su misterio. Sí hermanos, no es nada fácil explicar  la presencia  del mal en el mundo. Tan clara es su realidad, como claro es el misterio en el. que se halla envuelto. 

Después, hemos de evitar una tentación: pensar que nosotros somos trigo y sólo trigo, y los demás cizaña y sólo cizaña. 

Quien no piense como yo, quien no actúe como yo, quien se comporte o tenga una ideología distinta a la mía, inmediatamente es tildado de cizaña y de malo. Hemos de reconocer, que somos un tanto ligeros en apreciaciones, cuando enjuiciamos a los demás. 

Y sin darnos cuenta arrancamos como la esperanza de los demás, porque nosotros somos trigo, y además siempre, y los demás son cizaña, y además marcamos una línea divisoria moral. Los de esta parte señalan con el dedo a los de enfrente, proclamándoles cizaña. Los del lado contrario señalan con el dedo a los de aquí. Y lo único que hacemos, a sabiendas o ignorándolo, es ahondar la zanja, que divide, que separa a los humanos. 

Pero, aún hay algo  que puede perjudicarnos más, y como una consecuencia, dañar a la Iglesia, lo que es lo mismo, al Reino: es la prisa por querer quitar, arrancar sin demora la, cizaña.  

Muchos de nosotros podemos estar personificados en los criados aquellos que van al Señor del campo y le dicen: ¿Quieres que vayamos a arrancarla ahora mismo? ¿En  este instante?  El Señor, como es sabido, responde: “No, que podríais arrancar también el trigo”. 

¿No oramos nosotros así muchas veces? ¿Mejor, no nos quejamos, de que no arranca la cizaña, de que no destruye a los malhechores? ¿Por qué permites, Señor, esto y esto? 

Nosotros lo arreglaríamos pronto: destruyendo a aquellos que no piensan, que no actúan como nosotros: Es decir, sembrando la muerte a nuestro alrededor. No es esa la actitud de Cristo: No es esa la entraña del Evangelio. 

¿Quieres que vayamos a arrancarla? No, porque podríais arrancar también el trigo. ¡Qué duda cabe que admiten varias interpretaciones estas palabras de Cristo! Yo quiero, por ahora, ver esta. 

No arranquéis la cizaña porque podríais arrancar también el trigo. Muchos hombres, muchas gentes de las que vosotros juzgáis “cizaña”, son buenas, incluso, mejores que vosotros. 

Por último, también algo serio para cada uno de nosotros, con frecuencia decimos, mejor, en la vida presente, en nuestra vida ordinaria, no solemos ir a quitar las malas hiervas, más que a. nuestro campo, le preparamos, le limpiamos, no se nos ocurre hacerlo en el campo de los otros. En el orden espiritual, ocurre algo muy extraño, todo lo contrario de lo que acabamos de decir: quitamos  la cizaña, queremos arrancar las malas hiervas, defectos de los otros, mientras que a la nuestra, la dejamos totalmente abandonada. 

No olvides esto: sólo hay una guerra justificada: la guerra, la lucha contra nuestros propios defectos. Merece la pena reflexionar un poco sobre ello.