VI Domingo de Pascua, Ciclo B

San Juan 15, 9- 17: Saberse amado... Para amar

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

 "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros." (jn 15,9-17)

Continúa la Iglesia proclamándonos el Evangelio de San Juan. Jesús, Buen Pastor y Verdadera Vid del mundo, ha manifestado el amor más grande que pueda darse. Y, desde ahí, entendemos muy bien la invitación que hoy se nos hace: "que os améis los unos a los otros como yo os he amado".

Porque cuantos, mediante la fe, aceptan ese amor del Buen Pastor y se unen a la Verdadera Vid, son llamados "amigos" de Jesús. La amistad expresa en sumo grado el carácter de comunión interpersonal, de gratuidad y de entrega recíproca propias de la salvación de Dios. Es que el amor que Jesús vive de modo pleno con su muerte y resurrección nace de la fuente y modelo que es el amor del Padre: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo". Por eso, toda la vida de Jesús culmina en su "hora" sobre la cruz, es la total comunicación de su amor, y, por consiguiente, la entrega del mismo amor del Padre.

Se nos aclara la invitación del domingo pasado a permanecer unidos a la Vid para dar frutos. Permanecer unidos a Jesús es participar de su amor, que es comunicación del amor del Padre. Dios es amor y, por consiguiente, fidelidad, misericordia, bondad, ternura y gracia. Todo esto nos ha sido revelado en Jesús. El amor viene de Dios, porque Dios es amor. Y se perfila así la condición pascual de los bautizados: ellos son los elegidos por Cristo para que, llenos de su salvación, continúen en la tierra su obra... "que os améis los unos a los otros como yo os he amado". Estos son los "frutos". Jesús comunica el amor más grande para que sus discípulos puedan amar con ese mismo amor: un amor nuevo que no nace de la carne ni de la sangre, sino de Dios.

El amor fraterno de los bautizados en Cristo tiene, pues, su fuente en el mismo amor del Padre que Jesús ha revelado en la Cruz, regalando para siempre su Espíritu a la Iglesia. Es el único mandamiento, el resumen de todos los demás. En realidad, el mandamiento de Jesús no se agota en el simple amar a los hermanos. Comporta, además, la exigencia de amarlos como Él los ha amado, con el amor más grande, con el colmo del amor, dando la vida por los "amigos" y viendo a cada hombre en su realidad profunda de persona amada por Dios y llamada a recibir el Espíritu Santo.

A esto está llamado el discípulo de Jesús. Es el amor que debe practicar, pues participa del amor salvador y eterno del Señor. De aquí, la insistencia y la necesidad que presenta Jesús de "permanecer" en su amor. Porque hay más: el amor a los hermanos es la señal de que Cristo nos ha elegido y constituido discípulos suyos. Pero es, a la vez, la señal por la que todo el mundo reconocerá que somos discípulos de Jesús.

El Evangelio, hoy, nos lleva a experimentar el gozo de sabernos llenos del amor del Padre en Cristo. Nos lleva, por consiguiente, a vivir el amor a los hermanos como Él nos ha amado. Nos lleva, igualmente, a entender esta vocación-misión con caracteres de universalidad. Nos lleva a descubrir que de este amor nuestro depende que los demás nos vean como auténticos discípulos y hasta que descubran al Dios-amor. Saberse amado por Dios y convertirse en amor para los demás, Esta es la vocación del discípulo de Jesús.

Con toda razón, hoy, debemos afirmar con fuerza y convencimiento que quien no ama a los hermanos no ha conocido el Amor, no ha conocido a Dios.