II Domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo B.
San Juan 20,19-31:
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos. Jn. 20, 19-31.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.  Jn. 20,  19-31.

 

Tres, pudiéramos decir, son los protagonistas en el Evangelio de hoy. En primer lugar, no haría falta decirlo, Jesús. En segundo lugar, los once apóstoles, ya que Tomás se hallaba ausente. Y en tercer lugar, éste Tomás, el incrédulo, que en el omento preciso, como más adelante veremos, se hace presente.

 

Son emocionantes las palabras de San Juan con las que inicia el Evangelio de hoy. “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana; estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos; en esto entró Jesús, se puso en medio de ellos y las dijo: “Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado”.

 

Es sobremanera ejemplar ver cómo Jesús resucitado, no se presenta a sus discípulos para recriminarlos su traición. La noche en la que fue apresado, los discípulos los abandonaron y huyeron. Pero Jesús es todo amor, y se presenta ante ellos con el saludo habitual, que pronto se convertirá en saludo litúrgico: ¡Paz a vosotros!

 

Parece, como si Jesús tuviera prisa en encontrarse con sus amados discípulos, y  lo hace, “el primer día de la semana”. Es decir, el Domingo.

 

Desde entonces, “cada primer día de la semana”, cada domingo, los discípulos de Jesús, es decir, los cristianos, nos reunimos para encontrarnos con él. Se hace presente su Palabra, en el Pan y el Vino que nos reparte, convertido en su Cuerpo y en su Sangre.

 

Andes de seguir adelante, todo, con la mano en el corazón, debiéramos hacernos estas preguntas: ¿Con qué actitud venimos los domingos a misa? ¿Como mera obligación que me resulta pesada, como mero cumplimiento, (cumplo y miento) o con la ilusión de encontrarme con Jesús y recibirle en nuestro corazón?

 

Pero aún, hay algo más sorprendente en esta su primera aparición. Jesús, en varias ocasiones había sido criticado por atreverse a perdonar pecados. Es decir, por arrogarse un poder que sólo correspondía a Dios. Pues bien, Él mismo entrega ahora, a sus cobardes discípulos, aquel mismo poder que él había ejercido: el perdonar generosamente los pecados.

 

¿Qué había ocurrido desde entonces para que se olvide de aquel sagrado “oficio”? ¿Por qué el oficio de los seguidores del Nazareno, ahora están llamados a ofrecer con alegría el testimonio de la misericordia de Dios?

 

En su primera aparición, después de saludarles y desearles la paz, y habiéndoles tranquilizado y confortado, exhalando aliento sobre ellos, les dice estas trascendentales e inesperadas palabras: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos”.

 

Dificilmente cabe imaginar una alegría más profunda que saberse portadores del perdón de Dios. Como asimismo, difícilmente cabe imaginarse una responsabilidad másseria , que pensar , que la cualidad más propia de Dios, como es su misericordia, haya quedado “condicionada, y sujeta a la decisión de los mortales”.

 

Aquel que quiso que su Palabra se hiciera carne palpable, quiso también que su perdón se hiciera visible.

 

Como indicamos al inicio de la homilía, cuando se apareció Cristo a los apóstoles, Tomás no estaba con ellos, cuando regresa, los otros alborozados, le dicen que han visto al Señor y que Cristo ha resucitado Y es cuando Tomás exclama crédulo:”Si no veo en sus manos las señales de los clavos; si no meto el dedo en el agujero de los clavos, y no meto la mano en el costado, no lo creo. ¡Qué incredulidad!

 

¡Cuidado! Tomás sabe que se juega mucho, si Cristo ha resucitado, es verdad su doctrina. Si ha resucitado, lo mismo es verdad que hay que perdonar al hermano hasta setenta veces siete; si ha resucitado, hay que amar a todos los hombres, incluso a los enemigos. En una palabra, si Cristo ha resucitado, se hace necesario cambiar de vida. De ahí, que Tomás pida garantías de que Cristo ha resucitado.

 

Dicen que en las batallas del amor en un principio sale derrotado el que más ama. Por eso en una discusión entre madre e hijo, ésta, en principio, calla, aunque luego el hijo se acerque a pedirle perdón.

 

Jesús ama mucho más a Tomás, que éste a Jesús. Por eso, Jesús se le acerca, y sin reproche ninguno, le dice con cariño: “Tomás, ¿no querías meter tus dedos en los agujeros de los clavos, y tu mano en la llaga el costado?. Trae tus dedos, aquí tienes mis manos, trae tu mano y métela en la llaga del costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás de rodillas contestó: “Señor mío, y Dios mío”.

 

Ceo que es la primera vez después de resucitado Cristo, que aparecen estas palabras: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo:”Porque me has visto, Tomás, has creído. ¡Dichosos los que sin haber visto, han creído!

 

Uno de los actos supremos que el hombre puede hacer ante el Señor, sin duda alguna, es creer en su palabra, creer en su doctrina, creer en su vida. Hacer un acto de fe.

 

No privemos al Señor de esta alegría, y no nos privemos nosotros de escuchar de sus labios estas palabras: ¡Dichoso tú porque sin haber visto has creído!