V Domingo de Pascua, Ciclo B

San Juan 15,1-8: Permaneced en mi

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

 “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. .. permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vida, vosotros los sarmientos: el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.” (Jn 15, 1ss)

Se nos está diciendo algo realmente insospechado: si nos unimos a Cristo muerto y resucitado, participamos de su misma vida. Es tanto como afirmar que, por nuestra persona, por nuestras venas, corre la misma “savia” de Dios. Somos Dios.

Es decir, unirse a Cristo muerto y resucitado, por medio del Bautismo, es transformarse en alguien realmente bueno. Objetivamente hablando nos convertimos en personas buenas. Una bondad que podríamos incluso tocar. Si pudiéramos abrir la persona de un bautizado y mirar en lo más íntimo de él, veríamos que tiene en su interior un verdadero mecanismo de bondad. Jesús muerto y resucitado nos hace buenos, haciéndonos participar de su bondad.

Y esto, mantenido, nos hace vivir como resucitados: o sea, vivir progresivamente de Él, en Él y por Él. Por eso, podemos llevar una existencia con el estilo del Maestro. Este estar insertos en Cristo muerto y resucitado nos coloca en la posibilidad y en la tesitura de hombres nuevos. Posibilidad que, fuera de Cristo, se desvanece.

¿Cómo explicar, si no, que tantas personas, al contacto con el Resucitado, hayan cambiado radicalmente su vida? ¿Cómo es posible, si no, un Saulo, del que nos habla la primera lectura de este domingo? ¿Y todos los que se adherían a la Iglesia, que se multiplicaba cada día en aquellos que se agregaban al grupo de los discípulos? ¿Y aquellos que, incluso en nuestros días, nos maravillan y atraen por la bondad de su vida entregada y generosa? “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”.

Claro, que todo esto puede ser considerado ala inversa: si los frutos proceden de la unión con el Señor resucitado, la ausencia de frutos nos indica que falta relación con Él. ¿No te has parado a pensar alguna vez que, si no eres de verdad bueno, es porque te has separado de Jesús? Sin Él, no podemos nada. Habrá, entonces, que tratarlo y conocerlo cada día un poco más: para descubrir cuál es su estilo y su proyecto de vida. Habrá que acercarse a su Palabra con una mayor disponibilidad: para que nos ilumine, nos corrija y nos señale el camino. Habrá que comerlo con más coherencia y docilidad: para que transforme y fortalezca nuestra vida.