XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 14, 23-33: Pedro bajó de la barca, pero al sentir la violencia del viento, le entró miedo y como comenzara a hundirse, gritó: Señor, sálvame. San Mateo, cap. 14 

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

Pedro bajó de la barca, pero al sentir la violencia del viento, le entró miedo y como comenzara a hundirse, gritó: Señor, sálvame. San Mateo, cap. 14 

En la primera lectura se nos ha hablado de Elías, que sube al monte y se refugia en una cueva, donde oye una voz que le dice: “Sal  fuera que va a pasar el Señor” 

Una consideración sencillísima: es que oye la voz del Señor en la altura. En las alturas se perciben mejor las cosas. Pegados a la tierra, el confusionismo, el ruido de la misma , no nos deja percibirlas. Y menos aún, valorarlas en su justa medida. 

Quizá nosotros, entregados con exceso, a las cosas de este mundo, sin darnos cuenta, perdemos contacto con lo divino. 

Y nos adentramos ya, en el mensaje de la 1ª Lectura: “Pasa ante el Señor, un viento huracanado, que rompía los peñascos: en el viento no estaba el Señor. 

Vino después un terremoto, y en el terremoto, no estaba el Señor. Después vino un fuego, y en el fuego, no estaba el Señor. 

Debiéramos sacar la consecuencia, cómo el Señor, no está, en las obras que deslumbran, en las acciones que llaman poderosamente la atención. 

“Va a pasar el Señor”. Después, se escucha un susurro. Entonces Elías, se cubrió el rostro:” Pasaba, allí se encontraba el Señor”. 

Una vez más, vemos, cómo el proceder de Dios, no coincide con el nuestro. En aquellas acciones insignificantes, en aquellas obras sin relieve humano alguno, más que en las deslumbrantes, más que en las fastuosas, se halla el Señor. 

En esa sonrisa que prestamos, en esa acción humana de acoger a otro, puede hallarse, y de hecho se halla muchas veces, el Señor. Y, sobre todo, en las cosas ordinarias de cada día, pequeñas, sin brillo, si tú pones el corazón, en ellas encontrarás al Señor. 

Y dicho esto, no podemos menos de fijarnos en el evangelio, y comenzar diciendo, que nos encontramos ante uno de los Evangelios más humano y más divino a la vez. Humano, porque aparece el hombre con todas sus limitaciones. Divino, porque aparece Jesús con su amor y bondad enseñando , casi reprendiendo a los discípulos, con el amor que un padre , corrige y enseña a sus hijos. 

Antes de seguir adelante, voy a detenerme en el inicio del mismo, que lo mismo a la mayoría, puede haberle  pasado desapercibido.

Hecho el milagro de los panes y de los peces, Jesús ordena a sus discípulos, embarcarse, Y, él, nos dice el evangelista, subió a solas al monte, para orar. 

¡Qué lección para todos nosotros! Si alguien te pegunta, por qué oras, por qué rezas, por qué haces oración, no te devanees la cabeza:: oro, rezo, hago oración, porque soy cristiano. Es decir, discípulo, seguidor de Jesús. Y Jesús oró rezó, e hizo oración.. Él es mi modelo, y a él quiero seguir. 

Hemos visto cómo  Cristo embarcó a los discípulos, y él subió a la montaña a orar a solas: Mientras, se levantó un fuerte viento, que  amenazaba hundir a la barca. Como es lógico, los discípulos comienzan a temblar. En esto, aparece Jesús, andando sobre el agua. No tiene nada de extraño, se asustaran y gritaran llenos de miedo, pensando que era un fantasma. No hace falta mucha imaginación, para ver en la barca, a la Iglesia. Y en ella, a todos y a cada uno de nosotros, que zarandeados por los avatares de la vida, que creyéndonos solos, hayamos comenzado a gritar. Esto, a la postre, no tiene nada de extraño. Lo extraño es, que al ver a Cristo, creyeran que era un fantasma. Con la mano en el pecho, ¿no nos ha ocurrido a nosotros lo mismo? Ante un dolor, una contrariedad, un fuerte contratiempo, en el que de una u otra manera, se ocultaba Cristo, ¿no hemos creído que era un fantasma? Ante una verdad del más allá, ante un misterio, en los momentos más sagrados, contra nuestra voluntad. ¿no nos ha venido a la imaginación, el pensamiento, no será esto un fantasma? 

Y Jesús, viendo la turbación de los apóstoles -la tuya y la mía- les dice: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”! 

Y Pedro, impetuoso, como siempre, dice: “Señor, si eres tú, mándame ir andando sobre el agua”. Y Jesús, le dice: “Ven”. Y Pedro, bajando de la barca, todo animoso, comenzó a caminar sobre las aguas. Al principio ., todo gozoso. Pero con  el oleaje, comenzó a hundirse, y todo angustiado, comenzó a gritar:”Señor, sálvame”. El Señor le respondió, diciendo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? 

¿Cuántas veces nosotros no hemos tenido miedo, y hemos creído que el Señor nos había abandonado? Y el Señor estaba allí, a nuestro lado. Nos podía haber dicho lo que dijo a Pedro: ¿ Por qué has dudado? 

Que el Señor nos conceda la gracia, no que nos quite el dolor, el sufrimiento, el oleaje impetuoso de las olas, sin que jamás creamos que es un fantasma, y  que en todo momento, le veamos a nuestro lado, y que nos susurra al oído: ¡Soy yo. No tengáis miedo!