II Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Marcos 9, 2, 10: Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Mc. 9, 1-9

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

Génesis 22, 1-2.9-13.15-18

Salmo 115

Romanos 8, 31b-34

San Marcos 9, 2, 10

Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Mc. 9, 1-9.

La naturaleza -Dios- ha dotado a las madres de un instinto inconmensurables, que las lleva a proporcionar, a dar a sus hijos, en cada momento, lo que más les conviene. La Iglesia es nuestra Madre y el Señor la ha concedido la gracia de enseñar a sus hijos - a nosotros los cristianos- en cada momento, el camino que hemos de seguir para agradar a Dios. Es decir, para alcanzar la vida eterna.

Podrías preguntar, y con toda razón, ¿ a qué viene todo esto? Muy sencillo. Más de una vez me he preguntado yo: ¿Cómo es posible que el segundo Domingo de Cuaresma; Cuaresma, tiempo de ayuno, tiempo de penitencia, tiempo de oración, venga nuestra Madre la Iglesia, y nos ponga el Evangelio, en lo humano, más glorioso de Cristo en la tierra?

Nosotros, como los apóstoles tenemos una idea equivocada de la vida "verdadera". Un sin número de veces confundimos la vida temporal con la eterna. Por eso, cuando las cosas de aquí abajo nos van bien, nos sentimos plenamente felices. No nos damos cuenta, que esta vida no es la "meta", no es el "fin", sino el camino. No importa que el camino sea más o menos áspero. Lo que interesa es saber dónde conduce. De nada nos servirá ir por un camino fácil, si no conduce a ningún sitio. Por el contrario, nada importa que el camino sea pedregoso, si te lleva a un lugar apacible, donde puedes descansar, y hallar paz y felicidad.

La Transfiguración no es una anécdota en la vida de Jesús, y menos aún, una escena exhibicionista. Es un acto premeditado, y llevado a efecto con una intención convicta y determinada. No les subió a la montaña para que le vieran trasfigurado, sino para que le escucharan y darles ánimo.

Les acaba de decir, que un día, subirán a Jerusalén, y que sería condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, que sería ejecutado, y resucitaría al tercer día. Como es natural, el ánimos de los discípulos se viene abajo, y quedan hundidos. Quiere hacerles ver - a ellos y a todos nosotros- que se va a la gloria por el camino de la cruz.

Todos, cómo no, queremos ser discípulos de Cristo. Pero, con frecuencia, olvidamos, eso, que tenemos que tomar nuestra cruz. Queremos ver a Cristo transfigurado. Pero en ocasiones nos resistimos a "subir" al Tabor.

Jesús, viendo a los discípulos desalentados, toma a Pedro, a Juan y a Santiago - en ellos o con ellos íbamos todos nosotros- y los sube al Tabor. Lo importante de la Transfiguración no es ver el rostro de Jesús resplandeciente como el sol, sus vestiduras como la nieve, sino prestar atención a la voz del Padre, que se deja oír rasgando el cielo: "Este es mi Hijo amado escuchadle".

En efecto, hay que escucharle cuando nos dice: "Si alguien quiere ser discípulo mío que tome su cruz y me siga"

Yo me figuro a Pedro, conociendo su modo impetuoso de ser, subiendo por aquel camino escabroso, sin saber prácticamente a dónde se dirigían, que en más de un momento, cruzaron por su imaginación, pensamientos como este: ¿A dónde nos lleva el Señor? Si esto no tiene sentido. Lo mismo sintió la tentación, llevado del cansancio, de renunciar a la subida.

Pedro, si te hubieras dejado llevar del desaliento, ¿ qué hubiera pasado?.Pues, sencillamente, eso, te hubiera perdido, "el mayor espectáculo del mundo"

¡ Cuántas veces, nosotros, no nos dejamos llevar del desaliento, renunciamos subir al Tabor, y nos perdemos el encuentro con Jesús Transfigurado!

Pedro al ver a Jesús transfigurado, con el rostro resplandeciente más que el sol y sus vestidos que se habían vuelto más bancos que la nieve., acompañado de Moisés y Elías; exclamó: Maestro, ¡qué bien se está aquí! Y el evangelista Lucas añade: "No sabía lo que decía".

Yo en principio doy la razón a Pedro: ¿Dónde iba a estar mejor que junto a Jesús Transfigurado? Pero, tenía razón el evangelista. La misión del cristiano en este mundo, no es ver, no es contemplar a Jesús Transfigurado, sino oír la voz del Padre, que dijo a los apóstoles, y en ellos a todos nosotros: "Este es mi Hijo predilecto escuchadle". Es decir, la misión del cristiano en esta vida, acabo de decirlo hace un instante, es: "escuchar la voz del Padre, que habló desde la nube, y llevarla, ponerla en práctica.

El discípulo de Jesús, no es el hombre de visiones, sino el hombre de la "escucha". Pero, atención, no para saber más de él, sino para obedecerle. En una palabra: para amarle más.

Y quiero terminar con unas palabras, un tanto sorprendentes de Jesús. Para mií, uno de los momentos más gloriosos, en lo humano, en la vida de Jesús, es el momento de la Transfiguración. Pero, no dejan de ser sorprendentes, digo, sus palabras, a los discípulos, cuando al bajar del monte del Monte les dice: "No contéis a nadie lo que habéis visto". ¿Cómo, Señor, que no cuenten a nadie este momento, uno de los más gloriosos de tu estancia entre nosotros? Ciertamente, nos dirá Jesús, es uno de los momentos, más gloriosos. Pero, el más "vivo", cuando me sentí más encarnado, más hombre, fue en Getsemaní: cuando inundado de un sudor de sangre, que caía hasta la tierra, me ví en la necesidad de exclamar: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya".

En estos momentos cuado comenzaba a consumarse la hora de la Redención, es cuado más "Hijo del hombre" me he sentido.

Recuerda, cuantas veces quieras, el Tabor. Pero, no olvides jamás, el "Huerto de los Olivos".