XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 51-59: La Eucaristía, fuente de salvación

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

""En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? ... Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.” (Jn 6, 51-59)

Continuamos escuchando el discurso del “Pan de Vida”, que nos ofrece el capítulo sexto del Evangelio de S. Juan. La novedad de este trozo de dicho discurso está en la identificación que hace Jesús de sí mismo con el pan de vida. Y esto provoca el desconcierto de sus oyentes.

Mientras Jesús anuncia que hay un pan bajado del cielo, y que comerlo equivale a asimilar el don de Dios, no ha habido problemas. Pero, cuando Jesús concreta y afirma que es Él ese pan bajado del cielo y que hay que comer para tener vida eterna, se produce la irritación y el rechazo.

Es un punto muy interesante. La cuestión es la siguiente: ¿Por qué aceptan la equivalencia Pan/vida eterna/salvación? ¿Por qué rechazan la identificación Jesús/vida eterna/salvación? Porque aceptar a Jesús de esa manera supondría aceptar que Él es la fuente de salvación para el mundo, para los hombres. Se está rechazando a Jesús como Salvador. Y, con ello, se rechaza su misión y el modo de realizarla. O, lo que es lo mismo, no aceptan que la salvación nos pueda venir de un hombre, por mucho que este entregue su vida y nos invite a participar de ella.

Este es el realismo de la Eucaristía: en ella comemos al mismo Jesús, pan bajado del cielo y portador de la salvación. Sin ningún género de espiritualismo. En ella se encuentra real y verdaderamente presente el cuerpo y la sangre de Jesús, el Salvador. Con lo que estamos afirmando que, en la Eucaristía, el pan y el vino han dejado de existir, y estamos ante el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Supone, así, la Eucaristía la unión con el mismo Cristo, que se nos hace realmente presente en ella y al que recibimos en ella. Y, desde ahí, todos los que participamos en la Eucaristía recibimos su fuerza unificadora, y, como Iglesia, quedamos consolidados. La experiencia de fraternidad es única en la participación eucarística. La Iglesia, en la Eucaristía, se reúne en torno a Cristo, y se fortalece como tal. Con razón es llamada “cumbre y fuente” de la vida cristiana. Como Cristo es el centro y la fuente de nuestra vida y de nuestra unidad.