XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 13, 24-43: Argentina y sus conflictos

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne

 

 

La Argentina necesita mujeres y hombres de PAZ, hombres y mujeres capaces de amar.

Mujeres y hombres que entiendan que con la bronca y la violencia de palabra o de actitudes, no se resuelven los conflictos. Por lo contrario, se agravan, como lo hemos experimentado en la historia de estos primeros meses del año 2008.

Es que estamos hechos para formar la gran familia de hijas e hijos  de Dios.  Por consiguiente, la búsqueda de la unidad, en fraterna convivencia, es el ambiente normal de la vida ciudadana. En la normalidad, una Nación vive en Democracia. Y lo característico de la Democracia  es vivir  la unidad en lo cierto, la libertad en lo dudoso, y en todo momento, en  la concordia de familia humana. Por eso, el mensaje bíblico, en el tema de las relaciones humanas, marca con particular acento, la reconciliación como meta humana y humanizante. Es la cumbre a la que ha de subir la gente de un país  encarando los conflictos con intención de unidad nacional, respetando la diversidad regional y de opinión. Es la cumbre a la cual subió Jesús para  reunir la humanidad en el amor rescatándola de su historia de odios, guerras y destrucción de si misma. Jesús muriendo en la Cruz, reconcilió al género humano con Dios y entre si,  en vistas a lograr una fraternidad universal. En donde los adversarios, y aún  los enemigos, se den la mano y los conflictos se resuelvan en mesa de diálogo, lográndose la convivencia en Paz porque se buscó con sinceridad la Verdad, se respetó la Libertad cumpliendo la Justicia en Amor solidario. Es la  meta a la cual debe tender el creyente en Jesús.

Por eso, cuando los conflictos humanos, de la diversidad e intensidad que fueren, se los vive en clave cristiana, son crisis de  relación que se resuelven en forma positiva. En la discusión, en el debate, en que han reinado criterios y actitudes del Evangelio de Jesús se finaliza transformando el discenso en concertación y la fraternidad inicial llega hasta germinar en amistad. Porque, como revela S.Pablo, Jesús  es la Reconciliación en persona. Es el Misterio de la Reconciliación perfecta de Dios con la humanidad y de la gente entre sí. Esta es nuestra Fe Cristiana que nos compromete a no huir de los conflictos o ignorarlos sino a afrontarlos.  Nos compromete, según  nuestro lugar en la Iglesia, a poner  la luz, sal, levadura evangélica[1] en los conflictos de la sociedad.

No es discípula/o de Jesús quien en estos meses de grave conflicto del Gobierno y el Campo, creyó que como no es Gobierno ni tiene Campos y no le toca su bolsillo… no era un conflicto que tocara  su conciencia ante Dios… No es discípula/o de Jesús sino se preguntó qué página del Evangelio podría iluminar estos meses tan enredados y confusos que se han vivido en la Argentina de hoy… No es discípulo/a de Jesús si en uno u otro de los sectores en conflicto o fuera de los intereses de uno u otro, no se preguntó en forma orante ¿qué está pensando Jesús como Señor de la Iglesia y de la Historia de esta situación tan intrincada y de la salida que está tomando, ahora? Quien no se pregunte y busque, en grupos comunitarios, ¿qué no se hizo, en clave cristiana,  para haber llegado a una situación tan odiosa y qué hay que hacer para no caer en nuevas enemistades sociales?...,  no piense estar reconciliado con el Dios de Jesucristo, aunque sea devoto cumplidor de misa dominical. Precisamente, ese tal, no entiende a Jesús que nos dejó la Eucaristía como el Sacrificio de la Reconciliación con Dios y entre nosotros. A tal punto que la Eucaristía es fuente de Amor de Dios cuyo eco fiel es el amor fraterno transfigurado en relación de amistad.[2] De suerte, que el dinamismo eucarístico nos lleva de la comunión trinitaria a la comunión projimal… Es decir: lleva a preocuparnos por los demás, tanto como a uno mismo. Porque, la Eucaristía es el alimento del Cuerpo y Sangre de Jesús que transforma la relación humana de primera instancia fraternal,  hasta una intensa amistad (Jn. 6)


[1] Mateo 5, 13 y ss.

[2] Juan 15, 14