XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 17-30: Dar y darse

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

"En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré pare heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ...ya sabes los mandamientos... Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme. A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico". (Mc 10,17-30)

De nuevo, el tema de la riqueza. Y, una vez más, planteado en términos de incompatibilidad. Hay que escoger: o Dios o el dinero. "Una cosa te falta... dale el dinero a los pobres y luego sígueme". ¿No se pueden dar a la vez, las dos realidades? ¿Son necesariamente excluyentes? Efectivamente. Porque, para el auténtico creyente, nunca jamás podrán estar las riquezas a la misma altura que Dios. No tienen categoría para eso. Y no tienen poder de salvación. Si lográramos compaginarlos, dándole a cada uno su sitio... Pero esto, en la práctica, acaba siendo casi imposible: nos aferramos a los bienes, descansando en ellos toda nuestra tranquilidad y seguridad, y nos olvidamos de Dios.

De este modo, las riquezas acaban siendo un ídolo, al que nos entregamos por completo, alejándonos de Dios. Acaban también encerrándonos en nosotros mismos, haciéndonos ignorar y hasta despreciar a los hermanos. Se convierten, así, en causa de condenación. Por esto son tan duras y exigentes las palabras de Jesús. Como lo han sido también las de los Santos Padres. Y como lo son la de algunos escritores modernos. Hay alguno que dice: "quien no da, roba... y quien roba, mata". Esto sirve incluso para aquellos que dicen no robar ni matar, y, por eso, se consideran buenos.

Sólo cuando las riquezas están al servicio de Dios y de los hombres, nos ayudan en el camino de la salvación. Porque sólo entonces vivimos poniendo nuestra confianza en Dios (del que únicamente puede venirnos la salvación) y consideramos al hermano en todo lo que vale. Cuando nos dedicamos a atesorar, estamos demostrando que nuestra única seguridad está en lo que poseemos: eso es lo que nos hace dormir tranquilos, sentirnos triunfadores en la vida... y hasta despreciar a los que tiene menos, consideramos que lo que hemos conseguido es mérito nuestro y, por tanto, nos pertenece en propiedad a nosotros.

No. No es más rico el que más tiene. Ni mucho menos. Se es bueno por otras cosas. Y por otras cosas, no por el dinero, vale la pena una vida.

Nos vendría muy bien a todos examinar nuestro grado de apego al dinero, a las riquezas. Y, a la misma vez, examinar nuestro grado de entrega a los demás. Porque no basta con empobrecerse materialmente. Hay que darse personalmente. Cuál es nuestra meta, ¿tener y triunfar ?, ¿o compartir y ayudar? Mira tu proceder y actúa en consecuencia, según tus posibilidades.