XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23:
Importa el corazón, la vida

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

““Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío... Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.... Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.” (Mc 7,1ss)

Problema insuperable para los judíos: la oposición entre lo puro y lo impuro. Pero, además, entendidos como elementos puramente exteriores. Era impuro comer esto o aquello, lavar jarras y cacharros así o de la otra manera y tantas o cuántas veces, tener las manos más o menos limpias...

Nuevamente nos encontramos con la dificultad de relacionar debidamente lo exterior y lo interior. Y, como siempre, nos quedamos en los externo sin ser capaces de pasar a lo más hondo.

Para que nadie me malinterprete, quiero dejar bien claro, desde este mismo momento, que lo exterior tiene una gran importancia. Hasta el punto de que su rechazo equivale a quedarse sin lo interior. Porque estamos hechos así: somos cuerpo y espíritu. Y llegamos a lo espiritual por medio de lo corporal. Y a la inversa.

Pero, dicho esto, hay que afirmar también que lo exterior no es lo más importante, sino sólo un medio, un vehículo para llegar a lo profundo de las cosas, que es lo que definitivamente importa.

Les pasaba a los judíos. Y nos pasa a nosotros. ¡Cuánta práctica sin interioridad! ¡Cuánta exterioridad superabundante y exagerada, pero vacía! ¿Que exagero? Podríamos reflexionar sobre todos y cada uno de los acontecimientos de nuestra vida. Pero, por ceñirnos a lo que hoy nos plantea el Evangelio, repasad nuestros modos religiosos: bautizos, primeras comuniones, bodas, devociones populares... Con sinceridad, ¿qué prima en ellos? ¿Somos conscientes del contenido de vida nueva y comunitaria que encierra la celebración bautismal, y del compromiso de transmisión de fe vivida que asumimos para nuestros niños? ¿Estamos convencidos de que, en la Primera Comunión, los más jóvenes se integran en la vida de la Comunidad, y que ese momento es sólo el inicio de una vida que continuamente llega a la mesa de la Eucaristía y arranca de ella? ¿Somos conscientes de que casarse por la Iglesia es vivir la realidad de un Cristo fielmente desposado para siempre con la Iglesia, para aportar así continuamente vida nueva al mundo? ¿Somos capaces de ir más allá de lo folclórico y cultural en nuestras manifestaciones de devoción popular?

¿Sí? Pues explicadme a mí cómo se conjuga con todo eso el bautizar a un hijo afirmando que uno no cree en la Iglesia y sin sentirse comprometido a cambiar de vida para crear un ambiente cristiano en su hogar. Explicadme cómo se armoniza el sentido de la Eucaristía con el gasto y el lujo y el pugilato por sobresalir entre familias, y que nuestros niños, ese día, sean el escaparate de las vanidades de los mayores... y que la Primera sea, muchas veces, la última Comunión. Explicadme cómo se casa con esto el que nuestras bodas se hagan sin intención de fidelidad, de indisolubilidad... y preocupados sólo por el marco de la celebración, para el buen resultado de las fotos. Explicadme cómo uno puede estar viviendo públicamente en situación irregular para la Iglesia, pregonando incluso sus amoríos y otras circunstancias, y dejarse la piel tras una imagen y derramar abundantes lágrimas ante ella.

Si hiciéramos bien todo lo exterior... llegaríamos a lo más profundo de esas prácticas... estaríamos manifestando nuestra actitud de fe... y nuestra vida sería cada vez más conforme al Evangelio. Pero quedarse en lo exterior (y más si lo hacemos defectuosamente) no sirve de nada, a no ser para confundir todo y estropear todo.