VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 1, 40-45: Quiero, queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente. Mc. 1, 40, 45.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

Levítico 13, 1-2.44-46
Salmo 31
I Corintios 10, 31-11, 1
San Marcos 1, 40-45

Quiero, queda limpio. La lepra se le quitó inmediatamente. Mc. 1, 40, 45.

Para entender toda la fuerza del Evangelio de hoy la curación del leproso- hemos de hacer un esfuerzo mental, y trasladarnos a los tiempos de Jesús. En primer lugar, hemos de tener presente que, toda enfermedad era considerada como un castigo de Dios por los pecados cometidos; bien por quien padecía la enfermedad, bien por alguno de sus antepasados. Y esto llegaba a lo sumo, cuando se trataba de la lepra.

La ley de Moisés era inmisericorde frente a los leprosos. Lo hemos escuchado en el Levítico: "El que haya sido declarado de lepra, dice, andará harapiento, con la barba rapada, y gritando: ¡Impuro! ¡Impuro! No podrá acercarse a nadie".

El leproso era un proscrito, un marginado, maldito de Dios, y, por eso, un excluido de los hombres. Tenía que vivir fuera de la familia y de la ciudad. En la noche, se les podía ver por la ladera de la montaña moviéndose de un lado para otro tocando una campanilla y gritando a los que se acercaban sin darse cuenta, como hemos dicho antes: ¡Impuro! ¡Impuro!, para que nadie se contagiara de su enfermedad. El leproso era un resumen de miserias.

El leproso se acerca a Jesús, y Jesús, no lo rechaza. Antes, al contrario, sintió lástima. Es decir, le amó. Jesús hace suyas las alegrías y las tristezas de los hombres. Toca nuestra lepra, nuestras miserias. No hace asco alguno de nuestras enfermedades, sean éstas cuales fueren.

He dicho más de una vez, que Cristo no hizo milagro alguno, entiéndeme, sino la fe de los que a él se acercaban. Recordad aquella mujer que padecía un flujo de sangre. Ella se dice a sí misma: "Si logro tocar sus vestiduras, quedo curada": Y abriéndose paso entre la gente, llega hasta Jesús, logra tocar sus vestiduras, y queda curada. Entonces Jesús, volviéndose a ella con cariño, le dice: "Hija, tu fe te ha salvado".

La fe y la confianza con que el leproso se acerca a Jesús es lo que le cura. La fe es como una condición imprescindible para que Jesús realice el milagro. Tengamos presente que no es el milagro el que produce la fe, sino la fe la que produce el milagro. El leproso no puede tener una fe más firme y resuelta. Por eso, rompiendo todas las barreras humanas que le impiden acercarse a Jesús, se pone de rodillas a sus pies, y le dice firmemente convencido: "Señor, si quieres puedes curarme".

¡Qué idea más clara tenía el leproso de Jesús! No duda de su bondad ni de su omnipotencia. Por eso, se acerca a él y le dice: "Si quieres, puedes limpiarme". Jesús al ver aquella fe, se siente conmovido, transgrediendo la ley, que prohibe tocar a los leprosos, le dice sin escrúpulo alguno, y con afecto: "Quiero, queda limpio".

Jesús, mejor que nadie sabe que "El hombre no se ha hecho para el sábado, sino sábado para el hombre". " No he venido, nos dice en otro lugar, a abolir la ley, sino a perfeccionarla".

"Para que conste tu curación y seas admitido de nuevo a la convivencia, vete a presentar al sacerdote para que reconozca que estás curado, y ofrece por tu curación lo que mandó Moisés".

Una vez curado el leproso, le dice: "No se lo digas a nadie". Pero, eso sí, Cristo no hace los milagros con sentido propagandístico, sino como limpia expresión de su amor a los hombres. Él no busca notoriedad, por eso, le dice: "No se lo digas a nadie"

Jesús no quiere ser identificado como un taumaturgo para que no se tergiverse su misión. Él realiza los milagros como un signo de que ha llegado el "Reino".

Por otra parte, es cierto, que hoy la lepra está controlada y no es incurable. Pero nos encontramos con otro tipo de leprosos, tanto o más peligrosos: el drogadicto, el que tiene una enfermedad contagiosa, el alcohólico, el emigrante, el que es de otro color o etnia. El anciano que creemos que ya no "sirve" para nada. Estos son los leprosos de hoy, y de una o de otra manera, les excluimos, y los marginamos con nuestra indiferencia ante ellos. No les ofrecemos calor, cariño y ayuda, y no respetamos su dignidad.

Y no nos damos cuenta, confesémoslo, que todos, unos más, otros menos, todos tenemos algo de lepra. Somos leprosos: nuestra lepra es el orgullo, la avaricia, el deseo de sobresalir, el olvido de las necesidades de los demás, etc. etc.

Es insultante la realidad que hemos construido en la que el 80 % de la población mundial pasa hambre, subsiste con dos euros al día , y el 20 % restante posee el 80
de la riqueza y de los bienes de la tierra. Y son o somos los responsables de todo.

Es verdad, que no está en nuestras manos tomar decisiones radicales que cambien esta situación, pero también es verdad, que "algo" podemos hacer.

Cuando leemos o vemos estos datos en televisión, de momento sentimos como un escalofrío. Pero, apagamos la televisión y a dormir tranquilos. Después de conocer estos datos, un cristiano de "verdad", ¿puede dormir tranquilo? Es sólo una pregunta.