VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 2, 1-12: Tus pecados quedan perdonados

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

“Llegaron cuatro llevando un paralítico, y, como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados...
Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos”
(Mc 2,1-12) 

Dos cosas muy importantes aparecen en este trozo del Evangelio de Marcos. En primer lugar, la identidad de Jesús: es el rostro histórico del proyecto eterno de salvación del Padre. Es decir, Jesús viene a cumplir, entre nosotros y para nosotros, la decisión eterna de Dios, que quiere la salvación de todos los hombres. Por eso, se hace pecado por nosotros, para que podamos superar y vencer el mal. 

El obstáculo para la unión con el Padre era el pecado del hombre. Por eso, el quehacer de Jesús consiste en llevarlos de nuevo a la comunión con el Padre, y, desde ahí, a la armonía con todo lo creado. Esta es la verdadera curación de Jesús: el perdón de los pecados. “Tus pecados quedan perdonados”. En Jesús, Dios está siempre dispuesto a renovar al ser humano. La acción de Jesús que perdona los pecados manifiesta la característica propia del Dios de la alianza: el que busca continuamente establecer y mantener la amistad con el ser humano. Es lo que ha sucedido a lo largo de toda la historia de la salvación, pero que, ahora, en Jesús, se advierte con toda claridad: ha sido constante la voluntad de Dios de reconstruir a su criatura, a pesar de las continuas traiciones y abandonos de esta. La historia de la salvación es, así, la narración constante del perdón divino, que tiene como objetivo que el hombre pueda ser verdaderamente él mismo: imagen y semejanza del autor de la vida. 

En segundo lugar, otra cosa aparece muy claramente en este evangelio: la enfermedad es consecuencia visible del pecado. Por eso, perdonado este, se cura aquella. Es decir, la enfermedad no es un castigo que manda Dios. El verdadero problema es el pecado. De él derivan tantos males como afligen al ser humano ¡y que tantas veces achacamos a Dios, dudando incluso de su bondad! 

Acércate a Jesús. Acéptalo en tu vida. Veras cómo tú cambias y te renuevas. Verás cómo tu relación con los demás y con la creación entera es mucho más armoniosa.