Solemnidad: La Ascensión del Señor, Ciclo B.

San Marcos 16,15-20: El Tiempo de la Iglesia

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

 "En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once, y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación...El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes. Y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban". (Mc 16,1520)

Contemplamos hoy el triunfo de Jesús, el muerto y sepultado, que, aceptado por el Padre y sentado a su derecha, es constituido en el Señor del mundo y de la historia. Vencedor del sepulcro y de la muerte, vive resucitado y glorioso para siempre.

¿Y su obra? Esta ha de continuar. Pero, ahora, por medio de aquellos que han creído en su mensaje y en su persona. Ya ha pasado el primer momento de desconcierto entre los discípulos por la pasión y muerte del Maestro. El reencuentro con Él, resucitado, los ha devuelto a la ilusión y los ha asegurado en su fe.

"Id al mundo entero y proclamad el Evangelio", les dice hoy Jesús. A la par que al triunfo de Jesús, hoy, asistimos, así, al inicio del tiempo de la Iglesia. "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio". Depende de nosotros que todo lo iniciado por Jesús de Nazaret continúe como opción válida y transformadora para nuestro tiempo.

No es tarea fácil. La nuestra es una época que plantea serias dificultades a la proclamación y a la aceptación del Evangelio. Parece nuestra época muy respetuosa, también en este campo. Pero, con respeto y sin enfrentamiento, margina y silencia todo lo religioso. Muchos de nuestros contemporáneos no han hecho, ni por asomo, la más mínima experiencia religiosa. Y no la consideran necesaria.

Sería prolijo enumerar las causas de esta situación. Pero, como a los creyentes se nos encomienda la responsabilidad de la proclamación del Evangelio, no podemos ignorar la parte de "culpa" que nos corresponde en esta situación de descristianización y hasta de vacío religioso en general en que vivimos. Porque más de una de nuestras comunidades, más de uno de nuestros sacerdotes, más de uno de nuestras comunidades de religiosos/as, más de una de nuestras familias cristianas, más de uno de nosotros andamos pobres en espiritualidad y escasos de testimonio proféticamente significativo y atrayente. Como bien dijo el Concilio Vaticano II, el ateísmo de nuestro tiempo encuentra, en parte, su explicación en la falta de testimonio de los cristianos.

Sin la Iglesia, se pierde la obra salvadora de Jesús de Nazaret. Y, sin nosotros, no existe la Iglesia. Así lo ha querido el mismo Señor: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio".

Ojalá y estas palabras resuenen con fuerza comprometedora en el interior de cada uno de los que nos consideramos y queremos ser creyentes cristianos. Porque, de ser así, nos impulsarán a la conversión, a la renovación de nuestra vida y de nuestro testimonio cristiano, imprescindible para que, en nuestro tiempo, la noticia de Dios siga viva y operante. Comenzaremos así a hacer realidad el compromiso que, para el curso que pronto comenzará, se nos marcaba en las Líneas Pastorales Diocesanas: "Desde Jesucristo, en la Iglesia, para el mundo". Tendremos ocasión de volver sobre este aspecto. Pero sirva ya hoy, como adelanto, esta llamada de atención. De nosotros depende que el Evangelio y sus valores se proclamen en nuestros ambientes y los transformen.