V Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Juan 12,20-33: Dar la vida

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

 “Os aseguro que, si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo allí estará también mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará...” (Jn 12,20-33)

Es un texto que nos habla de desprendimiento, de entrega. Y, cuando leemos este texto en el tiempo de Cuaresma, ya próximos a la Semana Santa, nos parece comprenderlo muy bien. Pensamos: efectivamente, Cristo, en su Pasión y muerte, se despojó totalmente de lo que era y tenía. 

Llevamos parte de razón. Ese momento, en la vida de Jesús, fue "el no va más" de su entrega. Pero no olvidemos una cosa: Cristo fue pobre siempre, durante toda su vida. Y no porque fuera un indigente o un desocupado. No. Lo fue, más bien, porque se instaló en la distancia de todo lo que hace tener a uno por afortunado o digno de estima según los esquemas de la cultura del mundo. Cristo fue el primero, como hombre, que cumplió el ideal de pasar de la ley de piedra a la ley del corazón. Es el que hace el paso de la antigua a la nueva alianza, en que se entienden los mandamientos, más que como obligaciones, como camino de regeneración para el ser humano. 

Cuando esto se descubre, se pueden compaginar cosas tan aparentemente contradictorias como sacrificio y gozo, como pobreza y seguridad existencial... 

Cristo no sufrió sólo desde Getsemaní. Cristo no se entregó sólo en la Pasión. Cristo no vivió la pobreza sólo en la Cruz. Lo hizo durante toda su vida. Porque, en realidad, sobrepasó, con su estilo de vida, lo estrictamente preceptuado por la ley, y vivió en le generosidad de hacer siempre lo que veía hacer al Padre. El último episodio de su vida terrena no es, desde ahí, más que la consecuencia lógica de todo un estilo de vida. 

Seguir a Cristo no significa renunciar al desarrollo de todas nuestras posibilidades. Pero sí hay que preguntarse cuál es el modelo de ese desarrollo. Para la cultura de nuestro tiempo, el bienestar lo proporcionan y se mide por los bienes que se tienen y por la posición que se ocupa en la jerarquía social. Es decir, tiene un contenido estrictamente material y egoísta. Es un estilo. Pero bien diferente al que Cristo vive y nos ofrece: considerar la existencia como un don, una entrega generosa de todo lo que somos y tenemos a favor de los demás. Esto hace que la vida se entienda como algo que permanentemente se está viviendo como entrega, en todo lugar, en toda circunstancia, ante todas las personas... En definitiva, se trata de dar la vida, de entregarse, sin limitarlo a ocasiones puntuales por muy generosas que sean. Porque limitarse a dar limosna no cambia la sociedad. Entregar la vida, sí. 

¿No crees que nos falta mucho de esto? ¿No puede ser por eso por lo que muy pocos hoy día asumen compromisos de por vida, y hasta les parece que eso es una locura que va más allá de lo que incluso un cristiano tiene que hacer? El que se ama a sí mismo, se pierde.