XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Fiesta. Dedicacion de la Basílica de San Juan de Letrán

Mateo 25, 1-13

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

Con motivo de la Festividad de de la Dedicación de la Basílica de Letrán vamos a hablar de la Iglesia, pero no en abstracto, que a nada conduciría, sino sobre algo práctico que nao ayude a seguir nuestro camino de cristianos.

Cuanto cae en manos del hombre, éste lo imprime su sello, y en ocasiones lo encierra en unos límites estrechos. Me estoy refiriendo ahora mismo, a la palabra "Iglesia".

Es para lamentar, por no decir llorar, el cambio de significado, que ésta ha recibido.

Si hubiéramos preguntado a uno de los primeros cristianos, qué a dónde iba cuando se dirigía a la Iglesia, nos hubiera respondido con la mayor naturalidad: "voy a la reunión; voy a reunirme con mis hermanos, voy a compartir con ellos la fe". ¡ Qué contraste con lo que hoy pudiera decirnos uno de nuestros cristianos: voy a la Iglesia, no a una reunión, no a una comunicación. Voy a cumplir con mis "devociones". Es que es domingo, y si no vengo a misa cometo un pecado mortal. Voy a rezar el rosario. ¿Y lo eclesial&? ¿Y lo comunitario? Todo esto queda marginado, ya que del hermano que tengo al lado ni me entero, y pasa para mí totalmente desapercibido.

Todos somos algo responsables del estado actual en torno a la conciencia precaria del concepto de Iglesia. Pero, lo mismo, los más responsables son o somos los pastores encargados de dirigir al pueblo sencillo. Somos, repito, los responsables de haber hecho una "Iglesia" tan poco Iglesia.

Antes, todos hacían al hermano partícipe de su fe, ahora, nos limitamos a "cumplir" con unas obligaciones, con unas devociones, totalmente personales y personalistas.

Señal de esta inexpresividad, de este personalismo: entrad en una iglesia donde haya pocas personas, las veréis distanciadas, no sólo materialmente, sino lo que es peor, "comunitariamente".

No estamos en la "iglesia" porquen o tenemos unión, comunión con los hermanos.

No olvides esto, no hay unión, no ha comunión con Dios, si antes no hay unión, comunión con los hermanos.

Otra consideración que nos sale de paso, en un día como hoy, es nuestro cariño, nuestro respeto, es nuestro amor a la Iglesia.

No quiere decir ello, que en un momento determinado, no reconozcamos sus fallos, sus efectos y errores, posibles o reales. Pero, me duele en el alma, cuando encuentras hijos de la Iglesia, que airean sus defectos. Más aún, parece que gozan cuando la sorprenden en un fallo.

En estos casos, no puedo menos uno de recordar con amargura, a esos hijos que se ríen o desprecian a su madre, porque ya encanecida, tiene arrugas en la cara, camina encorvada, o la tiembla el pulso. Y no se dan cuenta, que lo mismo ese temblor, ese caminar encorvada, esas arrugas, han sido producidas por los disgustos que le hemos dado nosotros, los hijos díscolos y rebeldes.

La festividad de hoy nos ofrece a ocasión de hacer una seria reflexión de nuestra actitud frente a la Iglesia.

Actitud que no debe cegarnos hasta tal punto que no reconozcamos sus posibles, y hasta "graves" defectos. Pero, que nunca los airemos con gozo. No es de bien nacidos hablar mal de la madre.

Tengamos presente, por último, que cuanto tenemos, cuanto poseemos, todo lo hemos recibido de ella, o a través de ella, que ha hecho de canal entre nosotros y Dios..

La fe, los sacramentos, la gracia, el perdón&Todo, todo nos ha venido a través de ella.

Por eso, Teresa, que tenía una sensibilidad especial y que sabía que cuanto era y tenía , lo había recibido de la Iglesia, al morir no pudo mes de exclamar, agradecida y alborozada, las palabras de todos conocidas: ¡ Gracias, Señor, porque al fin muero hija de la Iglesia!