IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Mateo 1, 16.18-21.24a: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él. Jn. 3, 14- 21.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

II Samuel 7, 4-5a.12a.16
Salmo 88
Romanos 4,13.16-18.22
San Mateo 1, 16.18-21.24a:

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él. Jn. 3, 14- 21.

Acabamos de escuchar las palabras que Jesús ha dirigido a Nicodemo, aquel fariseo que de noche, probablemente para no ser visto por sus compañeros, se entrevistó con Jesús. Hombre de buen corazón, que admira a Jesús y se acerca a Él, pero todavía está demasiado apegado a las cosas de este mundo para declararse decididamente a favor de Jesús.

Cada uno de nosotros, asimismo, somos invitados a seguir a Jesús como en su momento lo siguiera Nicodemo.

Jesús le recuerda aquel hecho de la historia del pueblo de Israel cuando se vio amenazado de muerte por las picaduras "venenosas" de las serpientes.

Todos los que miraban a la serpiente de bronce que había levantado Moisés recobraban la salud.

Pero el significado de aquel recuerdo de desierto no queda ahí. Jesús tiene la inmensa "osadía" recompararse con aquella serpiente de bronce levantada en medio del campamento israelita. Abiertamente se apropia de aquella imagen en el diálogo que mantiene con Nicodemo, en el corazón de la noche: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él la vida eterna. Jesús afirma: el Hijo del Hombre tiene que ser elevado en la cruz para que todo que crea en él posea la vida eterna.

Quien mire de verdad con mirada fija al Señor Jesús remachado en la Cruz, ciertamente no morirá a causa de las picaduras de la mediocridad, del formalismo, de la superficialidad, del culto vacío y cumplimentero. Tener la mirada dispersa en muchos santos y en múltiples prácticas piadosas, "olvidándose" del misterio central de Cristo muerto y resucitado, sería incurrir en un cristianismo amorfo e infecundo.

En el Paraíso terrenal al morder Eva la manzana, instigada por la serpiente, todos sufrimos las consecuencias de esta mordedura, viéndonos manchados con el pecado original. Pecado que no se nos quitará mirando a una serpiente de bronce, sino que, mejor, se nos borrará con la sangre de Cristo derramada en la Cruz del Calvario. Son palabras de Jesús: " Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto; así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna". Para que todo el que se acerque a Él con fe quede curado de la mordedura de la serpiente.

"Cuentan" de Teresa de Ahumada que, en cierta ocasión, pasó delante de una imagen del Ecce Homo, y vio cómo Jesús la miraba penetrantemente y le decía: "¿Así correspondes a mi amor? A partir de aquel momento, Teresa de Ahumada pasó a ser Teresa de Jesús.

Ahora Jesús nos interpela a cada uno de nosotros, diciéndonos: "Mírame de frente, mírame a los ojos... y después haz lo que quieras.

Nos encontramos en el cuarto Domingo de cuaresma. La Pascua hacia la que caminamos, es la gran fiesta de la liberación. Por eso, no nos sorprenda que, en medio de nuestra peregrinación, se nos inste a estar alegres y optimistas, porque la salvación que el Señor nos ofrece, está cada día más cercana.

La palabra de Dios nos invita a ser conscientes de nuestra redención, a vivir contentos, y a ser portadores de esta esperanza a los demás.

Nosotros viendo esto, no podemos, no debemos permanecer insensibles, y debemos entregarnos, por igual, todo enteros a Él.

¡Que bien entendió esto, y lo vivió plenamente, la madre Teresa de Calcuta! Por eso, nos dijo con toda naturalidad: "Hay que amar hasta que duela".

Ciertamente, el pecado es poderoso en el mundo y sus consecuencias graves. Pero no menos es verdad que Dios es más fuerte, y que la gracia produce en nosotros efectos más bondadosos y eficaces que las consecuencias del pecado.

Y termino la homilía volviendo al inicio del Evangelio, relacionado con el episodio de la serpiente en el desierto. Allá la murmuración contra Jahavet, fue castigada con una plaga d serpientes venenosas. Cuando se arrepintieron mandó Moisés construir una serpiente de bronce, y levantarla a la vista de todos, de modo que los mordidos por las venenosas, con sólo mirarla, quedaban curados. Jesús aprovechando este suceso, dice a Nicodemo: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en Él tenga vida eterna".

Cuando fatigado caminas por el desierto de la vida, y encuentras una cruz y en ella a Cristo clavado, acércate a la misma, y oirás el eco de los latidos de su corazón, que amorosamente te susurran: "Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré".