XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48: El valor del otro

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"“En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela…” (Mc 9,37-42.44-46.47)

Nos plantea el evangelio de hoy el eterno problema de las diferencias dentro de la unidad. No es fácil armonizarlas. Por eso, es continua en nosotros la tentación de pensar que la nuestro resulta incompatible con lo de los demás. Normalmente, por ello, la cuerda se rompe por nuestro interés y rechazamos al otro. ¡Qué difícil nos resulta descubrir y aceptar en el otro cosas buenas cuando estas no coinciden con nuestra manera de pensar y de actuar! Casi espontáneamente, llegamos a considerar equivocada esa otra manera que no coincide con la nuestra. Y, si nos quedáramos ahí, estaríamos en el menor de los males. Pero es que, ante la advertencia de la diferencia, muchas veces, actuamos queriendo eliminar a esta. Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.

La respuesta de Jesús nos ilumina: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Jesús no divide, suma. No considera enemigo al diferente, sino complementario. Y, por consiguiente, enriquecedor.

Somos demasiado estrechos en nuestra manera de entender y de vivir las cosas. Y nos resulta difícil ver más allá de nosotros mismos. Hasta la salvación queremos particularizarla y hacerla privativa de nosotros mismos. Es decir, llegamos a empequeñecer al mismo Dios, recortándole sus miras y hasta su salvación. Lo hacemos excluyente. Lo hacemos endogámico. Lo hacemos pueblerino. Lo hacemos partidista…

Serían muchos los ejemplos que podríamos aducir para demostrar lo que decimos. Los acontecimientos que se están sucediendo mientras escribo este comentario, nos imponen fijarnos en un hecho: la reacción del mundo islámico ante unas palabras pronunciadas por Benedicto XVI, hace sólo unos días, en su Alemania natal. Tendrían que haber sido un ataque por parte del Papa (que no lo son, ni mucho menos), y las cosas se solucionan de otra manera, por ejemplo, hablando. Habrían de no estar de acuerdo con él (y eso sería aceptable) y no se enarbola la espada para destruir al “enemigo”. Podrían haber dolido esas afirmaciones, por lo que, al menos, de verdad histórica pudieran tener, y, sin embargo, lo civilizado estaría en descubrir lo que de equivocación se haya podido dar… y tratar de no volver a tropezar en la misma piedra. Es decir, todo menos encerrarse en la propia verdad y eliminar al otro, que no aparece más que como enemigo. Y, lo que puede ser aún peor, si esta actitud se mantiene “en nombre de Dios”… peor que peor.

El que no está contra nosotros está a favor nuestro. ¡Qué diferencia!, ¿verdad? Pues aprendamos la lección, abramos nuestra vida al otro, acojámoslo sin prejuicios, y tratemos de descubrir lo que nos aporta, que, sin duda, será muchísimo.