Solemnidad: La Santísima Trinidad, Ciclo B
San Mateo 28,16-20:
Mirar a Dios por dentro

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado... Id y haced discípulos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado..." (Mt 28,16-20)

El cristiano está marcado con el sello de la Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo conforman radicalmente su ser. Es un dato objetivo, una configuración existencial. Desde ahí, arranca una manera concreta y determinada de entender a Dios... y de vivir.

Pero, para descubrir esto, hay que pararse. El texto evangélico de este Domingo (refiriéndose a los apóstoles) habla de “discípulos”: En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea. Y el discípulo, esencialmente, es un oyente, alguien que contempla, que presencia la vida del maestro, de la que aprende cómo vivir. Si nos acercamos con esta actitud de contemplación a los textos de este Domingo, descubriremos en profundidad quién es el Dios que se nos muestra definitivamente en Jesús.

Dios Padre o "Dios-para-nosotros", que actúa en favor de su Pueblo (por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso...); Dios Espíritu o "Dios-en-nosotros", que nos descubre nuestra condición de hijos del mismo Dios (un espíritu de hijos adoptivos, que os hace gritar: ¡Abba!-Padre); y Dios Hijo o "Dios-con-nosotros", que no nos abandona en la misión que nos ha encomendado (yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo).

Estamos, así, mediante lo que vemos y oímos, asomándonos al interior de Dios. Y lo que descubrimos es un Dios, que, sin dejar de ser Dios, ha querido estar inseparablemente unido al ser humano. Es decir, un Dios, que sin dejar de serlo, está totalmente abierto y volcado hacia la creación, fruto de su amor, y especialmente hacia el hombre, rey de todo lo creado y colaborador de Dios, que (más todavía), por la acción del Espíritu de Jesús Resucitado, es incluso hijo del mismo Dios.

Y, en el mismo Evangelio, se encomienda a los apóstoles la tarea de hacer "discípulos". Id y haced discípulos. La vida de quien entiende así a Dios, necesariamente, debe ir en la misma dirección: apertura al Dios Amor y amigo del hombre, entrega esperanzada al ser humano, y trabajo por la consecución de un mundo y un cielo nuevos.

Y todo esto, hecho no desde el individualismo, sino en comunión con muchos otros que piensan de la misma manera y viven del mismo modo, porque han hecho la misma experiencia de un Dios que nos ama, nos transforma y nos lanza a vivir de un modo nuevo.

Ante Dios, descálzate y contempla. Acabarás fascinado... y entregándote.
Y pregúntate: ¿Puede quien haya descubierto a este Dios acercarse a Él desde el temor? ¿Puede, quien se considere cristiano, vivir sin que el amor sea para él la norma suprema de comportamiento?