XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1- 15: Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y lo repartió a los que estaban sentados. Lo mismo todo lo que quisieron de pescado. Sólo los hombres eran unos cinco mil. San Juan cap. 6.

Autor: Padre Marcelino Izquierdo OCD 

 

II Reyes 4, 42-44
Salmo 144
Efesios 4, 1-6
San Juan 6, 1- 15

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y lo repartió a los que estaban sentados. Lo mismo todo lo que quisieron de pescado. Sólo los hombres eran unos cinco mil. San Juan cap. 6.
 

Nos encontramos ante uno de los evangelios, de todos conocidos, más espectaculares: aquel en el que Jesús, con cinco panes y dos peces, da de comer a más de cinco mil hombres sin contar niños y mujeres.

En el mismo hay detalles que no debieran pasarnos desapercibidos. El milagro, qué duda cabe, lo realiza Jesús. ¿Pero has reparado dónde comienza el milagro? En los cinco panes y dos peces que le presta un muchacho. ¿No habrá dejado Jesús de hacer algún milagro, porque tú y yo en ocasiones hemos sido, en una palabra, un poco "tacaños", y no hemos prestado, eso, los cinco panes y los dos peces? Es para pensarlo.

El milagro lo hace Cristo, pero como acabamos de ver, para realizarlo, se sirve de los cinco panes de cebada y los dos peces que tenía el muchacho, y después manda a los discípulos que lo distribuyan. El Señor a todos, a unos más a otros menos, a todos nos ha dado unas riquezas. Pero, al mismo tiempo, nos ha dicho que las "distribuyamos".

Hay un detalle que no podemos pasar por alto. Nos dice el evangelista que comieron lo que quisieron. Y después añade, que Jesús, deliberadamente, dice a sus discípulos: "Recoged los pedazos que han sobrado, que nada se desperdicie".

Jesús sabía, y nosotros también lo sabemos, que hoy como ayer, hay cientos de personas que se mueren de hambre porque no tienen un pedazo de pan que llevarse a la boca.

Antes de seguir adelante, un interrogante: ¿qué hacemos tú y yo con los pedazos de pan que nos sobran todos los días?

Antes de nada, Jesús manda sentar a la gente. Cuando se manda sentar a una persona es todo un acto de deferencia hacia ella. Una vez acomodados, tranquilos y serenos, Jesús, antes que nada, "tomando los panes dijo la acción de gracias, y se los repartió. Lo mismo hizo con los peces".

Resulta consolador, que sin la ayuda de los discípulos, hombres sin muchos recursos, Jesús apenas hubiera podido satisfacer el hambre de la muchedumbre. Pero, a la vez, hizo que cayeran en la cuenta, que con unos pocos de panes y dos peces, pudieron alimentar a la gente. Y quiso que fueran ellos los que hicieran llegar el pan multiplicado a la muchedumbre, y quienes recogieran las sobras. Los apóstoles fueron testigos, y a la vez, artífices de la multiplicación de los panes, porque creyeron en Jesús. No nos damos cuenta de cuánto nos privamos andando por la vida, aunque sea por poco tiempo, y casi sin advertirlo, privados de Jesús.

No debemos olvidar, que Jesús, en un momento dado, sació el hambre de cinco mil hombres sin contar niños y mujeres. Pero, no debíamos de dejar de pensar, que hoy la gente no tiene a Cristo a su lado. Con su milagro quiso Cristo mucho más que sorprendernos; quiso advertirnos que siempre que haya alguien con hambre en nuestro entorno, algo tenemos que hacer, por poco que sepamos o tengamos.

Se podía cuestionar -y nada contra él -el ayuno; pero, como digo, nada contra él, sino la comida del pobre, lo que importa. Tan necesario como alimentarse y ayunar, es dar de comer a los demás. Es la única forma de transmitir el evangelio. Sin reparto de comida no hay comunidad, y sin comunidad ni hay cristianismo ni eucaristía.

Lo mismo hemos ritualizado algo la eucaristía, entreteniéndonos excesivamente en detalles, haciendo problemas, de si hay que comulgar en la boca o en la mano, de pie o de rodillas, si la da un sacerdote o un seglar. Nada contra esas consideraciones. Pero, nunca hacer el más pequeño problema de los mismos. Sin embargo, hay algo que parece claro en la tradición de la Iglesia: cuando falta la justicia, sobra la eucaristía. Cuando no hay justicia, cuando no se vive la caridad, cuando hay despreocupación del otro, la celebración de la eucaristía, queda vacía de sentido.

Siempre hemos de tener presente que la eucaristía es un banquete, es una fiesta, no sólo de amigos, más aún, de hermanos. En todo banquete, en toda fiesta, hay unos "entremeses", unos "aperitivos". Y en un lenguaje coloquial, podríamos decir, que los "aperitivos", los "entremeses" de la eucaristía, serían: la amistad, la fraternidad, la unidad, la alegría de amar y de sentirse amados.

Antes de terminar, no resisto a traer aquí la impresión de un misionero, quedando impresionado del ceremonial con que las gentes vivían el banquete eucarístico. En un lenguaje familiar nos dice: "Aquello era una fiesta de fraternidad. Después de la Eucaristía en la que había participado el pueblo entero; todos compartieron sus croquetas, sus empanadas, sus tortillas, bailaron, cantaron& No pude menos de recordar la multiplicación de los panes por Jesús en el desierto".

Señor, llena nuestras manos de pan y de peces. Pero antes, ensancha nuestro corazón para que sepamos compartirlo con nuestros hermanos los más pobres y necesitados.