VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 1, 40-45: De marginado a testigo

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

“Se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: -Si quieres, puedes limpiarme.
Compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: -Quiero, queda limpio... Él lo despidió encargándole severamente: No se lo digas a nadie... Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús no podía entrar en ningún pueblo...”
(Mc 1,40-45)

Sucede este milagro más allá de Cafarnaún. Unos versículos antes, Jesús había dicho: “Vamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues para esto he venido”. Es decir, la ación de Jesús no tiene fronteras, incluso las elimina. 

Sobre todo, las fronteras que dividen a los hombres. Hemos oído hablar muchas veces de la marginación y segregación que suponía la lepra. Esa enfermedad constituía la mayor barrera social. No fue así para Jesús, que no duda en acercarse, compadecido, y en tocar y en curar. 

Nuevamente se nos insiste en algo que venimos diciendo los últimos domingos: el discípulo de Jesús no puede vivir ajeno a los demás. Si no le afectan como propias las circunstancias en que viven los otros, es que no tiene la sensibilidad del Maestro. Si no le duelen las miserias, dificultades, necesidades, pobrezas... de los otros, no sirve como discípulo. Si no “toca”, es decir, si no comparte, sobre todo, la situación que afecta a los que sufren, la situación de los pobres y de los sencillos, no podrá anunciarles los valores del Reino. 

Compadecerse, compartir, acompañar... serían otros tantos términos para indicar cuál ha de ser nuestra relación con los demás, especialmente con los más necesitados. Sin quedarnos sólo en la teoría. Sin vivirlo en momentos muy aislados, como fruto de un arrebato de generosidad. Encarnándonos, o sea, asumiendo como nuestra la situación de los otros. Porque el cristiano, como Jesús, no contempla sólo las dificultades y necesidades de los demás, sino que las comparte y las sufre con los hermanos. No es un "técnico" que aporta soluciones teóricas. Es un hermano que brinda la mano desde el mismo lugar en que se encuentra el hermano, para ayudarle a salir.

Pero, en el evangelio de hoy, hay un dato nuevo y muy importante, hasta sorprendente: Jesús pide al leproso curado que no lo diga. Prescindiendo en este momento del llamado “secreto mesiánico” (es decir, el deseo de preservar al mesianismo de Jesús en sus justos límites y no llevarlo por los derroteros del triunfalismo), vemos que el leproso no hace caso a esta petición de Jesús. Y “empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones”. Este es el contraste: el marginado (leproso) pasa a ser testigo que anuncia lo sucedido. Y su testimonio hace que muchos se acerquen a Jesús y lo sigan. Nadie sobra en el Reino de Dios. Eso sí, sólo será testigo auténtico de él el que tenga verdadera experiencia de la persona de Jesús.