XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 21, 33-43: La acción transformante del Reino de Dios

Autor: Mons. Miguel Esteban Hesayne

 

 

          Todavía después de más de dos mil años del anuncio del Evangelio… su contenido esencial sigue siendo desconocido, incluso, por muchos católicos “practicantes” y “piadosos”. No se entiende que la primera instancia de la vida cristiana es una nueva visión de cuanto existe en este mundo. Se afirma sí que Jesús vino a salvarnos del pecado… Pero se tiene una infantil idea del “pecado”… Ante todo, el pecado es un deterioro de la naturaleza. Por eso hoy se habla hasta del pecado ecológico. En el caso del ser humano, el pecado se hace presente con la pérdida  del sentido de la vida humana que llega a la desvalorización de la  misma vida humana. Un signo de una sociedad empecatada es la noticia diaria de crímenes por mucho o poco dinero. No pocas veces como en el caso aborto y eutanasia, cometidos por profesionales   en  farsa criminal cientificista con argumentación parcial e ideológica sobre los Derechos Humanos. Defender la vida que se ve, en contra de la que aún no se ve…    

            Por eso, Jesús al anunciar que el Reino ya estaba en medio de la humanidad, entendía que venía a recrear la cultura de la vida. Entendía y quería que lo entendieran que venía a poner las cosas de este mundo, en su lugar… Comenzando –por supuesto- por lo que había sido causa del desorden cósmico. Es decir a poner orden en el pensamiento de cada persona humana. A que, cada uno de los seres humanos  -seres pensantes… entendieran qué son… y para qué existen y para qué las cosas de este mundo. Ante todo el valor de cada persona humana se encuentre donde se encuentre, sea de la raza o pueblo que fuere, haya nacido o aún en gestación…

            El amor por la vida se transparenta en Jesús… palabra a palabra, gesto a gesto… Es el amor de Dios  que  se pone a reparar su obra de arte deteriorada por manos torpes o aviesas. Así leemos en Jn. 3, 16 “Dios amó tanto a la gente de este mundo, que me entregó a mí, que soy su Hijo único, para que todo el que  crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna”- Con Jesús, explicitando su misión salvadora en el anuncio del Reino, aparece fulgurante la bondad y misericordiosa compasión  de Dios. La bondad de Dios -Dios es el Bueno por excelencia y se hace historia humana en Jesús de Nazaret. Hasta en su lenguaje único tan sencillo como profundo, Jesús trasluce el amor de Dios por su creatura-hombre. Habla de tal forma que lo entienden los sencillos y los sabios. Habla de la vida tal cual la están viviendo sus contemporáneos. Sus trabajos y sus fiestas, sus tiempos y estaciones, sus rebaños y sus viñas, con sus siembras y su lago.- Les hace mirar el mundo que están viviendo, invitándolos a mirarlo de manera nueva y transparente, como mirar un lago de aguas cristalinas para fijar la vista en su fondo.[1] Jesús habla de las cosas de este mundo llevando a sus oyentes al fondo de la vida donde puedan encontrar a Dios. No habla para enseñar una doctrina. Jesús es original hasta en su modo de dirigirse a la gente. Habla en parábolas en forma muy suya. Sugiere más que define. No dicta un código cerrado. Al pronunciar las parábolas del Reino abre un horizonte nuevo a la existencia humana señalando que la vida es más de lo que se ve y se siente. Con las Parábolas de Jesús, hasta la gente más sencilla   comprendió que mientras vivimos de manera distraída lo aparente de esta vida, algo maravilloso está sucediendo en el interior de la existencia. Les hace entender que mientras ellos recorren los campos sin notar nada especial, en el interior de la tierra sembrada, está ocurriendo la maravilla de la transformación de semilla en espigas… Y en el hogar mientras discurre la monotonía de la vida cotidiana, algo está ocurriendo en el interior de la masa de harina mezclada con levadura… Así sucede con el Reino de Dios. Su fuerza transformadora de modo tan silencioso como transformante está actuando en el mundo. El lenguaje de Jesús es desconcertante. Lo fue para los israelitas que leían profecías de la llegada del Reino con imágenes de triunfos y grandiosidades. Lo es para muchos católicos que desconocen las enseñanzas de Jesús y pretenden transferir  a la misión actual de la Iglesia, criterios de eficacia empresarial. Y la Iglesia no es empresa humana sino ha de ser signo e instrumento del Reino. (Vat. II)


[1] Lucas 12, 24.27-28// Mateo 6, 26.28-30// Lc.12, 6-7//Mt.10, 29-31// Lc. 11, 11,13// Mt. 7, 9-11