XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22. 1-14: “El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los invitados, pero estos no quisieron ir.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD

 

 

“El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los invitados, pero estos no quisieron ir. Mt. 22. 1-14.

Cuantos nos encontramos aquí, no una, sino muchas veces, no una, sino muchas veces, hemos pensado en la otra vida. Y nos han asaltado pensamientos de todas clases. Unas veces, hemos sido optimistas. Otras, por el contrario, sin quererlo, el fantasma del miedo y el temor nos han asaltado.

Y viene Jesús, y con la mayor naturalidad, echa por tierra todos nuestros temores. Y nos dice algo, que a muchos de nosotros, jamás nos había pasado por la imaginación. Sin preámbulo ninguno, nos dice: “El Reino de los cielos se parece a un rey que celebra la boda de su hijo”.

¿A quién de nosotros se nos hubiera ocurrido que la otra vida se parece a un banquete de bodas?

Y lo más curioso, lo más trascendental, es que todos, sin excepción, estamos invitados

¡ Y nosotros siempre soñando con austeridades, disciplinas y penitencias!

No olvidemos que fue Jesús quien trajo la alegría al mundo. Aún no había nacido, y visitando María a su prima Isabel, el niño que ésta llevaba en su seno, da saltos de alegría ante la presencia de Jesús.

No tiene nada de extraño que en la parábola de hoy, no se compare le Reino de los cielos a un convento, a un monasterio, a un congreso de intelectuales, a un grupo de oración, sino, como acabamos de decir, a un banquete de bodas.

Hemos de admitir que es una parábola un tanto extraña. Se hace difícil imaginarse que unos hombres rechacen una invitación a una boda. Tanto más, que se trata de un rey, no de un hombre cualquiera.

Ante el rechazo ordena el rey: “Id ahora a los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”. Y llega la sorpresa al sumo, cuando uno de los invitados es arrojado el banquete. Es norma, que la gente invitada de “improviso, en los cruces de los caminos, no se presentase con decoro.

Me atrevería a decir, que si Dios nos llamase como un amo exigente a presentar los frutos de nuestro trabajo, en una palabra, a rendirle cuentas, lo mismo hacíamos fila a su puerta esperando. Sin embargo, nos sorprende con la invitación de un banquete de boda y lo rechazamos.

Nos comportamos como si esa invitación a la alegría no fuera con nosotros.

Seguimos siendo hijos del temor y no del amor. Más claro aún, nos va mejor la condición de esclavos, que la de hijos de Dios

No hicieron caso a la invitación: uno marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos.

El Señor nos llama un sin número de veces al día, y de modo especial a la Eucaristía del Domingo. Pero, no tenemos tiempo. Tengo un viaje, tengo que ir a cerrar el contrato de una finca, tengo que ir a la sierra, a la playa, al fútbol...

Esto, sin duda alguna, resulta doloroso para el Señor. Pero, es sumamente respetuoso con la libertad del hombre. Solamente afirma: que el banquete no se suspenderá, y quien rechace la invitación, no se sentará a la mesa como amigo. “Os digo que se os quitará el reino y será dado a otro pueblo que lo haga fructificar”.

Es un juicio directamente contra Israel. Pero, un aviso perenne para todos los cristianos.

La aceptación a la llamada ha de ser con todas las consecuencias. El Señor nos invita constantemente a su mesa y a compartir su pan y su amistad. Pero exige poner de nuestra parte lo que nos corresponda para no “desentonar” en la fiesta. De lo contrario, seremos desechados del banquete.

Cuando el evangelista relata que uno de los comensales fue echado a la calle, nos está diciendo que en el Reino de los cielos no se valora lo mismo a los buenos que a los buenos que malos, y allá arriba, “no todo vale”.

Aquel pobre de la parábola, se había hecho la ilusión de que podía pasar a la sala del banquete con los harapos que llevaba encima.

Muchos cristianos pueden pensar que es suficiente ir de vez en cuando a misa, comulgar en fechas determinadas – en la primera comunión y en la boda de un hijo- decir algunas oraciones que aprendieron en los brazos de la madre o de la abuela… y con ello, ya llevamos el traje de boda. Hay alguno o algunos, que pueden llegar a pensar que asistir a la Eucaristía los domingos, hasta es un favor que se hace al Señor.

No caen en la cuenta de que todo es gracia, y que su deber es responder con alegría y contento a la infinita misericordia del Señor, y no a “regaña dientes”, y a la “arrastra”.

El Señor es generoso con todos. Pero, a su vez, nos pide que respondamos agradecidos y con alegría: sencillamente, quiere que le miremos con los mismos ojos con que él nos mira. En una palabra: quiere que nos presentemos al banquete de boda de su Hijo, con el vestido blanco que recibiéramos el día de nuestro bautismo.

A la puerta de alguna iglesia con frecuencia se puede ver: “Entre vestido decentemente”.

Demos gracias a Dios por encontrarnos entre los invitados, y pidámosle ardientemente que seamos un día contados entre los elegidos.