XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 4,35-41:
¿Quién es éste?

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"Este día, al atardecer, les dice: «Pasemos a la otra orilla.» Despiden a la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él. En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la barca. El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» El, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?»" (Mc 35-40)

Es conveniente tener en cuenta lo que nos ofrece la primera lectura y también el Salmo Responsorial propios de este domingo, para comprender más en profundidad el Evangelio que hoy proclamamos.

El libro de Job, a través de la situación del protagonista, golpeado por el enigma del sufrimiento, se interroga sobre el significado de Dios y de su misteriosa presencia en la historia de los hombres, así como sobre la fe de Israel. En el trozo que hoy nos ofrece la liturgia (Job 38,1.8-11), se afirma la secreta presencia del Señor en la creación. Su Palabra, que preside todo el universo, domina la fuerza irresistible del mar, le fija un límite, y lo convierte así en parte del diseño de la creación, dejando de ser potencia enemiga y peligrosa. El Señor, con su intervención, rompe el orgullo de las olas del mar. Job termina abandonándose confiadamente en las manos del Creador. Es lo contrario del hombre que se quiere contraponer al plan creador de Dios.

Por su parte, el Salmo 106 recoge la voz de muy diversas profesiones que dan gracias al Señor: los caminantes, los prisioneros liberados, los enfermos curados... y, en los versículos que hoy utilizamos, los marineros que han escapado a los peligros de la navegación. El mar es un peligro mortal, un peligro sin ninguna vía de salvación. El salmista habla de la situación de angustia que, en el mar, se vive. Es como si una se encontrara en un espacio que, poco a poco, se cierra eliminando toda posibilidad de salida. ¿Solución? Acudir confiadamente a Dios, que es capaz de librar del peligro prodigiosamente.

El lago de Genesaret, donde de manera imprevista surge una tempestad, es el marco del episodio que nos narra el Evangelio de este domingo. De nuevo, el agua, el mar. Hay una pregunta: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?" En ella se percibe el eco de la súplica del salmista, la queja de Job... El relato, que es realmente dramático, prepara a los oyentes a comprender el profundo significado de la intervención de Jesús. Dos palabras concentran la fuerza de su intervención: "¡Silencio, cállate!" Para el A. Testamento, el "mar" era símbolo de los poderes del mal, del caos, de la destrucción... poderes que sólo Dios puede dominar. Por eso, Jesús demuestra su poder al encerrar el mar dentro de unos límites, que no podrá traspasar. La palabra de Jesús aparece así llena de poder divino: el viento cesa y viene una gran calma. La narración hace que aparezca con claridad el misterio de Jesús, que participa del poder de Dios creador y redentor. No olvidamos que "el Señor ha establecido la tierra sobre las aguas" y "dividió el mar en dos partes... e hizo pasar por e medio a Israel".

"¿Quién es éste?" Es la pregunta que se hacen los discípulos que presencian el milagro. Pues, si "el viento y las aguas le obedecen", éste es aquel en quien se cumplen todas las promesas de Dios. Jesús es el continuador del poder creador de Dios, que se renueva en la redención de los hombres. En Jesús, toda angustia humana encuentra la salida hacia la libertad en la plenitud de la vida y del amor. Y, por consiguiente, quien descubre a Jesús se esfuerza por confiar en Él, por escuchar intensamente su Palabra, intenta seguirlo fielmente hasta la Cruz.

Una tarde en el mar, la tempestad, la calma, el temor del Señor... son otros tantos elementos de la situación que experimentamos, con mayor o menor intensidad, todos los humanos. La liturgia nos ofrece a Jesús como el único que puede dar sentido a nuestra existencia... a pesar de las dificultades.