II Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3, 1-6: Convertíos

Autor: Padre Miguel Esparza Fernández

 

 

“En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea... vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que todo lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.” (Lc 3,1-6)

Algunos personajes, por su mensaje y por su significación, ocupan un lugar principal en el Tiempo de Adviento: hoy, es Juan Bautista. Él es el final de la etapa del Antiguo Testamento. A la vez, es el principio de otra nueva: el Nuevo Testamento. No comienza él nada nuevo. Pero sí tiene como misión señalar (para que no pase desapercibido) al que comienza el tiempo nuevo entre nosotros: Jesús, el Salvador.

Por eso, el mensaje del Bautista es muy claro: convertíos. Es decir, dejad vuestra situación actual y uníos al único que puede salvar. Dios está volcado con su misericordia y su perdón hacia los hombres. El hombre tiene que abrirse a Él para recibir la salvación que se le regala. ¿Y cómo conseguirlo?

Tal vez algunas de las características de la figura de Juan, el Bautista, nos puedan ayudar:

*Juan se ubica en el desierto. Es decir, en el silencio, en la renuncia, en el esfuerzo... en la autenticidad de enfrentarse a solas consigo mismo y con Dios.

*Juan es un profeta. Es decir, alguien que ha escuchado la Palabra de Dios y, sin poder callarla, la proclama con fuerza y valentía para todos.

*Juan encamina a Cristo, como el Salvador. Por eso, habla de un nuevo y definitivo éxodo o camino de salvación, que comienza con Jesús de Nazaret.

Las tres cosas pueden sernos útiles para lograr la conversión en nuestra vida. Por eso, preguntémonos por ellas:

*¿Hacemos silencio y gustamos de Él, procurando que resuene fuerte en nuestro corazón la voz de Dios? Es un buen tiempo, el de Adviento, para dedicar, con tranquilidad, tiempo para la oración, para la reflexión, para la meditación. Sin duda, en el silencio, se oyen más cosas y con más claridad.

*¿Estamos desprendidos de las cosas? ¿O estas ahogan nuestra vida? ¡A veces, sin necesitarlas! Pues, si no dejamos sitio suficiente, poco más (ni siquiera la salvación ) podrá entrar en nuestra vida.

*¿Somos capaces de testimoniar lo que creemos? Sobre todo con la vida. Si algo impresiona en Juan, el Bautista, es su radicalidad. Eso es lo que da fuerza a sus palabras. Vivía lo que pedía a los demás. ¡Quizá nos sobra mucha incoherencia en nuestra vida! ¡Y luego nos extrañamos de que haya muchos a los que no atrae lo que nosotros decimos creer!

*¿Nos hemos detenido a contemplar a Jesús con calma e interés? A Él nos encamina el Bautista. Porque sólo en Él está la salvación. ¿Por qué no experimentas aceptando en tu vida su mensaje? Vívelo. Ponte un plazo. Y, después, decide.

¡Convertíos! Es el grito del Bautista. Es la invitación de la Iglesia. Es la tarea del Adviento. También para ti.


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