IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 3, 14-21: La cruz, fuente de salvación

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

 "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.» (Jn 314-21)

Es de noche. Nicodemo, amparado en las sombras, ha acudido a visitar a Jesús. El diálogo fluye. Ahí cercanía, confianza, revelación. Y presagios. 

Jesús rememora el desierto, la marcha de los hombres hacia la libertad. Y aquí afloran dos temas fundamentales: el amor de Dios al mundo y su concreción en la Cruz. 

Amor de Dios que se compromete en la liberación del hombre. Amor de Dios, que acompaña al pueblo en el camino hacia la vida. Amor de Dios, "que ha amado tanto al mundo que le ha entregado a su único Hijo". La cruz, como signo definitivo del amor de Dios al hombre. 

Faltan veinte días para la celebración del Viernes Santo, y ya la liturgia nos invita a mirar fijamente a Jesús "elevado" en la "bajeza" de la Cruz. 

Es que en ella nos ha dado el Padre a su Hijo. Jesús es el don del amor del padre. El único que puede comunicar ese amor. El único, por tanto, salvador y redentor. El evangelista testimonia esta gozosa experiencia de fe proponiendo la serpiente de bronce como figura del señor resucitado. Porque también Jesús será "elevado", exaltado. Y, en esta "exaltación", se cumple el designio del Padre, que, por la obediencia del Hijo, convierte la cruz en fuente de salvación.
"Ser levantado" equivale, pues, a la doble perspectiva histórico-teológica: ser elevado en la cruz y ser constituido Señor. Así, la Cruz, en Juan, se trueca en una especie de constitución real, de entronización y proclamación. En Juan, es idéntico el crucificado y el elevado o glorificado. 

Aparece así la fe como la única respuesta al amor divino. La fe, efectivamente, es acoger el don de Dios, o sea, adherirse a Jesús resucitado que revela al Padre, "venir a la luz" de la revelación y del amor, y dejar que esta experiencia de revelación y amor sea la fuente de la propia vida: "obrar la verdad". El creyente es, pues, el que acoge al Hijo, portador del amor del Padre, y encuentra en este amor la luz y la fuerza inspiradora de toda su existencia. 

Para Nicodemo, y para todos nosotros, queda suficientemente claro que mirar al crucificado que es ineludible: sólo de Él pende y brota la salvación... y la vida llamada "eterna". Por el contrario, no darle crédito es condenarse. 

Buen ejercicio el que se nos pide en este domingo de Cuaresma: mirar intensamente la Cruz de Cristo. Nosotros, que no somos capaces de fijar nuestra mirada detenidamente en nada. Nosotros, que lo miramos todo pero superficialmente, sin quedarnos de verdad en nada. Nosotros, que sólo miramos lo que nos divierte. Nosotros, que sólo miramos lo que nos procura placer. Nosotros, que miramos nada más que aquello que nos reporta comodidad. Nosotros, que rechazamos como escandaloso a un crucificado. 

"Apoyado en la victoria de la Cruz de Cristo, el cristiano luchará contra el poder del mal, definitivamente derrotado desde la resurrección de Jesús, pero todavía destructor en su derrota hasta que todo sea sometido bajo el Señor. La Cruz de Cristo es consecuencia del pecado del mundo y de la justicia misericordiosa de Dios: el Señor la vivió en actitud de oblativa obediencia solidaria, transformando así la lógica de la violencia en la del perdón, canjeando la potencia del resentimiento vengativo por el poder atractivo del amor. La resurrección... pone en evidencia que ese amor es, en su aparente desvalimiento, más fuerte que la muerte"(La verdad os hará libres, 48).