III Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 2, 13- 25: Haciendo Jesús un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes. Y a los cambistas les volcó las mesas. Y a los que vendían palomas les dijo: No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Jn. 2, 13-25.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

Éxodo 20, 1-17
Salmo 18
I Corintios 1, 22-25
San Juan 2, 13- 25

Haciendo Jesús un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes. Y a los cambistas les volcó las mesas. Y a los que vendían palomas les dijo: No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Jn. 2, 13-25.

Me aventuro a decir, que nos encontramos ante uno de los evangelios, a primera vista, más difíciles de entender, y como una consecuencia, más difíciles de explicar.

Yo no acabo de hacerme la idea de ver a Jesús en el templo haciendo un azote de cordeles, y echando a todos del mismo: ovejas y bueyes, y a los cambistas esparciéndoles las monedas y volcando las mesas y diciendo a los que vendan palomas: "Quitad esto de aquí, no convirtáis en mercado la casa de mi Padre".

Digo esto, recordado aquellas palabras que en su momento brotaran de los labios de Jesús: "Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón". Repito, que en principio, no es fácil compaginar todo esto. A su vez, en principio, pueden ir ya arrojándonos una luz, las palabras de los mismos apóstoles que ante semejante hecho, vienen a poner en boca de Jesús, las siguientes palabras del profeta " El celo de tu casa me devora".

En segundo lugar, antes de nada, aunque sea brevemente, se hace necesario contemplar el marco donde tiene lugar la escena: "es el gran exterior del templo, llamado también de los "paganos". Este patio, de modo especial, en las fiestas judías, era un auténtico mercado. En él se podía contemplar todo lo necesario para el sacrificio, como aceite, sal, vino etc. Y en el centro los animales: bueyes, ovejas y corderos. Las palomas constituían las ofrendas de los pobres, especialmente en la purificación de las mujeres y la limpieza de los leprosos. Recordad como María ofrece dos palomas.

En concreto, en las fechas de Pascua, en esta zona del templo, era enorme el caos: el griterío de los vendedores, revuelto con el valido de los corderos, el mugido de los carneros, arrastrados al sacrificio, sembraban un confusionismo tal, que hacían del lugar, no un templo para la oración, sino un lugar propicio para los negocios. Si pensamos que en la Pascua del 70, según Flavio Josefo, se sacrificaron nada menos que 250.000 corderos. Y en tiempos de Herodes el Grande un negociante que se llamaba Baba ben Bubo, presentó sobre la explanada del templo algo así como 3.000 cabezas de ganado menor, podríamos imaginarnos algo de lo que era aquello.

El "negocio" del templo es lo que hace exclamar a Jesús un tanto -o un mucho- airado: "Quitad de aquí esto. No convirtáis en mercado la casa de mi Padre". No hay posición intermedia: el tempo que no es "casa de oración", se convierte, inevitablemente, en un "mercado".

¿Y& quién puede sostener de nosotros que no ha ido alguna vez a comerciar con Dios? ¿Qué me dirías de aquel hijo que sólo fuera a la casa del padre a pedir? ¿Cuántas veces hemos ido al templo y le hemos dicho al Señor: "Gracias, Padre,, sencillamente, por eso, porque eres mi Padre, y me has dado la vida? ¿Cuántas? Con la mano en el corazón hagamos un examen de conciencia.

Tengo la seguridad, que una de las cosas que más ofenden al Señor, es el intento de "comerciar" con él. Y esto por una razón muy sencilla: Si Dios, insisto, es algo para el hombre, antes que nada, es Padre. Y con un padre, no se comercia. Frente al padre, sólo cabe el amor.

Por eso Jesús, más que enojarse con los comerciantes, lo que quiere es avivar la conciencia en los hombres de que el templo es la casa del Padre Más claro y sencillo aún, que el verdadero templo es Dios. Y el pensamiento de Jesús va aún más lejos, reflejado en aquellas palabras de San Pablo: "¿No sabéis que sois templo del Espíritu Santo? Es decir, Dios, Jesús mora en mí. Si viviéramos esta verdad, lo comprenderíamos. No nos llamarían la atención, las siguientes palabras, a primera vista un tanto extrañas, de alguien que afirmó: " Yo no necesito ir a Jerusalén, ni a Roma, ni a Santiago. A Cristo lo encuentro en la Eucaristía, y en otros templos que no son de piedra".

Si Cristo es templo de Dios; todo hombre, que de un modo o de otro, se una a Cristo, asimismo se convierte en templo de Dios. Y refiriéndose a los templos "dolientes", "marginados", "explotados" por los hombres, Cristo volvería a levantar el látigo. Alguien, con palabras un tanto agrias, ha podido escribir:" Mientras siga habiendo viejos y viejas, niños y niñas, que rebuscan en la basura para comer, no quiero vuestros templos ni vuestras misas ni vuestras oraciones".

Como te digo, no son palabras mías. Pero, a la postre, viendo la sana intención y la positiva voluntad con que están escritas, no tendría reparo alguno en rubricarlas.

Sin embargo, no obstante todo lo dicho, quiero terminar la homilía con las siguientes palabras Es de alabar la solicitud de nuestros cristianos por la conservación y cuidado de los templos. Pero, no olvidemos las palabras del Señor a San Francisco: "Francisco, no es la iglesia de piedra la que te pido que restaures, sino la iglesia "viva" que forman los cristianos".