XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 12, 38-44: El culto y la vida

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

En aquel tiempo, se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: Quitad eso de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre... Destruid este templo, y en tres días lo levantaré... Hablaba del templo de su cuerpo." (Jn 2,13-22)

Templo y culto son dos realidades inseparablemente unidas. Por eso, toda religión alberga su culto en edificios dedicados exclusivamente a él. Es normal: somos seres con cuerpo, y todo nuestro interior se enriquece a través del cuerpo, y todo nuestro interior se manifiesta a través del cuerpo. El culto, así, es la manifestación de unas convicciones, de una vivencia, de una relación con el mismo Dios, a la vez que una interiorización y profundización de eso mismo.

La primera conclusión es evidente: No habría un culto verdadero sin que fuera celebrado. Pero hay otra consecuencia que, a veces, se nos escapa: nunca será verdadero el culto si está vacío de interioridad. La ceremonia externa, vacía, se convierte en un mero y simple "teatro", que no sirve para nada: no nos encontramos con Dios y nuestra vida no queda salvada.

Por aquí parece ir hoy la insistencia de Jesús en el Evangelio: echa del templo a los vendedores y cambistas, y les pide no convertir el templo en un mercado. Porque propiciaban el culto desde sus intereses y conveniencias. Y porque, desde ese planteamiento, no cuidaban (sino que la eliminaban) la relación fraterna con todos, especialmente con los más pobres. Es interesante, en este sentido, ver cómo las palabras de Jesús van dirigidas a los que vendían palomas, es decir, a aquellos que procuraban la ofrenda que hacían los pobres ("un par de tórtolas o dos palomas").

Cuál es, pues, el culto verdadero: aquel que, con la vida renovada (con la santidad), glorifica a Dios. Por eso, la unión entre culto y vida es mucho más fuerte que la de culto y templo. El templo ayuda, pero, sin él, podríamos celebrar el culto verdadero. En cambio, sin una vida renovada-santificada, nuestro culto quedaría completamente vacío. ¡Qué bien entendemos ahora que Cristo se muestre como modelo del auténtico templo, del auténtico culto! Un "cuerpo destruido", una vida entregada a la voluntad del Padre y a favor de los demás.

Hoy es buena ocasión para revisar nuestras celebraciones. Comenzando por preguntarnos si celebramos, pues lo primero es celebrar: si no, no podremos encontrarnos con la salvación. Esta está ligada a la celebración litúrgica: "Haced esto en memoria mía". Y, luego, preguntándonos por cómo celebramos: ¿lo hacemos todavía por mero cumplimiento?, ¿lo hacemos por costumbre, llenos de rutina?, ¿lo hacemos buscando la celebración más rápida y menos comprometedora? ¿O lo hacemos con la necesidad del que no puede prescindir de Dios, que, en Jesucristo, se nos hace salvadoramente presente en nuestra celebración?

Ojalá y el templo que nos cobija para la celebración sea, para todos nosotros, el ambiente de una auténtica celebración que se prolonga en nuestras propias vidas.

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