V Domingo de Pascua o Misericordia, Ciclo C
Juan 13, 31-33a. 34-35:
El honor y dignidad del trabajo

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne
 

El 1º de Mayo ha quedado establecido mundialmente como el Día de los Trabajadores.  Está  signado más bien por el reclamo y la protesta y no sin razón. El trabajo humano- tarea de cocreación con el Creador,  fue perdiendo su dignidad: los “honorables” no trabajaban. Se vivió esa época en forma de irritante degradación del honor bíblico del trabajo humano. A tal punto que en moral católica se llegó a distinguir entre trabajo servil y trabajo intelectual. Con esta nefasta mentalidad el trabajo manual perdió su valor humano y se convirtió en  mercancía y el trabajador manual, un ser de segunda.

            Pío XI reaccionó con vehemencia y sentenció en forma terminante: “El mayor escándalo del siglo XX es que la Iglesia ha perdido a la clase obrera” Años más tarde Pío XII respondiendo al grito profético de su antecesor, instaura la festividad de San José Obrero. Intentó devolver en la mentalidad de los católicos la dignidad original del trabajo humano impreso en el hombre, creado por Dios. Tomó como patrono  del  trabajo a quien el Padre Celestial eligió para que lo representara en la historia de su Hijo  Jesús, como heredó los genes de María de Nazaret,  heredó de José de Nazaret, su condición social: las referencias evangélicas lo recuerdan como el pobre artesano al cuidado y  formación humana del Hijo de Dios. De las manos callosas del herrero-carpintero en el caserío nazareno, las manos humanas-divinas de Jesús se iban curtiendo en aprendiz de artesano sencillo y servicial. Esas manos que usaron el martillo en reparaciones pueblerinas, lavaron los pies a sus discípulos,  terminaron clavadas en la Cruz redentora, han transformado en sagradas las manos humanas herramientas de servicio al prójimo. Para el Dios de Jesús, a través de esas manos laboriosas, crucificadas y gloriosas, de Resucitado, las manos de hombre o mujer son tan dignas de respeto y honor así sea la  de un barrendero como las del ministro de la Eucaristía. Respeto y honor porque están proyectadas para servir a los demás en la tarea laboral que la sociedad humana lo requiera.

            La intención profunda de la celebración de S. José Obrero ha sido devolver a la sociedad humana la eminente dignidad del trabajo y por consiguiente la primacía del derecho a trabajar y recibir la  remuneración para vivir en dignidad humana. El Papito Dios  porque nos ama, envía a su propio Hijo para que tengamos vida y vida en abundancia (Jn-10-10) El Hijo de Dios hace su entrada en la historia humana en las entrañas de mujer pobre y se presenta en sociedad desde la familia de un trabajador. Desde esta realidad social comienza a construir el nuevo pueblo de Dios. Si el  trabajo es inherente a la vida humana, la celebración litúrgica de S. José Obrero  interpela a la  “comunidad pascual” cuya misión es defender la vida. No puede quedar indiferente a que unos puedan trabajar y otros hayan entrado, irremediablemente, en la categoría de desocupados. Y menos silenciar la injusticia de “trabajadores en negro” o permitir la cultura de la dádiva y el clientelismo electoral. Porque es profanar el trabajo humano. Más aún, es hora de menos cómodas denuncias y más bien de audaces cambios estructurales en la organización de la Iglesia comenzando por la catequesis evangelizadora a todo nivel: parroquial, colegios, universidades y hasta Seminarios. Hay que ser coherente con lo que se admite teóricamente ¿Cómo se puede exigir a una ciudadanía  y menos a sus gobernantes,  posturas éticas frente al trabajo y el tema candente de la desocupación, sino hay en nuestras comunidades cristianas una seria y profunda catequesis social-política? Tan seria y profunda como es la vida y el trabajo humano en el proyecto Creador y Salvador del Dios de Jesucristo. Se sabe que la catequesis de iniciación sacramental no llega a mentalizar la vida ciudadana con valores evangélicos de justicia-libertad - amor solidario y lograr  así una Fe Cristiana adulta y hacedora de la cultura del trabajo. Hay que insistir  que  la “deuda interna de la Iglesia” es la catequesis ciudadana para que el cristiano sea constructor de la sociedad.