XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 13, 24-32: Espera vigilante

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor... Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad... Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.” (Mc 13,24-32)

Es una actitud fundamental para el cristiano la que se nos propone como necesaria a la comunidad cristiana: se trata de la espera. Es tanto como pedirnos tensión: estamos en esta tierra, pero sólo momentáneamente. Nuestro final está en la vida futura. Esta llegará, pero, mientras tanto, no se nos ahorra el esfuerzo, la lucha y el cansancio.

Eso, mirando al último momento. Si lo aplicamos a la propia vida, vale igualmente. Cada uno de nosotros debe vivir en permanente tensión. Es decir, en actitud de progreso, de conquista de nuevas actitudes, criterios y comportamientos. Tenemos que mejorar continuamente. Podemos ser indudablemente mejores. No todo lo tenemos conseguido tomando como modelo el Evangelio. Muchas cosas deben caer en nuestra vida, en nuestra manera de ser y de pensar, para dejar paso a lo nuevo.

Y, en un sentido y en otro, la tensión y la espera tienen que estar acompañadas de la vigilancia. Hay que saber mirar. Hay que saber interpretar cada uno de los momentos, de los acontecimientos. Porque, en ellos, podemos descubrir la voluntad del Señor, y, por consiguiente, el camino que debemos seguir.

Así, la vuelta del Señor será para cada uno de nosotros un momento de gracia y de plenitud. Y nunca de angustia y de temor.
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