Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo A
Juan 3, 16-18: Dios y el Amor...

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne

 

 

Es conocido el mito de Narciso. Aquel bello joven tan enamorado de sí mismo que buscaba por todas partes reflejar su esbelta figura y allí se detenía a contemplarse… Hasta que un día se vio tan hermosamente reflejado en un estanque de agua, que embelesado de sí mismo se arrojó al estanque para abrazarse y con el golpe en la piedra del piso, perece… Esta leyenda de la mitología greco-romana nos muestra que, hasta en la más lejana antigüedad pensante,  se comprendió la esterilidad  de un amor  “a sí mismo”, de un  “yo” cerrado sobre si mismo, la vacuidad del egoísta.

            Precisamente, Jesús aparece en nuestra historia humana para revelarnos el auténtico “amor”. Nos  revela el gran secreto del amor, sin ambigüedades, al revelarnos  la intimidad de Dios. Es el descubrimiento más maravilloso del Evangelio, insuperable en todas las épocas de la historia humana. Lo que se ha dado en llamar el misterio de la Santísima Trinidad. Es  tan extraordinario que la expresión más exacta que busquemos del amor, lo opaca y quedamos a distancia infinita de captar su realidad.

            En efecto, como Dios es “único”, nos inclinamos a pensarlo un “eterno solitario” e “infinitamente lejano”. Pero,  Dios es tan  inmenso, admirable, fascinante que lo mejor que se ha dicho de El es que es “Amor”[1] Pero al  no tener una idea exacta y clara qué es el “amor”, caemos en crearnos un Dios que busca alabanzas y admiración, que se mira a sí mismo, exigiendo  esclavos adoradores  de su grandeza infinitamente dominadora. Lo venimos a pensar  como un Narciso a escala infinita. Un ególatra divino… Inconscientemente, en unos más  en otros menos, se hace transferencia de su propio egoísmo, encerrando a Dios en una vaga abstracción de penosa pesadilla…

            Felizmente por ser  Dios quien es, se auto revela disipando estas oscuras fantasías. En el Misterio Trinitario aparece radiante que Dios es comunión amorosa de tres personas. Y la persona no es una isla. El ser de “persona” es ser referencial a otra. 

Así en Dios, el Padre es tal en relación al Hijo y el Hijo lo es en cuanto  existe por referencia al Padre. Como uno y otro se aman no a si mismo sino el uno ama al otro en forma recíproca, el amor de los dos es la tercera persona: el Espíritu Santo que es la efusión          amorosa del Padre y del Hijo mirándose el uno al otro. Total  que nuestro Dios –que llamamos Trinidad- el verdadero, el viviente, el eterno, el infinito, es un Dios no vuelto sobre la unicidad de si mismo… Es un Dios en el que cada persona se despoja de si misma y en lugar de contemplarse a si misma es pura referencia a la otra.  Nuestro Dios es un eterno e infinito juego de  comunión de Tres Personas. Es puro AMOR.

Por eso, naturalmente con el esfuerzo de nuestra razón sólo llegamos a la certeza de la existencia de Dios. Pero, nos quedamos como desde afuera de la intimidad de Dios. Jamás lo hubiéramos conocido, si El mismo no nos hubiera manifestado su intimidad. Es el hecho gratuito y maravilloso de la revelación de si mismo. “Hace mucho, mucho  tiempo, los profetas comunicaron el mensaje de Dios a nuestros antepasados. Lo hicieron muchas veces y de muchas maneras. Pero ahora, en estos últimos tiempos, Dios nos  lo  ha comunicado por medio de su Hijo” (Hebreos 1,1-2)

            El verdadero Dios,  en su profunda e íntima verdad, no es un Dios que oprime y castiga, el Dios temible, juez  al acecho de condenas y sufrimientos; sino por el contrario al revelarse El mismo, es donación y creación de amor… Por eso, toda la creación –de modo particular- el ser humano- es un desborde, un reflejo, una transparencia de Dios-Amor. Entonces, los que tenemos Fe en el misterio de  Dios: Padre, Hijo y  Espíritu Santo, tenemos que vivir en permanente alabanza  y  amorosa acción de gracias al Dios que nos ama y en la alegría de que somos capaces de amar de verdad. Lejos de estéril narcisismo y duro egoísmo. Por lo contrario, entregados a una vida de fecunda solidaridad construyendo una sociedad-comunidad de amor en comunión de personas. Es la nueva civilización de Amor, meta y tarea de las/os discípulas/os de Jesús.


[1]  “ EL QUE NO AMA NO CONOCE A DIOS, PORQUE DIOS ES AMOR(1Juan 4,8)